Disclaimer: Los personajes de Gintama no me pertenecen, son propiedad exclusiva del señor Hideaki Sorachi. No lucro con este fic.
Aclaraciones:
1- Kagura, quien está registrada en una página llamada "yorozuya. com" —que es una especie de "yahoo respuestas"—, abre un nuevo tema en el sitio para realizar una pregunta y esperar a que los usuarios le respondan.
2- Los textos que estén en cursiva y que hacen referencia a una persona, serán referidos siempre a Okita.
Este especial de navidad viene de un fic anterior que hice, titulado "Un año diferente" pero traté de ambientarlo de tal manera que cualquiera pudiera leerlo.
Regalo de navidad para un sádico: Primera parte.
Sadaharu35 pregunta:
Hola a todos. Heme aquí otra vez con un nuevo problema. Para los que no han visto mi testamento de consulta los meses anteriores me presento: soy Kagura, provengo de China, tengo diecisiete años y recientemente me he puesto en pareja con el chico sádico de mi clase. Es muy largo de explicar lo que pasó entre nosotros, así que solo diré que ahora estamos bien y sobrellevando una relación.
Ahora, ¿cuál es el motivo de mi tema para esta ocasión? Pues como verán se acercan las tan odiosas fiestas. Sí, he puesto "odiosas" porque son un fastidio para mí. Si antes tenía que preocuparme por los estúpidos regalos que les podría hacer a mi tutor, vecinos y allegados, ahora se le suma a esta larga lista mi novio (dios, suena tan raro, aún no me acostumbro a la idea).
Llevamos menos de un mes y ya tengo la oportunidad de pasar navidad con él. ¿Qué es esto? ¿Una especie de karma malintencionado? No me parece gracioso, sobre todo porque mi pobre billetera, que de por sí nunca ha sido más que una menuda carterilla a la que rara vez se le deposita dinero, enflaquecerá de una manera ridículamente exagerada. Tuve que pedir un préstamo a la directora del colegio para poder cumplir con mis demandas —pésima idea, jamás lo hagan, en especial si ella piensa mucho en los intereses que podrá recibir—. La bruja, digo, señora me prestó los billetes con la condición de que le devolviera más de la cuarta parte del monto. Una exageración, pero era eso o quedarme sin nada.
—Solo serán… unos cuantos yenes, no mucho.
—¿Como de cuánto estamos hablando?
—Bueno, tú sabes. Unos… cien mil y algo, nada más.
—¡¿Cien mil yenes?! ¡¿Niña, te has vuelto loca?! ¿Para qué quieres tanto dinero?
—Un poco para esto, un poco para aquello. Cosas importantes.
—"Cosas importantes", ¿eh? ¿Qué podría ser?
—¿No te parece algo atrevida esa pregunta?
Ella frunció el ceño, me miró con su cara arrugada y luego plasmó una expresión de pocos amigos.
—Vamos, dime.
—¿Qué cosa?
—En qué lo gastarás.
—¿De qué estás hablando?
—¡¿Que para qué quieres el dinero?!
—Ya te dije, ¿estás sorda? Para cosas importantes.
—Mira, si no me dices no solo no te daré ni una moneda sino que también se lo contaré a Gintoki.
—No, no, no. Es… para buenos usos, te lo juro.
—¿Y cuáles son?
—Quiero comprarle un regalo a él y al sádico.
—Ahhhh, tu nuevo novio, ¿eh?
¿Pero qué clase de comentario era ese? Ni que hubiera tenido muchos. Casi pierdo los estribos cuando lo escuché. Y eso era algo que definitivamente no podía hacer ya que terminaría expulsada definitivamente y por ende castigada todo el año entrante.
—¿Cómo que "nuevo novio"? Éste es el primero que tengo y me ha costado aceptarlo.
—Ya, ya, Kagura. Cálmate. Era solo un comentario.
—Sí, uno muy ofensivo, por cierto. —Crucé los brazos, ofendida.
—Bueno, ¿vas a decirme para qué quieres tal cantidad o no?
—¡Shhhh! Baja la voz, Otosé. No quiero que nadie se entere.
