Aclaraciones: Los personajes de Candy Candy desafortunadamente, no me pertenecen. Si lo hicieran, creánme que no hubieran acabado de la forma en que lo hicieron. Escribí esta viñeta pequeñísima para manifestar mi inconformidad hace un tiempo. La encontré y decidí subirla. Culpen al chocolate.
Alcohol.
La bebida recorrió mi garganta produciéndome una sensación de ardor, de dolor. Apoyé con firmeza el vaso en la barra y pedí más. El cantinero me dirigió una mirada de lástima y lo vi negar con la cabeza un par de veces. ¿Qué, acaso sentía pena por mí¡Sírvame más, maldita sea!
Más por obligación que por gusto, lo vi rellenar el vaso de nuevo y me bebí el contenido de un solo trago. Cerré los ojos con fuerza, pues estaba comenzando a marearme. Debía de estar ofreciendo una imagen verdaderamente patética. Ni siquiera recordaba a la hora exacta en que entré al bar. Debía ser muy tarde. La parduzca luz del lugar le proporcionaba un aspecto tenebroso a los rostros de los hombres que al igual que yo, se aferraban a la bebida etílica que los hacía sentirse tan bien. Jugaban cartas, balbuceaban estupideces, se reían con esa felicidad que nadie puede comprender. Maldición, como los envidiaba. No estaban solos, como yo.
Sentí vergüenza de mi posición. Tenía hundido el rostro entre las manos, con todo el cabello cubriéndome la cara para que nadie pudiera reconocerme pues últimamente mi fotografía aparecía con demasiada frecuencia en los periódicos después de que abandoné la compañía. Había sido calificado como "vergonzoso", "una ingratitud" y demás eufemismos que los periódicos tenían que usar para no ser censurados; Karen había intentado defenderme sin lograrlo. Susanna aparecía con aquella lastimera mirada de congoja que tanto odio pidiendo que dejen de molestarme, que me están juzgando mal.
¿Juzgándome mal? No, no lo hacen. Soy Terence Grandchester, el alcohólico, el fumador. El mal ejemplo, la deshonra de la familia.
El idiota que ahora estaba en Chicago, esperando que el amor de su vida le perdone por todas las idioteces que hizo. Confiando en que Albert no se aparezca de nuevo a sermonearme.
Porque no volví. Le prometí unirme a la compañía, reiniciar mi arruinada vida y casarme porque yo había decidido ese destino. ¿Y si no quería, qué¿No podía siempre salirme con la mía?
Claro que puedo. Puedo quedarme aquí, toda la vida, bebiendo de la botella de whisky que parece comprenderme.
Un vaso más de whisky y la inconsciencia. El olor de sus cabellos, el brillo de sus ojos verdes. Y la promesa de que lo lograré. Haré que me ame de nuevo... y viviremos juntos, felices.
Como siempre debió haber sido.
N/A: Uhm. Ya me dirán qué tal me quedó. No fue muy de agrado, pero aquí la dejo.
