-Toc toc.
Levantó la mirada de los papeles que tenía en su mesa hacia la puerta de su despacho al oír que llamaban. Era Cassie, su secretaria.
-¿Puedo pasar, Draco? -preguntó tímidamente la chica.
-Cassie, no preguntes tonterías. Dime, ¿qué ha pasado ahora?
-Oh, vale. Pues a ver, te cuento: James no puede venir antes de las 6 de la tarde y Patrick no puede sustituirle puesto que está en Australia haciendo un reportaje; añádele que Scott está con lo del banco y Madeleine está de baja por maternidad y...
-Vale, Cassie, creo que lo he entendido. Tranquila. -dijo el joven Malfoy. Se apoyó completamente en el mullido respaldo de su silla y reorganizó sus pensamientos.- Vamos a hacer lo siguiente: hasta que James vuelva te vas a ocupar tú de su trabajo, no te quejes que así haces prácticas. A Patrick déjale donde está que no molesta y a Scott igual. A Madeleine la tengo que llamar para felicitarla y enterarme del nombre que le ha puesto a la criatura... y bueno, el papeleo que tenías que hacer tráemelo y lo hago yo. -recitó Draco tranquilamente, haciendo que su secretaria se quedase atónita por su rapidez para solucionar el problema que ella veía tan grande.- ¿Algún problema más que deba saber?
-N-noo... -respondió la joven.- Ahora vuelvo, voy por los papeles.- y sin más cerró la puerta del despacho para dejar al rubio solo, como al principio.
En cuanto Cassie salió de la habitación, Draco cogió un folio en blanco para comenzar a escribir una carta con destinatario Albus Dumbledore. Se la enviaría en cuanto llegase a casa esa misma tarde.
Sí, Draco Lucius Malfoy le estaba escribiendo una carta la mar de amistosa a su exdirector Albus Dumbledore. Después de terminar Hogwarts, la familia de Draco sufrió grandes cambios en un corto período de tiempo: su padre, Lucius Malfoy, había sido condenado a ingresar en Azkaban para el resto de sus días; su madre, Narcissa, había caído en depresión por el mismo echo -pero de la cual había conseguido salir tiempo después- y todos sus "amigos" le habían dejado de lado cuando decidió que no quería saber nada del mundo mágico por un tiempo. Con 20 años recién cumplidos, Draco dejó definitivamente el mundo mágico para adentrarse en el mundo muggle, en ese mundo que su padre con tanto ímpetu le enseñó a odiar. Se dijo a sí mismo que eso le ayudaría a olvidar, o mínimo a superar todos esos años de engaños, mentiras, falsedad y de interpretar a una persona que no era él. Y así fue, como por su propia voluntad, comenzó a vivir su propia vida.
Después de que se instalara perfectamente en el Londres muggle, su vida mejoró notablemente. Narcissa, como toda madre, no estaba de acuerdo que empezase allí solo, pero no le quedó más remedio que aceptarlo. Acordaron verse todos los domingos para comer en su mansión. Él odiaba esa casa, pues había demasiados recuerdos oscuros, pero su madre la adoraba.
En una de esas comidas, encontró a su madre hablando con Dumbledore en el gran salón de su casa. Entre ambos le convencieron que sería bueno que hablase con su exdirector de todos los problemas que le habían sucedido. Jamás le agradó la idea lo más mínimo, pero sucumbió -como siempre- a los deseos de su madre. Actualmente se veían cada dos semanas más o menos para hablar, aunque obviamente Draco nunca le contaría todos sus pensamientos, todos sus problemas ni todas sus inquietudes; y eso ambos lo tenían más que claro.
Pasaron dos horas desde que su secretaria le trajo los papeles, por lo que ya era hora de volver a casa. Recogió lo que se iba a llevar para terminar y alcanzó su abrigo para dirigirse a la puerta e irse. Al llegar a su apartamento eran las dos y media de la tarde, una hora perfecta para que su lechuza enviase el mensaje. Abrió la ventana para que saliese, se pasó por la cocina para prepararse la comida mientras encendía la tele.
Un rato más tarde, en uno de los rincones más memorables del castillo de Hogwarts, se encontraba Albus Dumbledore organizando sus grandes tomos de libros cuando recibió una lechuza en el alféizar de su ventana.
-No recuerdo que tuviese que recibir noticias de algo... -comentó en voz alta mientras iba a recoger el mensaje.- Mm... una carta de Draco...