—¡¿De quién demonios hablas?! Aquí solo estamos nosotras dos, no hay nadie más.
La vieja empezaba a perder la paciencia, siempre dicen que ella es muy tranquila pero a mí no me lo pareció.
—No importa, desde afuera se escucha todo con tu voz horri… —Me retracté a medio camino de completar mi oración. Su cara deformada por mi comportamiento me decía que era mejor que me callara.
—¿Si? —preguntó alargando la "i".
—Nada, nada. Solo que no hable tan fuerte y sea discreta. —Y de repente decidí tratarle con respeto. Era lo mejor que podía hacer si quería lograr mi objetivo.
—Bueno pues la transacción no tendrá lugar. —Se cruzó de brazos para reafirmar su negativa y luego se paró para correrme de allí cuanto antes.
—¡No, no. Espere! Por favor, se lo devolveré todo, todito. Hasta el último yen.
—¿Y me puedes explicar cómo lo vas a hacer?
—Le robaré dinero a Gin. —La directora, que ya tenía su mano en el picaporte, desistió de su idea de echarme para luego cerrar la puerta y volver a sentarse.
—Eso suena interesante. Con eso compensarías la deuda que tiene Gintoki con el colegio, después de los daños que has causado tú. —Me miró tan fijamente que por un momento creí que me traspasaría el alma.
—Hecho entonces. El tipo le terminará pagando todo lo que le debe, yo me aseguraré. —Sí, claro. En cuando tenga la oportunidad escaparé tan lejos como pueda. No dejaré en banca rota a mi tutor de lo contrario ¿quién me compraría mis deliciosos sukombus?
De esta forma el préstamo se llevó a cabo. Mi problema luego era ¿qué demonios les compraría a esos dos? Me olvidé demasiado rápido del regalo de las otras personas y me centré solo en ellos. Y pensar que todo el embrollo del regalo empezó a raíz de una tonta discusión:
Flashback (siempre quise hacer esto)
—¿Qué comeremos mañana? Tengo ganas de cenar Curry, ¿sabes prepararlo?
—Claro que no, idiota. Sabes que solo puedo hacer arroz con huevo.
—Pero qué clase de novia tengo, santos cielos. Debería buscarme otra.
—¡¿Qué dijiste?! ¡Pero si fuiste tú el que me pidió que saliéramos! ¡Si no te gusta entonces búscate otra!
Sí, de esa manera estúpida tuvimos nuestra primera pelea. Era de esperarse claro, si mucho antes de ponernos en pareja ya nos llevábamos como perros y gatos. La cuestión es que luego de pensar y pensar en casa, comprendí que me enfadé por nada. Ese "debería buscarme otra" dolió más de lo que imaginé pero seguramente era una broma, por eso me pasé horas y horas en una tienda de libros esperando encontrar uno de cocina.
—Mira éste, jovencita. Tiene muchas recetas —me ofreció el señor de la tienda muy amablemente.
—No, no. Éste es sobre comidas convencionales. Quiero otra cosa, comida elegante, algo con clase. —No pude evitar juntar todos los dedos de mi mano derecha, como si quisiera simular un pico de pato pero mirando hacia arriba, y hablar en una tonada italiana.
—Bien, bien. Je vais voir ce que je peux trouver, madame. —Lo que no me explico es por qué el tipo me habló en francés (¿?) ¿Acaso habré pronunciado algo mal?
No miento cuando digo que pasé horas y horas en la tienda, en verdad fue así. Entré como a las 2 de la tarde y salí a las 5. Patético. Lo peor de todo es que no encontré nada que me gustara. El dueño del local terminó echándome a puntapiés por sacar todos los libros de las estanterías, aún cuando no fueran de cocina, y por haberle hecho perder tanto tiempo. Creo que me vetó por unos… diez años, creo. Solo sé que no tengo que volver allí, eso es todo.
Claro que no me rendí. Al día siguiente busqué otro lugar pero esa vez me comporté educadamente.
—Señor, señor, he vengo a preguntar si usted tiene algún libro para que aprenda yo a cocinar. —No les miento fue así como entré con mi cara de idiota feliz.
