Holaa a todas las lectoras de Fanfiction….Mi nombre es Veroli y soy nueva x aqui en cuanto a subir historias, xq llevo años leyendolas y en vista de que amo fanfiction y valoro mucho todo el trabajo y empeño que ponen todas ustedes para traernos todos los días historias nuevas, decidí retibuir un poco lo que hacen…

Esta historia es una adaptación de "Un Verano en Magnolia" de Jaci Burton y todos los personajes aquí citados como todas saben son propiedad de Stephenie Meyer, yo solo los adapto…espero que la disfruten tanto como yo lo hice! Besos!...

CAPÍTULO 1

Isabella Swan (Bella, como le gustaba que la llamaran), tomó aire con fuerza mientras esperaba fuera, observando fijamente la señal que rezaba "Construcciones C&H"

Ya era suficientemente malo que tuviera que estar aquí, en Forks. El pueblo no guardaba más que amargos recuerdos para ella, así que cuanto antes saliera de allí, mejor. La vida que se había forjado le esperaba de vuelta en Nueva York. Puede que hubiera nacido y se hubiera criado en Washington, pero aquélla ya no era su casa.

Una única tarea más... una única y gigantesca tarea más, y podría marcharse de allí. Y si ello implicaba el tener que entrar por aquella puerta y enfrentarse a su pasado, lo haría. Haría cualquier cosa con tal de huir de los recuerdos.

De una patada, obligó a avanzar a su decadente valentía y cruzó la puerta, recordándose que su sueño estaba en juego. Daba igual quién fuera el dueño de Construcciones "C&H" sólo necesitaba que hicieran el trabajo. Y si ello implicaba volver a ver a Edward, que así fuera.

El aire acondicionado era un auténtico alivio de bienvenida para el pegajoso calor de verano de Forks. Una rubia joven y atractiva le sonrió desde detrás de la gigantesca mesa de roble que había en mitad de la oficina.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó la mujer. Era sorprendente que pudiera siquiera ver con aquellas pestañas tan repletas de rímel que había sobre sus ojos azules.

La moda en el pequeño pueblo de Forks difería bastante de la de Nueva York. ¿Se habría vestido jamás Bella como la mujer que había sentada al escritorio? ¿Había llevado demasiado maquillaje? Hacía tanto tiempo de aquello que apenas podía recordarlo.

O, como le sucedía con la mayoría de las cosas relacionadas con Forks, no quería recordarlo.

—Sí, he venido a ver a Edward Cullen —La última persona a la que Bella querría ver en Forks, pero no tenía elección. Era el único que podía ayudarla.

—¿Tiene cita?

—No, por desgracia no. Estoy pensando en contratar la empresa para realizar un proyecto.

La mujer levantó el auricular del teléfono y pulsó uno de los botones con sus largas uñas recién pintadas.

—Le diré a Ed que está usted aquí, ¿sería tan amable de decirme su nombre?

—Bella Swan —Probablemente ni siquiera se acordara de ella. Catorce años eran mucho tiempo. Y ni siquiera habían llegado a salir juntos; no había sido más que una de las muchas mujeres a las que Edward se había dedicado a incordiar y engañar.

Excepto por aquella única vez.

La vez en que Edward la había besado.

Probablemente no hubiera significado nada para él; pero había significado todo para el corazón de una Bella de dieciséis años.

Envuelto en aquel beso había deseo, anhelo, y los primeros sentimientos del amor. Todo aquello con lo que una chica soñaba.

Pero hacía mucho tiempo de aquel primer amor, de aquel primer beso.

Habían sucedido muchas cosas desde entonces. Ella había cambiado, y las sencillas crisis de la vida en Forks ya no le parecían tan importantes.

Lo que sí era importante era lograr que le arreglaran la casa para que pudiera volver a salir de allí cuanto antes.

La recepcionista colgó y miró a Bella.

—Alguien le atenderá enseguida. Por favor, siéntese.

Bella se sentó junto a la ventana y se giró para observar el paisaje. Forks no había cambiado mucho desde que se marchó; los pintorescos edificios de ladrillo que se alineaban en torno a la calle principal y cuyos letreros proclamaban con orgullo que eran negocios familiares, manifestaban aún su encanto y su apariencia de pueblito.

