CAPITULO 1
LA DEBILIDAD DEL YOUKAI
- Ya para de hacer ese escándalo que despiertas al amo bonito- Yaken estaba molesto a tan temprana hora de la mañana como era su costumbre.
- Buenos días señor Jaken, quiere practicar con migo hoy.- Dijo Rin suavemente poniéndose en cuclillas para poder mirar al demonio sapo- necesito un blanco para mis estocadas sabe- agregó en voz baja con una risa juguetona, le encantaba hacerlo rabiar.
- No te creas la señora de este lugar, sigues siendo una malcriada… no soy tu juguete…solo porque eres la protegida del amo … pero ten cuidado del día que el no este… ese día yo..- no pudo terminar la frase porque unos ojos asesinos le quemaron en la nuca
-Jaken- La gélida voz del demonio le perforo los oídos, ya sabía que nada bueno se avecinaba – Rin necesita ayuda.
Rin salió corriendo por el jardín hasta la parte más alejada de este y empezó a llamar al pequeño Youkai con la mano. ¿Cuándo había empezado a amarla? … el Taiyoukai lo ignoraba. Los mechones negros aún le cubrían parte de sus ojos traviesos mientras el negro cabello balanceaba en el aire en una coleta. En algún momento ella había dejado de vestirse como un pequeño y usaba un traje de fina seda rosa y adornaba su cabeza con flores frescas todas las mañanas.. Le dedico una segunda mirada a sus finos dedos que asían con fuerza el sable doble que él le había obsequiado. La punta del ébano cabello hacía remolinos en su espalda y una suave capa de sudor perlaba su alba frente. "Tan inútiles eran los humanos que incluso al crecer carecían de ese instinto que el portaba con orgullo, el de matar ", penso Sesshomaru. Frágil y mortal, desde el primer momento que abrió los ojos al mundo había empezado a abandonarlo. Se estremeció entonces al pensar que ella, SU humana un día osaría en dejarlo. No pudo evitar recordar aquel momento en que había pensado en abandonarla y sonrió, todo había cambiado en ese viaje. Los amaneceres retrocedieron frente a sus ojos y suspiró. Lo recordaba como si fuera ayer.
Los gráciles pies de Rin corrían por el palacio sombrío y moribundo haciendo eco en los finos oídos del Youkai. La niña que ocho años atrás cuidara de él se convertía por ese entonces en una joven doncella de unos 16 años, una humana bajo su techo oliendo a flores de cerezo.
-Rin- El Youkai se levantó y se dirigió a la puerta principal
-Hai Sesshomaru Sama-
- Voy a salir-
El demonio entrecerró los ojos para esquivar el sol que le lastimaba esos cristales de oro cuando notó uno dulce aroma a su lado. Le dedico una media mirada de reojo como hacía siempre.
- Quédate- Irían a echar a unos humanos de sus tierra y no quería que la pequeña viera eso.
-Rin quiere ir con el amo, se siente muy triste si el no está. No quiero quedarme sola tantas lunas sin él. – La jovencita miró con una risa suplicante y el altivo señor no hizo más que proseguir su camino seguido por el demonio sapo y la humana.
No entendía porque le importaba tanto que permitía que esa insignificante criatura lo desafiara, peor aún, no entendía desde cuando le preocupaba lo que le pudiera pasar. Caminaron por horas hasta que el sol de la tarde empezó a ennegrecer los recodos de las cosas. Sesshomaru aún le daba vueltas al asunto sin poder justificarse.
- Amo… amo bonito- el monstruo verde hablaba tembloroso – lo siente? No somos los únicos por estos lados.- Era verdad, otra bestia que hedía a sangre seca los acechaba, pero no, el no lo había notado por estar pensando en esa mocosa.
- Esta muy cerca – dijo en un gruñido casi inaudible pero que Rin entendió a la perfección. Con el paso del tiempo ya había aprendido a interpretar los mínimos cambios de expresión en el rostro de su señor. Apresuró el paso hasta alcanzarlo y sin pensar tomo su mano con aprehensión. Un gesto que había hecho muchas veces desde que era una niña pero que ahora causó un efecto muy diferente en el Youkai.
