Preludio:
Aquella tarde de otoño prometía ser bastante helada, pensó Kahoko mientras terminaba de guardar las cosas que había utilizado en clases en su bolso. Estaba cansada y hambrienta, pero se sentía muy satisfecha con el trabajo que estaba realizando tanto en la universidad como siendo la ayudante de Ousaki. Para ella, poder transmitir a otras personas la emoción y el amor que la música le producía era un estimulo suficiente para seguirse esforzando.
Se le había hecho un poco tarde después de una practica de última hora con algunos alumnos. Debería haberle pedido a Ryotaro que pasara a recogerla, pero él tenía bastantes cosas que hacer aquel día y ella había confiado en terminar pronto, sin embargo…
Apuró el paso tras salir de la escuela mientras se arrebujaba un poco más en su abrigo. Sí, aquel otoño estaba siendo especialmente frío, lo que le hacía pensar que tendrían un invierno aun mucho peor. Solo esperaba que aquello no le impidiera poder seguir pasando unas cuantas horas en el parque algunos días por semana. Aquellos momentos de soledad, eran su escape y una forma de conectar con la música que era incapaz de explicar con palabras.
Notó el peso del estuche del violín que llevaba en la mano y consultó nuevamente la hora. Eran mas de las seis de la tarde, debería estar ya de camino a casa o Nami podría preocuparse si tardaba demasiado, pero la necesidad que crecía en su pecho se impuso a su sentido común, y antes de que pudiera arrepentirse, había cambiado el rumbo de sus pasos.
No había mucha gente en el parque en ese momento, lo que la pareció perfecto. Solo quería tocar un poco antes de volver a su hogar y relajarse después de ese largo día. Solo necesitaba un instante de tranquilidad para dejar que la inquietud que la afectaba desde hacía unas horas disminuyera. Para que remitiera un poco la pena.
¿Hacía ya cuánto tiempo que él se había marchado?
Era una pregunta tonta, se regañó, porque ella lo sabía con claridad. En diciembre harían cinco años. Cinco largos años que en ocasiones habían parecido arrastrarse frente a ella y otras tantas pasar tan rápido que no se había percatado del paso del tiempo.
¿Habrían sufrido muchos cambios desde sus días de escuela?
Era lógico pensar que había sido así, sobre todo cuando contemplaba el futuro que se había abierto frente a cada uno de ellos. Sin embargo, el roce constante y la rutina, hacían que aquellas pequeñas diferencias pasaran desapercibidas a ojos de todos a menos que las analizaran a conciencia o se recrearan en el pasado. Cosa que no ocurría muy a menudo.
Solo aquellos que se hubieran marchado podrían apreciar aquellos cambios en su verdadera amplitud. Seguramente él sí los notaria aunque no le importaran.
¡Dios, no quería pensar más en aquello!
Durante su última clase de la mañana en la universidad, había oído los comentarios de algunos chicos sobre los últimos conciertos que él había dado en el extranjero. No deberían haberla afectado, oír hablar de él era lo habitual, pero sin embargo no había podido quitárselo de la cabeza ni siquiera cuando fue a dar las clases a los alumnos de la escuela. No le había servido de nada hablar y reír con los chicos porque aun estaba un poco intranquila y si Nami la veía así, tendría que contarle que le ocurría.
Si Ryotaro la veía así, sabría con exactitud a que se debía su desasosiego y no quería hacerlo pasar por aquello. No más.
Buscó un sitio tranquilo para su práctica y extrajo con cuidado el violín y el arco para comenzar. Aquellas escapadas al parque eran habituales, pero la de aquel día tenía mas un significado melancólico que una motivación de alegre ansiedad. Necesitaba liberar las emociones que comenzaban a desbordar su corazón antes de que no pudiera contenerlas por más tiempo.
Necesitaba serenarse nuevamente antes de poder estar con las personas que la querían.
Amaba la música. Amaba tocar el violín. Y sobre todo, amaba tener la posibilidad de que otros disfrutaran de aquello. No se arrepentía de ninguna de las decisiones que había tomado en su vida después de haber participado años atrás en aquel concurso. Aquel había sido el primer paso de muchos que aun le quedaban por dar. Uno tras otro. Siempre adelante.