~~Albus:
Siento decirle que hoy no podré pasarme por el castillo para charlar como siempre. Me han surgido unos asuntos importantes que debo resolver, espero no le importe. Supongo que le sonará a excusa puesto que nunca me ha agradado ir, pero le aseguro que me gustaría librarme de este montón de papeles que me esperan para sólo verle y mejorar mínimamente la tarde que me espera. Y aunque todavía no se lo crea del todo, le pido por favor que no se vuelva a pasar por mi despacho para acordar una cita.
Me pasaré dentro de dos días, cuando todo esto se haya relajado y podamos estar tranquilos. Si le conviene otro día, hágamelo saber sin pisar el suelo de mi despacho.
Gracias, Draco Malfoy.~~
-Este chico siempre tan directo... Bueno, pues ahora tendré que cambiar también la cita con Hermione... que lío, que lío.
El viejo Dumbledore había pensado en reunir a Draco y Hermione -sin que ellos lo supieran, obviamente- en su despacho para poder hablar tranquilamente. Albus había comprobado en su propia piel que el hijo de Lucius no era el vivo retrato de su padre, sino que era un chico normal y sin los prejuicios que cegaban a Lucius. Y puesto que Draco siempre tuvo una pésima relación con el Trío Dorado, sería bueno para todos reunirse para aclarar las situaciones. En un principio, pensó en proponérselo a Harry, pero desechó la idea en cuanto le vino a la mente la imagen de Harry tirándose al cuello de Draco para matarlo, pasándole lo mismo al pensar en Ronald. Hermione Granger, esa chica responsable, educada y sensata, de mente abierta e inteligente, fue la que quedaba, es decir, mirándolo por dónde se mirase era la candidata ideal.
Tras los dos días del envío, llegó el día del tan esperado encuentro. Dumbledore estaba, como ya era habitual en él, organizando los libros cuando Draco llegó.
-Buenas tardes.
-Oh, buenas tardes señor Malfoy. Pase, pase, siéntese. Estaba colocando un poco los libros para encontrarlos mejor.
-Siempre está haciendo lo mismo, ¿o sólo lo hace cuando yo vengo? -preguntó burlonamente Draco, alargando el brazo para coger una silla y sentarse.
-Lo parece, pero no lo es. Simple casualidad. -respondió yendo hacia su gran sillón y descansar sus viejas piernas.
-Oh, sí, como no se me había pasado por la cabeza que podía ser simple casualidad. Es totalmente obvio, Dumbledore.
-Cuando estudiabas aquí pensé que tu ironía era porque tus hormonas adolescentes te impedían responder con frases normales. Ahora me doy cuenta de que eres así por naturaleza. -comentó en voz alta, lo que provocó una sonora carcajada por parte de Malfoy, terminando con una sonrisa en el rostro.
-Tranquilo, no es el único que lo pensó y ahora se da cuenta de la realidad.
-Me reconforta saberlo, Draco. Bueno, dejémonos de temas banales, ¿cómo te han ido estas semanas?
Una hora más tarde, ambos seguían hablando aunque no tan animadamente como al principio. Inicialmente hablaron del día a día de Draco, para pasar a las visitas reguladas que mantenía con su madre y que opinaba ella sobre sus encuentros y charlas. También pasaron por un tema desagradable para el joven rubio: su padre, Lucius Malfoy. Y ahora estaban debatiendo opiniones y reflexiones propias sobre el Trío Dorado cuando oyeron acercarse unos pasos que se proponían subir las escaleras.
-¿Espera a alguien? -preguntó desconcertado Draco. En todos sus encuentros jamás les había interrumpido alguien, aquello era muy raro y no le gustaban las sorpresas. Tras recibir como respuesta que el viejo se levantara de su asiento para recibir en la entrada del despacho a esa persona, él se limitó a ir cogiendo su abrigo para irse.- Debía habérmelo dicho. No habría venido.
-Tranquilo, señor Malfoy, siéntese. Todavía no son las nueve. -respondió. Viendo ya a esa persona que tanto esperaba.- Que alegría me da verla, señorita Granger. Pase, está usted en su casa.
Draco se quedó paralizado cuando escuchó el nombre de Granger. Todavía seguía de pie cuando la chica apareció en la entrada. Ambos se miraron a los ojos, ella le miró desafiante y con una mirada lleno de odio pero evidentemente tan confundida con él.
-Buenas tardes. -dijo cortésmente Draco.
-Buenas tardes. -respondió Hermione.
-Vamos, Hermione, toma asiento. No te vamos a comer. -comentó Dumbledore que ya había retomado su asiento en su sillón. La joven bruja hizo caso y se sentó en la silla que se encontraba al lado de la del rubio.
"Creo que esto no ha empezado con buen pie -pensó el director- habrá que hacer algo para salir vivo de ésta. Vamos a idear un plan b."
