Un sonido proveniente de la sala rompió el silencio que había en la casa. Unos pocos segundos pasaron y hubo silencio de nuevo. Luego, otra vez.

Ese sonido siempre fastidiaba a Inuyasha, quien pensaba que nunca lo dejarían descansar alguna vez.

—De nuevo… —murmuro en voz baja— ¿Quién estará molestando justo cuando me pongo a descansar? —dijo con algo de enojo y se bajó de la cama.

Con los ojos pesados, las pantuflas puestas y el cabello despeinado, tambaleándose se dirigió a atender el teléfono.

Estaba viviendo solo desde hace una semana, desde que su hermano mayor se desapareció supuestamente por motivos de trabajo, pero desde que se fue, nunca le escribió ni lo llamó. Sospechó que fue a buscar a su padre, quien los había dejado solos por el mismo motivo.

Sólo espero que valga la pena… Que no sea un número equivocado —pensó al tomar el tubo— ¿Diga?

— ¿Hablo con el joven Inuyasha Taisho? —dijo una voz masculina y que nunca antes había oído.

El joven abrió los ojos de la sorpresa y se quedó mudo por unos segundos. Se preguntaba cómo ese hombre sabía su nombre. Frunció el ceño y contestó:

— ¿Quién eres? —dijo descortés.

—No lo tome así, joven —dijo aquella voz intentando calmarlo— Soy un forense… —Inuyasha se sorprendió más— Tu padre Inu no Taisho ha muerto.

Un pequeño gemido salió de su garganta, en donde un nudo comenzó a formarse. Sus manos empezaron a temblar al igual que sus piernas, intentaba abrir la boca para poder decir algo, pero no podía, el nudo estaba bloqueando la salida de las palabras.

—Mis más sinceras condolencias —dijo aquella voz y la llamada se cortó.

Silencio. Un minuto de silencio. Aunque no era su intención brindarle ese minuto de silencio a su padre, lo hizo.

Sus ojos de zafiro empezaron a acumular un poco de agua, pero una piedra detuvo el río de lágrimas. La piedra de la fortaleza.

No, no debo llorar —pensaba—No debo hacerlo…

Colgó el tubo en su lugar y con notable enojo en su mirada subió a su cuarto, dando unos fuertes zapatazos al caminar. No sólo eso, también cerró la puerta de un portazo al entrar a su habitación.

Tenía la respiración agitada, apretó el puño y los dientes, se sentía frustrado, más solo que antes. Pero sabía que en una situación así…

—Debo ser fuerte —murmuro, pero su temperamento era difícil y no pudo evitar comenzar a golpear la pared con fuerza— ¡Maldición! ¡Maldición! ¡Tuvo que irse ahora! ¡Ahora! —pensaba con ira.

Pegó la palma de sus manos a la fría pared y recostó su cabeza por ella. Poco a poco, la calma volvía a su inestable corazón, lleno de vueltas y venidas, subidas y bajadas, aún sin saber que ahora le esperaba puñaladas y disparos…