—Discúlpeme, señorita aquí no tenemos libros. Esto es una mercería —me dijo seriamente el señor ubicado detrás del mostrador.
¿Y yo qué diablos sabía que no era una librería? El cartel de arriba tenía muchas cosas, estaba plagando de letras, lo confunden a uno.
Horas más tardes, hice un nuevo intento en otro lugar. Éste sí era el correcto y sí encontré lo que quería: Takoyaki o mejor conocido como bolitas de pulpo. ¿Qué, acaso no les gusta? Según el libro decía que era muy difícil de hacer, no me vengan con que es una tontería y esas cosas. No quiero comentarios burlándose de mi comida, ¿eh?
Bueno, copié la receta —no me pagaría un libro solo para eso, no, no—, fui al centro comercial, compré las cosas y luego corrí a casa para empezar cuanto antes con la preparación. No tengo idea de cuánto debería haber tardado en cocinar todo, supongo que unos cuantos minutos, una hora cuando mucho. Desgraciadamente a mí me tomó alrededor de cinco horas. No se rían, no saben lo difícil que es cortar esas malditas partes del pulpo. A partir de ahora, oficialmente lo odio, lo detesto, es mi comida no favorita.
—¡¿Algún día vas a terminar de hacer lo que quieres hacer?!
—¡No seas impaciente, Gin! ¡Ya termino!
—¿Impaciente? ¡Te has encerrado en la cocina toda la tarde! ¡¿Quieres salir de una maldita vez?! ¡Quiero comer!
—¡Ya casi está! ¡Solo falta un poco!
—¡Ya sal. Tu novio está!
Era tonto que nos gritáramos tanto si tan solo una puerta nos dividía. Se podía oír perfectamente pero como él me gritó yo también tuve que hacerlo.
Después de hacer los últimos arreglos y de ponerle algunos aderezos, junté valor y salí hacia al comedor con una bandeja en la mano.
—China, aquí estás. No me has hablado en… —Se quedó callado en cuanto vio lo que tenía en las manos. Trabajé muy duro para hacerlos, lo intenté una y otra vez, le pedí algunos utensilios a la vecina Tama-san, hice de todo. Estaba orgullosa de mi "exquisitez"—. ¿Qué se supone que es esto?
—Pues bolitas de pulpo, ¿qué más podría ser?
—No tienen forma.
—Sí tienen.
—Que no.
—Qué sí.
—Que no.
—Qué sí.
—Que no.
—Qué sí.
—Que sí.
—¡Que sí! —Esta vez no me engañó como en la última ocasión, fui más lista.
—No tienen. Se supone que deben ser redondas, éstas son… ni siquiera tienen forma.
—Bueno, ya. No tienen el aspecto de siempre pero sí son deliciosas. Prueba uno.
La recta final, la hora de la sentencia, la decisión definitiva, el veredicto de la verdad, el…
—¡Agh! Está horrible —se quejó mientras escupía el mordisco que le había dado a una de las pelotitas.
—¿Qué? No puede ser. ¡Mientes!
—A ver, a ver. Abran paso al experto. Ustedes niños no saben nada. Déjenmelo a mí —se impuso mi tutor, haciendo a un lado al sádico.
El muy tonto se metió como tres bolitas en la boca. Las masticó, las tragó y a los dos segundos se fue corriendo hacia el baño.
—No puede estar tan mal.
—Pruébalo tú misma y ya veremos.
Nunca me sentí más avergonzada y ni tan humillada. La cosa en verdad sabía asquerosamente feo. Tanto que le vomité hasta los zapatos de lo pasadísimo en sal que estaba y lo picante que se había puesto. Incluso hubo condimentos que no pude identificar y que tenían un sabor espantoso. Terminé con una linda indigestión porque me quise hacer la valiente y traté de comérmelos todos como prueba de que en realidad no estaba tan desagradable. Conclusión de todo esto: una cita de urgencia con el médico y dos días de internación. Lindo, ¿no?
—Hola, ¿ya estás mejor? —me preguntó él cuando desperté en una de las camillas.
—¿Tú, aquí?
—Sí, yo, aquí. ¿Crees que no vendría a visitar a mi novia al hospital?