No se arrepentía de nada. Sin embargo, le hubiera gustado haber tenido el valor suficiente cinco años atrás para haber dicho lo que realmente sentía. Le hubiera gustado perder expresar sus sentimientos a través de palabras. Pero había sido cobarde.
Y el pasado no podía cambiarse, ¿verdad? Solo les quedaba el presente… El futuro…
Acomodó el violín y acercó el arco. La primera nota fue el grito que abrió su alma. No había pensado tocar aquello, pero una nota siguió a la otra y entes de comprender que hacía, sus sentimientos se desbordaron a través de la melodía.
So corazón estaba en ella. Sí. Estaba exponiendo el dolor que aun albergaba su alma para intentar sanarla.
Una nota tras otra.
Era su plegaria.
Una lágrima tras otra.
Era una suplica.
A pesar de estar cansado por el viaje de regreso a Japón y el desfase horario, Len había sido incapaz de quedarse por más tiempo del imprescindible en casa de sus padres, por lo cual había decidido salir a caminar un poco para estirar las piernas y relajarse.
Estaba aterrado.
Su estancia de casi siete meses en Italia había sido fructífera para su desarrollo artístico, sin embargo el último mes no había podido concentrarse en casi nada. Se sentía cansado, molesto y triste. Era incapaz de dejarse motivar por aquello que había sido su vida entera y temía dejarse vencer por aquella apatía que lo consumía. Y por ese motivo había aceptado el consejo de su madre.
Tenía que regresar a Japón y aclarar todo aquello que había dejado inconcluso cuando se había marchado años atrás.
Suspiró con resignación y se estremeció un poco al notar la ligera briza que comenzaba a levantarse. En breve comenzaría a anochecer y tendría que intentar dormir un poco. El día siguiente no sería fácil, por lo que necesitaría de todas sus fuerzas y contención. Tenía que estar lúcido.
¿Cómo se tomaría ella su regreso?
Podría haberla avisado, lo sabía, sin embargo nada más ser consciente de que emprendería aquel viaje, no había sido capaz de llamarla y decírselo. No habían tenido contacto el uno con el otro en más de dos años y estaba seguro de que si ella no se mostraba entusiasmada con su visita, no hubiera sido capaz de regresar.
Cinco años. ¿Cómo podía pasar el tiempo tan deprisa?
No. No todo había sido así, se recordó. Durante el primer año, los meses habían parecido arrastrarse uno tras otro y en más de una ocasión había deseado con desesperación regresar a casa, pero ella confiaba en él y se había seguido esforzando al máximo para no defraudarla. El segundo y el tercer año habían sido más fáciles. Tenía una motivación, su trabajo estaba dando frutos y sabía que su tiempo de espera estaba llegando a su fin, pero cuando se enteró de lo que había pasado, simplemente comprendió que ya no había motivos para volver y los dos años siguientes fueron su manera de comenzar nuevamente. O de intentarlo.
Hasta que su madre le aconsejó que debía volver.
¿Cómo estarían todos ellos?
Había visto a Yunoki el año anterior durante una presentación en Europa y le había contado algunas cosas sobre como les iban las cosas los demás, pero él mismo se había obligado a no demostrar un interés personal mayor del que correspondía por saber más sobre ella, dejando que las noticias recibidas solo fueran un hecho casual como lo eran todas las demás.
Una extraña punzada de tristeza y añoranza lo atravesó cuando tomó conciencia del lugar donde se encontraba. Había practicado alguna que otra vez en aquel parque y a ella la había visto ensayar allí incontables veces. Incluso, si cerraba los ojos podía verla allí de pie, con su enorme alegría y su sonrisa fácil.
Si cerraba los ojos, incluso podía oírla.
Un estremecimiento lo recorrió al comprender que aquella música que oía no era otro producto de su cansado cerebro sino que realmente alguien estaba tocando un violín.
