Con los dedos temblorosos acarició el pelaje anaranjado de Rajah, levantó su mirada café con nerviosismo para cerciorarse que nadie le había seguido hasta el patio. Después la apartó para posarla sobre el gran árbol que se apoyaba en el muro que separaba el palacio del mundo real. El animal ronroneó con preocupación al sentir la ansiedad de su dueña y empujó suavemente su cabeza contra su mano para calmar la tensión que emanaba la joven princesa. Jasmine esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos, susurró un gracias a su amigo y abandonó su contacto para comenzar a escalar por naranjo. Antes de saltar por encima de este echó una rápida ojeada por encima de su hombro, sonrió al ver como el tigre se había acercado a ella y le observaba con preocupación en sus ojos verdes.
—No te preocupes, amigo. No tardaré en regresar.
Dicho esto se dejó caer con cuidado sobre el terraplén, para no caerse y hacerse daño, para no manchar sus ropajes. Cuando descendió por este se quitó el polvo de sus pantalones sirwal de color turquesa y se echó la pashmina blanca por encima de su cabeza y sus hombros. Dudó unos segundos si su ropa no destacaría con respecto al de la multitud, pues había tomado los ropajes más sencillos que tenía en su armario. Eran hermosos, de buena seda, que podrían pertenecer a una joven adinerada pero no a la princesa de Agrabah. Llevaba un qamis blanco con bordados en dorado en los puños de las mangas y en el cuello; en sus pies llevaba unas babuchas doradas. Su frente era decorada por un pequeño zafiro del tamaño de la yema de un pulgar, su larga trenza oscura estaba adornada con perlas y sedas turquesas.
Sus pies le llevaron hasta su destino, el palacio del Shahrban del sultán, quien estaba celebrando una de sus muchas fiestas anuales, a las que Jasmine no se le estaba permitido acudir. Pero aunque esto fuese así, esta vez se había saltado la norma de su padre para poder alejarse del palacio y todo lo que esto conllevaba. Estaba cansada de que cada día un desconocido acudiese a su casa para pedirle matrimonio como si fuese más que un jamelgo en el zoco. Los hombres tan solo valoraban dos cosas: su belleza y su riqueza. Y eso le crispaba los nervios y le entristecía su corazón, Jasmine era mucho más que un rostro hermoso. Era inteligente, amaba leer y aprender sobre cualquier arte; de hecho, sin que su padre se hubiese enterado había asaltado la biblioteca sobre tomos de estrategia militar. Lo cual de enterarse el sultán fallecería de la impresión.
Sacudió la cabeza para quitarse todas aquellas penas, no había acudido a aquel palacio para penar, sino para despejar su mente y divertirse. Jasmine tragó saliva y entró por la entrada principal sin que ninguna de las personas de su alrededor la mirase y tuviese que hacer una reverencia ante su presencia. Tampoco la echaron de la entrada como en un principio hubo pensado por no estar invitada, la calidad de sus ropajes al fin y al cabo delataban que procedía de alta cuna.
El palacio del Shahrban no distaba en gran manera del suyo, grandes arcos polilobulados y cromados flanqueaban cada entrada, en las paredes había tapices y en los suelos hermosas alfombras de colores vistosos. Cuando quiso darse cuenta se encontraba en el epicentro del festejo: el patio. Este estaba rodeado por árboles frutales y en el medio había una fuente que refrescaba el ardiente clima del desierto. El sol estaba a punto de descender totalmente entre las dunas proporcionándoles una luz dorada que hacía relucir el patio del mismo color.
Jasmine miró en derredor observando con cautela a los invitados que reían y charlaban los unos con los otros. Bajó la mirada y caminó hacia una de las bandejas que tenían pequeños pedazos de queso de cabra con pepino, el olor a azahar le golpeó cuando llegó hasta la mesa. Tragó saliva sintiendo que su estómago se revelaba al ver a aquella exquisita comida, había desde tayin hasta baklava. Pero sus ojos se posaron en el cuenco de crema de berenjena. Con las puntas de sus dedos cortó un trozo de lavash y untó en la crema de color blanca y se lo llevó a la boca.
