Se sentía enfermo, lloraba al escribir en un pequeño diario palabras muertas como su adorable hijo, sus lágrimas desaparecían entre la densa oscuridad, iluminadas por un foco azul aguamarina. Su alma era atacada por un terrible sentimiento de culpa, odio, muerte y tristeza, con cada letra que plasmaba con amor en aquellas hojas de papel podía sentir que un trozo de su ser moría, más bien era liberado tomando como forma granos de polvo que caían contra el suelo.
Lloraba, tapaba su rostro con sus manos recordando momentos que fueron arrebatados, lloraba porque todo lo que amó se desplomó contra el piso y no volvió a levantarse, lloraba porque... estaba feliz de que en cualquier momento iba a alcanzar a aquellos que se adelantaron en un mundo de paz y tranquilidad.
Asgore Dreemurr cerró la puerta de su habitación, bloqueó la misma con una gigantesca librería y se propuso a continuar escribiendo sus últimas palabras en silencio, mordía sus labios debido a que con el pasar de los segundos se debilitaba, sólo deseaba estar solo y descansar, tantos años de cargar con el mismo castigo de soportar un sin fin de tragedias era algo con lo que no podía cargar. ¿Qué pensaría la gente del Underground? ¿Felicidad? ¿Amor? ¿Tristeza? ¿Desesperación liberada en un mar de lágrimas?
Dreemurr terminó de relatar sus historias de grandes guerras, sobre cómo el nuevo futuro gobernante tendría que actuar, asesinato de humanos en el subsuelo, al final, una linda firma lamentando el no poder estar más con todos sus allegados con una marca de sangre al final.
Estaba cansado, se miró al espejo y su rubio cabello se volvía blanco, se veía viejo y acabado, de un momento a otro era ciego, no podía mirar, sentir, oler, perdía todos sus sentidos. Al caer contra la gigantesca cama se desvaneció, dejando sus ropas con un polvo blanco..., descansaba al fin, aceptó su partida, esa mortal derrota.