—Bah, puedes quedarte en tu casa si lo prefieres. Por cierto, ¿cómo está Gin?
—Bien. No ha comido mucho así que se salvó.
—¿Cómo que "se salvó"? ¿Qué me quieres decir con eso?
—Pues de la indigestión.
—Que te quede claro esto: yo estoy aquí porque comí demasiado y en poco tiempo. Solo por eso.
—Sí, claro. ¿Entonces la intoxicación que te diagnosticó el doctor también fue por eso?
—Ah, ya no importa. Solo vete.
—Ya, solo es broma.
—Sí, sí. Lo que digas. Ahora vete, quiero estar sola.
—¿Aún sigues enojada conmigo? Era mentira, lo juro. Yo solo te quiero a ti…
—LARGO DE AQUÍ.
¿Pueden creer que el muy desgraciado no quiso marcharse? Insistió en que debía quedarse porque Gin estaba trabajando y no me podía dejar sola. Tonto. Como no quería hablarle hicimos una guerra silenciosa en la cual nos atacábamos con las miradas. Oh sí, fueron unas batallas muy duras y extenuantes pero al final, la ganadora resulté ser yo. ¡Sí!
Por suerte en el segundo día de internación me dieron el alta, y cuando llegó la hora de partir él estuvo conmigo. Me acompañó en un taxi e incluso me llevó cargando hasta mi cuarto.
— China, pesas mucho. A ver si comes menos bolitas de pulpo.
—¡Cállate! Mejor bájame. Caminaré yo sola.
—No seas tonta, aún estás muy débil por haber vomitado toda la noche. Deja que yo te llevo.
—Pero dices que soy pesada, que estoy gorda, que parezco una ballena, que soy una vaca. ¡Bájame de una vez!
—¿Que qué? No dije todas esas cosas.
—Sí lo hiciste.
—No.
—Sí, sí.
—No, no.
—Sí, sí, sí.
—No, no, no.
—Lo pensaste. Yo sé que sí.
—Que no.
Para cuando me di cuenta él ya había llegado a mi habitación y me estaba depositando en mi cama.
—Ahora descansarás aquí. Son órdenes del jefe.
—Vete al demonio.
—¿En serio? —me preguntó mientras aún se mantenía agachado con su rostro muy cerca del mío.
Me miró fijo a los ojos con una expresión de picardía, la misma que ponía cada vez que quería besarme o ponerme incómoda. Yo soy la tonta que siempre caigo en la misma trampa y volteo hacia un costado avergonzada. Y esa vez no fue la excepción de nada. Estaba frente a mí, sus ojos castaños me observaban con mucha atención, no pude aguantarlo.
—¿Quieres alejarte un poco, por favor?
—¿Por qué? ¿Acaso te incomoda?
—Sí, mucho.
—¿Y qué harás si no lo hago?
Perdió la cabeza, definitivamente perdió las neuronas, los conductos sanguíneos, lo que sea que le haga funcionar el cerebro. Se acercó lentamente hacia mí, se subió al colchón y no importó cuánto yo me apartara él siempre logró volver a disminuir la distancia que había entre nosotros. Me acorraló tanto que terminó arrodillado encima de mí. ¿Qué pretendía?
—O-óyeme, ¿qué… estás haciendo? —Él no contestó. Supongo que creyó que rodearme con los ojos era más importante que atender a mi pregunta—. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Si no hubiese sido por el sonido de la puerta cuando Gin entró, él no se hubiera movido y quién sabe qué cosa estaba pensando hacer.
—¡Kagura! ¡¿Dónde estás?!
—¡¿Dónde crees que podría estar?!
—¡No tengo idea!
—¡Pues búscame en mi cuarto!
Por qué demonios seguíamos gritándonos como si estuviéramos en un estadio es todo un misterio para mí. Como dije antes, si él gritaba yo también tenía que hacerlo.
—¡Ah, aquí estás!
—¡Jefe! Deje de gritar, por favor. Kagura tiene que descansar. —Adoro cuando dice mi nombre. No importa la forma, el tono o el contexto en el que lo diga, siempre me hace sentir escalofríos cuando lo escucho de él.