Recordaba que, cuando era pequeña, los sábados hacían incursiones al centro del pueblo y se iba de compras con la abuela. Iban casi todos los fines de semana, y los tenderos la conocían bien y casi siempre le daban algún caramelo. Aquellos eran los buenos recuerdos.

Todos los recuerdos del tiempo que pasó con su abuela eran buenos. Ahora que su abuela había muerto, podía cortar para siempre los lazos que le ataban a aquel lugar.

Tras el funeral de la abuela, el mes anterior, no pensaba volver a Forks. La abuela era su último vínculo con aquél pueblo, y su única y verdadera familia. La madre de Bella siempre había estado demasiado ocupada en destrozarse la vida como para preocuparse de educarla.

Su abuela siempre le había dicho a Bella que viviera su vida y que jamás volviera la vista a atrás. Y eso era lo que había hecho. Ésa era la razón de que se hubiera marchado a Nueva York, y de que no hubiera vuelto más que para hacer alguna visita esporádica a su abuela.

A medida que pasaban los años sus visitas habían ido disminuyendo hasta que, al final, había dejado de venir. A la abuela le encantaba Nueva York, y Bella le había animado a que fuera a visitarla en un par de ocasiones, asegurándose de conseguir entradas para los mejores musicales del momento.

Pero la abuela se hizo demasiado mayor y frágil para hacer el viaje, y Bella no había sido capaz de obligarse a ir a Forks a visitarla. Su abuela lo había comprendido, pero Bella jamás podría perdonarse el no haber venido a visitarla una última vez.

Y ahora allí estaba, de nuevo de vuelta. Las noticias del abogado de la abuela le habían obligado a volver, al menos durante un tiempo. Que era precisamente la razón por la que estaba en Construcciones "C&H", preparándose para volver a ver a Edward Cullen.

La puerta doble que había detrás de la zona de recepción se abrió. Bella distinguió dos voces masculinas dentro, pero no logró ver a nadie. Tomó aire con fuerza y esperó.

Estaba segura de que no la reconocería. Y no había sido más que un beso. Algo apenas memorable. Para él.

—¡Eso es una gilipollez, Emmet, y lo sabes tan bien como yo! — bramó una voz desde detrás de la puerta—. Hace un mes que se estudió y se aceptó el proyecto. Diles a tus clientes que muevan el puto culo y dejen de jodernos con el precio, y sigamos adelante.

—Eso es lo que trato de hacer, imbécil. Y no hace falta que me grites. —Un hombre alto y alarmantemente corpulento, además de atractivo y de pelo negro con seductores ojos del mismo color salió del despacho—. No estoy sordo, ¿sabes? —Se giró y se detuvo a sonreír a la recepcionista, al parecer nada preocupado por el altercado que acababa de tener lugar—. Hasta luego, Cookie.

—Hasta luego, Emmet —contestó la recepcionista con voz entrecortada y dirigiendo una mirada lujuriosa al atractivo hombre.

¿Cookie? ¿La chica se llamaba Cookie? Bella reprimió una carcajada.

Emmet se detuvo en la puerta y vio a Bella allí sentada, esperando.

—¿Te están atendiendo, encanto?

Bella se puso en pie para responderle, pero antes de que abriera la boca se oyó la voz proveniente del despacho:

—Yo me encargo. —No podía ver quién era el que hablaba, porque Emmet le tapaba la vista con su gran cuerpo.

Emmet miró por encima de su hombro y volvió a observar a Bella, sonriendo ampliamente.

—Sí, estoy seguro de que lo harás. Una pena, cariño. Me habrías preferido a mí. —Le guiñó un ojo y se fue.

En cuanto Emmet se marchó, Bella vio al otro hombre. Deseó haber estado aún sentada, porque lo que vio a punto estuvo de hacer que se cayera de espaldas.

