Me ha pasado dos veces -con esta- en mi vida. Leyendo Harry Potter y viendo Gilmore Girls.

Se acaba y piensas: "Ha sido fantástico, pero ¿qué va a ser de mí ahora? ¿Qué voy a hacer con mi vida?"

El caso es que he terminado cambiando de opinión sobre todos y cada uno de los personajes de la serie desde que empecé a verla.

Porque maduran, conforme pasan las temporadas. Porque no solo las Lorelais de la serie son geniales. Adoro la importancia y la calidad de los personajes secundarios (de hecho, mi cuartelillo de preferidos lo son) y creo que tienen muchísimo más potencial del que les han otorgado en la pantalla.

Soy terriblemente fan de Jess Mariano, Emily Gilmore y Paris Geller.

Así que he decidido empezar a escribir un poco sobre ellos, para quitarme la espinita del corazón.

El título de este fic resume el porqué continúo escribiendo aunque no actualizando las historias que me pedís por review.

Gracias, de verdad, pero no controlo mi musa, ni la inspiración, ni lo de las palabras.

Lo siento... y mientras, para que no se haga tan larga la espera, si no habéis visto las Chicas Gilmore, ya sabéis.

OoOoO

Odiaba a su madre por enviarlo allí. A su tio por hacerle ir a esa cena. A quienes vivieran en esa casa por invitarlos a cenar. Y al mundo, en general.

Dios, en ese momento odiaba hasta los rayos de sol. Menos mal que ya había oscurecido.

El olor le inundó las fosas nasales. Olía jodidamente bien y tenía hambre, pero no iba a comer nada de lo que sirvieran como que su nombre era Jess Mariano.

Su pituitaria no terminaba de decidirse: o había muerto y estaba en el cielo o había llegado a la casa de Enrique VIII.

Luke volteó a verlo con seriedad.

-Compórtate, por favor.

Jess alzó una ceja, mientras su tío llamaba tres veces a la puerta inspirando profundamente y apretando los labios hasta convertirlos en una línea tensa. Desde dentro se escuchó un "¡ya voy!" y pasos, seguidos de una voz diferente a la primera, horrorizada:

-¡¿Y si no toma lácteos?!

Contuvo una sonrisa. ¿Luke le acababa de pedir que fuera educado porque se preocupaban por si era intolerante a la lactosa? El mundo se había vuelto loco, definitivamente.

Una mujer morena, de sonrisa sincera y ojos azules, abrió la puerta. Tenía los ojos bonitos, había que reconocérselo.

-Eh, justo a tiempo-Luke saludó con la mano. Jess sacudió la cabeza en su dirección, sin cambiar de posición, apoyado en el marco de la puerta y con las manos en los bolsillos de los pantalones-. Sookie va a batir el récord de mayor cantidad de comida servida desde el Imperio Romano-confesó alzando las cejas como si el logro fuera interesante. A Luke se lo pareció.

-Suena bien.

-Seguro-añadió Jess, tratando de no sonar muy burlón.

-Bueno, pasad.

Y ahí estaba esa mirada. Jess lo sabía.

Sabía que lo había invitado a entrar a su casa, pero que ya desconfiaba de él. Podía olerlo.

No evitó el contacto visual ni le devolvió la sonrisa nerviosa mientras se colaba con aire indiferente, pero curioso.

Su tío lo imitó, apurando unos instantes para hablar a solas con la mujer.

Al parecer, tal y como Jess se había imaginado sin conocerla siquiera, le gustaba. Y mucho. Luke era un tío de "mírame y no me toques"; poco contacto físico y menos interacción que él. Tenía que gustarle mucho para pedirle que se comportara e su casa e inclinarse así hacia ella.

-Siento mucho el retraso-se disculpó Luke, ajeno a todo lo que le tenía en mente su sobrino- Tuvimos un pequeño malentendido sobre la hora a la que debíamos salir...

-No pasa nada- sonrió con la voz la tal Lorelai-. ¿Cómo va todo?

-Bueno, no va mal, pero...

Jess obligó a su cerebro a obviar la conversación de la misma forma que lo hacía inconscientemente con la visión constante de su nariz.

Paseó por el salón observándolo todo, analizando cada rincón y detalle que pudiera darle información de sus propietarios: cuadros variopintos (y horrorosos) por doquier, más de la mitad de las lámparas de la estancia encendidas, una chaisse longueelegante y amarilla con una manta violeta arrugada de cualquier manera y cojines de cuadros de colores (como los del pañuelo que colgaba de la pared de la escalera) sobre ella y, en la mesilla frente al sofá, migas de lo que supuso que sería pizza o algo parecido.

Los libros -insustanciales, en su mayor parte- de las estanterías estaban ordenados por orden alfabético, creando contraste visual por la diferencia de tamaños.

Junto a una lámpara de pie, había un maniquí bien proporcionado con un vestido en tonos rosas y pastel a medio acabar.