Me acomodé más tranquila en la cama y luego me tapé con las cinco frazadas que tenía.
—De acuerdo, pero tú te vas. —Por un momento pensé que Gin nos había visto antes de entrar y quería echarlo a patadas.
—¿Por qué? Tengo que quedarme a vigilarla.
—Ya la has cuidado bastante, debes hacer reposo tú también. Hay un futón en el armario. Tíralo en el comedor y duerme un rato. —Pero qué va, si este tipo no es capaz de hacer algo así. ¡No puede cuidar correctamente de su hija porque es un imbécil!
—Gracias. Más tarde iré. Me quedaré hasta que ella se duerma.
—Qué afortunada, tienes un novio muy atento. Cuídalo mucho —fue lo último que dijo mi tutor antes de irse a su cuarto.
—"Afortunada", sí claro.
—¿Qué, no crees eso?
—No.
—Me gusta cómo inflas las mejillas cuando te enojas. Te ves tan linda. —Idiota, idiota, idiota.
—Cállate.
—También me gusta cuando te sonrojas… justo así.
—Me voy a dormir. No quiero nada de ruidos ni charlas. Buenas noches. —Me di la vuelta, le di la espalda y abracé las mantas recordando sus palabras.
Sentí su presencia, sabía que estuvo allí por unos largos minutos, todos los que yo empleé para cerrar los ojos y caer en un mar de sueños.
Al día siguiente me encontré con una gran sorpresa, una que no me esperaba ni en un millón de años: al despertar lo encontré al lado mío, en mi cama y durmiendo plácidamente.
—¡¿Qué demonios haces aquí, bastardo?! —le grité mientras lo echaba de una patada y lo mandaba al suelo.
—¡Ey! ¿Qué te sucede?
—¿Cómo que "qué me sucede"? ¿Qué haces en mi cama, pervertido?
—Abrigándome, tonta.
—¿Y por qué no lo haces en TU cama?
—Porque no tenía mantas.
—En el ropero hay muchas.
—No, no había ninguna.
—¿Estás seguro?
—Sí. Y cuando vine a pedirte algunas a ti me pateaste y me diste en la cabeza. Quedé desmayado y luego despertaste. —Este tipo creyó que soy tonta, ¿no? Es decir, lo soy, pero no tan exageradamente.
—Claro y te desmayaste metido en mi cama, debajo de las mantas, ¿cierto?
—No, no. Me desperté en medio de la noche y me acomodé.
—¡Y si estabas consciente en ese momento ¿por qué no te fuiste?!
—¿Estás loca? ¿Sabes el frío que hacía anoche?
—Vete al demonio. Le diré a Gin lo que hiciste. Él lo sabrá todo. —Eso asustó al renacuajo porque entornó los ojos de una manera muy drástica.
—No, no, no. Momento. Hagamos una tregua. No le digas al jefe, me matará y ya no saldremos juntos.
—Pero qué conveniente. Tienes un secreto que no debo decirle al "señor". —Sonreí. Sonreí ampliamente, lo tenía donde quería—. Bien, ¿qué me darás a cambio de mi silencio?
—No sé, dime qué quieres.
—¡Un pony! —Me miró indignado y muy seriamente.
—¿En serio? ¡¿Es en serio?! ¿De dónde quieres que saque un pony?
—Ve tú a saber, ese es tu trabajo, no el mío. Quiero uno grande, grande, enorme. Como Sadaharu.
—¡Tonta! Los ponys son pequeños, ¿cómo quieres uno grande?
—Sí, los hay. Yo los vi.
—En tus sueños.
—No, en la tele. No, espera… sí, creo que fue en sueños. Pero debe haber.
—¿De veras eso quieres?
—Sí. Y si no lo haces contaré todo y será tu fin.
—Ok, veré qué puedo hacer.
—¡Sí! ¡Tendré un pony, tendré un pony! —dije saltando en la cama de la alegría.
—Pero será para Navidad, no puedo conseguirlo en tan pocos días.
—Bueno, que sea para Navidad entonces.
—Bien. ¿Y ya sabes qué me vas a regalar tú?
—¿Qué cosa?
—Ya sabes, noche de paz, blanca navidad… ¿ya tienes algo en mente?
