Confluencia.
¿Por qué he de estar aquí, oh Dios, yo, una semilla verde de pasión insatisfecha, una loca tempestad que no busca el oriente ni el poniente, un fragmento errabundo de un planeta en llamas? ¿Por qué estoy aquí, oh Dios de las almas perdidas, tú que estás extraviado entre los dioses?" (El Loco, Gibrán Jalil Gibrán)
Crónicas 4:1
El callejón parecía tétrico bajo la pálida penumbra de luna media. Había sido un día caluroso, el frescor de la noche arrancaba volutas de niebla del asfalto. Ángel conducía su convertible. A su lado, Gunn examinaba la intrincada oscuridad de las callejuelas aledañas, entornando los ojos contra el reflejo platinado de los grandes ventanales de L.A., ya llevaban dos horas patrullando y la falta de acción estaba erizando sus nervios.
- Es absurdo Ángel, es la tercera vuelta por la zona y nada –la desesperación se traslucía en su voz.
- Cordelia no se equivoca, bueno no tan seguido... –contestó lacónicamente desviando por un instante la atención del camino.
- ¿Vamos, demonios inidentificables... espadas... una encrucijada? ¿Qué puede significar?
- Es lo que intentamos averiguar. Wesley está aún investigando –terminó sin darle mayor importancia.
- A veces quisiera que fueran más... –se interrumpió, del callejón que habían dejado tres calles atrás se oían fuertes zumbidos de descargas eléctricas y truenos aislados, ahogando los gritos de alguien.
Ángel frenó bruscamente virando el volante, iban en sentido contrario, evadiendo coches, aporreando la bocina, finalmente entraron al callejón. Gunn se soltó del panel del coche y respiró ruidosamente. En medio de la penumbra, a diez metros de ellos yacía un cuerpo. Ángel aguzó la vista. Hacia el final del callejón vio una figura negra correr velozmente. Arrancó a correr a grandes zancadas en pos de ella. Súbitamente trepó a un alféizar para obtener un panorama más amplio y lo vio, saltó ferozmente alcanzando a asirlo de la presilla de la manga, la figura se deshizo hábilmente del abrigo con una rápida maniobra asestándole un fuerte codazo que le sacó el aire, para después huir a toda prisa. Ángel se incorporó, la sorpresa ocasionada por el inesperado golpe había devuelto su rostro humano. Miró fieramente hacia la esquina, el extraño desaparecía dando la vuelta. Regresó junto a Gunn, apretando en sus dedos el abrigo negro. Gunn alzó la vista negando con la cabeza.
- Lo perdí –dijo Ángel mirando el cuerpo, usaba una gabardina gris manchada de sangre, la cabeza dejada de lado en una extraña, sobrenatural casi-ausencia de sangre.
- ¿Qué tipo de demonio pudo hacer esto? –la pregunta de Gunn sonó más para sí mismo.
-Uno con apariencia humana, pero no creo que sea humano –dijo tendiéndole el abrigo. Se encaminaron hacia el auto, a lo lejos se oía la sirena de los autos policíacos. Arrancaron perdiéndose en la noche.
De vuelta en Seacouver, en el desván de Mac...
Mac repasaba ociosamente las hojas de su libro, sin leerlo, más bien trataba de recordar la última vez que Methos había estado por tan largo tiempo, ya casi dos semanas, quedándose en su casa, "creo que fue aquella vez cuando regresó del Tíbet, ¿o fue con lo de Robert y Gina?... no ésa era la barcaza... en fin, es agradable tenerlo alrededor por un cambio, aunque sigue insistiendo con esa extraña historia de vampiros".
- ¡Juro que era un vampiro Mac! –aseveró mordisqueando una galleta.
- Methos... los vampiros no existen –levantó la vista del libro que leía.
- Una rareza hablando de otra –contestó Methos sonriendo furtivo.
- Muy gracioso –dijo MacLeod alcanzando una galleta.
- No lo es... perdí mi espada... –MacLeod lo miró, incrédulo. ¿Estaba realmente preocupado? ¿Bromeaba?.
