Deslizo mis manos por el salpicadero del coche, quitando algo de polvo que lleva ahí desde quién sabe cuándo. Saco mis gafas de sol de la guantera, colocándolas ante mis ojos, haciendo que la visión de todo se vuelva oscura. Echo un vistazo a la calle, fría y hostil que se presenta ante mí en este día invernal cerca de Navidad. La carretera se ve oscura por una parte, por otras no, intentando mitigar el frío rocío que había caído esta noche.
Cierro la puerta del Audi rojo a mis espaldas, y busco el mando que cerrará el coche por completo. Por fin lo encuentro, pero no logro darle al botón que lo cierra. Algo me golpea por detrás, y me estampa con la puerta del coche dejándome allí pegada, mojada por el agua de la humedad caída esa noche. Se separa de mí y logro darme la vuelta. Un chico alto y espigado, con la tez pálida, unos preciosos ojos verdes, el pelo rubio y unos carnosos labios rosados están mirándome desde arriba, sin saber qué decir.
-¿Tienes algún problema?-Le digo cerrando el coche detrás de mí. Se queda callado, mirándome perplejo. Entreabre sus labios para espetarme algo, pero no lo hace.
-Lo siento, iba mirando el móvil y… Perdón.-Dice un poco nervioso. Guarda el móvil en su bolsillo, y sale disparado entrando al hospital, al que me dirigía. No me dio tiempo a reprocharle nada más, cuando corriendo desapareció de mi vista. Con camisa negra, pantalón vaquero y una sonrisa perfecta se fue sin decirle nada.
Un poco más tranquila que él, entro en el hospital preparada de nuevo para un nuevo día aún más ajetreado que otros. La gente me saluda, hace tiempo que no los veo. Un mes entero de vacaciones, de descanso. Quizás penséis que una simple enfermera no necesita tanto tiempo de descanso, pero creedme, tenemos más trabajo que la mayoría de los médicos.
Naya, una chica de piel morena y ojos negros, con una cara delicada y tierna, pero a la vez la mujer fatal que todo hombre quiere, lo que ellos no saben es que es lesbiana. Tiene los labios carnosos, y hoy lleva una coleta alta que deja ver su perfecto mentón y su cuello, que baja hasta llegar al cuello de pico de la camisa del uniforme verde del hospital.
-Eh, Di, ¿has visto al nuevo?-Me pregunta poniéndose a mi altura con unos informes entre sus brazos.
-Tía, acabo de llegar, voy a cambiarme. No he tenido tiempo ni de saludarte.-Digo entrando en una sala, cogiendo mi ropa para cambiarme. Entro en el baño, y Naya se queda fuera contra la puerta del baño, siguiendo con su conversación.
-Lo decía porque aún nadie lo ha visto, así que no te enfades conmigo.
-En, Nay, no me enfado, pero es que me estoy…-Digo parando un poco, para ponerme bien el pantalón.-… Cambiando.-Digo terminando de ponerme la camisa verde, y encima esa bata blanca que casi todo el mundo teme. Abro la puerta del baño, y Naya se tira a mi cuello para abrazarme.
-Idiota, que te he echado de menos.-Me dice. Respondo a su abrazo, haciéndolo con fuerza mientras cierro los ojos.
-Y yo a ti, Nay nay.-Digo separándome de ella, observándola de arriba hacia abajo, haciendo una radiografía completa de su figura. Está perfecta, igual que siempre, a veces la odio por serlo tanto.-Estás genial, como siempre.
-Anda ya, tú estás preciosa.-Dice tocando mi barbilla.
-¿Y cómo te va con Heather?-Le pregunto. Heather, una chica rubia de ojos azules alta, más que Naya, porque a decir verdad, Naya es bastante baja.
-Genial, mejor que nunca. Es… Genial.-Dice. Sonrío al ver lo feliz que está, y ella también lo hace con esa sonrisa idiota
-Estás enamorada hasta los huesos, Rivera.-Le digo riendo. La puerta de la sala se abre de par en par, y en el umbral de la puerta aparece él. Alto, rubio, de ojos verdes y esos labios que anteriormente había abierto.
-Tú.
