HARRY POTTER Y LA ÚLTIMA NOCHE

(Continuación de Harry Potter y el regreso de Myrddin y 3ª parte de Harry Potter y La Unión de Las Cuatro Sangres)

La vida sin mí

Las suelas de los zapatos resonaban más fuerte de lo normal debido al azulejado suelo en color gris perla. Las paredes, perfectamente pintadas en horizontal, blancas y verdes, y divididas por un pasamano sin fin, hacían que el pasillo pareciese aún más largo. Mínimo treinta puertas a cada lado ¿Cómo hallaría la deseada? A medio tramo se abría un repecho en donde una enfermera apuntaba unas notas en un historial, apoyada en un mostrador gris como el suelo. Un hombre alto, bastante atractivo, muy bien vestido y luciendo erguido espaldas anchas y pecho pronunciado bajo una camisa de marca, se acercó a ella con paso firme y la mejor de sus sonrisas.

- Buenas tardes, señorita – Saludó educadamente, aunque sin poder disimular su acento inglés

- Buenas tardes

- Estoy buscando a una amiga, me he enterado que está ingresada en este hospital y me gustaría saber si sería tan amable de ayudarme a encontrarla – Sacó su arrolladora expresión de seductor, esa que enseñaba sus perfectos dientes blancos y una mirada penetrante, así la enfermera vería que sus ojos eran capaces de abrir cualquier puerta

- Sólo tiene que decirme su nombre y le diré en que habitación está ingresada

- Es usted un encanto – Miró la etiqueta identificativa de la empleada para ver su nombre - ¿Rosa? ¡Qué nombre más hermoso… como usted!

- ¡OH! Ya podía ser mi marido tan cortés

- Si no es así, es un pecado – Wilcox, de inmediato, supo que a esa imbécil la sacaría cualquier información

- Gracias, se lo diré

- Hágalo, Rosa, hágalo - Sonrió y le guiñó un ojo para completar el encantamiento – Mi amiga se llama Emily Evans

- ¡Ah, sí! Emy es un amor, aquí todos la queremos mucho. La pobre ha pasado momentos terribles, un caso verdaderamente extraño ¿verdad?

- Pues si he de ser sincero, Rosa, sólo me han dicho que estaba ingresada en este hospital. Acabo de comenzar mis vacaciones aquí y siempre me ha gustado verla cuando vengo

- ¿Sólo le han dicho eso? ¡Qué extraño! Su accidente salió en los periódicos locales. Estuvo en coma, más muerta que viva, durante bastantes días. Es un milagro que logrará salir adelante

- No sabía que fuese tan grave ¿Qué sucedió?

- Nadie lo sabe con exactitud pero fue encontrada en una playa, desnuda y con la mayoría de los huesos rotos, aunque gracias a Dios no ha habido agresión sexual

- ¿Abandonada en una playa desnuda? ¡Es un crimen!

- La policía lo está investigando pero ella no puede hacer mucho al respecto

- ¿Por qué?

- No recuerda quien es, si no fuese por Ana, Lola y Ángel, amigos de ella de toda la vida, aún nadie la habría reconocido

- ¡Qué espanto! Pero cuénteme... entonces su estado actual es...

Wilcox se quedó escuchando el informe de la enfermera durante un cuarto de hora, luego ella tuvo que marcharse, así que fue hacia la habitación que le había indicado. Dio dos golpes en la puerta y esperó que alguien le mandara pasar pero allí no debía haber nadie, aún era demasiado pronto para las visitas. Deslizó suavemente el picaporte y se coló dentro. La habitación era más o menos acogedora, las persianas estaban bajadas hasta la mitad y el sol aún no entraba por la ventana. Vio la perfecta silueta de Emy, ahora vendada casi por completo, incluso su cabeza estaba cubierta por gasas blancas. Ella estaba ligeramente de espaldas a él, su respiración era acompasada, seguramente estaba dormida.