El metro ochenta y cinco de una belleza de infarto ocupaba todo el marco de la puerta. Llevaba un polo de Construcciones C&H que se ajustaba perfectamente a su pecho y unos pantalones vaqueros que se ceñían como una segunda piel a sus muslos ejercitados. Llevaba el pelo de un extraño color cobrizo medianamente largo y despeinado de una manera mortalmente sensual. Sus ojos verdes brillaban con la luz igual que el pasto verde y exótico que había visto en escocia. De haber estado en Nueva York, el tipo habría sido modelo; ese tipo de bombones no pasan desapercibidos en el mundo de la moda de la gran ciudad.

No se parecía en nada al Edward que recordaba Bella. En cualquier caso, era muchísimo más guapo ahora de lo que había sido en el colegio.

Había esperado que los años no hubieran pasado en balde para él. O puede que hubiera deseado que así fuera. En cambio, se había convertido en aquel cuerpazo y había pasado de ser un chico guapo a un hombre de quitar el hipo.

Eso parecía.

—Vaya —dijo, acercándose lentamente hasta donde estaba Bella y observándola desde lo alto de su metro ochenta y cinco—, Isabella Marie Swan, la gran mujer de ciudad, de vuelta en Forks. —Su letal sonrisa y mirada penetrante seguían dejándola si aire.

—Edward —respondió, con una voz que le pareció demasiado suave y sexy como para ser la suya. Respira, Bella, respira. Te has enfrentado a los tiburones de Nueva York, así que puedes encargarte de Edward Cullen, el amor de tu infancia.

—Ha pasado mucho tiempo. —Su profunda y resonante voz la envolvió, calentándola de arriba a abajo; derritiendo la pared de hielo que había construido y volviendo a encender la llama que hacía tiempo que había dormido.

—Pues sí. —Así que aún está bueno... no, mucho más bueno de lo que recordabas. Piensa en el trabajo. Piensa en el dinero. Piensa en lo que sea que no sean esos penetrantes ojos, ni en lo bien que huele, tan masculino, tan abrumadoramente... potente.

¿Pero qué le pasaba? Debería decir algo, pero se había quedado en blanco. Al fin y al cabo, era una licenciada magna cum laude a la que rara vez le faltaban las palabras. Hasta ahora, que se encontraba frente a frente con el hombre de sus fantasías de niña. Un hombre que había pasado de ser el guaperas que recordaba a una muestra altísima e irresistible de la raza humana.

—Vamos a mi oficina —dijo, rompiendo el hechizo que la había dejado temporalmente muda.

Bella siguió a Edward por la puerta, percibiendo que las cejas de Cookie se arqueaban de curiosidad al verla pasar. Ahhh, la rueda de los cotilleos ya había empezado a girar. A saber qué estaría pensando la joven en aquel momento, pero apostaba lo que fuera a que, en cuanto desaparecieran de su vista, a Cookie le faltaría tiempo para coger el teléfono y tratar de obtener toda la información posible sobre ella.

Edward la guió hasta la espaciosa oficina que había detrás de la zona de recepción. Había una enorme mesa de roble en medio de la habitación y, justo en frente, dos sillas tapizadas de gris. El aparador tenía una pila de papeles ordenados a la izquierda y un ordenador en el centro. El tipo parecía ordenado, ¿no?

A través del ventanal se observaba el ajetreo de la calle principal. Edward le indicó que se sentara, mientras él tomaba asiento tras su mesa.

—Veamos —dijo con un tono de voz mucho más profundo del que recordaba Bella—. La última vez que te vi fue en el Baile de Primavera; tú eras una de las pequeñas y yo de los mayores. Te acorralé en el pasillo que había nada más salir del gimnasio, te di un beso de lo más apasionado y echaste a correr como un conejillo asustado.

Así que se acordaba. ¡Maldita sea!

—Sigues teniendo esa mirada de conejillo muerto de miedo, Bella. Pero no creo que me tengas miedo ahora, ¿o sí? —Su sonrisa de infarto hizo que Bella sintiera mucho más calor del que debería en el gélido despacho.

Jordán alzó la barbilla.

—Nunca te tuve miedo —mintió. No mucho, en cualquier caso. Por aquel entonces Edward le aterraba. Le hacía desear cosas que no tenía por qué desear.

Cosas en las que no había vuelto a pensar desde que dejara Forks, tras graduarse. Cosas en las que no quería pensar ahora.

