Resident evil no me pertenece.
Nota: tal como dice en el summary este es una especie de semi universo alternativo dónde se relata lo que sucede antes de los acontecimientos en las montañas de Arklay. Sé que es una idea MUY gastada, pero créanme, este será una historia diferente. Algunos datos no quedan con lo establecido por el cannon (ya sé que Jill ya había trabajado antes, en la armada, y aparte otros detalles que podrán ver más adelante). 100% Valenfield.
…
1. El caso.
Jill Valentine nunca había trabajado en toda su vida. Nunca se había dignado a considerarlo necesario, pues jamás le había hecho falta dinero; y hasta la fecha, aún era totalmente capaz de vivir con lujos tan sólo financiándose de la pequeña fortuna que su padre le había transmitido antes de dejarla.
Tal vez era por ello, que su primer día trabajando junto a los S.T.A.R.S. de Raccoon City había sido tan complicado. Nunca había tenido un trabajo que fuera formal. O lo que es denominado como lo común. Jamás había cargado con tal grado de responsabilidad sobre sus hombros por un puesto laboral. Ni había experimentado lo que implicaba tener un jefe que te diera órdenes a cada rato.
Tampoco había sido muy consciente del peso de su apellido frente a los demás. Ya muy tarde, Jill se encontraba incapaz de olvidar las miradas de desconfianza que sus futuros compañeros le habían regalado, posteriormente a su presentación.
—Ella es Jill Valentine, nueva recluta del equipo Alfa. Trátenla bien, no querrán asustarla.
Su capitán Albert Wesker, entonces, le daría un breve apretón en el hombro, en signo de comprensión, antes de dejarla sola en la enorme sala principal de los S.T.A.R.S., un cuarto lo suficientemente amplio como para contener los suficientes escritorios de madera para cada uno de los integrantes de los dos equipos locales.
— ¿Valentine? No querrás decir que…—escuchó a alguien susurrar con desconfianza a su derecha.
—No hay otro, así que supongo que sí —murmuró otra persona, en esta ocasión, la voz provenía del fondo.
Jill en ese momento trató de no culparlos por no confiar en ella. Después de todo, llevaba desde que tenía el uso de la razón, viviendo entrenamiento tras entrenamiento para seguir el camino que su padre, Dick Valentine, había forjado para ella. El camino del robo de guante blanco.
Así pues había sido criada meticulosamente para ser sigilosa y ágil por uno de los ladrones más famosos de las últimas décadas. Gracias a ello, contaba con diversas habilidades, propias de un ladrón experto. Todas heredadas de su padre.
No había cerradura que no pudiese abrir con un par de confiables ganzúas, además de que contaba con amplio conocimiento en cuanto a desmantelamiento de bombas. Por otro lado, conocía muy bien el manejo de armas, aún cuando todavía le faltara por pulir su puntería.
Por ello es que había sido reclutada por los S.T.A.R.S. Por sus habilidades. Por lo que era capaz de lograr. A ellos, al menos en el ámbito profesional, no les importaba su pasado; sólo les concernía lo que ella podía darles a cambio de la posibilidad de establecerse en un lugar fijo. Y después de huir por muchos años, había sido una oferta sumamente atractiva.
Avanzó por entre los escritorios, esperando llegar al suyo cuanto antes. Irónicamente, su escritorio se localizaba en la penúltima fila, y advirtió como todos los miembros del equipo, que ahora eran sus compañeros, se limitaban a examinarla con la vista. Como si fuese un espécimen raro que tuviesen la oportunidad de estudiar.
—Bienvenida a los S.T.A.R.S., Jill — espetó una figura masculina al mismo tiempo que se plantaba frente a ella, interponiéndose entre ella y su destino. Lo primero que Jill notó, fue una mano extendida hacia ella, en forma de saludo.
—Gracias.
Jill se dedicó a observar al hombre que tenía frente a ella mientras aceptaba la mano en gesto de formalidad. Su toque era firme y cálido. El hombre frente a ella se encontraba entre sus veintitantos años, probablemente. Sus ojos eran profundos y de una tonalidad azul clara. De facciones atractivas suaves, muy amables. Su mirada bajó disimuladamente. Buena constitución física, brazos fuertes… Compórtate, pensó para sí.
—Soy Chris Redfield y se me asignó mostrarte las instalaciones, así que en cuanto te sientas lista, avísame—No parecía estar fingiendo en absoluto su gentileza. En realidad, sonaba sincero y se encontraba muy relajado. Jill consideró, en ese instante, que Chris era simplemente esa clase de personas que inspiraban un aura de confianza.