Había sido mala idea saltarse la cena de aquella manera. Pero no se retractaría de sus decisiones, estaba tan enfadada y decepcionada con su padre, pues antes del ayuno le había precedido una discusión acalorada con su padre sobre su futuro. Ella podría ser una princesa, lo cual no quería decir que tuviese que depender de un hombre en todos los aspectos en su vida. Y si se casaba sería por amor, no por conveniencia. Ella era capaz de mucho más de lo que todos creían.
A lo lejos vio un rostro conocido, uno de los consejeros de su padre, por lo que giró sobre sus talones con el corazón desbocado y anduvo con paso ligero hacia uno de los laterales del patio, donde se encontraban los limoneros. Se colocó la pashmina sobre su cabeza y sus hombros y se giró hacia los árboles frutales para dar la espalda al resto de los comensales. Cerró los ojos y oró en silencio porque aquel hombre no la descubriese. Era la primera vez que salía del palacio sin escolta, la primera vez que acudía a una fiesta, que no fuese en su honor o en el de su padre. Era la primera vez que podía ser una persona totalmente diferente. Sin deberes, sin órdenes, sin responsabilidades. Simplemente libre.
—Si desea que no la descubran, lo mejor es no tener una actitud sospechosa, señorita—susurró una voz grave cerca de ella.
Jasmine dio un respingo y llevó sus manos llenas de anillos dorados a su boca para ahogar un grito de terror. Se giró hacia su izquierda para encontrarse con su interlocutor. Tuvo que estirar su cuello para poder mirarlo a los ojos. Y cuando lo hizo una mirada negra le observó con curiosidad y diversión. Jasmine tragó saliva y reculó un par de pasos, disimuladamente llevó una de sus manos a los pliegues de su sirwal donde había una ligera abertura, donde guardaba una daga. Enroscó sus dedos en el mango del arma y el frío del acero calmó ligeramente el trote de su corazón y el ritmo de su respiración. Jasmine frunció el ceño y se recordó a sí misma de no ser arrogante con respecto al resto de invitados, esto podría delatar su procedencia.
El hombre era alto, portaba un keffiyeh rojo oscuro que tapaba su rostro ocultándolo, tan solo podía ver sus ojos enmarcados por unas gruesas cejas. El hombre vestía con un qamis negro con bordados en dorados, unos sirwal rojos oscuros y unas sandalias de cuero. Sobre sus hombros llevaba una rida' de color rojo brillante con bordados también en dorado. Su tikka negro sujetaba un kiliç sin vaina.
Jasmine forzó su mente para poder contestar cuanto antes, cuanto más tardase más responder más sospecha aparentaría.
—Tan solo aquellos que desean pasar desapercibidos, son los que ven en el resto sospecha—pronunció con la voz más neutra que pudo sacar.
Al parecer su respuesta había sido satisfactoria por lo que el hombre estrechó ligeramente sus ojos, aunque la joven no pudo discernir si se trataba de una mueca o de una sonrisa, ya que no veía su boca.
—Y aquellos que se ocultan también, señorita.
Jasmine estrechó sus ojos y frunció el ceño, por lo que llevó sus manos hacia su pashmina y la retiró suavemente de su cabeza hasta que la tela cayó sobre sus antebrazos con delicadeza. Le dedicó una mirada altanera y desafiante al hombre, retándole a que él mismo también se destapase. Pero tan solo consiguió con risa suave de aquel extraño. La princesa tragó saliva al escucharla, creyó que jamás había escuchado un sonido como aquel, era como escuchar el rumor de un río: ágil, fresco y refrescante. Intentó engañarse a sí misma y convencerse que su corazón había dado un brinco por el temor de ser descubierta y no por desear volver a oír aquella risotada.
—¿Poseéis un motivo concreto por el que habéis acudido a este festejo, señorita?—preguntó el hombre descruzando los brazos que tenía apoyados sobre su pecho.
Jasmine frunció el ceño al reconocer una mangala de cuero en su mano derecha. Si tenía aquel guante es que poseía un ave rapaz, lo cual le podría traer problemas. Disimuladamente apartó la vista, tanto para ganar tiempo para la respuesta como para poder hallar con su mirada al ave del desconocido.
—¿Y usted, sahib?—replicó ella con una sonrisa de medio lado.
Los ojos del hombre se estrecharon suavemente por las esquinas y esta vez Jasmine estaba segura que este estaba sonriendo.