- Emy... – Wilcox esperó a que ella contestase pero no lo hizo – Emy... – Nada, debía de estar bajo un relajante porque ni siquiera se movió - ¡Qué indefensa pareces ahora! Irónico, muy irónico. Me gustaría que te viese él, realmente le tenías muy desconcertado con tanto poder, si te viera ahora no creo que podría contenerse... Seguro que acababa con tu dolor o quizás te lo intensificaba un poco más. Pero él no sabe que estoy aquí. Este tanto me le apuntaré yo solito, tú me llevarás hasta la casa, sí... lo harás y entonces todos esos imbéciles, que creen que pueden quitarme el puesto de segundo, estarán bajo mi mando, a las órdenes de Mark Wilcox.

Estaba siendo uno de los veranos más lluviosos de los últimos cincuenta años en Londres. Pronóstico para hoy, martes, 15 de julio: Cielo nuboso con posibilidades de aguaceros a lo largo del día. El periódico "El Profeta" lo decía bien claro en la sección meteorológica. Ron lo miraba antes de desayunar y lo anunciaba a la mesa con un tono entre decepcionado y malhumorado.

Aquella mañana la cocina olía especialmente bien. Encima de la mesa estaban presentadas tres tartas diferentes, una de manzana, otra de chocolate y la última de frutas variadas, cada una de ellas había sido realizada por una cocinera diferente. En realidad no se trataba de un concurso culinario, ni nada por el estilo, era el puro aburrimiento lo que llevó a dos jovencitas a meter las manos en la masa. Alrededor de una gran mesa, desayunando, estaban sentados el señor y la señora Weasley, sus hijos pequeños, Ron y Ginny, Hermione y Harry, compañeros de éstos, y Sirius Black, amigo especial de la familia. Ninguno de ellos estaba especialmente hablador esa mañana, más bien todo lo contrario, ya que cualquier tema de conversación se derivaba a otro que no querían tratar.

Los señores Weasley eran los patriarcas de una gran familia, que, por desgracia, había tenido una baja hacía tan solo unos días. Percy Weasley, tercer hijo de los siete que tenían, había sido secuestrado, torturado e influenciado hasta el punto de convertirse en el peor enemigo de su propia familia, todo bajo un plan estratégico por parte del mago más tenebroso de los últimos tiempos. Como consecuencia y en defensa propia, Ron, Ginny y Harry habían acabado con su vida. Acto tan atroz había ocurrido el mismo día en el que regresaron del colegio de Hogwarts de Magia y Hechicería con Merlín; ahora él tampoco estaba, otra muerte en aquella horrible noche. Lo que se prometía como unas merecidas vacaciones y feliz regreso al hogar, se convirtió en una emboscada brutal, en la que estuvieron luchando toda la noche contra los peores monstruos, contra sombras del mal y contra gigantes enfurecidos, todos ellos encabezados por la encarnación de la maldad.

Que Ron leyese ahora el periódico todos los días no era una costumbre usual en él. Comenzó la mañana en que vio publicado el ataque y en el cual se enteró que la mayoría de los mortífagos caídos eran víctimas que Quien-no-debe-ser-nombrado había secuestrado y cambiado su voluntad con una pócima elaborada para tal ocasión. Enterarse de aquella noticia fue la gota que colmó el vaso. Alrededor de aquella mesa estaban sentados cuatro muchachos adolescentes, en apariencia normales, pero en realidad pertenecían al grupo selecto de los mejores magos del mundo. Su fuerza por ser Los Guardianes de La Unión era increíble pero lo que les estaba haciendo grandes no era sólo un don. Llevaban dos años entrenando muy duro para poder combatir contra el lado oscuro y mantener en equilibrio el mundo mágico y como extensión, el mundo muggle. Se suponía que ellos habían ganado la batalla ayudando a los principales magos del momento en Inglaterra pero no sintieron orgullo por ello. Las pérdidas de Percy y de Merlín, junto con las personas de buen corazón que habían luchado junto a ellos y las víctimas a las que se enfrentaron, anularon cualquier clase de sentimiento de alivio o alegría. Pero fue enterarse de que habían combatido contra gente inocente lo que les hundió en la miseria.