Aquella melodía…
Sin siquiera detenerse a pensar en lo que estaba haciendo, y a pesar de saber que era el peor momento que podría haber escogido para aquello, los pasos de Len se dirigieron hacia la fuente de aquel sonido. El corazón le latía desesperado en el pecho y notaba como la sangre le atronaba en los oídos, sin embargo cuando llegó hacia su destino, sintió como se le aflojaban las piernas y tuvo que controlarse para no llamarla.
Era ella. ¡Tenía que serlo! El cabello rojizo, la estatura y la postura de la joven le decían que no se equivocaba. Y su forma de tocar el violín… Era ella, estaba seguro.
Su interpretación era perfecta. No había fallos. En aquellos cinco años había mejorado innegablemente, pero la técnica era lo de menos, porque era aquel desborde de sentimientos lo que lo tenía conmocionado. Parecía que todo lo que ella sentía pudiera ser expresado a través de aquel instrumento.
Ave María.
El dolor que lo embargó fue tan repentino como intenso. Y en el momento en que ella interpretó la última nota, sintió como todas aquella emociones que había acumulado dentro de él durante esos cinco largos años, amenazaran con salir de golpe de sus labios.
Debió emitir algún sonido sin ser consciente de ello, ya que ella se volvió a mirarlo con curiosidad.
Len percibió el preciso instante en que ella lo reconoció, porque sus ojos dorados se abrieron con incredulidad antes de que un sinfín de emociones cruzara por ellos. Desde el autentico pánico hasta la felicidad, el dolor y la incertidumbre.
—Hino —murmuró él y fue todo lo que pudo salir de sus labios, ya que notaba un nudo de emoción contenida en la garganta y no sabía que debía hacer en aquel momento.
Ella abrió y cerró la boca un par de veces, como si también estuviera buscando algo adecuado que decir. Una risa nerviosa escapó de sus labios. Se volvió de lado para dejar con manos temblorosas el violín en el estuche y nuevamente lo miró con absoluta incredulidad.
—Tsukimori… ¿de verdad eres tú?
Simplemente fue capaz de asentir. Había tantas cosas que tenía que contarle. Tantas y tantas cosas que habían quedado inconclusas entre ellos… Y sin embargo, allí estaban, sin saber que hacer ni como afrontarlo.
—Dios mío —dijo Kahoko mientras se cubría la boca con una mano y él notó como se le llenaban los dorados ojos de lágrimas—. Dios mío, de verdad has regresado.
Iba a justificar su visita. Iba a decirle que tenían que hablar con tranquilidad pero que aquel no era el lugar ni el momento adecuado para hacerlo. Pero cuando la vio acercarse, sintió que ella lo abrazaba con fuerza y oyó los sollozos que escapaban de sus labios y la hacían estremecer, fue incapaz de volver a pensar con claridad.
Aquello no se le daba nada bien, pensó mientras la abrazaba con torpeza y dejaba que siguiera llorando hasta que se tranquilizara. Había deseado un reencuentro en sus términos. De una forma en que pudiera mantener sus emociones bajo control y fuera fácil para ambos, pero Kahoko Hino nunca le había permitido jugar con sus reglas.
Ella perturbaba su mundo. Y él se lo permitía.
Así que en aquella tarde, mientras las sombras del crepúsculo se hacían cada vez mas intensas, la única mujer a la que había amado lloraba desconsoladamente en sus brazos por su regreso, y él lloraba por dentro al comprender el error que había cometido al dejarla.
Bueno, este es mi primer fanfic de Kiniro no corda y ha salido más o menos por una idea que llevaba días dando vueltas en mi cabeza hasta que me decidí a escribirla.
He tomado como base casi todo lo ocurrido en el manga, con la diferencia de haber cambiado el final, haciendo que Len no hubiera regresado y lo que podría haber ocurrido de allí a cinco años más.
Agradezco a todos los que se hayan dado el tiempo de leer y espero les haya gustado. Intentaré actualizar una vez por semana los capítulos y cualquier duda, comentario, sugerencia o crítica son bien recibidos.
