Tenía la cara pálida y perlada por el sudor, soltaba a cada segundos gritos más y más altos, más desgarradores, sabía que la rubia, de ojos verdes enmarcados en maquillaje, le hablaba, mientras limpiaba el sudor de su frente, pero en realidad no lograba distinguir que le decía, la voz de ésta se escuchaba lejana, cómo un susurro inaudible. A su lado, y apretando su mano a modo de apoyo, había otra rubia, con su cabello atado y sus ojos, grandes y color lila, fijos en ella, en una mueca de completa preocupación; y, por último, pero jamás menos importante, se encontraba un poco más atrás, con una cara llena de miedo y preocupación, una pequeña pelinegra, que posiblemente no pasaría los trece años, sujetando firmemente una bandeja donde supuso que abría agua, los ojos amarillos de la niña estaban fijos en los suyos, diciéndole de forma silenciosa que debía salir de esa con vida. Soltó un nuevo grito, y pudo escuchar, por fin, lo que decía la de ojos verdes.

-Vamos, Dalia, tu puedes, puja.-La alentó la rubia maquillada, mordiendo su labio inferior perfectamente pintado de carmesí, sus ojos verdes estaban fijos en los rojos de la pelirroja acostada en la cama, y ésta obedeció, soltando un nuevo grito de dolor. -Bien, así, sigue.-Siguió alentando, mientras hacía una seña a la niña para que se acercara a la pelirroja.

A cada palabra de ánimo dada por las chicas a su alrededor, recordaba el cómo había terminado así; recordaba el cómo se había conocido con el padre del bebé, aquella tarde, casi noche, en la librería de la ciudad, recordaba el expresión seria e imperturbable, la gabardina azul, el cabello peinado hacia atrás color blanco, recordó cuando la había salvado de una avalancha de libros que iban a caer en su cabeza, también el cómo, esa misma noche, la volvió a salvar, ésta vez de una amenaza aun peor, los días en los que él no apareció y se sintió vacía, y la noche cuando se iba a ir, y ella simplemente se desahogó, con las lágrimas corriendo libres por sus mejillas enrojecidas por la vergüenza de las palabras dichas, recordó los besos, las palabras no dichas; lo recordó a él. El llanto agudo de un bebé la sacó de sus memorias más preciadas, y miró, con sus ojos llorosos, al niño que estaba siendo sostenido por la rubia, quien le sonreía, feliz.

-Que injusto...-Susurró, sonriendo, cansada, estirando los brazos para poder abrazar al bebé, quien a los segundos de estar en brazos de la pelirroja, se calló, ahora comenzando a reír.-, eres igual a tu padre.- Acarició una de las rosadas mejillas del recién nacido, observando los ojos azul cielo de éste mismo, quien alzaba sus pequeñas y pálidas manos en dirección a ella.

-¿Cómo le llamarás?- Preguntó la de ojos lilas, acariciando los cabellos rojos de la cansada mujer, pero sin despegar sus ojos, maravillada, del bebé. -Es un niño, por cierto.- Rió, al igual que las demás chicas en aquella habitación, al igual que el niño, quien ahora tenía sus grandes ojos fijos en ella, volviendo a alzar sus manos, ésta vez en su dirección.

-Nero...-Susurró, ahora desviando su vista a la pelinegra, quien miraba con sus ojos amarillos abiertos a más no poder. -Su nombre será Nero.- Sentenció, sin quitar la sonrisa cansada de su rostro. Le hizo una seña con la cabeza a la niña, y ésta, con duda, se acercó, mirando con fascinación al bebé en sus brazos. -¿Quieres cargarlo?- Preguntó y la pelinegra se sobresaltó, ahora mirándola a ella, con duda en sus ojos.

-¿De verdad puedo?- Preguntó, con la voz quebrada por la sorpresa, tomó con delicadeza al niño en sus brazos ante el asentimiento de la pelirroja, y comenzó a hacerle muecas, haciendo reír al bebé, y ella también rió, asombrada. -Es tan feo cómo su padre.-Bromeó, sin dejar de hacerle muecas al recién nacido, se acercó a la bandeja que había estado sujetando, y, con más cuidado del que tenía planeado utilizar, comenzó a limpiar la cabeza del niño.