Voldemort, el mago más tenebroso de los últimos tiempos, había jugado bien sus cartas. Durante casi un año había estado secuestrando a gente por todo el país, muchas familias denunciaron las desapariciones pero el ministerio no podía encontrarlos a todos, así que los cuatro chicos, con ayuda de Merlín, idearon un sistema por el cual hallar a un desaparecido involuntario bajo cualquier hechizo. Su SDRP, así se llamaba el invento, había dado resultado, desde el Ministerio se habían encontrado a centenares de personas pero todas ellas ya habían sido convertidas en la peor versión de sí mismas con aquella pócima que no detectaron. Harry entendió una vez más el consejo que, en su momento, le dio su tía "No debes infravalorar nunca a Voldemort, es listo y rápido". Traer de vuelta a casa a los secuestrados fue como meter el caballo en Troya. Gracias a la poción, Voldemort dominaba a todos los que regresaron y no hacía falta ser muy suspicaz para saber que ya sabía más de sus enemigos que al contrario. Molly, la señora Weasley, solía hablar con Percy de la situación en la que se encontraba el Ministerio e incluso le dio alguna información sobre la Orden del Fénix, no en exceso, ya que no quería que él se preocupara por estar en un supuesto estado de shock, pero lo que más le pesaba era haber accedido a llevar a los chicos devuelta a casa nada más terminar el colegio, como Percy le había pedido. Ella se quedaba por las noches con su marido, Arthur, y con Sirius hablando en el salón y lamentándose de su imprudencia pero ¿Cómo iba ella a pensar que su hijo...? Los dos hombres consolaban a la mujer como podían, haciéndola ver que el Señor Oscuro intuía que Merlín acompañaría a los cuatro chicos en su regreso. Ciertamente, había sido un plan pensado hasta el último detalle, aunque él no contara con enfrentarse a tanto poder por parte de Los Guardianes.

En el periódico del aquel día destacaba en primera plana un artículo que nombraba uno a uno a los caídos en La Batalla de La Madriguera, incluidos los recientemente fallecidos en el Hospital San Mungo. Contaba como, por culpa de los Gigantes, muchos de los prisioneros murieron aplastados, otros, sin embargo, habían sido llevados a la nueva cárcel, la cual no se sabía dónde estaba, a la espera del juicio y, por último, las víctimas del lado de la luz, como ahora les llamaban, serían recordadas en un monumento conmemorativo en su honor y se les concedería a las familias la medalla de Merlín de segunda orden por haber puestos sus vidas al servicio del bien.

Ningún miembro de la familia Weasley hubiese imaginado que, lo que un día fue su hogar, se convirtiera en uno de los parajes, escritos con tinta roja, en las páginas de la historia del mundo mágico. La Madriguera pasó a ser las dos palabras más nombradas en aquellos momentos. Aparecía todos los días en el periódico, incluso con la foto que mostraba la casa destruida y el jardín bombardeado, fiel horror de aquella noche. Cada mago y bruja lo nombraban sin cesar, comentando las noticias e incluso sacando sus propias versiones de lo ocurrido, así que por extensión, los Weasley se hicieron famosos. Para colmo, el Ministerio quería que el lugar se volviese oficial, decidieron que sería el emplazamiento perfecto para alzar el monumento y construir un museo, con lo que les pasaron una oferta, por su destartalada casa y su catastrófico jardín, de cien mil galeones de oro. Según les explicó el jefe del departamento de obras públicas mágicas, no querían que otros especuladores realizaran ofertas más ventajosas que ellos, con lo que se presentaron con una buena suma.