—Siempre me he preguntado por qué echaste a correr cuando te besé. No pudo haber sido por el beso; ninguna de las otras chicas salió huyendo nunca. —Debió de hacerle gracia lo que acababa de decir, porque sonrió—. De hecho, esas mismas chicas me han dicho que besaba genial.

Le habría gustado reírse de su arrogancia, pero no estaba mintiendo. Las otras chicas tenían razón. Edward le había besado genial. Lo suficiente para excitar el apetito sexual adolescente de Bella y encender un deseo que jamás había sentido antes. Lo suficiente para hacer que echara a correr.

Bella ignoró sus comentarios.

—Han pasado catorce años, Edward. Apenas recuerdo aquel beso. — Ya, claro. Sólo cada vez que cualquier otro la besaba. Y ni uno solo había logrado encender el fuego provocado por aquel beso, hacía tantos años.

Aún recordaba sus labios deslizándose por los suyos, reclamándola, poseyéndola, su lengua explorando los recovecos de su boca y encendiendo en ella pasiones juveniles hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo y echó a correr como una loca.

—Bueno, puede que tú no te acuerdes, pero yo lo recuerdo muy bien. —Se quedó unos minutos mirándola fijamente a los ojos y Bella creyó percibir un destello de emoción atravesándolos, pero enseguida desapareció—. ¿Has venido por trabajo, Bella, o sólo para rememorar viejos tiempos? —Su mirada ya no tenía nada de sensual. La sonrió de forma natural.

Era asombroso con qué facilidad podía encender y apagar su encanto. Típico de los hombres como él.

—He venido a hablarte de Belle Coeur. He heredado la propiedad y necesita alguna que otra reparación.

—Me enteré de la muerte de Marie. Estaba de viaje y no pude asistir al funeral; lo siento mucho, Bella.

—Gracias —dijo y percibió, por la expresión de su rostro, que la compadecía. Miró hacia otro lado, pues no quería sucumbir al dolor por la pérdida de su abuela—. En cualquier caso, quiero contratar a Construcciones C&H para que lleven a cabo las reparaciones.

Eso también era una mentira. Bella no quería tener nada que ver con Edward Cullen, pero ya se había enterado de que Construcciones C&H era la única empresa de Forks capaz de hacer la obra que necesitaba Belle Coeur.

—¿De qué tipo de reparaciones estamos hablando? —Edward sacó un bloc amarillo y cogió un bolígrafo de la taza que había encima de su mesa.

Bella se cruzó de piernas y se echó hacia atrás en la silla, relajándose un poco ahora que el tema de conversación era la casa y no su beso.

—La verdad es que no tengo ni idea. Sé que el sitio está en mal estado, probablemente requiera mucha obra, pero no sé qué hay que hacer exactamente.

La mirada de Edward seguía sus movimientos y se posó en sus piernas antes de alzar la vista rápidamente; sus generosos labios se habían curvado en una sonrisa. Tiró del dobladillo de su minifalda de algodón, deseando haberse puesto pantalones aquella mañana.

—Depende de los planes que tengas para la propiedad.

—Pretendo vender Belle Coeur.

—¿Venderla? —Parecía verdaderamente sorprendido—. ¿Estás segura de que eso es lo que habría querido Marie? Creía que Belle Coeur había pertenecido a tu familia desde hacía siglos.

—Y así es —asintió, ignorando la sensación de culpabilidad—, pero no tengo ninguna intención de volver a vivir aquí. Mi vida está en otra parte ahora, y allí es donde pretendo quedarme. Tengo planes.

Grandes planes. Con el dinero que obtuviera de la venta de Belle Coeur podría hacer realidad su sueño de abrir un teatro en Nueva York. Hizo a un lado el remordimiento que sentía cada vez que pensaba en vender la casa de su familia, negándose a dejarse llevar por los sentimientos. Era una decisión de negocios.

—Ah, es verdad. Nueva York, ¿no? —Ante su asentimiento, continuó—: La cuna del teatro. Muy apropiado para tu vena dramática, ¿verdad? —Estaba siendo sarcástico y Bella sabía muy bien qué estaba imaginándose. La necia presidenta del Club de Teatro del colegio busca fama y dinero en Nueva York.