Me bajé de mi nube de festejo demasiado rápido y sin escala previa. No lo había pensado. En realidad, siempre engaño a Gin con eso de los regalos a los vecinos y amigos, y siempre me quedo con el dinero y me lo gasto en golosinas. Pero esta vez de verdad tenía que comprar un regalo y no tenía ni un solo yen para ello.
—S-sí, claro. Ya tengo pensado qué voy a regalarte. No lo he comprado aún pero… lo voy a hacer en cuanto mejore.
—¿Necesitas algo de dinero? Yo podría darte un poco si quieres.
—¿Qué clase de regalo sería ése si tú me ayudaras a pagarlo? Yo tengo dinero, no te preocupes.
Fin del Flashback.
Y es por esa ridícula razón que le tuve que pedir un préstamo a la vieja. Lo que no supe después era lo que le iba a regalar. Tontamente, le fui haciendo preguntas a cada uno de mis conocidos para investigar más a fondo sus gustos.
—Cómprale algo que a él le guste, debes saberlo.
—¿Cómo Soyo, si apenas llevamos unas pocas semanas de salir? Aún no lo conozco bien.
—Aaah, tienes razón. —No se me ocurrió mejor idea que preguntarle a mi mejor amiga acerca del tema. La pobre estaba más perdida que yo—. Unos calcetines, sí, eso le gustará.
—No sé, yo quería darle… algo más.
—¿Unos zapatos?
—No tanto, querida.
—Un abrigo. ¿Qué tal una campera de corderoy?
—Te dije que no tanto.
—Ah, no, no. Ya sé. Unas botas de nieve. Sí, eso será genial.
—¿No me estás escuchando?
—Eso será para mi querido Johny, sí.
Llegó un punto en que ya ni hablaba conmigo, sino consigo misma. La dejé con sus pensamientos y traté de preguntarle a Shinpachi. Un par de anteojos, digo, un chico debe saber qué le gustan a los hombres.
—Una espada, a todo hombre le gustará tener una.
—¿Para qué? No le veo sentido.
—Es el símbolo de la virilidad de un hombre. Cuando se la sostiene, uno se siente "poderoso".
—No te entiendo y tampoco le veo el significado a una estúpida espada. Además es muy caro, otra cosa.
—Unas botas.
—¿Tú también? No me vengas con eso, es ridículo.
Me fui ofendida, nadie de mi edad sabía realmente lo que se le podía regalar al sádico. Entonces fui con alguien grande, con uno de los adultos, o casi: Kondo-san.
—Tú has estado viviendo con él, ¿sabes qué puedo regalarle?
—Pues la verdad no sé bien. Un par de botas estarían muy bien.
—¡Que no! ¡No tengo tanto dinero!
—Bueno, bueno. Entonces… —llevó una de sus manos a su mentón y fijó su mirada hacia arriba—. Creo haber oído que dijo que quería unos nuevos calzoncillos porque los que tenía ya estaban gastados y…
—¡¿Qué me importa a mí eso?! No voy a comprarle ropa interior.
—¿Y por qué no?
—Po-porque no. Otra cosa.
—Déjame pensar… una mochila nueva. La que tenía se le rompió.
—Sí, lo sé. Fue mi culpa. Pero no, tiene que ser algo… navideño. No le puedo regalar eso, es… es… no, eso no. Otra cosa.
—¿Y por qué no le preguntas a él?
—¿Cómo voy a hacer eso? Tiene que ser sorpresa.
—Pero podrías hacer algunas preguntas que te ayuden a saber qué es lo que quiere.
—Mmm, buena idea. Gracias gorila-san.
—¿Qué?
Dejé atrás al profesor de Educación Física y busqué al zopenco en el bufet del colegio. No lo encontré pero al día siguiente, en el almuerzo, sí pude hablar con él.
—Dime, ¿qué te gustaría tener? —Bueno, creo que eso fue algo directo por eso traté de compensarlo luego.
—¿Qué?
—¿Qué te falta? ¿Hay algo que quisieras en especial?
—¿Para que me lo regalaras en Navidad?