—Cuan evasiva se encuentra esta noche, señorita.
—Al menos yo muestro mi rostro a la compañía y esta sabe que no guardo intenciones perniciosas—se defendió la princesa cruzándose de brazos y alzando la barbilla para señalarle.
—Pero yo no espanto a mis compañeros con tal lengua afilada que corta más que un shamshir.
—Si tanto le hiere, tan solo tiene que limitarse a dejar de dirigirme la palabra, sahib—contestó Jasmine poniéndose de puntillas y arqueando las cejas.
Antes de que el desconocido pudiese replicar, la joven giró sobre sus talones y le dio la espalda para encaminarse hacia una de las arcadas que daba a uno de los pasillos del palacio. Jasmine se mordió el labio inferior para intentar aguantar una sonrisa de satisfacción, diversión y anticipación. Aligeró sus pasos y atravesó la arcada hasta llegar a uno de los pasillos de la mansión. Si sabía algo de arquitectura y si el resto de palacios imitaban al del sultán, entonces algunos de los balcones se encontrarían cercanos a los aposentos. Por lo que se dirigió hacia el ala oeste del palacio.
Estuvo caminando durante un largo rato, cada vez que giraba una esquina echaba un breve vistazo por encima de su hombro para asegurarse si alguien la seguía. Con una sonrisa llegó a uno de los balcones que daba hacia la calle del zoco. Desde su posición podía observar a los mercantes que iban de un lado hacia otro para recoger aquellas mercancías que llegaban con la luz de la luna menguante. Desde el balcón de su alcoba también podía ver las calles de la ciudad, pero no desde tan cerca.
Colocó su codo sobre la barandilla de la balconada y su mejilla sobre la palma de su mano y con una sonrisa se imaginó qué posibilidades podría haber tenido si hubiese podido vivir otra vida.
No despreciaba ni banalizaba todo lo que su padre había hecho por ella, estaba conforme con su vida, pues comía cuatro veces al día y dormía bajo techo sobre almohadas de la mejor seda. Pero se descubría a sí misma fantaseando sobre si alguna vez pudiese vivir otra vida le gustaría haber trabajado como mercante, podría haber ayudado a su padre a vender en el zoco. Podría viajar más allá de la ciudad para ver otros países, para poder cabalgar por el desierto. Incluso aunque hubiese sido imposible le hubiese gustado tener su propio negocio. ¿Qué vendería? Sedas desde todos los lugares del mundo, procedentes de la India, de China o incluso lugares aún más remotos. También podría haber vendido joyas o incluso armas. Podría haberse vestido de chico y haberse batido en lizas con otros muchachos para saber quién era mejor en el arte de la espada. O incluso el arco. Podría cabalgar sin preocupaciones algunas por las calles del zoco. Incluso… Podría amar a quien ella desease.
Un frescor le sacó de sus pensamientos, se dio cuenta que una solitaria lágrima recorría su pómulo. Con la punta de su índice la tomó y la miró con tristeza y amargura. Sabía de sobra que su posición era agraciada. Pero se sentía enjaulada en el palacio. Era una jaula con barrotes de oro y diamante. Una hermosa cárcel.
Un chasquido le hizo girar su cabeza a su izquierda. Se encontró con unos ojos amarillos y un pico amarillento enorme. Dio un grito y reculó un par de pasos. Se trataba de un halcón de plumaje negro y blanco, que al final de sus alas tenía una pequeña franja roja casi imperceptible. El animal chilló asustado y agitó sus enormes alas levantando un fiero viento. Jasmine retrocedió un par de pasos asustada, pero pisó la pashmina que se le había caído a causa de la impresión y resbaló hacia atrás. Dio un grito sintiendo que su cuerpo se precipitaba contra las baldosas del suelo, ella cerró los ojos notando que su garganta se agarrotaba y le faltaba la respiración.
El golpe nunca llegó.
Pero unos brazos sí lo hicieron.