Y su mirada se posó en la repisa de madera de la chimenea y en la cantidad de fotografías que había sobre ella. La mayoría de una niña que parecía sacada de una revista de moda infantil; disfrazada de calabaza, sentada a la sombra de un arbusto, junto a un gnomo de jardín abrazando un gato, pintando una valla de blanco con un pañuelo en el pelo...

Paseó la vista con rapidez por la recopilación de momentos familiares en los que solo aparecían dos personas, generalmente abrazadas: la adorada Lorelai de su tío y una muchacha de cabello castaño y los mismos ojos azules que lo observaba desde los marcos baratos, como si pudiera leer su alma.

Tomó una de las imágenes, con el corazón encogido y parpadeó apretando los labios y mirándola con fijeza. Era preciosa. Parecía un ángel.

La dejó donde la había encontrado, con una sensación extraña en el pecho.

-Eh, Jess, ¿quieres pasar a la cocina?-preguntó con amabilidad Lorelai.

Él asintió, todavía conmocionado, siguiéndola sin saber qué pensar. Separando el comedor y la cocina había un dispensador de agua, frente a una máquina de coser y un mueble con servilletas sobre una caja organizadora y el teléfono. Eran raritas, vaya.

-Sookie, Jackson, os presento al sobrino de Luke. Este es Jess.

-¿Te gusta el queso?

-¿Qué?-preguntó tratando de entender si era algún tipo de broma de bienvenida o algo.

Sookie no le respondió, porque el hombre había mordido un limón y le urgía para que ella también lo probara.

-Dios mío, es el limón más grande que he cultivado en vida. Es tremendo, Sookie. Tienes que probar este limón, ¿no es increíble?

Jess aceptó entonces que estaba rodeado de locos. Lorelai lo miró casi con algo parecido a una disculpa en los ojos y él contuvo una sonrisa.

Ahora lo tenía claro: Liz lo había mandado a aquel pueblo para que perdiera la poca cordura que parecía tener por los dos. Lo que seguía sin entender era porqué Luke parecía medio normal todavía, viviendo allí.

-Es un limón increíble-le dio la razón la mujer, ajena a nada más que el trozo de limón.

Lo más extraño de todo fue cuando Jackson le ofreció un trozo de limón. Así, sin más. Ni sal, ni tequila. El limón a secas.

-Pruébalo, es un Meyer...

-Jackson cultiva fruta para asustar a la gente-señaló con la mano Lorelai ante su mirada divertida y condescendiente. Miró al fondo y añadió-. Rory, ya están aquí.

-Ya voy.

Jess se dio cuenta de que las primeras palabras que había pronunciado eran las mismas que las que le había escuchado a su madre antes de abrirles. Miró con interés a la cabellera castaña sentada de espaldas, frente al ordenador y tomó nota mental de la organización desenfadada de su habitación.

Quería ir Harvard, porque tenía un tablón de corcho enorme con merchandising de la universidad. Sobre el escritorio, a ambos lados del enorme portátil, había borradores con letras angulosas, un carpesano y dos libros que podrían dejar K.O a alguien de un golpe.

Tres tipos distintos de lápices desperdigados por la superficie de madera restante, la lamparilla y un cesto con una vaquita de peluche. Había otra vaca al otro lado de la habitación. ¿Qué tenía por las vacas?

Entonces, ella volteó a verlo con una sonrisa y el mundo se paralizó. Dios, otra vez la sensación de aquella foto. Era ella.

-Hola.

-Hola.

Pero aunque tenían los mismos ojos, a diferencia de su madre, no lo miró con desconfianza. Lo miraba, simplemente. Con apreciación.

-Soy Rory.

Él asintió, obligándose a no quedarse quieto como un pasmarote y a dejar de mirarla como si fuera un acosador.

-Me lo imaginaba.

-Encantada.

Él no se presentó; pasó a la habitación, directamente, como si fuera la suya propia y curioseó la estantería. En la parte de arriba había música; abajo, libros. La organización era distinta de los del comedor... y la variedad, infinintamente mejor. Los reconoció todos y le reconoció a Rory, internamente, su buen gusto tanto literario como musical.

-Vaya, una colgada de los discos...-murmuró sin saber realmente qué decir para no crear una situación demasiado violenta. Chico y chica. Cama hecha.

-Oh, también leo.

Ahí estaba. Se había levantado de la silla. Y tenía una figura preciosa, por lo que pudo notar de reojo. Y Dios, estaban hablando de dos de sus tres pasiones. Solo esperaba que no le gustara el mismo tipo de películas que a él, porque sino sería una pesadilla sentimental.

De hecho, ya no sabía cómo sentirse. Olía bien. Muy bien. Parpadeó con pesadez, recorriendo con los ojos diferentes títulos.

Un libro le llamó especialmente la atención: Howl. ¿Qué narices hacía ese ángel, que debería dedicarse a contonearse por pasarelas, con el poema "obsceno" de Ginsberg?

-¿Tú lees?-le preguntó ella con interés.

-No mucho.

Y lo abrió. Cual fue su sorpresa al ver lo cuidado que estaba. Parecía casi nuevo. No tenía anotaciones. ¿Quién no escribe anotaciones en los márgenes de sus propios libros?