Arthur y Molly aceptaron el dinero para garantizar a sus hijos un futuro. No les hacía especial ilusión que en donde ellos habían formado un hogar, dentro de unas semanas se pusiese una enorme losa de mármol negro con los nombres tallados de las personas que murieron en su jardín pero al menos recuperaron dinero por si sus hijos, los dos más pequeños, querían ir a la universidad, o poder ayudarlos a todos a tener sus propios apartamentos. La noche anterior, la totalidad de los hermanos Weasley se agrupó en la habitación de las chicas para tratar un tema común. Bill, el mayor de los seis que quedaban, expuso la idea de que ese dinero podría valer para comprar la casa de al lado, ya que sabía, por contactos en Gringotts, que los hijos de la señora Marsy la querían vender a la desesperada; la mayoría estaba sin un galeón y eso que ya eran mayores. Todos estuvieron de acuerdo en que era lo mejor, ya que sus padres habían trabajado toda su vida por sus hijos y ahora ellos no podían permitir que vivieran de alquiler o de la buena voluntad de otras personas, así que Bill se encargó de negociar con aquella familia para ver si era viable comprar aquella magnífica casa lo antes posible y a un buen precio.

- Está claro que hoy tampoco vamos a poder dar una vuelta con la moto – Dijo Ron, un muchacho alto, desgarbado, pelirrojo y con muchas pecas en su cara, mientras desayunaba y pasaba el periódico a Sirius

- Creo que, ni aún haciendo bueno, tampoco hubiésemos podido – Contestó éste abriendo el diario por las últimas páginas – Sabéis que es arriesgado que salgáis por ahí

- Estoy harto de estar encerrado entre estas cuatro paredes. Parece mentira que estemos en Londres ¡Con la barbaridad de cosas que se pueden hacer en esta ciudad!

- Sé perfectamente que lo que quieres es salir a andar en esa moto y no entiendo cómo puedes pensar en eso después de lo que ha pasado – Se quejó la señora Weasley, una mujer de mediana edad, bajita, de formas redondeadas y con cara de buena persona, mirando severamente a su hijo que había palidecido

- Molly, ellos son jóvenes, no podemos tenerlos encerrados para siempre, es normal que quieran salir e intentar divertirse – Arthur, pelirrojo, con una brillante clava y los ojos detrás de unas graciosas gafas, intentaba hacerle ver lo evidente a su mujer – Mañana, si hace mejor, yo os doy permiso para que salgáis con Sirius por ahí

- Gracias, papá – Contestó Ron en voz baja

- Te están saliendo unas dignas competidoras, Molly – Dijo Arthur probando las tres tartas

- Sí, esta está muy buena – Ron guiñó un ojo a su novia mientras comía la que ella había elaborado

- Gracias – Contestó Hermione levemente sonrojada mientras recogía su plato de la mesa y lo llevaba al fregadero - ¡A ver cuánto dura!

- Poco – Contestó Ron yendo hacía ella con una sonrisa

- La de Ginny también está deliciosa, además la de chocolate es mi favorita – Sirius le hizo un gesto cariñoso a la pequeña de la familia Weasley

Pero la muchacha no contestó, sólo miraba de reojo a Harry, su novio, aunque sus padres aún no lo sabían y tampoco era el momento de decirlo. Estaba muy preocupada por él, apenas comía gran cosa, lo justo para que no le echaran la bronca, luego se marchaba al desván de la casa sin decir nada y se pasaba allí horas y horas como él mismo había pedido, solo. Desde que regresaron de Hogwarts no sabía que era un beso suyo, apenas la sonreía de vez en cuanto y casi no había hablado, al menos de algo interesante.

Harry rehuía a la gente, incluso a su padrino Sirius, que no dejaba de recordarle que estaba ahí para lo que él necesitase. Ron, su mejor amigo, había intentado noche tras noche que le contara lo que le sucedía pero Harry se limitaba a decirle que necesitaba pensar y estar solo, nada más que eso, así que Ron, que le conocía bastante bien, se ocupó de decirles a Hermione y a Ginny que le dejaran tranquilo, si él venía y hablaba con ellos pues bien y si no, pues que lo mejor era dejarle en paz. Pero a Ginny eso no le calmaba, necesitaba estar con él, necesitaba saber que Harry podía confiar en ella, lo cual no estaba demostrando.