—Gracias, nuevamente.
Ella hizo el ademán de dirigirse nuevamente a su escritorio cuando Chris retomó la palabra.
—No tienes por qué agradecer. —Hizo una breve pausa antes de continuar, con un tono de voz más discreto, como si le contase un secreto. —Cuidado con los muchachos, parecen inofensivos, pero no lo son. En especial Joseph.
Jill sólo atinó a forzar una carcajada ante su advertencia. No tenía ni idea de quién podría ser Joseph, pero eso no evitó que se estremeciera ligeramente.
Adaptarse a este grupo de personas no sería tan sencillo como parecía.
…
Tal y cómo Chris había dicho con anterioridad, él había sido seleccionado para mostrarle el edificio de la estación de policía. El edificio, por supuesto, era enorme, y parecía más una vieja librería que lo que en realidad era.
Sus suposiciones no estaban muy equivocadas, nunca fue una librería, pero sí un museo de arte antiguo. Chris se había tomado el tiempo de explicarle todo acerca de la construcción. Desde su fundación (era uno de los edificios locales con mayor antigüedad); hasta las rutas básicas que eran necesarias para no perderse entre esa enredadera de pasillos. Las duchas, los armarios personales, la sección dedicada solamente a los novatos, el gimnasio, la galería de práctica de tiro. El edificio era muchísimo más grande de lo que si de por si su exterior aparentaba.
Era de una decoración algo anticuada, tal vez gracias a su uso pasado, pero continuaba siendo demasiado elegante para un departamento de policía de una ciudad que apenas se encontraba en crecimiento, aun cuando Jill considerara que fuera algo muy extraño que conservaran las obras de arte, optó por no opinar nada y limitarse a escuchar a su compañero.
Después de su largo recorrido, Chris la había acompañado de regreso a la oficina de los S.T.A.R.S., dispuesto a presentarla personalmente a cada miembro del equipo. Primero la hizo familiarizarse con el "viejo" Barry Burton. Jill apenas le llegaba a la barbilla. Barry era alto y de complexión fornida, tan grande como un oso. Su corto cabello castaño rojizo yacía peinado hacia atrás. Probablemente contaba alrededor de treinta y tantos años.
Al igual que Chris, Barry se mostró simpático, y Jill no pudo evitar que le agradara de inmediato.
Prosiguió con Joseph Frost. De sonrisa socarrona y porte altanero, Jill supo en el instante en que lo vio que él era el bromista del equipo.
—No creas que por ser la novata te salvarás de mí—aseguró Joseph con un guiño, antes de dar media vuelta, resultando casi dramático, y retirarse hacia la máquina de refrescos que estaba en la oficina.
Al último, vino Brad Vickers. Cuando intercambiaron saludos, Jill advirtió de súbito el estremecimiento de nerviosismo que sufrió al tocar su mano, asimismo la palma de él estaba ligeramente sudorosa. Ella le regaló una breve sonrisa, pero optó por dejarlo por la paz, pues parecía al borde de un colapso.
—Vamos Vickers, parece que nunca has visto una mujer—gritó Joseph desde el fondo de la habitación, provocando que todos rieran, menos Brad, que se ruborizó al acto.
Jill jamás había conocido a unas personas que le gustaran tanto, y pensó por un momento que tal vez, ella sí pertenecía a ese lugar.
…
El primer día fue tranquilo a comparación del segundo. Tenía su primera reunión oficial como miembro de los S.T.A.R.S. a las siete en punto, y a pesar de que recién ayer Chris le había indicado la ruta exacta para llegar a la sala de juntas, había probablemente tomado un pasillo erróneo, apareciendo en el gimnasio. Forzó su cerebro lo más que pudo para poder recordar, y aun así, no pudo arribar al cuarto correcto por mérito propio. Terminó por pedirle indicaciones a un policía amable que la escoltó hasta las puertas dobles del recinto. Jill se precipitó sobre la entrada, esperando no ser la última en llegar.
Sí, era la última en llegar.
Mientras se sentaba en el único asiento vacante, notó todas las miradas sobre ella. En especial la de su capitán, que le observaba con desaprobación. Sin embargo, Wesker pareció decidir pasarlo por alto, y comenzó a hablar. Antes de ello, Jill reparó en que sólo había caras conocidas en la sala, y esto le extrañó. ¿Dónde se encontraba el equipo bravo?
