Un nuevo corte se abrió en su mejilla. Otro reguero de sangre que bajaba por su cuello para unirse al impresionante charco que se abría a sus pies. Se le encogió el corazón. Otra vida que caía al suelo y se extinguía frente a los fusiles. Otro padre, otro esposo, otro hermano…
Otro enemigo.
La cara le dolía. Las manos le dolían. El pecho le dolía… Por toda su anatomía la gente lloraba a sus muertos, quemaban todo lo comprometedor, se encogían de miedo es sus hogares, "Que no me vean. Que no me encuentren. No quiero morir"
Se encogió ante el sonido de las trompetas victoriosas. Venían a por él. Los generales venían a por él, era suyo. Habían firmado con su nombre en sangre sobre la maltrecha piel de toro y ahora venían a buscar su trofeo.
"Dios, si existes" Se aferró a su crucifijo y cerró los ojos, implorando al cielo "si existes, ayúdame. Ayúdame, por favor. Ayúdame y te prometo que-"
Toc, toc. "Abre"
Se levantó, tembloroso, y mientras lo hacía recordó las caras de Francis y Arthur al darse la vuelta y dejarle solo. Abandonado. La expresión de angustia de sus rostros. Su impotencia mientras obedecían las órdenes de sus superiores. Las Brigadas, personas de todas partes del globo que, a título personal, lo habían dejado todo para luchar por una idea, por una patria que no era la suya.
"No pasarán" Pero al final, pasaron.
Recordó la expresión de Romano mientras le hablaba del bien mayor, de la gente que debía sacrificar, para alcanzar la paz, la estabilidad. Un precio justo, decía él. Recordó la Semana Trágica, a los reclutadores del ejército sacando a rastras a los jóvenes de sus casas. A los caciques, a Cánovas y a Sagasta intercambiándose el poder. A todos sus reyes, crueles, cobardes, ansiosos de poder…
La sangre dejaba un reguero tras él. ¿Acaso era esto mejor?
Recordó a Ludwig y sus aviones bombardeando Guernica, mientras Gilbert le abrazaba y le decía que todo pasaría pronto. A Iván, y el armamento que éste le había mandado, viejo y prácticamente inservible. El avance hacia Madrid, la Batalla del Norte, la Batalla del Ebro…
Las Brigadas se habían ido cuando había quedado claro que todo estaba ya perdido. Muchos niños habían subido, solos, en enormes barcos que los llevarían muy lejos. La gente huía a Francia. Muchos morían por el camino, y a otros los metían en vagones y los devolvían a aquella tierra devastada por la guerra. Los pocos que lograban cruzar la frontera se enfrentaban a una vida miserable de pobreza y exilio eterno. Sólo quedaba en el frente gente desesperada. Su gente, peleando en una guerra fratricida.
Sus campos, su preciosa huerta de tomates. Todo destrozado bajo las bombas que caían a diario. La gente pasaba frío, hambre, miedo…
Nunca se había sentido tan solo, tan dividido, tan pequeño… Habría dado lo que fuera por la paz, por que todos entendieran que luchar entre ellos era inútil, por volver a tumbarse al sol entre sus plantones de tomate.
Abrió la puerta y salió, procurando no mirar el reguero de sangre que corría bajo sus pies. Y mientras caminaba, escoltado por los vencedores entre las destrozadas calles de Barcelona, las palabras que el gentío gritaba se clavaron en su piel como pequeños cuchillos envenenados, escociendo al contacto con sus múltiples heridas.
España.
¡Una!
España.
¡Grande!
España.
¡Libre!
Lo habría dado todo por que fuese verdad.