- Harry ¿no quieres probarla? – Preguntó Sirius a su ahijado adivinando la angustia de Ginny

- ¿EH? – Harry levantó la vista al oír su nombre pero como estaba pensando en otras cosas, no supo a qué se referían

- La tarta de Ginny – Contestó Molly – Ella la ha hecho con mucho cariño, como Hermione, no has probado ninguna de ellas

- Perdón ¡Claro! – Harry comió un trozo de la tarta de frutas variadas, sonrió y le guiñó un ojo a su chica – Te ha quedado muy bien, Ginny – Luego probó la de chocolate y mirando a Hermione le dijo: – Está buena pero es demasiado dulce para mi gusto

- Pero si la mía es la de... – Hermione no terminó de explicarle a Harry que había confundido las tartas, porque Ginny se levantó de golpe y salió de la cocina – Voy con ella

El señor Weasley se levantó, dio un beso a su mujer y con una leve sonrisa y un movimiento de mano, se despidió de todos para desaparecer por la chimenea en dirección al Ministerio. La señora Weasley movió la cabeza negando y compadeciéndose tanto de su hija, como de Harry.

- Ron, ayúdame con una caja llena de cosas tuyas que no sé si tirar o si las quieres guardar

- Voy, mamá – Ron miró a Harry, sin que éste le devolviese la mirada, y adivinando su pregunta le contestó – Ginny no está enfadada, sólo está confundida, se le pasará – Luego salió por la puerta de la cocina por la que había desaparecido su madre momentos antes

- La de chocolate era de Ginny – Dijo Sirius leyendo el periódico. Sus ojos penetrantes y su faz tirando a ruda no se fijaron en su ahijado

- ¿Qué? ¡Joder, soy imbécil!

- Un poco sí, la verdad – Dejó el diario abierto encima de la mesa y se giró para mirarlo directamente a los ojos – No puedes seguir así, nos tienes a todos en vilo con esa actitud tuya, las cosas han pasado y es mejor asimilarlas

- Nada ha valido la pena

- ¿Nada? ¿A qué te refieres? - Pero Sirius siguió hablando sin dejar que Harry contestara – Porque si es a que la muerte de Emy no ha valido la pena, creo que te estás equivocando. Ella no podía enseñaros lo que habéis aprendido de Merlín, lo que hemos aprendido todos. No podría porque estaba demasiado implicada. Tú no la oías cada noche gemir y llorar por las pesadillas tan horribles que tenía. Tuve que hablar con Poppy a escondidas para que me diera pociones y así que durmiera sin soñar pero sólo se las podía dar dos veces a la semana. Durante todos los meses que estuvimos juntos, la engañaba echándoselo en un vaso de leche caliente, aunque creo que ella lo sabía pero no decía nada. Al menos esas dos noches por semana no se levantaba empapada en sudor, llorando y con la mirada de terror más intensa que he visto en mi vida. Esa era su otra cara, la de una niña asustada que nos necesitaba a todos para saber que su vida merecía algo la pena. Ella descansa en paz protegiéndonos y guiándonos, nos sonríe desde donde estamos y nos da señales de que aún está con nosotros ¿Acaso tú no las ves? Porque yo sí la siento, incluso puedo olerla

- Lo sé, sé que está en el aire que respiro y que me susurra cuando abrazo a Ginny pero ¿qué vamos a hacer ahora que ninguno de los dos está? ¿Cómo vas a vencer a semejante monstruo? Sirius, hemos matado a personas inocentes, hemos destruido muchos hogares, familias de chicos a los que conozco ¿No has visto la lista? ¿No te suenan sus nombres? Él nos ha convertido en asesinos ¡Por Dios, Sirius! ¡Hemos matado a Percy!

