Este fic participa en el reto Olores de Amortentia del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
El universo mágico en el que se desarrolla esta historia, así como sus personajes son propiedad intelectual de J. K. Rowling
TRES NOCHES PARA FLEUR
I
Salitre
Cuando se aparecieron de la mano en el patio del Refugio, Fleur rompió a llorar.
A pesar de que Bill ardía en deseos de regresar a la Madriguera y luchar, plantar cara a esos malnacidos que habían arruinado su boda y habían sembrado el caos y el terror en casa de sus padres, contuvo a duras penas la rabia que sentía porque, en ese momento, su mujer lo necesitaba más. La abrazó fuerte y dejó que ella se apoyara en él, lo asiera de la túnica de gala y escondiera la cabeza en su pecho. Él agachó la cabeza, la besó en el pelo y le susurró al oído que todo había pasado ya, aunque los dos supieran que era una gran mentira: que la guerra no había hecho más que empezar. Pasados unos segundos, allí, abrazados, sin apenas moverse, Bill se dio cuenta de que Fleur tiritaba. Al fin y al cabo, soplaba una brisa gélida y húmeda con voz de ola... «Pobre, está helada», pensó Bill y a sus labios afloró una sonrisa entre triste y tierna.
Sin que Fleur pudiera hacer nada por evitarlo, el mago flexionó las rodillas, y pillándola desprevenida, la tomó de las rodillas con un brazo y la levantó en volandas. A ella se le escapó un grito de sorpresa, pero tuvo los reflejos suficientes como para pasarle los brazos detrás del cuello.
—¿Qué haces? —preguntó ella con escepticismo y la voz nasal propia del llanto, pero Bill notó que en la comisura izquierda de su boca había un esbozo de sonrisa.
—Entrar como marido y mujer en nuestro nuevo hogar —respondió él, con calma.
Fleur se limpió las lágrimas con una sola mano y terminó de sonreír del todo.
—¿No quiegues volveg a peleag? —preguntó Fleur, algo temerosa de que la respuesta fuera afirmativa.
—No, señora Weasley. Esta noche no te pienso dejar sola.
—Pego si quiegues..
—Quiero quedarme contigo y... —Bill terminó la frase en el oído de Fleur, a la que se le escapó una carcajada.
—¡Egues un guago!
Bill se echó a reír a mandíbula batiente y cuando llegó a la puerta, le echó una mirada a su esposa, que se sacó la varita del cinto del vestido de novia y con una elegante floritura y un sencillo Alohomora abrió la puerta de su hogar. En un abrir y cerrar de ojos, Bill dejó a su señora tumbada sobre un sofá, la tapó con una manta para que dejara de tener frío, y antes de nada, fue a prepararle una bebida caliente en la cocina. Le preguntó si quería té, pero como buena chica rebelde del Continente, ella declinó la oferta y prefirió café. Cuando se lo llevó a su pequeña sala de estar, se sentó con ella y esperó a que se lo tomara y a que empezara a sentir más segura y tranquila. Bill la miró complacido desde una butaca al ver que la bruja recuperaba el color de las mejillas.
—Ggacias —dijo ella.
—¿Estás mejor?
Ella asintió con la cabeza.
—Bueno, y ahoga...
—Ahora vamos a poner algo de música para caldear el ambiente —Bill sonrió con picardía y Fleur arqueó una ceja sin poder evitarlo. ¿Música?
Bill se levantó, se acercó a una vieja radio detrás del sofá y sintonizó la emisora preferida de su madre. Entonces, empezó a sonar una canción conocida...
—¡Oh no! —aulló Fleur, medio muerta de risa—. ¡No! Mon Dieu! ¡No! Es esa odiosa Celestina Wagbeck!
Bill, para hacerla de rabiar, empezó a cantar con la melodía, muy divertido.
—Oh, ven y remueve mi caldero y si lo haces con esmero, te herviré un amor caliente y fuerte y así esta noche será ardiente...
Entretanto, él se iba acercando poco a poco a ella hasta casi tumbarse sobre ella en el sofá. Fleur protestaba encantada, por supuesto, pero, además, Bill cantaba tan mal, que Fleur empezó a retorcerse de risa sobre el sofá...
—¡Paga, paga!
—¿No quieres un amor caliente y fuerte de mi caldero?
—No quiego que cantes más —se rió Fleur—. ¡Egues peog que ella! —exclamó señalando la radio.
Bill alargó un poco el brazo y la apagó para mirar a su mujer a los ojos y quedarse los dos en completo silencio. Bill le apartó un mechón de pelo dorado de la cara y ella se incorporó un poco para acercar su cara y lo besó en los labios. Bill volvió a besarla, pero esta vez intensifico el beso y soltó un gruñido gutural. Fleur acarició la cicatrices de su marido y él se perdió en el cuello de cisne de su mujer mientras sus manos buscaban los botones del vestido... Al cabo de un rato largo, estaban los dos desnudos y exhaustos en el estrecho sofá, abrazados, mirándose, como si no existiese nada más en el mundo.
—Voy a abrir la ventana —murmuró él...
—¿Pog qué? ¿Tienes calog? —Fleur se permitió una sonrisa pícara en su noche de bodas.
—Claro —contestó él con naturalidad—, pero además me gusta el olor del mar.
—¿El olog del mag? ¿A pescado? —Fleur arrugo la nariz.
—A salitre.
—Oh.
—Por eso quise que viviéramos aquí... Es uno de los olores que percibo en la esencia de Amortentia.
—¿En segio? ¿Y cuáles son los otgos?
—¡Ah! —Bill se encogió de hombros para hacerse el interesante.
—¡Bill! —Fleur se hizo la indigada.
—Otra noche.
—¿Como en las mil y una noches?
Bill se echó a reír.
—Sí, solo que solo serán tres —susurró él en su oreja antes de mordisquearla. Fleur sonrió.
—¿Esta cuenta?
—Sí.
—¿Me pgometes que me lo contagás?
—Te lo prometo.
Fleur sonrió y cerró los ojos para quedarse dormida y soñar que estaba despierta y Bill se levantó y se acercó a la ventana para abrirla y dejar pasar aquella gélida brisa marina con voz de ola. Después, se tendió de nuevo con su esposa y la contempló dormir hasta que le venció el cansancio.
