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Había una línea de aproximadamente 20 personas en frente de mí. La mayoría eran señores con ropa informal: playeras Polo y jeans; una pareja de novios, o quizás recién casados y un grupo de seis jóvenes contando a su coach que aparentemente pertenecían a un equipo de voleibol. Todos con la misma expresión somnolienta, el cabello alborotado y café o comida en las manos. Le di un último sorbo a mi frappé de moka con crema batida y al sacar la mano del bolsillo de mi chaqueta mi pasaje de abordar comenzó a descender tres pisos

— ¡Mierda! —grité tan fuerte que al menos sentí diez pares de ojos mirándome. Cogí mi mochila del piso, corrí hacia las escaleras eléctricas y seguí empujando personas a mi paso sin detenerme a escuchar sus maldiciones. Al llegar al segundo piso me acerqué a la barandilla y miré a un chico de cabello rubio levantar mi boleto—. ¡Hey! Eso es mío —grité con fuerza. El chico se quedó parado mirándome y esbozó una amplia sonrisa. Genial, se quedaría ahí y me haría bajar, vaya caballerosidad la de éste siglo.

Tuve que correr casi dos pasillos de distancia, con una separación de aproximadamente tres metros entre ellos, para bajar los siguientes dos pisos. Mis pulmones demandaban oxígeno pero mis piernas seguían moviéndose como si fueran jugadores de fútbol y mi cerebro era el entrenador que les gritaba que no se detuvieran.

Finalmente llegué a la planta baja y giré mi cabeza hacia ambos lados intentando enfocar mi borrosa visión. El rubio estaba de pie, recargado sobre una columna de concreto, con mi boleto sujeto entre su mano derecha y la otra metida en el bolsillo de sus jeans. Era muchísimo más alto que yo, de piel muy blanca, parecía como si nunca se hubiese puesto ante el sol, su cabello brillaba en tonos dorados bajo las luces blancas del Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle en Paris. Llevaba una playera interior blanca, jeans desgastados y una chaqueta negra de piel. Por un breve instante el entrenador, los jugadores de fútbol y todas las conexiones vitales en mí, se enfocaron en él como si fuera un campo gravitatorio y su sola presencia eran las ondas magnéticas que emanaba para atraerme.

Pasajeros del vuelo 9700 rumbo a Milán, favor de pasar a la sala de abordaje número 12 —el voceo fue un balde de hielo que me devolvió a la realidad y me acerqué al rubio.

— Hola, bonita —dijo el chico con un seductor tono de voz que me hizo estremecer y sentir mi rostro arder.

— ¿Me devuelves el boleto, por favor? Mi vuelo está por…

— ¿Lo quieres? —clavó sus profundos ojos azules y contuve un suspiro y las ganas de sonreír. Abrí la boca a punto de responderle pero él me interrumpió— Alcánzame.

— ¿Qué…? —y en una fracción de segundo el chico se echó a correr por el largo pasillo llevándose consigo mi pase a Italia. Fue un eterno momento entre dos segundos lo que mi mente tardó en comprender que tenía que correr.

No me importó empujar a guardias de seguridad, señoras, jóvenes, tirar algunas maletas apiladas, yo no quería despegar mis ojos del rubio idiota que iba al frente. ¿Qué coño le pasaba al desgraciado? ¿Por qué diantres hacía eso? ¡Ugh! Sabía que los parisinos estaban locos pero no dementes. ¿O tal vez era americano? No tuve oportunidad de distinguir su acento entre tanto parloteo de los altavoces.

La sangre se me heló al verlo subir a un ascensor. Forcé a mis piernas a correr lo más rápido que les fuese posible y al quedar al frente éste se cerró y en la pantalla superior indicaba que iba al tercer piso. Sin pensarlo ni esperar a que llegara otro elevador fui escaleras arriba, saltando de dos cada escalón y a mitad del segundo piso tuve que detenerme sobre la barandilla y respirar. Sentía mi cuerpo caliente, sudor acumulándose bajo la blusa delgada de algodón y la chaqueta gris que llevaba. Las plantas de los pies punzaban de dolor y en el instante en que miré hacia abajo vi al rubio volteando hacia mí desde el piso inferior.

