En el momento que Nathaniel levantó su mirada y la posó en Marc, pudo sentir como su corazón latía más rápido, todo, porque le sonrió.
Estaba cansado, eso era. Eso.
Volvió su vista hacia abajo y siguió dibujando sin intención de levantar la mirada, pero lo hizo; Lo vio mirar el techo, a sus alrededores, siempre, en busca de inspiración y cuando vio como la lapicera la llevaba a su boca y la mordió. Su rostro se coloreo.
Estaba muy cansado.
Giró su cuello y volvió con su trabajo. Pudiendo concentrarse notablemente por un tiempo, hasta que Marc le comentó sobre una idea que tuvo recién y... solo, escucharlo hablar, oler su fragancia...
Necesitaba dormir.
—¿Qué te parece?
—Es genial.
Él sonrió y Nathaniel pudo sentir como un fuego ardía dentro de él. Sintió un hormigueo en su interior y se quedó mirando esos labios rosados que estaban ligeramente separados. Como si fuera arrastrado, dejó su lápiz, y se inclinó, plantándole un suave beso en los labios de Marc, quien jadeó en sorpresa y placer, cerrando sus ojos.
Nathaniel sintió que estaba mal y sintió que estaba bien.
El dibujante movió sus labios suavemente y lentamente empujó su lengua dentro de la boca del escritor, bailando las dos lenguas, en un beso fogoso.
Hasta que necesitaron aire, y se separaron. Estuvieron segundos recuperando el aliento mientras sus miradas se conectaban.
Marc lo miraba con una expresión aturdida en su rostro colorado. Nathaniel parecía un tomate; Besó un chico y le gustó. Le gustó el sabor de su pintalabios de cereza.
—Vamos a trabajar en tu idea —espetó Nathaniel ya sin poder mirarlo, ni siquiera sabía cómo podía hablar.
—¿Q-que idea? —balbuceó el escritor.
Su mente confundida, creyendo que estaba soñando. Hasta que se dio cuenta que no era un sueño, cuando el pintor -sin previo aviso- lo volvió a besar.
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Esa noche no podrían seguir trabajando.