—Hace dos horas se nos transfirió un caso de las oficinas de la R.P.D. La desaparición de un joven local. Supongo que la mayoría sabrá de quién hablo en cuanto diga que es el heredero de los Johnson— ante esto, varios asintieron con la cabeza, pero Jill, que recién acababa de mudarse a la urbe se mostró confundida, luego le preguntaría a alguien para aclarar sus dudas, de momento se limitó a escuchar a su jefe. Wesker, al frente, comenzó a señalar un punto en un mapa de la ciudad que yacía adherido con tachuelas en la enorme pizarra de conferencias, después trazó un círculo en una manzana en específico. —Su último avistamiento fue en Paradise, el centro nocturno que se encuentra en Jack Street. No contamos con mucha información aún, pero hemos enviado hace media hora al equipo bravo a comenzar con la recolección de pistas. No quiero que se pongan muy cómodos, la búsqueda concierne únicamente al equipo alfa. ¿Alguna duda de momento?
Barry casi automáticamente alzó un brazo robusto al aire, pidiendo la palabra.
—Si solamente es un simple caso de desaparición, ¿por qué asignarlo a los S.T.A.R.S.? Entiendo que sea el hijo de una de las influencias más importantes en la ciudad, ¿no sería más lógico que los del departamento de desapariciones se hiciera cargo de todo esto?—pareció pensarlo unos instantes, luego se frotó su barbilla con la mano derecha.
—Gregory Johnson lleva tres días desaparecido. Los pocos indicios que tenemos no apuntan a una desaparición, si no más bien a un posible secuestro, Burton.
—Eso sí que tiene sentido—escuchó Jill, murmurar a Chris con algo de cinismo, que estaba sentado a un lado de ella. No había notado su cercanía hasta que percibió su voz farfullar por lo bajo. Chris giró el rostro, captando su mirada, y ella estaba a punto de desviar su mirada, apenada por haber sido descubierta observándolo, hasta que él le sonrió con brevedad. —Opino que hay algo más grande detrás de todo esto, ¿no, Jill?
Ella vaciló unos instantes antes de contestar.
—Supongo que nunca se sabe.
Él torció los labios nuevamente, y se giró para poner atención a su capitán que en esos momentos solicitaba teorías a los miembros presentes sobre las diversas posibilidades de lo que podría sucediendo. Si había algo que Jill comenzaba a admirar de su jefe, era la manera en que escuchaba con atención la opinión de su equipo, era algo rutinario y propio de alguien con gran profesionalismo, y aun así, no dejaba de sorprenderle que en la mayoría de los casos pareciera que él preguntaba con verdadero interés.
Joseph había pedido la palabra, y comenzó a dar su opinión. Todos escuchaban con atención. Según éste, probablemente alguien habría vertido alguna droga en su bebida y se lo había llevado captivo, para finalmente pedir una recompensa monetaria. No había acabado de exponer sus hipótesis carentes de creatividad, cuando en medio de la sala, e interrumpiendo el manifiesto de Joseph, sonó la radio de Wesker.
El equipo bravo.
La frecuencia que tenían programadas esas comunicadoras estaban diseñadas sólo para captar exclusivamente las señales de las radios que poseían los S.T.A.R.S. Así que Wesker se limitó a responder, mientras silenciaba a Joseph con un simple gesto.
—Capitán Wesker a la escucha—masculló, su voz seria e inexpresiva. Se mantuvo en silencio unos escasos minutos, con el rostro relajado. Estaba tan apacible que daba la apariencia de que no respiraba. —Entendido. Corto.
Depositó la radio dónde se encontraba originalmente, en un cinturón que yacía atado a la altura de la cadera, para después observar al equipo que tenía al mando cómo si estuviese decidiendo algo que careciera de importancia. En realidad, Jill comenzaba a comprender que si quería estar al tanto de lo que sucedía, debía dejar de esperar a que su jefe mostrase algún indicio emocional con su lenguaje corporal. Pues, Wesker solía actuar como si se moviera mecánicamente, como si cada uno de sus movimientos estuviese frívolamente calculado.
—Frost, Redfield y Valentine, los necesito en menos de cinco minutos, vestidos como civiles. Tal parece que tenemos un sospechoso. Tendré que enviarlos a Paradise.
—Entendido, capitán—respondió Joseph de inmediato, antes de marcharse junto con Chris de la habitación. Jill se limitó a seguirles el paso a los casilleros.
No podía permitirse el lujo de perderse en la estación de policía. No de nuevo.