El demonio sintió el suave calor de esos tersos dedos y se estremeció. ¿Desde cuando le importaba?... desde siempre. Esa era la respuesta. Siempre había estado preocupado por ella. Ese era el motivo por el cual había abandonado años atrás la caza de Naraku, por ella. Cuando sintió por primera vez que la pequeña Rin dejaba de ser una niña, ese narcótico aroma alborotó sus sentidos. La naturaleza hacía florecer el vientre de la humana y todo monstruo a diez hectáreas a la redonda sentiría aquella presa fresca y joven. Sí, siempre le había preocupado, por eso se volvió al castillo, por eso nunca la dejaba sola y por eso ahora se había descuidado frente a un monstruo tan insignificante.
-Rin, quédate con el señor Jaken – Se desprendió de esa marfilada piel sin mirarla y tomando la espada en su mano la blandió en el aire.
Las copas de los árboles cayeron, y un demonio de unos treinta pies de alto se irguió a escasos metros de donde estaban. Unos profundos ojos violeta se alternaron entre el Youkai y sus acompañantes. Alzando un mazo con afiladas hojas de hueso en su extremo y se relamió los dientes.
- No quisiera el Gran señor de estas tierras compartir su alimento con este …servidor – una irónica mueca cruzo los putrefactos labios de la bestia al pronunciar asqueado esta última palabra.
Los ojos de Rin se abrieron como platos y cobijó su espalda contra la fía piedra. Se refería a ella¿ella era el "alimento"?. Su señor no comería carne humana pero aquella cosa la miraba como si fuese el más exquisito manjar antes de la cena.
La sucia insinuación no pasó desapercibida para el agudo Youkai y sin mediar más invitación un látigo ponzoñoso quemó a carne viva las piernas del monstruo hasta arrancarlas de sus uniones. Sólo debía rematarlo y el agravio estría deshecho. El condenado en su desesperación lanzó las esquirlas de hueso contra Sesshomaru pero en un rápido movimiento este las esquivo. Con una celeridad fulminante dispuso a Tokijin para la última estocada, la espada clamaba sangre y carne.
- ¿La olvidaste? – el moribundo sonreía con su último triunfo.
Como una ráfaga todo el cuadro se completó en la mente de Sesshomaru. La puntas de hueso seguían su curso y se dirigían donde Rin se encontraban. Un grito ahogado de terror le estremeció la garganta. Inmediatamente abandonó su primera ocupación y extendió su látigo con milimétrica precisión. No era posible que alguien pudiese evitar lo inevitable, pero el gran señor de las tierras del este no era cualquiera. Solo unas cuantas habían logrado su objetivo provocando pequeños cortes en el sapo, pero su Rin estaba a salvo.
- Te descuidaste – unos colmillos sanguinolentos se habían clavado en su hombro al momento de distraerse. Se había descuidado por segunda vez aquella tarde. No necesito de más que un segundo para arrancar la cabeza del mutilado cuerpo.
Miró a Rin y el odio se apoderó de su mirada, unos tintes rojizos le cubrieron el iris amenazando con el desastre. No estaba enojado con ella, estaba molesto consigo mismo por ser débil, por haberse expuesto y por haberla puesto en peligro a ella. A ella, la causa de todos sus males. El único ser en el mundo en el cual no podía infundir temor, el único ser que lo hacía temer. Temor, ese sentimiento tan humano que lo vuelve vulnerable y lo rebaja, un sentimiento que no debe tener cabida en un Youkai.
Caminaron toda la noche a paso forzado como nunca, evidente era para Rin que su señor estaba molesto. Aquellos inconfundibles ojos rojos solo existían para ella en historias. Un demonio perro, blanco como la nieve y que lleva como la muerte, un demonio que habita dentro del TaiYoukai de las tierras del este.
Cuando el día desafiaba ya con asomar Rin empezó a quedarse atrás. Los ojos se le cerraban solos y los pasos cada vez eran más lentos y torpes.
- Si no puedes seguir quédate en el pueblo que acabamos de pasar- La fulminante advertencia de sus señor disipó todo rastro de sueño que pudiera quedarle.
- Sesshomaru Sama…- Rin decía sin poder comprender – ¿quiere Ud. que lo deje?
Ni siquiera en esa situación él podía mantener el control. El monstruo se enfadó más al escuchar esa respuesta. No, no era ella la que debía abandonarlo. Era él, el gran señor Youkai quien no le permitía más su presencia. Como era posible que una humana pensara que esa decisión estaba en sus manos.
- Sesshomaru sama – Rin estaba ya junto a su señor y sus ojos se habían encontrado a escasos centímetros- yo no quiero dejarlo.