- Consigue otra... ¿No te gustan las katanas? –trató de volver a su libro.
- Tenía 500 años con ella, digamos que... le tengo aprecio, Ricardo la mandó forjar para mí.
- ¿Cómo fue? –dejó definitivamente de lado su libro.
- Bueno, fue un regalo que me hizo por una traducción que... –comenzó Methos sin soltar su galleta.
- El encuentro... –interrumpió MacLeod, frunciendo el ceño y moviendo la cabeza.
- Tremblay me siguió y me retó. Entramos al callejón y peleamos. Apenas estaba sudando el quickening cuando llegaron, eran dos, en un convertible negro. Uno corrió hacia Tremblay y el otro hacia mí... ¡Saltó a un alféizar a tres metros de altura del suelo!... bajó y me tomó de la presilla del abrigo –señaló su hombro– sentí su contacto... aún a través de la tela... era frío como la muerte... Eso me hizo deshacerme del abrigo –añadió con rapidez, simulando un estremecimiento. MacLeod se rió abiertamente.
- ¿Por estar frío es un vampiro?
- ¡No! Le di un codazo y eché a correr, –contestó Methos mirándolo resentido– pero... por un breve instante, cuando doblaba la esquina volví la vista y... su rostro se había transformado. Huí como endemoniado.
Acercándose a su cumpleaños 410 en el planeta, MacLeod nunca había visto un vampiro. Evitó formular la pregunta que revoloteaba en su cerebro. Methos no se caracterizaba mucho que digamos en ser ortodoxo, y generalmente parecía que no se tomaba muchas cosas en serio, se preguntó si se estaría mofando de él. Se mordió los labios. Miró a su amigo masticar goloso las galletas, con gesto despreocupado. Algo hizo sonar una alarma en su cerebro. Methos no era lo que aparentaba, tenía que recordárselo constantemente. MacLeod negó con la cabeza y exclamó: "¡Vas a ir tras ella!". El viejo volvió la vista y esbozó esa ¡Dios, tan irritante! sonrisa.
- ¿Tanto te preocupa recuperar tu espada... o es sólo curiosidad?
- Un poco de ambas.
Pekín, Agosto de 1900.
Las balas silbaban atravesando el aire. En medio del barullo y la confusión levantada por la locura de sangre y xenofobia la gente corría de un lado a otro, la mayoría sin entender qué sucedía. Una bala perdida atravesó su hombro izquierdo y Methos se maldijo una vez más por estar ahí, en este preciso lugar "Perfecto, salté de la sartén al fuego, sólo a mí se me ocurre viajar en tiempos violentos, estaría mejor en Escocia, tal vez Egipto... cuando menos en el Tíbet jugando al monje... sí el Tíbet está más cerca..." se dijo refunfuñando, mientras entraba trastabillando a una bodega. Se quedó paralizado en la sombra al ver la escena: una jovencita china de baja estatura peleaba ferozmente contra un hombre alto y delgado imprecándolo en un Inglés salpicado de chino, los golpes que se propinaban mutuamente eran asombrosos, ambos parecían poseer fuerza sobrehumana. En ese momento la fascinación que sentía pudo más que su sentido común. Se quedó.