- ¡NO! ¡NO! TODOS ELLOS HAN SIDO ASESINADOS POR VOLDEMORT – Sirius agarró con sus dos fuertes manos la cabeza de Harry – Ni te atrevas a pensar que ha sido culpa nuestra, porque no lo ha sido ¿Acaso has pronunciado la maldición? ¿Has clavado algún puñal? ¡NO! Esto es lo que él quiere que pienses, que ha sido nuestra culpa pero no lo ha sido ¿Ves en los ojos de Molly y Arthur rencor por ti o por alguno de sus hijos? ¡NO! ¡Cómo les vas a ver, si ni siquiera te has dignado a mirarles a la cara! Tampoco miras a Ron o a Ginny, les estás alejando innecesariamente de ti cuando ellos más te necesitan

- Déjame, déjame en paz – Harry intentaba deshacerse de la mirada inquisitiva de su padrino. Sus ojos verdes esmeralda, como los de su madre y su tía, querían empañarse de lágrimas de ira, de resentimiento y de culpa

- ¡AH! Vuelve a tu desván y sumérgete en el pasado, sigue pensado en qué pudo pasar y no pasó. Anda, ve y sueña con una vida feliz con tus padres, conviértete en el niño que nunca fuiste, da igual que vayas a cumplir diecisiete, nunca es tarde para compadecerse de uno mismo, yo lo he hecho durante muchos años y sé perfectamente... QUE NO SIRVE ABSOLUTAMENTE PARA NADA QUE NO SEA PERDER EL TIEMPO

- ¿QUÉ TIENES QUE DECIR TÚ? ¿CREES QUE NO SÉ QUE TE PASAS LAS NOCHES VIENDO ESOS VIDEOS EN LOS QUE SALEN TODOS FELICIES Y CONTENTOS? Yo estoy detrás de ti viéndote y escuchándote llorar... y eres tú el que me dice que compadecerse no vale para nada...

- Yo no me compadezco... yo sólo les echo de menos

- Pues lo mismo hago yo

- No, Harry, yo no dejo de disfrutar de la compañía de los demás, de hecho ahora es cuando más aprecio a mis amigos, a mis compañeros y sobre todo a ti. Sin embargo, tú te has olvidado que tienes una familia, que da igual que no sea de sangre porque sí lo es de corazón. Te sientes solo, cuando en realidad tienes muchísima gente a tu alrededor que te quiere y te respeta... y tú sólo les pagas con indiferencia. He de reconocer que yo sigo aquí por ti... sólo te pido que tú sigas aquí por nosotros

Harry no pudo decir nada, se quedó allí mirando a su padrino, con los ojos vidriosos y el alma rota en mil pedazos. Él tenía razón, se estaba alejando de todos pero es que necesitaba tanto sentir de nuevo ese cariño de madre que le proporcionaba Emy, ese abrazo que le decía que estaba en casa, que todo iba a salir bien. No podía evitar sentirse enormemente perdido por primera vez en su vida, derrotado y herido sin poder ver la luz, la misma que le había guiado en tantas ocasiones. Su valor de Gryffindor estaba ausente, dejando un enorme vacío que no sabía cómo llenar.

- Si te sirve de algo, te diré que te quiero como a un hijo, al igual que Molly y Arthur. En realidad creo que eres el chico con más padres que conozco

- Gracias – Harry abrazó a Sirius con todo el cariño del mundo – Perdóname, es esta casa, el estar aquí sólo me hace pensar lo que pude tener con ellos

- Convierte ese sentimiento en valor, que te dé fuerza para vencerlo, Harry, que te sirva para pensar que Voldemort tiene que ser castigado por todas las familias y vidas que ha destrozado

- Tienes razón, no es una cuestión de venganza, es una cuestión de justicia

- Aún así creo que no nos vendría nada mal irnos a casa de la abuela. Allí la recordaremos a ella de otro modo, además Sunny nos estará esperando, estoy convencido de ello ¿Quieres ir a España?

- Sí, claro que quiero pero me gustaría ir con los demás. Que no esté con Ron, Hermione y, sobre todo, con Ginny, no significa que pueda estar separado, ahora mismo, de ellos

- Hablaré con Molly y con Arthur. Ahora ve a hablar con Ginny y discúlpate de corazón