Sonrió, sin revelar la irritación que le provocaba su comentario.

—Pues sí, así es.

—Pensé que se te pasaría la tontería del teatro en cuanto salieras del colegio; pero ya veo que no.

—Y yo pensé que se te pasaría lo de ser un sarcástico gilipollas en cuanto salieras del colegio; pero ya veo que no —le respondió, su enfado aumentando por momentos.

Su boca se curvó en una sonrisa mordaz.

—Touché. ¿Así que sigues con el teatro?

—Sí, asistente de dirección en el Manhattan Community Playhouse. —Al menos de momento; hasta que pudiera comprar su propia compañía y pasase a ser propietaria, y pudiera producir y dirigir sus propias obras.

—¿Cómo? ¿No eres actriz?

La forma en que dijo actriz hizo que sonara como un insulto. Empezaba a cabrearse.

—¿Tienes algún tipo de problema con mi elección profesional?

Su sonrisa se ensanchó, lo que la irritó aún más.

—¿Te importaría mucho que así fuera?

A pesar de lo mucho que le habría gustado borrarle aquella sonrisa de un tortazo, sacudió la cabeza y le brindó una sonrisa benigna.

—Ni lo más mínimo. ¿Te importaría mucho que pensara que eres un jodido arrogante?

—Ni lo más mínimo —respondió, imitándola.

Ahora recordaba lo mucho que le había irritado en el colegio, siempre molestándola y dejándola en ridículo. El único chico del que había estado profundamente enamorada y la consideraba una estúpida teatrera. Al parecer aún seguía pensando lo mismo de ella. Al igual que Forks, Edward no había cambiado en nada.

—Me gustaría mantener una relación profesional, Edward. Nunca estuvimos juntos; de hecho, ni siquiera fuimos amigos. Ahora, ¿te interesa el trabajo que te propongo o me busco a otro?

Edward se levantó y se le acercó. Ella se puso en pie, el instinto de retroceder luchando contra el deseo de quedarse donde estaba y demostrarle a Edward que no le daba miedo estar cerca de él. Pese a que el corazón le latiera a mil por hora.

Los enigmáticos ojos verdes la cautivaron. Quería mirar hacia otro lado, pero era incapaz.

—Lo siento, pero no puedes buscarte a otro. Soy el único por aquí, así que parece que te las vas a tener que ver conmigo. Si quieres, me pasaré mañana a ver la casa y a presupuestarte las reparaciones que haya que hacer.

¿Se iba a pasar él? ¿No había otra persona encargada de hacer ese tipo de cosas? Se ponía nerviosa sólo con pensar que tendría que volver a verle.

—-¿No puedes mandar a otro?

—¿Por qué? —preguntó, sonriendo de nuevo—. ¿Tienes miedo de quedarte a solas conmigo?

Mierda. ¿Por qué había echo esa pregunta? Bella se negaba a tenerle miedo. Deja que venga y lo vea él mismo. Al fin y al cabo, ya no sientes nada por él. Puede que si siguiera repitiéndoselo, acabara creyéndoselo ella misma. Qué poco probable.

—Claro que no me da miedo quedarme contigo a solas; sólo que no me gusta tu actitud.

—¿Mi actitud? —Edward se rió de ella—. ¿No querrás decir mi interés?

—¿Interés? Lo dudo. —Edward no estaba más interesada en ella que ella en él.

—Creo que sigo dándote miedo, Bella. ¿Pero qué es lo que te da miedo? ¿Los hombres? ¿Yo? ¿O tú...?

Se miraron fijamente y se preguntó si sabría lo cerca que había estado de señalar todos sus miedos. Como no respondía, se encogió de hombros.

—Si no te fías de estar a solas conmigo, mandaré a Emmet.

Bella sintió que le estaba tendiendo una trampa. Si le pedía que enviara a Emmet, Edward se daría cuenta de que tenía que ver con los sentimientos que aún tenía hacia él. Y si se daba la vuelta y echaba a correr, se odiaría para siempre. Ya no estaban en el colegio, y no le tenía miedo. Intentó parecer indiferente:

—Manda a quien te dé la gana; me da exactamente igual lo que hagas.

