Aún lo recuerdo. Colmillo Negro comenzó a pudrirse poco a poco desde que Sonia llegó. Antes, todo era perfecto. El general era un modelo a seguir, Lloyd, Linus, Jan, y Uhai estaban ahí. Aún los recuerdo. Pero se esfumó, sin más. El Colmillo se desmoronó pedazo a pedazo, miembro por miembro. Esa maldita empezó todo… pero ya nada puedo hacer.

Los recuerdos son agradables. Los Cuatro Colmillos eran geniales. Y Nino. Qué decir de ella… nos alegraba siempre, a pesar de la naturaleza de su alrededor. Nos sacaba a todos a jugar. Sí, a los cuatro, a Jaffar y a mí. Íbamos a un bosque cercano, donde jugábamos a las escondidas. A mí siempre me tocaba contar primero. Todos se escondían, menos Jaffar, quien no se movía hasta que Nino aparecía. Y adivinen quién era el más difícil de encontrar. Nino. Por su tamaño, cabía en muchos lados. Aunque gracias a mi oficio, podía encontrarla en un par de minutos. Y siempre era lo mismo. Me decía tío, aunque no tuviera la edad suficiente. Y siempre le decía que no me llamara así, que era más joven que Lloyd y Linus. Pero seguía diciéndome así. Tío, tío, tío. Como los extraño…

A fin de cuentas, todos ellos murieron, excepto Jaffar y Nino. Hice un par de amigos: Matthew, el mismo Jaffar, y Heath. Podría mencionarte a ti… pero tú me atraes. Eres fuerte, y muy amable. A pesar de mi pasado, me aceptaste tal como soy. Una gran mujer.

Aún lo recuerdo. Después de la guerra, nos escapamos del grupo. Ya te había prometido que nos casaríamos. Y lo hicimos. Fue en un día gris de noviembre. Todos estaban ahí. Hasta Eliwood, Hector y Lyn. Fue una ceremonia pequeña, aunque llena de gente. Un tal Moulder nos casó. Un clérigo bastante joven. Y fue ahí cuando conocí la felicidad misma, la cual no me duró mucho… no por tu culpa, sino mía. Los recuerdos me atormentaron por largo tiempo. La muerte de mis compañeros, mi abandono del clan, las peleas interminables. No tenía calma. Todas las noches despertaba por una terrible pesadilla, y tú volvías a mí, preocupada. Me susurrabas palabras de amor, palabras de consuelo. Nos abrazábamos por largo rato, y así caíamos presa del sueño.

Fueron un par de años felices. No supe mucho de mis compañeros, excepto que ellos se frecuentaban de vez en cuando. Yo, me quedé contigo, lejos de ellos. Aunque a veces nos visitaban Jaffar y Nino, Matthew, y Heath. Ese día era un día especial. Comida, mucha comida, con ayuda tuya y de Nino. Eran días de pláticas, bromas, y juegos. Ahora todos jugábamos a las escondidas, hasta tú. Y ella siempre te venías conmigo, ahora que le tocaba a Matthew contar. Ya en la noche, nos despedíamos, tristes y felices. Fueron años hermosos.

Pero mírame, aquí, recargado en la pared, con las ropas desgarradas y sangrando. Tu cadáver a unos cuantos pasos de mí. Tan hermosa… tú, en el suelo, con el cabello esparcido y una lanza atravesando tu espalda. No pude defenderte. Qué vergüenza, qué patético. A ti, que te amo más que la vida misma, no te pude defender. Mi vista se nubla y me tambaleo hacia ti, sabiendo que estás muerta. No quiero aceptarlo. No puedo.

Sólo dispongo de mis últimas fuerzas, con las cuales te estoy hablando, aunque no me escuches. Caigo a tu lado, fatigado, agonizando. Te tomo con delicadeza del rostro y te contemplo, feliz de estar a tu lado. Aunque atraviesen mi cuerpo y alma, yo soy feliz contigo. Suavemente paso mi mano por tus ojos, cerrándolos. Apenas respiro, y dudo sobrevivir. Es mi fin. Nuestro fin.

Isadora, te amo.