-¿Estás segura de hacerlo?, sabes que si cambias de opinión estaremos ahí para ti, sea lo que sea que decidas hacer.- Volvió a apretar con cuidado la mano de la pelirroja, que ya estaba comenzando a caer en la inconsciencia por el cansancio, pero, aun con sus ojos entre cerrados, y sin haber quitado la sonrisa de su rostro, asintió.

-Es lo mejor para mi pequeño, no hay mejor escondite que estar a simple vista.- Volvió a susurrar, sintiendo todo su cuerpo tenso, acalambrado, sus ojos se cerraban en contra de su voluntad, las risas de la pelinegra y el bebé la hacían ampliar más su sonrisa de ser eso aun posible, y con un último recuerdo del padre del bebé, calló a los brazos de Morfeo.

La pelinegra observó a la pelirroja, y con lentitud dejó al bebé en brazos de ésta, contempló unos segundos la escena que protagonizaban de forma inconsciente ambos y sonrió. Sintió una mano en su hombro, y se giró, solo para encontrarse con los ojos verde esmeralda de la rubia, a los segundos quedó a su lado al de ojos lilas, mirando enternecida la escena de la dormida Dalia y el somnoliento Nero.

-Ambos hicieron un buen trabajo, dejémosles unas horas en familia, los dos se lo merecen.- Susurró la de ojos lilas, cubriendo a madre e hijo con una manta, el bebé se acurrucó en el pecho de la pelirroja, y ésta, de forma inconsciente, lo abrazó, atrayéndolo más a ella. -Y nosotras también merecemos un pequeño descanso.- Rió entre dientes, y, secundada por la de ojos verdes y la pelinegra, salieron de la habitación en silencio, con cuidado de no despertar ni a Dalia ni a Nero.

Se lanzó con rapidez a su cama, mirando el techo, extrañada, sintiendo una extraña opresión en el pecho, sus ojos amarillos estaban entre cerrados, no por el sueño, mucho menos por el cansancio, sino por la intriga del qué iba a suceder de ahí en adelante para ella, y para las demás, para ella por lo menos quedarse en esa ciudad no era una opción, irse a los alrededores parecía más favorecedor, no solo por su gran repudio a la ciudad, sino que también para Dalia, quien, de alguna forma, se podría llegar a sentir más cerca de su hijo; sentía pena por el bebé, por su propio bien debía de ser dejado solo, haciéndole creer que era un huérfano, pero, lamentablemente, era lo mejor para todos, sobre todo para él.

-¿Alice, qué sucede?- Una voz, temblorosa y llena de miedo, resonó en la pequeña habitación, miró a su alrededor, buscando en la oscuridad el característico vestido blanco, manchado de sangre, que caracterizaba a la voz que la había nombrado; la encontró, frente a la puerta, con sus ojos de un azul casi irreal fijos en ella, con sus manos juntas y tras su espalda, su cabello corto y cobrizo rosaba las heridas de sus pálidos hombros, Vanya, una chica que había muerto hacía varias décadas atrás, encerrada en aquel medallón que en esos momentos colgaba del cuello de la pelinegra, se encontraba ahí, con expresión asustada, como siempre, mirándola. -¿Es por el hijo de Dalia?- Volvió a preguntar, ahora acercándose a paso lento a la de ojos amarillos, ésta asintió, abriendo los labios para hablar.

-Espero que no le pase nada.-Aclaró, sentándose en la cama, con una mueca de preocupación en el pálido rostro.-Sé que es un descendiente de Sparda y todo eso, pero sigue siendo en parte humano.- Gruñó, mirando a la nada, sin querer ver los ojos de la chica en frente suyo. -Estará bien, y nosotras también.- Susurró para luego abrazar a la pelinegra, ésta se dejó hacer, susurrando algo que no llegó a comprender del todo.