Al parecer, Rory Gilmore. Aunque quién sabe... quizás era porque no lo había leído.

-Si quieres, te lo dejo. Está muy bien.

Le prestaba su libro. Había leído Howl y no tenía anotaciones. Una idea le pasó por la mente.

-No, gracias-dejó el libro, con descuido sobre el mueble junto a la vela violeta (su mente voló a la manta del comedor del mismo color) en vez de volverlo a colocar en su sitio.

Así sería más fácil y rápido de volver a coger cuando ella no se diera cuenta.

-Si cambias de idea...-se ofreció, encogiéndose de hombros, todavía de pie junto a su escritorio bajo la ventana.

Quería saber si le incomodaba tanto su presencia como a él la suya, así que se acercó con actitud, sin dejar de curiosear. Era extraño.

Antes de que pudiera comprobar nada apareció Lorelai.

-Hay que alejar a Jackson de los limones-avisó, asomándose desde la puerta y alzando los ojos al cielo. Llevaba dos cuencos llenos de comida y Luke y Jackson pasaron por detrás de ella igual de cargados-. Trasladamos la fiesta al comedor.

-Ahora vamos-asintió.

Jess no lo tenía tan claro. Quería estar con Rory a solas. Quería entender, hablar con ella.

Cuando la madre desapareció de la vista, apartó las cortinas blancas, mirando afuera.

-¿Esto se abre?

-Sí, tienes que girar la manilla y empujar-explicó.

Demasiado confiada. Si sabes cómo abrir y cerrar desde dentro, puedes abrir y cerrar a placer desde fuera.

-Bien-ya tenía controlado cómo entrar y salir de la casa. La miró, haciendo un gesto con la cabeza-¿Vamos?

-¿"Vamos" a dónde?

-Fuera- obvio.

-No-contuvo la risa, sin entender.

-¿Por qué?-preguntó, atento al cambio de tono. ¡Ahora que por fin había conseguido abrir la condenada ventana...!

-Porque es martes por la noche en Stars Hollows- volvió a reírse, como si lo que acababa de decir fuera tremenamente gracioso-. No hay dónde ir. Las tiendas han cerrado hace veinte minutos.

Jess desvió la mirada, sin terminar de entenderlo.

-Podemos andar un rato o sentarnos en cualquier sitio a mirarnos los pies.

Ella jadeó divertida, como si tratara de no reír para que aceptara su punto.

-Oye, Sookie ha hecho una tonelada de comida muy buena y estoy muerta de hambre-juntó las manos mientras se explicaba, un poco nerviosa y evitando mirarlo-. Y aunque te cueste creerlo, será divertido. Créerme-sonrió.

La sonrisa era adorable, pero había algo en la forma de mirar que decía todo lo contrario. Manejaba la situación, sabía que iba a ganar hiciera lo que hiciera y dijese lo que dijese.

-No te conozco.

-¿Y no puedes creerme?

Eso había sido lo más dulce que habia escuchado en su vida. Nada más que con su forma de hablar hacía que sintieras que podías confiar en ella y lo sabía, la muy lista. Así que optó por hacerse el duro y el pasota, que tan bien se le daba, para protegerse de tanta "adorabilidad".

-Puede.

-¡Genial!-sonrió ampliamente, como si se alegrara de verdad de escuchar una respuesta tan vaga y ambigua- Entonces, a comer.

Y Jess lo entendió. Lo supo entonces, viéndola dirigirse con paso confiado hacia la cocina: Rory Gilmore era para él. O él era para ella, pero iban a estar juntos. Era perfecta, no podía negárselo más, por mucho que quisiera.

Volteó a mirarlo para ver si la seguía. Al final, había terminado consiguiendo que no saliera por la ventana de su cuarto.

-¿Un refresco?- ofreció, abriendo la nevera.

Jess cogió el libro al vuelo y lo metió con una habilidad pasmos en el bolsillo trasero de su pantalón. Adoraba esos pantalones.

-Sí, yo lo cojo.

-Vale.

Demasiado confiada. ¿Quién deja a un extraño (que le acaba de robar un libro) en su cocina con una sonrisa? Rory se fue al comedor, con coca-cola en la mano, caminando con inseguridad.

Sabía que él sabía que no dejaba de observarla en todo el trayecto a la mesa. Sus ojos no la abandonaron en todo el trayecto hasta que desapareció de su campo de visión.

-...puede distinguir cualquier variedad de tomate solo tocándolo, con los ojos cerrados...

Sacudiendo la cabeza, abrió la nevera. Aquello no estaba pasando. Tenía que encontrarle algún defecto a esa chica.

-¿Sabíais que el pan antes se hacía con arroz...?

-¿En serio?

Rodó los ojos, abriendo la puerta de la cocina. No podía ser. Estaba rodeado de locos y todo se pega menos el dinero.

Necesitaba una cerveza. Y un cigarrillo. Y a Rory Gilmore lejos, para poder pensar.