Un brazo la tomó por la cintura y la incorporó con gran maestría como si tan solo pesase como un almohadón de plumas, después una mano le retiró los cabellos que se habían escapado de su larga trenza y se habían pegado en su rostro, para quedarse sobre su mejilla. Jasmine tomó una tragó de aire en un intento de evaporar su ligero mareo. Se había quedado paralizada al ver aquellos ojos negros que la observaban con intensidad. Podía sentir el calor que él emanaba, el olor a especias y a acero se deslizó por delicadeza a su alrededor embriagándola. Se vio incapaz de apartar la mirada de la del desconocido. Hasta que él apartó su mano desnuda de su mejilla. Este levantó la mirada y silbó para calmar los chillidos del ave que revoloteaba detrás de ella.
—Cálmate, efendi—pronunció con voz autoritaria que le puso le erizó el vello a Jasmine.
El desconocido bajó la mirada hasta ella y la suavizó, en ese momento ella se dio cuenta que la mano enguantada por la mangala todavía le sujetaba por la cintura. Por lo que Jasmine tragó saliva y dio un par de pasos hacia atrás para evitar el contacto. Pero en cuanto lo hizo se arrepintió de inmediato.
«Pero que tonta soy. Si le acabo de conocer» se reprendió a sí misma Jasmine al sentir que añoraba el contacto del desconocido.
—Lamento este sobresalto, mi compañero no está acostumbrado a tal hermosura, señorita.
Jasmine sacudió la cabeza haciendo tintinear sus largos pendientes de oro y zafiros.
—No se preocupe. Tan solo me ha sorprendido—titubeó Jasmine aguantando las ganas de mirar hacia atrás, pues temía que el desconocido se esfumase con el viento procedente del desierto.
—¿Le asustan los animales?—preguntó el hombre con un tono de preocupación mezclado con diversión.
—Para nada, tengo de compañero a un tigre. Rajah es un gran amigo, nos criamos juntos.
—¿U tigre?—preguntó el hombre deteniendo su avance hacia la princesa enarcado las cejas con perplejidad.
Jasmine abrió la boca al darse cuenta que acababa de desvelar aquella información tan relevante. Nadie podría costearse un tigre, ni mucho menos tendría una casa lo suficientemente grande como para que uno pudiese estar a gusto. Boqueó sin saber qué decir sin apartar la mirada del joven.
—Así que su lengua afilada no es su única destacada habilidad. Sino que también es capaz de domar animales salvajes—contestó con un tono divertido él.
Jasmine sonrió tímidamente, sintiendo que sus mejillas se arrebolaban. Pero cayó en la cuenta que en aquel halago también había un insulto, por lo que frunció el ceño y dio un paso hacia el hombre, levantó su brazo y le dio un suave manotazo en el hombro para reprenderle.
—¡Oye! ¿Cómo que lengua afilada? ¿A caso a usted no se le enseñó a respetar el espacio personal del resto de personas, sahib?—preguntó ella fingiendo enfado aunque su bello rostro estaba adornado con una sonrisa radiante.
—Parece ser que a usted no se le enseñó a respetar al resto de personas. Ya que me ha golpeado con gran fuerza—añadió dando un paso más con un tono de diversión.
—Tan solo a los necios, sahib.
El hizo una mueca de dolor y llevó su mano desnuda a su pecho como si alguien le acabase de atravesar con una flecha.
—Oh, pero qué insolente y fiera, señorita. Me ha herido el corazón profundamente.
—Soy una mujer orgullosa y fuerte, sahib. Téngalo bien presente.
—Lo tendré, sheytana.
Jasmine esbozó una lenta pero cálida sonrisa, y se escondió un mechón que se había salido de su trenza detrás de su oreja, esa sonrisa se transformó en una risotada; que fue acompañada por la del desconocido. La joven no recordaba cuando era la última vez que había reído de aquella manera, tal vez había sido antes de que su madre falleciese trágicamente.
« ¿Cómo es posible que este desconocido me haga reír de esta forma? ¡Ni siquiera he visto su rostro!» pensó alarmada Jasmine, pero también gratamente sorprendida.
Ella dio un paso hacia adelante y giró su cabeza frunciendo el ceño para intentar ver algo más de aquel hombre, algo que le dijese que le había visto en algún otro lugar, tal vez uno de los hombres que se encontraban bajo el mando del Shahrban; uno de los emires, o cualquier otro pretendiente que se hubiese acercado al palacio.
—¿Alguna vez le han dicho que es muy hermosa?—preguntó el hombre con voz calmada.