Los destellos rojizos de los incendios iluminaban la bodega. Parecían ir parejos en el intercambio de golpes, de pronto la lucha tomó un giro diferente. El hombre tomó a la chica del cuello y la golpeó bruscamente en el rostro, atontándola. Sintió el repentino impulso de saltar encima de él y hacerlo soltar a la chica, sólo se contuvo al oír el crujido sordo de huesos rotos. El absurdo acceso de terror que sentía luchaba con su mente racional, las alarmas de su instinto de supervivencia se dispararon alocadamente, sentía que el latido de su corazón podía oírse. De pronto escuchó al hombre sisear : "Sangre de cazadora" y lo vio inclinarse sobre el cuello de la chica, a su alrededor el ruido de las balas se incrementaba y las leves explosiones de la calle enmarcaban esa escena extraña. Tras una eternidad el hombre echó la cabeza hacia atrás. Methos abrió los ojos desmesuradamente al advertir los rasgos de la alta figura, estaba transmutado: una piel coriácea fruncía su frente proyectándola hacia adelanta, la piel carente de color lucía reseca en la contraluz, unos ojos amarillos casi sin blanco con un punto negro por pupila y unos afilados, largos colmillos ensangrentados. Se pegó a la pared lo más que pudo escondiéndose entre las sombras y se deslizó silenciosamente buscando la salida. Salió corriendo al exterior y se agazapó detrás de una carreta volcada; a su lado, un Culi yacía doblado sobre sí mismo como si fuera de trapo, movió la cabeza con pesar y enfocó la vista hacia la salida de las bodegas y lo vio salir. Aún estaba esperando que acabara la lluvia de balas cuando observó que regresaba, acompañado de una hermosa mujer de cabello negro atado en un moño y de ojos oscuros desorbitados por un destello de locura. Se replegó contra la pared y se escondió en las callejuelas, dejando pasar los grupos de militantes encaminarse hacia la embajada inglesa que él abandonara al iniciar la tarde.
- Lo último que recuerdo es haber visto dos parejas retirándose en medio del fuego, sin temor, como ajenos a los acontecimientos... y creo que uno de los hombres es el que me siguió esta noche –finalizó su relato, regresando su mirada interior hacia el presente. MacLeod lo miraba preguntándose si era cierto.
Los Ángeles
Ángel examinó la espada dubitativo, recorrió el dorso de la hoja con el dedo, hundiendo la yema en la delgada acanaladura central. No, no tenía nada de excepcional, de hecho se parecía a la suya, sólo que parecía perfectamente afilada, aunque unas cuantas mellas afeaban el borde, definitivamente había habido una lucha. Gunn lo miraba con curiosidad, Ángel amaba las espadas, las armas en general, lo había visto usar varios tipos. Wesley se acercó, moviendo desolado la cabeza, traía el abrigo en las manos.
- No hay identificación –dijo extendiéndolo, señaló con el dedo el interior– y esta tela adhesiva que sostenía la espada es muy común.
- Seguro no es un Armani –exclamó Cordelia acercando la etiqueta– y huele rico.
- No, pero de todas maneras no es tela local, tiene la etiqueta en francés –dijo Wesley señalándola y mostrándoselas.
- ¿Abrigo en Los Ángeles? –preguntó Cordy haciendo una mueca.
- Tal vez es para ocultar la espada –completó Gunn señalando el largo bolsillo interior a la altura del pecho, se veía un refuerzo de ojal.
- ¿Francés? Entonces es un asesino muy refinado –comentó Cordy– o extranjero.
- No creo que sea un asesino –dijo Ángel enseñando la otra espada que habían recogido. Casi lo había olvidado, el cadáver asía una espada larga, probablemente celta.
- Cordy. Trata de recordar ¿Cómo era el hombre que viste? –dijo Ángel pensando si no había omitido algún otro detalle.
- Tenía un abrigo como ése... era alto, corpulento, cabello largo suelto, ojos grises creo... no recuerdo más... ¡Espera! El abrigo no era abrigo, no se parecía a este, era una gabardina... como la tuya... era negra que... lo siento Ángel.
- Entonces no era... erramos el blanco –dijo Ángel sin dudar.
- No lo creo ¡Le cortó la cabeza! –exclamó Gunn con incredulidad.
- Hay un demonio que acostumbra degollar a sus víctimas... el Guijar, sería posible que... –intervino Wesley deteniéndose ante la mirada adusta de Cordelia.
- Ese degüella con sus garras... dijo que era una espada –señaló a Cordy con la cabeza–, creo que enfrentamos un humano –remarcó Gunn.
- ¿Que corta cabezas? –preguntó Wesley algo incrédulo.
- Tal vez fuera en defensa propia –añadió Cordy.
- Empecemos por averiguar sobre la espada del hombre que escapó –finalizó Ángel.