Suspiró, comenzando a alejarse de la puerta cerrada por la pelinegra, había escuchado su conversación con la otra niña, y simplemente no supo que hacer, o que sentir, caminó con lentitud, haciendo sonar sus zapatos con tacón en el piso de madera, hasta que llegó a la mesa, donde se encontraba sentada la de ojos lilas, mirando por la ventana con expresión ida; gruñó mientras abría la botella de vino, y mientras se servía en una copa, miró de reojo a la rubia que se encontraba sentada.

-Alice está preocupada.-Soltó, bebiendo un sorbo del licor oscuro, sus ojos verdes quedaron fijos en los de la otra rubia, quien se había girado a verla, con expresión ausente. -¿Tu igual, eh?-Susurró, sonriendo con tristeza, no le agradaba ese sentimiento de impotencia que reinaba cada vez que el lugar quedaba en silencio, en todos sus años, que eran bastantes, nunca le habían gustado esas miradas de "vamos a perderlo todo".

-¿Tu no lo estás acaso, Skie?- Alzó una ceja la de ojos lilas, viendo cómo la nombrada hacía una mueca de disgusto, que cubrió a los segundos con la copa de vino que bebía con una tranquilidad increíble ante la situación que estaban pasando en esos momentos. -¿Cómo puedes parecer tan tranquila?- Preguntó, algo impresionada por la actitud completamente madura, hasta cierto punto solamente, de la rubia.

-Los años, creo.- Bromeó, soltando una risa suave y sin ganas, se sentó en la mesa, dejando sus pies recargados en la silla, con la vista fija en la habitación de la pelinegra. Se bebió lo que quedaba en su copa de un solo trago, volviendo a levantarse y comenzando a caminar a su propia habitación. -Ve a dormir, Nadia.-Le habló a la de ojos lilas, antes de cerrar la puerta tras ella; pudo escuchar con facilidad en suspiro que soltó su interpelada, y sus pasos al dirigirse a la habitación correspondiente, volvió a sonreír, con pena, y se estiró en la cama. -...Yo no puedo dormir.- Se mofó de su propia persona y miró el techo, iba a ser una larga noche para ella.

Los llantos del bebé la despertaron, y con rapidez se levantó, viendo al niño, con sus ojos azules cristalinos por las lágrimas, en la cama, alzando sus brazos en su dirección, sonrió, con ternura, y tomó al bebé en brazos, caminando hacia la cocina de la casa donde había estado viviendo todos esos años sola, y que, hace menos de un año, comenzaron a vivir las demás chicas que la habían ayudado con su parto. Nero, había encontrado entretención con sus desordenados cabellos rojos, y ahora tiraba con suavidad de ellos, haciéndola reír; en cuanto entró a la cocina vio a la pelinegra bebiendo una humeante taza de café, con expresión seria, que le recordaba al padre de Nero, a su lado, y con una cálida sonrisa dirigida a su persona y el niño, estaba Nadia, sirviendo otra taza de café, posiblemente para ella, dándole la espalda, y tarareando una canción que le era desconocida, estaba Vanya, al parecer cocinando algo. A los minutos Skie, bostezando y rascando su nuca, entró, mirando con cierta tristeza a madre e hijo. La mañana se le pasó con rapidez, y cuando menos se dio cuenta, ya estaba caminando por las calles de Fortuna, aferrando al bebé a su pecho, con las lágrimas a punto de caer por sus mejillas.

-Nero...-Le llamó, con la voz rota, mientras el niño miraba a su alrededor, asombrado, lo observó por una última vez, sus ojos azules, la piel pálida, las mejillas rosadas, la sonrisa que tenía en sus labios, y las lágrimas hicieron acto de aparición, cubrió con una manta al niño, y acarició por una última vez una de sus redondas mejillas. -, lo siento tanto, pero es por tu bien, mamá de verdad te ama, y por eso hace esto.- Susurró, con la voz temblorosa debido al llanto, y, luego de asegurarse de que no había nadie viéndola, dejó con cuidado al niño fuera del edificio. Comenzó a correr, con la vista nublada por las gotas salinas que caían por sus mejillas.

Dudo que algún día pierda la esperanza en los Sparda, tú eres un claro ejemplo de ello.