Magizoológos: guía práctica para su domesticación.
Capítulo I: "De llegadas torpes y Queenies implacables."
Tina trataba ferozmente de no retorcer el dobladillo de su abrigo, no quería arruinar nada ese día y aquello incluía su vestimenta. Procuró no parecer ansiosa entre la muchedumbre, pero los nervios la azotaban sin piedad al mismo ritmo que el viento del muelle. Estaba segura que sin estar fijado mágicamente, su sobrero habría volado sin tón ni són por los aires apenas bajó del taxi.
Maldijo a Queenie y su repentina tardanza con la comida que la había dejado sola allí para recibir a Newton Scamander ese día. Temblaba, se dio cuenta, y se horrorizó de lo adolescente que se sentía ¡Era una aurora, Melín poderoso! Ella se enfrentaba a maleantes armados, duendes inescrupulosos y bandas alborotadoras; no debería estar temblando. Sin embargo estaba allí, retorciendo sus manos observando a la gente del "Evanesca" arremolinarse en la cubierta para pasar los respectivos controles de desembarque.
Lo buscó hasta que logró entrever su cabello rubio oscuro, casi rojizo bajo la luz del atardecer, formando la fila. Irónicamente no lo individualizó únicamente por su cabello, sino por el abrigo azul y su estatura. Newt era inglés en cada fibra de su ser, y el pobre hombre apenas si se daba cuenta. Llevaba la bufanda por dentro, el abrigo de paño permitía ver su chaleco informal y podía distinguir a esa distancia lo poco cómodo que se sentía entre tantas personas.
La joven aurora se mintió a sí misma diciéndose que no estaba nerviosa por su llegada, y que las manos le temblaban por falta de abrigo y no por anticipación.
Cuando la carta que anunciaba su venida a Estados Unidos llegó, Tina la leyó tantas veces que Queenie se mofó de ella desde la cocina. "Él va a volver, tal y como te dije, Tenny; ¡creelo, él vuelve por ti!", insistía la bruja rubia. Sin embargo ella se negaba albergar tales esperanzas, que aunque no admitiera en voz alta alimentaba interiormente. Su correspondencia había sido frecuente, considerando la distancia, pero no demasiado íntima:
"Srta. Goldstein
Mi llegada a Inglaterra no tuvo mayores problemas, desembarqué en Liverpool y llegué a Londres poco después. Hoy revisé por última vez mi manuscrito; debo presentarlo al Ministerio de Magia para su aprobación. Si lo aceptan, será publicado. No me siento como un autor, si usted me pregunta, pero espero su aprobación.
De ser así, de publicarse, tengo una promesa para mantenerle, señorita.
Su quebranta leyes inglés; Newt Scamander."
"Sr. Scamander
Me alegra oír de usted, y que su llegada no tuvo reales contratiempos. Tengo plena fe en que los trabajadores de su respetable Ministerio aprobaran la obra; después de todo es usted dedicado en su investigación. Lo aceptarán, y usted deberá pronto aprender a pensar en usted mismo como un autor. Yo ya lo hago.
¿Se imagina que en muchos años una copia de su primera edición sea terriblemente valiosa? Y aunque no lo fuera, cosa que dudo, lo será para mí.
Su aurora americana estusiasta de la ley, Tina."
La útlima carta recibida días atrás decía en su línea final, y de modo casi descuidado, una consulta simple pero significativa: "Me gustaría partir a Nueva York el último fin de semana de Octubre, tengo una promesa que cumplirle ¿Estaría eso bien con usted?" Tina casi colapsó sobre su cama, dónde leía cuidadosamente la misiva reiteradas veces hasta que su hermana se burló de ella. Él realmente iba a verla.
¡Iba a atravesar un oceáno para verla!
Tina no se consideraba a sí misma una auténtica romántica, ese papel siempre se lo había dejado a Queenie. La hermana menor era siempre quién enamoraba y dejaba enamorar con facilidad; Queenie era inmarcesible al tiempo cuando se trataba del romanticismo y el coqueteo. Tina por sí misma apenas podía contar dos muchachos medianamente relevantes en su vida amorosa; y en ambos casos el interés se había perdido: en el primer caso fue ella la desinteresad y el segundo romance, fue él. No podía culparlo, pensó, puesto que en aquél tiempo ella estaba en pleno entrenamiento auror y no tenía tiempo real para vanalidades como el coqueteo.