—Entonces nos vemos mañana por la mañana. Estaré allí prontito.

—De acuerdo. Hasta mañana entonces. —Vio el destello de diversión de su mirada y quiso detenerse y decirle algo, pero se lo pensó mejor. Hizo una parada ante la puerta que daba a la recepción, tomó aire con fuerza y lo soltó despacio, deseando calmar los destrozados nervios.

¿Por qué seguía causándole tanto efecto, después de tantos años?

Edward encendió la lámpara y volvió a sentarse. Observó su reloj y vio que ya eran las nueve. Otra larga noche. No le extrañaba que hiciera siglos que no se acostaba con nadie. ¿Cómo se supone que iba a quedar con nadie, y mucho menos llevársela al huerto, cuando toda su vida giraba entorno al trabajo? Se apuntó mentalmente que debía hacer algo para solucionar ese tema lo antes posible.

Entonces tal vez su mente dejara de vagar por el pasado y soñar con una mujer que nunca sería suya. Sacudió la cabeza. Igual que en el colegio. No pudo tenerla entonces, y tampoco podía tenerla ahora.

Bella Swan. No le extrañaba que estuviera pensando en que le follaran. El haberla visto, después de tantos años, le había subido la libido. Cosa que no se había esperado. Ya no tenía que luchar contra sus hormonas adolescentes, pero el corazón le había dado un puto vuelco en cuanto la vio. Fue como borrar todos aquellos años de un plumazo; como si hubieran vuelto al baile. Aún recordaba el sabor de sus labios. Tan suave e inocente, pero con la sensual promesa de algo más.

Algo que había deseado tanto que aún podía recordar cómo se sentía. Pero todo aquello era parte del pasado, y allí era donde debí permanecer.

Se había convertido en una mujer muy guapa. Claro que siempre supo que así sería. En el colegio su belleza no había hecho más que empezar a florecer.

Por aquel entonces, sus amigos se habrían reído de él si se hubieran enterado de lo que sentía. Se imaginaba su reacción si se enteraran de que el malo del colegio estaba colado por la presidenta del club de teatro.

Así que se lo había ocultado a todos. A Bella también. Especialmente a ella. Era tan inteligente y guapa. Fresca e inocente, las primeras pinceladas de la belleza en que se había convertido aún empezando a aparecer. Edward hizo lo que tenía que hacer para salvarse: la molestó sin piedad; la incordió, la irritó e hizo cualquier cosan con tal de apartarla de su cabeza.

Cada vez que le honraba con aquellos brillantes ojos color chocolate, con una mezcla de amor y deseo juvenil reflejados en sus profundidades, le sacudía hasta lo más profundo. Estaba claro que Bella sentía algo por él. Y él no podía permitirlo; no era bueno para ella.

Unos golpes en la puerta devolvieron a Edward a la realidad. Emmet pasó y se dejó caer en una silla, estirando sus piernas musculosas.

—¿Bueno? —Emmet le miraba con ojos expectantes.

—Bueno, ¿qué?

—Que me hables de la preciosa castaña que ha estado aquí esta mañana. Tío, estaba como un queso.

Edward sacudió la cabeza al ver la sonrisa de su mejor amigo. Emmet se creía irresistible para la gran mayoría de las mujeres de este mundo. Y a menudo estaba en lo cierto; su encanto y claro aprecio por los miembros del sexo contrario mantenían su calendario social al completo.

—No hay nada que contar. Quiere que hagamos un par de arreglos en la propiedad de Marie Swan, y vino a pedir un presupuesto.

—¿Y?

— Y, ¿qué?

—La conoces. Se ve a la legua.

—Fuimos al colegio juntos. Nada más.

—¿Seguro? Me pareció que había algo más. —Arqueó una ceja, interesado. Estaba claro que Emmet buscaba detalles escabrosos.

Tomó unos cuantos folios de encima de su mesa y se puso a firmar documentos, tratando de evitar el contacto visual. Emmet siempre sabía cuándo mentía.

—No, no hay nada más. Estudiaba teatro en el colegio. No teníamos nada en común, salvo que estábamos juntos en un par de clases. No era mi tipo... y sigue sin serlo.