Jasmine hizo una mueca de desagrado, por desgracia el hombre acababa de convertirse en uno de los muchos monos babosos que acudían a palacio para intentar pedirle la mano con loas banales sobre su belleza y riqueza, incapaces de sacar un halago diferente que no tratase sobre su aspecto. Ella sabía bien como era, se veía todos los días ante un espejo; si deseaban halagarla tendrían que utilizar un poco más el cerebro para poder hacerlo.
—Demasiadas veces—replicó ella.
—No creo que nadie haya reparado en su labia, sheytana—añadió el hombre en un tono de burla y diversión.
Ella frunció el ceño pero esbozó una sonrisa de lado, se cruzó de brazos y levantó su orgullosa barbilla.
—Y nadie sabe cómo insultar y halagar al mismo tiempo que usted.
—Se trata de un don natural que pocos poseen.
Jasmine arqueó las cejas y terminó por esbozar una sonrisa, se acercó un par de pasos hacia el desconocido y se puso de puntillas acercando su rostro al de él, le observó con una mirada desafiante y sin que él pudiese remediarlo, ella subió su mano como si se tratase de una cobra del desierto y con un rápido movimiento tiró de la tela de su keffiyeh con cuidado para poder ver su rostro. La princesa separó ligeramente sus labios sorprendida y confundida, pues no había nada destacable en su rostro. El caballete de su nariz era pronunciado como la gran mayoría de los hombres de Agrabah, tenía una barba recortada y cuidada; su mandíbula era fuerte. Nada destacable, pero que a los ojos de Jasmine le pareció uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida. ¿A caso había sido a causa de la intensa conversación anterior? El hombre estiró una de las esquinas de sus labios formando una media sonrisa, la princesa sintió que su corazón daba un brinco y en su estómago revoloteaban esfinges colibrí. Si escuchar su risa era como oír el arrullo de un río, ver su sonrisa era como contemplar una gran cascada en medio del desierto.
Jasmine sintió como una mano callosa tomaba con delicadeza la suya, ella tomó una pequeña bocanada de aire entre los dientes escuchando el ritmo de los latidos de su corazón en sus oídos, sintiendo que se iba a desfallecer de emoción. El desconocido subió su mano entrelazada con la de ella, y plantó un suave beso en los nudillos de ella, sin apartar sus ojos negros de los cafés de Jasmine. Esta pensó que su corazón se iba a salir de su pecho.
—Cuídese, sheytana—se despidió el hombre alejándose un par de pasos sin soltar la mano de la princesa y llevando su otra mano enguantada a su frente para hacer un gesto de despedida—. Vámonos, Iago—ordenó el hombre.
El halcón dio un salto y con un batir de alas se posó en la manga del hombre, este le dedicó una sonrisa a Jasmine antes de tomar la tela de su sombrero y ocultar su rostro, darse la vuelta y marcharse del balcón, dejando a la princesa Jasmine con el corazón desbocado.
Glosario
Sirwal: Pantalones voluminosos que llevan tanto hombres como mujeres; suelen ajustarse al tobillo y asegurarse a la cintura con un fajín.
Pashmina: Tejido de cachemir, Jasmine lo utiliza a modo de foulard.
Qamis: Camisa holgada de manga larga que llevan tanto hombres como mujeres y que suele ser de lino.
Shahrban: General de mayor rango de Agrabah, segundo por debajo del sultán.
Tayin: Plato procedente del norte de África, se trata de un estofado a fuego lento.
Baklava: Pastel elabora con pasta de nueces triturada, frutos secos, miel y masa en filo.
Lavash: Tipo de pan muy fino.
Keffiyeh: Pañuelo tradicional de Oriente medio.
Rida': Capa que llevan los hombres sobre los hombros y que les cubre la camisa; también puede incluir una capucha para ocultar la cara.
Tikka: Fajín largo con el que se envuelven las caderas, en gran medida decorativo, que llevan tanto hombres como mujeres.
Kiliç: Sable de origen turco.
Sahib: Título utilizado con deferencia y que suele denotar un rango.
Shamshir: Sable fino con una curva bastante pronunciada.
Mangala: Puño de piel, que abarca desde la muñeca hasta el codo, asociado a la cetrería.
Sheytana: Diabólica, para hacer referencia a una mujer de carácter fuerte y materialista.