Sin mayor demora, y antes de que se sintiera emocionalmente preparada, Newt bajó del barco con una sonrisa titubeante y una maleta consigo. Tina notó, sin sorpresa alguna, que era esa misma maleta. Se acercó a ella, y mientras la distancia de reducía también lo hacía su velocidad y paso firme. Ella caminó hacia el joven y cuando éste dejó la maleta en el suelo para saludarla apropiadamente, estiró sus manos hasta su rostro, acunándolo, y le besó la mejilla.
— Ha sido un tiempo, Sr. Scamander. — Ella le sonrió.
Newt sintió sus mejillas tomar color; Tina lucía tan bella como la recordaba. Su piel parecía brillar suavemente con el sol que moría, y el cabello le había crecido un poco. Si bien no usaba maquillaje, Newt podría haber jurado que ella también estaba sonrojada. O podría ser el viento frío, su lado pesimista le instruyó.
—Sí, sí. Han pasado un par de meses. — Reconoció, mientras trataba de peinar su cabello alborotado. —¿Cómo… cómo has estado?
Seguía siendo su Newt, pensó Tina. Tímido y titubeante, aún se mantenía firme en el muelle con su maleta llena de ciertas pertenencias ilegales. Se rió nerviosamente sin poderlo evitar, cubriéndose la boca con una mano enguantada para tratar de ocultarlo. Newt no comprendió qué le había causado tanta gracia. Acomodó de nuevo su pelo y revisó disimuladamente su atuendo: nada estaba particularmente fuera de lugar.
Ella le dedicó una sonrisa tal que logró llegar a él de un golpe y sin aviso; Merlín, Tina era preciosa.
—Cualquiera pensaría que somos extraños, Sr. Scamander, por una bienvenida tan pobre. — Bromeó. — Venga conmigo, Queenie ha preparado una cena de bienvenida para usted.
—Oh, sí— Él tomó su maleta del piso. — Ninguna bienvenida suya es pobre, Tina.
Ella se volvió para brindarle otra sonrisa con las mejillas apenas sonrosadas, y se rió de nuevo. Le parecía tan extraño que siguieran tratandose de usted. Pero era algo de ellos, quizá también se debía a la formalidad de su profesión y a la crianza inglesa de él los motivos por los que no podían abandonar tal usanza. A ella le agradaba pensar que también era un pequeño juego entre ambos.
—¿Qué tal Inglaterra, Sr. Scamander?
— Fría, llovía bastante cuando dejé Liverpool. Estaba feliz de venir, desde que publiqué el libro he tenido demasiada gente alrededor y era un poco incómodo.
—¿Entonces sólo ha venido huyendo de su público, Señor?
Tina estaba jugando, y él, aturdido, pescó el anzuelo.
—No, claro que no. — Se excusó, nerviosamente mientras la seguía por las calles. — Quería venir, de verdad. No extrañaré la atención, no es que no me guste la atención o sea malagradecido, me gusta tu atención- ¡la de ustedes!- es decir…
—¿La de los amigos y no de quienes no le conocen? — Tina le dio una salida fácil, el joven lucía mortificado por su poca labia.
—Sí. La gente está demasiado ocupada conmigo, en vez de limitar su atención al libro. — Newt explicó. — No sé lidiar bien con ello, así que me quedaba en casa todo lo que podía.
—Oh, Newt, me alegra su éxito. —Ella admitió, cálidamente— Ellos sólo quieren conocer al autor.
—No soy importante, el libro lo es; su contenido.
Tina paró de repente en una esquina y extendió el brazo.
—¿Tina… qué hace? — Cuestionó él.
A su modo de ver no tenía lógica, ella había parado su andar para estirar el brazo en medio de los automóviles que se aglomeraban en la calle. Era casi peligroso, pensó, con los vehículos en pleno movimiento.
— Paro un taxi, el apartamento está un poco lejos.
—Un taxi… ¿Un automóvil? — Preguntó. —¿Puede pedir uno? ¿Por cuánto tiempo?
—El que tome llegar a la dirección que le dé al chófer. — Le explicó mientras paraba uno y le abría la puerta.
—Yo debería ser quien le sostenga la puerta a usted. — Newt meditó en voz alta. — Pero supongo que usted es… una bruja independiente y, uh, novedosa.