—Ya, claro. Las bellezas castañas de piernas kilométricas y tetas perfectas no son tu tipo...

Mierda. Le había vuelto a pillar.

—Está bien —sonrió Edward—. Tienes razón, te he mentido. Es guapísima. Pero sigue sin ser mi tipo: vive en Nueva York.

—Ah, ya veo... una chica de ciudad, ¿eh?

—Si.

Emmet se levantó, hizo un movimiento para estirar la espalda y se dirigió hacia la puerta.

—Tienes razón: está claro que no es tu tipo. Puede que la invite a tomar algo. —Edward vio el brillo de los ojos de su amigo; una mirada que había visto demasiado a menudo, cada vez que Emmet veía una nueva conquista.

La idea de Emmet ligando con Bella, tocándola o, Dios quisiera que no, besándola, era más de lo que pudiera soportar.

—Ahórratelo —dijo Edward sin rodeos—. Nunca llegarías más allá de la entrada de su casa.

Emmet le observó durante unos segundos, la mirada insondable.

—Vaaaaalee. Pero es una pena... ¡menudo bellezón! Bueno, nos vemos mañana.

Edward le dio las buenas noches y volvió al papeleo que tenía pendiente. Sólo que esta vez era incapaz de concentrarse: no hacía más que ver la imagen de aquella mujer que no era su tipo.

Se había convertido en la belleza que sabía que acabaría siendo. El rostro de Bella era digno de los mejores poemas: complexión cremosa, labios rellenos y apetecibles, y una nariz respingona con unas pocas pecas alrededor. Y sus ojos le hipnotizaban. Las órbitas color Chocolate brillaban con un resplandor y una claridad sin parangón en ninguna gema de similar color. Su brillante pelo largo y color castaño con algunos reflejos rojizos enmarcaba su rostro; una melena en la que la mano de cualquier hombre podría perderse.

Y su cuerpo... eso sí que era una auténtica obra de arte.

La mujer tenía curvas en los sitios adecuados: un trasero maravillosamente redondo y relleno, el pecho bien puesto pidiendo a gritos que lo tocaran. Y que lo besaran, y lo lamieran.

Pero su mejor punto eran sus piernas: largas y finas, de pantorrillas bien proporcionadas. Edward casi podía ver aquellas piernas envolviéndole mientras se sumergía en sus profundidades húmedas.

Joder. No le bastaba con evocar la belleza de Bella como un puto poeta, ¡acababa de empalmarse pensando en ella!

Jesús.

Ya no estaban en el colegio, ¡y ella no era en absoluto su tipo! Había cubierto su cupo de mujeres que creían que los pueblos pequeños estaban llenos de catetos y paletos. Las mujeres que se morían por el glamour y los flashes de la gran ciudad no estaban hechas para él; necesitaba a alguien que se conformara con lo que él podía ofrecerle, allí, en Forks.

Bella ya estaba contando los minutos que le quedaban para salir de allí. Él jamás podría estar con una mujer como esa.

Tras apilar ordenadamente los papeles encima de su mesa, se levantó y apagó las luces; pero en lugar de salir de allí, se quedó de pie, en la oscuridad, mirando la desértica calle principal a través de la ventana. Y se puso a pensar en Bella.

Daba igual lo que sintiera por ella en el colegio; las cosas habían cambiado. A pesar de morirse de ganas por tocarla, por besar sus labios suntuosos y por saborear los tesoros que guardaba, Edward se enfrentó a la realidad.

Él era un chico de pueblo y ella una chica de ciudad. Y no volvería a jugar a las grandes ciudades. No después de lo que Tanya le había hecho. Oh, claro que a Edward le gustaban las mujeres. Pero sólo por el sexo y la diversión; no para una relación de larga duración, al menos hasta que encontrara a una que fuera feliz allí, en Forks.

Edward no tenía intención de volver a salir escaldado.

Así que haría un presupuesto para las reparaciones de Belle Coeur y, si lo aceptaba, enviaría al equipo a trabajar allí, pero ahí terminaría la cosa. Edward no se liaría con Bella Swan ni de coña.