— ¡Hey, imbécil! Dame mi puto boleto de una maldita vez —grité, sin importarme quién me oyera. Estaba enojada y no quería ni pensar en si el avión seguiría en la pista o ya habría despegado, de ser así me las pagaría muy caras. El chico subió y tanto con su dedo índice como con su cabeza hizo un gesto de desaprobación.

— Vaya vocabulario para una chica tan linda.

— ¡Arghh! —me eché sobre su pecho, golpeándolo con toda la furia que tenía y el impulso lo hizo destantear, ambos fuimos a dar al suelo en el descanso de las escaleras. Sentí sus manos apretar mis brazos y de un movimiento hizo que me girara y quedó sobre mí, obstruyéndome el paso para levantarme.

Por una fracción de segundos me quedé mirándolo fijamente. ¡Dios! Era más guapo de lo que creía. Tenía algunas pecas dibujadas aleatoriamente en sus mejillas, su nariz era afilada y pequeña, sus ojos grandes y llenos de rubias pestañas. No aparentaba más de dieciocho años —mi edad— aunque la barba le daba un aire mayor.

— ¡Ustedes dos! —escuchamos la voz de un hombre y al girar a mi izquierda vi a un guardia de seguridad que venía hacia nosotros. Genial, más problemas, adiós Italia.

Lo siguiente fue procedimiento monótono y honestamente, una experiencia nueva, diferente y divertida que añadir a mi lista de cosas interesantes por hacer antes de morir. Literalmente tengo una; nos llevaron a un cuartito con una mesa al centro y cuatro sillas alrededor, nos leyeron un reglamento haciendo énfasis en las reglas que habíamos quebrantado dentro del Aeropuerto, efectivamente recibí la adorable y espantosa noticia de que había perdido mi vuelo y tendría que esperar unas seis horas para el siguiente y que mi dinero fuese reembolsado. Después de revisar que nuestra papelería estuviera en orden, pagar una multa de $70 dólares a cada uno y hacernos firmar un acta en la que nos comprometíamos que no volveríamos a hacer algo así, nos dejaron salir, para entonces ya era mediodía y mi estómago no dejaba de gruñir.

Caminé hacia el área de comidas. Mis piernas se sentían como gelatina y no distinguía si sentía más sueño que hambre o viceversa.

— ¡Hey, bonita! —me detuve sin voltear al escuchar la voz de Takeru Takaishi, el idiota cuya excusa había sido «yo intenté regresarle el boleto pero en lo que ella bajó y yo subí nos perdimos y finalmente ella me atacó creyendo que quería lastimarla». En serio los parisinos son unos tontos.

— Para empezar, no me llames bonita…

— Vamos a comer. Yo invito.

¿Eh? En serio estás loco si crees que pienso ir contigo —Takeru dio un paso hacia al frente acortando la distancia entre los dos y sin dejar de sonreír clavó su azul mirada en mí. Sentí cómo el enojo que intentaba demostrar iba desarmándose rápidamente. En ese momento tuve que admitir que sí había algo más que me gustaba aparte de mi locura y mis ocurrencias, y eso era los hombres cínicos, descarados, sin vergüenza y más locos que yo.


Este mensaje es para luis, quien me comentó en un review de Iris: tienes razón, perdí el "toque" en la historia y por eso no he podido continuarla regularmente. Creí que podía escribir sin una musa pero no, ahorita comprendo la importancia de ellas, así como el hecho de que no se puede utilizar otra musa para la historia que se inició con una.

Ésta no es otra historia a medias, para ella tengo a la mejor musa del mundo mundial que desde el día de ayer me regaló tres capítulos. Discúlpenme por ser inconstante o andar distanciada, pasa que he andado viajando en el interior de la república jaja y mi tesis... Gosh... anyways, espero que la disfruten :]