- Humana latosa, que no entiende que el amo le esta dando su libertad.- Jaken no entendía como la cachorra de hombre no corría de regreso con los suyos después de tanto – Rin es muy tonta incluso para ser un ser tan inferior.- Gruesas lagrimas empezaron a caer por las pálidas mejillas de la chica.
- Jaken-
- Hai amo bonito-
- Vete a buscar un lugar para descansar- No hacía falta decirle más, ya había entendido que en el baile salía sobrando. Su amo se encargaría de deshacerse de la latosa de una u otra manera. El pequeño youkai se perdió en el bosque buscando un buen refugio.
La miró a los ojos dispuesto a dejarla ir. No podía mantener cerca a algo que lo volvía débil, vulnerable y lo degradaba a la altura del más bajo ser que podía imaginar. Eso se repetía una y otra vez en su cabeza¿porque entonces no la amedrentaba con su látigo para que no volviera más?
- ¿Sesshomaru sama ya no me quiere? – Una frase tan simple sirvió para quebrantar su determinación. ¿Quererla?. En el fondo no podía desprenderse de ella porque todo lo que deseaba era tenerla para siempre.
- No importa si no me quiere pero déjeme estar a su lado, prometo que no volveré a molestarlo como ayer- La vergüenza inundó sus mejillas y la vista quedó suspendida en el suelo.
Rin no quería ni imaginar lo que sería de ella si su amado Youkai la apartaba de su lado. En todos esos años había descubierto en ese demonio más de lo que jamás otro ser humano le había prodigado. Añoraba cada pequeña luz en esos dorados ojos, conocía a la perfección los sutiles gestos que se escondían detrás del duro semblante de piedra. Estar apartada de su protector sería quitarle el aire, quitarle la vida misma. Nada la ataba a este mundo, sólo él. Su vida le pertenecía desde el minuto que la arrancó de las garras de la muerte para traerla consigo, ella no existía si no era para él y cada uno de sus sueños lo evocaba y lo deseaban. Ayer, sin embargo, su insensatez y debilidad humana le provocaron esa herida que sutilmente teñía el blanco kimono. Era culpable de ser lo que era y no encontraba manera de remediarlo.
Sesshomaru sacudió esas ideas de su cabeza. Era Rin, la pequeña que lo seguía y ahora se negaba a irse de su lado. Tan inocente era que no entendía nada de lo que había ocurrido. Ella no debía disculparse pues no cometió falta alguna… era él quien había flaqueado. Las grandes perlas empañaban su mirada y Sesshomaru apenas a unos centímetros de ellas no soportó mirarlas. Se dio media vuelta y comenzó a caminar. Rin lo vio alejarse y comenzó a desesperar, corrió y extendiendo sus brazos interponiéndose en el camino de su amo.
- Déme un arma y le probaré que puedo defenderme por mi misma, pero no me pida que me aparte de su lado porque no lo haré – una chispa vívida refulgía en la oscuridad de sus ojos. Bien esa osadía podía costarle la vida y no le importaba, de nada le servía vivir si no era para seguirlo.
Sesshomaru tuvo que hacer un esfuerzo por ocultar su sorpresa. La niña dulce se atrevía a enfrentarse a al Taiyoukai con las manos desnudas. Que más se podía esperar de una cría de hombre educada por dos demonios en medio del bosque. Rodeo el cuerpo esbelto y prosiguió su camino hasta encontrar a su sirviente quien preparaba el desayuno.
Jaken casi se cae de espaldas cuando vio llegar a su amo seguido de Rin. La tenacidad de la joven era a toda prueba. Se acunó juntó a su señor para sentir hasta su más mínima respiración, no quería que el la dejara. Hizo un gran esfuerzo por mantenerse despierta todo el tiempo que fuera necesario
El sol estuvo alto en el cielo y sus rayos se colaban entre las hojas cuando despertó sobresaltada por una voz.
- Rin despierta – Jaken estaba molesto, como todas las mañanas- Tenemos que seguir.- Rin se espantó el sueño con una mano cuando dos afiladas hojas de acero se clavaron en la tierra a unas palmas de donde estaba.
- En cuatro lunas más llegaremos a nuestro destino- Sesshomaru la miraba desafiante – Si para ese momento puedes serme útil también puedes quedarte.-
Rin no cabía de emoción, su señor le daba una oportunidad, una que no rechazaría. Todas las noches entrenó muy duro para dominar el arte del sable doble. Practicaba hasta que la luna estaba muy alta en el cielo sin importarle el frió o las heridas que la pulcra hoja dejaba en su piel cuando se equivocaba.