—No, no. Yo ya sé qué es tu presente. —Mentí, mentí. Nada de eso era verdad—. De hecho ya lo tengo listo.
—¿Entonces para qué preguntas?
—Quiero saber cómo piensan los hombres porque le quiero dar algo a Gin. —Otra mentira. En realidad no quería regalarle nada y quedarme con el dinero, comprarme un vestido bonito, unas sandalias blancas, comer un delicioso chocolate…
—Ah, con que eso era. Lo hubieras dicho desde un principio.
—Sí, sí. ¿Qué quisieras tú si estuvieras en su lugar?
—Mmmm, no sé. ¿Calzoncillos tal vez?
—¡No! ¿Cómo voy a comprarle eso? No seas idiota.
—Bueno, entonces… algo para los pies.
—¿Cómo qué?
—Medias.
—¡No!
—Una camisa. —Y de repente se le prendió el foco del sótano.
—Eso sí puede ser. Las que tiene ya están amarillas y algunas están rotas. Será una camisa entonces.
—Bien, ¿cuándo irás? Puedo ayudarte a elegir una.
Por un momento perdí el hilo de lo que estaba tratando de conseguir. ¿Qué demonios estaba haciendo? Ahora no solo tendría que comprar otro regalo sino que también él me acompañaría. ¿Cómo conseguiría el suyo si estaría conmigo? ¡Aaaah! ¡Qué desorden!
—Em… no, está bien. Iré sola.
—Bueno, ¿a qué hora te veo el domingo?
—¡¿Qué, no escuchas?! ¡Dije que iré sola!
—Bueno, a las cuatro entonces.
Maldito. Sabe que ese día no tengo nada qué hacer. Se supone además, que es el día de nuestras "citas". Hicimos una especie de arreglo en una jugada de piedra, papel o tijera —en la que él ganó— y se estableció como regla general que nos veríamos todos los domingos; con excepción de algunos casos especiales y particulares que discutiríamos entre ambos. Así que no podía negarme, tendríamos que ir juntos.
Traté de no malgastar el tiempo y aprovechar el viaje haciéndole preguntas para averiguar alguno de sus gustos.
—Y… ¿a ti también te gustan las camisas?
—Un poco.
—Y… ¿las medias? —Me miró ante la sospechosa pregunta.
Caminábamos por una de las veredas, cerca de algunas tiendas. Quise simular que vi algunos calcetines en algún lugar pero eran todos de calzados y… botas de nieve (¿?).
—Em… es que… ¿no se te enfrían los pies cuando duermes?
—Un poco. Por eso duermo en un Kotatsu.
—Qué envidia me das.
—¿Acaso Gin no tenía uno?
—Sí pero lo rompimos.
—Querrás decir que tú rompiste, ¿no es así?
—Olvidémonos del pasado, ahora hablemos del presente, ¿sí? —No sé qué fue lo que le causó tanta gracia que empezó a sonreír—. Bueno, ¿qué me dices de unas orejeras?
—¿Unas qué?
—Ya sabes, uno de esos pompones para los oídos, para que estén calientitos.
—¿Y cómo por qué me haces estas preguntas?
—¿Y qué te importa? Solo responde las preguntas.
—¿Qué estás planeando?
—Nada, es que… me di cuenta de que no te conozco muy bien. Así que quiero saber cuáles son tus gustos.
—Bueno, si es así… Me gusta la goma de mascar. Esa cosa que tú siempre masticas me parece un asco…
—¡Oye!
Y así, nos pasamos un largo rato hablando de cada uno de nuestros gustos. Le hablé de mi fascinación por las cosas dulces (influencia de Gin) y por el color rojo, mi delicado apetito y mi increíble simpleza. Él me contó sobre su devoción por molestar a Hijikata cada vez que lo ve —cosa que ya se ha dado cuenta todo el colegio—, su manía por hacer maldades y enojar a la gente, y escuchar música.
Después de visitar veinticinco tiendas y revolver todo el centro comercial, encontramos la maldita camisa para mi tutor. Terminamos comprando una negra —el color lo eligió él— con el cuello y bordes blancos. Si me lo preguntan, diría que era demasiado elegante para el "señor", pero como seguramente a su rubia prometida le gustará mucho, pensamos que no estaría demás darle algo lindo para variar.