Tina soltó una real carcajada cuando él entró sintiendo su caballerosidad atacada y le siguió dentro. El viaje no fue tan largo como había creído, y Newt se mostró callado y curioso por el invento muggle. La aurora casi podía escuchar los engranajes de la cabeza del inglés intentando descifrar el funcionamiento del automóvil. Parecía que su curiosidad era infinita.
Queenie lanzó un pequeño gritito de felicidad cuando Newt entró al apartamento. Tina lo había desilucionado para lograr introducirlo al edificio sin que la señora Esposito pudiera notarlo. El mago se mostró sorprendido cuando la bruja lo abrazó por los hombros sin ningún tipo de aviso previo y procedió a quitarle el abrigo e invitarlo a tomar un lugar en la mesa.
La atractiva bruja habia dejado el lugar preparado y olía fantasticamente. El pan de salvado recién horneado le trajó recuerdos de su buen amigo Jacob, que dolorosamente quitó de su mente para no traer un pensamiento que le traería pesar a Queenie.
—No se preocupe por mí, Newt, querido. — Queenie le dijo, mientras se sentaba a su lado. — Sus recuerdos no me traen otra cosa que alegría y esperanza.
Tina se había sentado frente al muchacho y observaba a su hermana interactuar con él. La rubia le sonreía y aunque trataba de hacerlo sentir confortable Newt no parecía del todo cómodo.
—Déjalo en paz, Queenie. Acaba de llegar, el Sr. Scamander debe ansiar una comida sustanciosa y un lecho cómodo para descansar ¿No es así?
—Yo estoy bien, pero sí, uh, la comida parece muy sustanciosa y deliciosa, Quennie, muchas gracias. — Newt le sonrió titubeante y Queenie rió. — En verdad, la sopa está excelente.
—Cocinar es en lo que soy buena. — Ella agradeció. — Un día quisiera tener mi propio restaurante.
—Eso sería ideal, estoy seguro que pronto tendría una clientela fiel y feliz. — Le aseguró.
—¿Va a quedarse aquí esta noche, no es cierto, Sr. Scamander? — Queenie preguntó, escandalizando a su hermana y al joven aludido.
—Tengo una reservación hecha en un hotel, a unas pocas cuadras de aquí. No, no sería adecuado y…
—Pero sí se ha quedado aquí antes. — Interrupió y luego, tras reir quedamente, agregó; — O, bien, ese era el plan original antes de que usted se fugara.
Newt enrojeció, recordando el incidente mencionado. Determinó claramente a lo que se refería. Tina les había llevado chocolate caliente, que nunca había llegado a probar, y luego de introducirse en su maleta con el Sr. Kowalski brevemente, partieron sin decir una palabra del departamento donde entonces comía placidamente.
—Eran otras circunstancias, hermana. — Censuró ella, mientras Queenie casi parecía burlarse con su mirada picara. — Si el Sr. Scamander ha hecho una reservación sería poco serio de su parte que no se presentara. Es un hombre de palabra, después de todo.
La indirecta había sido sútil, al menos para los estandares normales de lo que el Newt captaría de modo inmediato, y recordó que había tomado la entrega personal de su libro como una excusa válida para volver a ver a Tina. Tenía la copia con él, debería extraerla y dársela de inmediato, él era un hombre de palabra tal y como ella había dicho.
Pero Queenie se negaba a que un momento que podría ser íntimo y propicio se diera con ella en medio. El joven Scamander necesitaba un mejor sentido de lo que momento oportuno significaba. De modo tal que Queenie se levantó de la silla para buscar el postre e interrumpió el torrente de pensamiento del hombre.
—¿Rechazaría unas galletas y chocolate caliente, Sr. Scamander? — Consultó la bruja rubia.— Mañana en la tarde, por supuesto. Ahora mismo tenemos de postre un exquisito tiramisú de bienvenida.
— Suena bien, Queenie. — Aceptó, mientras frotaba sus palmas contra las rodillas para combatir los nervios. — Ah, Tina, yo…
—¡El tiramisú! — Queenie interrumpió. — Estoy realmente segura, Sr Scamander, que lo que sea que tenga en mente puede esperar hasta mañana.
