The Vampire Diaries no me pertenece, es de L. J. Smith.


Guárdate del maldito.

I.

Y él… mordió, sin importar ni el ayer ni el mañana, lo único que importaba era el suculento manjar frente a sus ojos.

Sangre. La esencia de la vida –ahora– perdida.

Un monstruo, sí, lo era, por aprovecharse de la vida humana, él, en su capacidad de inmortal tenía el poder; y le gustaba.

Ella era deliciosa, piel suave, como mantequilla contra sus afilados colmillos; sangre, la sangre mas apetitosa que nunca había probado… y era sólo suya.

Se sintió egoísta; y claro que lo era.

Bebería y bebería hasta saciarse, eso es lo que hacía, nada tenía que cambiar.

—Por… favor… —susurró la criatura entre sus brazos. Porque él la había apretado contra si sin darse cuenta.

Y la soltó, ella tenía que estar inconsciente a estas alturas, no rogando. La vio fijamente, buscando algo que él no comprendía.

Ella abrió los ojos; y lo vio por primera vez de verdad, a su ángel de la oscuridad.

—No pidas que me detenga, es imposible, no puedo hacerlo… —dijo, no tenía que haberse dedicado a conversar, tenía que beber, beber e irse ahora, ella no importaba.

No, nada importaba más que la deliciosa sangre que corría por sus venas, dentro de ella, nada en este mundo.

—Entonces; acaba ya con esto.

Y eso lo sorprendió, supuso que ella estaría gritando y haciendo estupideces, más sin embargo, ella sólo se rindió.

Y deseó leer su mente, saber que… leer su mente, no podía escucharla.

Pero ella no estaba inconsciente ni muerta, vivía y estaba despierta, pero él no podía escucharla.

La alejó y apretó sus hombros –causándole daño, no importaba–, y la miró a los ojos, tratando de leer ese revoltijo de miedo y asombro de color café.

— ¿Quién eres? —masculló.

Ella entreabrió los labios, pero no tenía idea de qué responder.

En un rápido movimiento, la fría lengua del ángel estuvo en su cuello, frío contra calor, y ella no pudo evitar gemir.

Y él masculló un «diablos», la tomó entre sus brazos y comenzó a correr lejos de ahí.

« ¿Qué quien era? Si, pues, era su peor pesadilla.»