Tina quería que la tierra se abriera y se la tragara de un bocado ¡Zaz! y de esa forma no tendría que ver a su hermana lanzar cuanta indirecta le fuera posible para lograr que, lo que fuese que Newt estaba por decir, fuera acallado. Seguramente, pensó, él quería negar el postre e irse a descansar ¿Cuándo había sido la última vez que ese pobre hombre había dormido en una cama sobre tierra firme?
Tina devoró avergonzada y sin emitir palabra su postre, mientras Queenie hablaba sin parar sobre el tiempo de Nueva York e interpelaba a Newton sobre el clima inglés. La charla mán común del mundo. Seguramente su hermana quería prolongar la visita.
Newt entendió de inmediato que Queenie, por alguna razón, no quería que le diera la copia de su libro en ese momento a Tina. Si bien no podía encontrar un motivo lógico al principio, pensó que probablemente Queenie no quería alargar demasiado la cena. Era viernes, ciertamente, y ambas deberían haber estado trabajando hasta pocas horas antes. Se avergonzó; había interrupido no sólo su jornada sino también su descanso. A lo mejor por eso Queenie lo citaba para el día siguiente como una especie de indirecta; lo mejor era irse prontamente.
—Muchas gracias por una comida tan deliciosa. — Dijo, levantándose. — Es tarde y ustedes deben querer descansar… debería irme al hotel, a registrarme y bueno, dormir.
Las hermanas se levantaron casi al mismo tiempo que él lo hizo. Queenie sonreía, sabiendo que se había salido con la suya nuevamente, y Tina se mostraba un poco cohibida por el actuar espontáneo y desvergonzado de su hermana. Buscó de inmediato el abrigo de Newt y él tomó su maleta, que descansaba junto a la puerta.
—Lo acompañaré abajo, si me lo permite. — Tina solicitó mientras le daba una mirada de advertencia a su hermana.
Queenie cubrió su risa fácilmente y se deslizó hasta Newt con gracia y sin mucho remilgo. Abrazándolo de igual forma que en su llegada, ella le sonrió efusivamente.
—Un gusto verte Newt, te esperaremos mañana. — Le recordó.
—Claro, por supuesto. Mañana. — Asintió. — También me dio gusto verte, Queenie.
Tina sacó su varita y rápidamente desilucionó al inglés para poder de esa manera bajar sin problemas por las escaleras hasta la entrada. Una vez que llegaron, cerciorándose que nadie estaba cerca o mirando, quitó el hechizo y Newt volvió a hacerse visible. Ella no se había percatado de lo cerca que estaba de ella. La mujer abrió la puerta y Newt volvió a deslizarse primero hacia la calle sin transitar pero bien iluminada. Ya era noche entrada, aunque no se podían apreciar las estrellas.
Newt miraba el suelo fijamente y Tina buscaba inspiración en las ventanas del edificio de enfrete ¿Por qué todo tenía que fluir tan lento entre ellos? Eran absurdamente complicados.
—¿Estará bien yendo a su hotel? — Consultó, en busca de unos minutos más de compañía. — ¿Quiere que llame un taxi… o quizá debería revisar la dirección?
El magizoológo sonrió torpemente y le mostró un mapa de la ciudad con el lugar marcado y luego de lanzar un hechizo de guía se acercó nuevamente a ella, dudando en el último paso.
—Estaré bien, yo… buenas noches.
Él pareció dudar antes de cerrar las distancia y lentamente le acomodó el cabello detrás de la oreja, sin un sombrero para entorpecerlo, y depositando con cuidado un beso casto sobre su mejilla. Retrocedió casi de inmediato y asintió antes de darse la vuelta y emprender su camino. Tomó toda la fuerza de voluntad del joven no girarse para volver a verla. De haberlo hecho habría notado como la aurora mantuvo la vista en él hasta que giró en la esquina y se perdió de vista.
La auror sintió una falta inmediata de algo que no podía identificar. Un vacío extraño de un calor ajeno. El perfume de Newt, amaderado, se perdía con la tibieza de su cercanía. Se sentía como una niña tonta de colegio. Suspiró, sabiendo que no tenía sentido quedarse allí más tiempo y se apresuró en subir las escaleras. Lo primero que hizo tras ingresar a su apartamento fue reprochar a su hermana:
—¿Qué cosa en el mundo pensabas, Queenie? — Gimió, la vergüenza volviendo a ella de un golpe.
Queenie sonrió. Ella sabía exacamente qué pensaba, pero, bien, no todos podían leer mentes.