—¿Quieres ir a tomar un helado? —Su pregunta desencajó totalmente con el clima frío y casi nevado de ese día.
—Bueno. —¿Qué, van a decir algo? ¿Cómo puedo rechazar si me ofrecen algo? No estoy loca.
Como supondrán, terminamos los dos enfermos y tapados hasta las narices, todo por culpa de él. Y a que no adivinan en dónde vino a quedarse para pasar su mal estar: sí, en mi casa.
—¿Por qué no te vas con Kondo? Ahora vives con él.
—Prefiero estar aquí —me dijo mientras se acurrucaba más en el futón que se había armado cerca de mi cama.
—¡¿Y por qué diablos tienes que estar en mi habitación?! Vete al comedor, donde deben estar los invitados.
—¿Es así cómo tratas a tu amado?
—¿Mi qué? Déjate de bromas, sal de aquí.
—No.
—¡Que salgas!
Ya no hubo respuestas, por más que le lanzara muñecos, almohadas, el despertador, un par de zapatos, una silla, etc; nada lo despertaba. El desgraciado se quedó profundamente dormido mientras le gritaba. No podía ser peor. Como no me podía quedar de brazos cruzados, fui hasta la cocina, llené una cubeta con agua —fría, claro— y… Gin no me dejó bañarlo. Malvado.
—¡¿Qué pensabas hacer, niña?!
—Nada, solo mojarlo un poco, para que se despierte.
—¿Estás loca? Métete a la cama y déjalo dormir.
—Pero Gin, está en mi habitación. Que duerma contigo, no lo quiero aquí.
—¿Y por qué no? ¿Acaso no eran novios ustedes dos?
—Sí pero no me gusta que estemos tanto tiempo juntos, además…
—Ah, no me interesa. Arréglate tú sola con tus cosas de pareja. Me voy a… a algún lado. Vuelvo a la tarde.
¿Pero qué le pasa a ese tipo? ¿No le da miedo dejar sola a su hija con un chico metido en su cuarto? ¡¿Qué país es este?! ¡¿En qué mundo vivimos?!
Me senté en mi cama indignada, enojada, frustrada, boicoteada…
—China, hazme el favor de hacer silencio, quiero dormir.
"¿Qué? No hice ningún ruido" pensé.
—Duérmete.
"Si no estuvieras en mi cuarto dormiría bien pero estás aquí".
—Haz como si yo no estuviera aquí.
Por un momento pensé que estaba contestando a mis pensamientos, era una locura.
"No puedo, tu presencia me resulta molesta".
—¿Qué tiene de malo?
"¡Todo! Para empezar no deberías estar aquí, vete con gorila-san, él te tiene que cuidar."
—A mí me gusta estar aquí.
"¿Solo para molestarme?"
—Sí.
No sé qué clase de broma era esa pero en verdad parecía que me contestaba a mí. Después terminé dándome cuenta de que en realidad estaba soñando y hablaba dormido. Quién lo diría.
No tuve más remedio que ir a acostarme. Si no descansaba corría el riesgo de sentirme peor.
En eso estaba alrededor de las diez de la mañana cuando de repente siento como si alguien me estuviese mirando fijamente, de forma insistente. No podía sacarme eso de la cabeza, era una sensación horrible e incómoda. Cuando abrí los ojos me encontré con unos círculos rojizos, muy cerca de mi cara. Cada uno tenía un pequeño punto negro en el medio, eran perfectamente redondos. Luego de unos pocos segundos, se movieron.
—China.
Pequé el grito de mi vida. No tuve más remedio que golpear con fuerza a lo que tenía delante de mí. ¿Qué era? ¿Un muñeco, un animal, un idiota?
—¡¿Qué mierd# te ocurre, infeliz?! ¡¿Por qué #$ %* te me acercas tanto mientras estoy durmiendo?! ¿eh?
—Tranquila, creí que tenías un insecto en la cara, eso es todo.
—¡Largo de de mi habitación!
—¿Por qué? No hice nada.
—¡FUERA!
Le lancé todo lo que tenía al alcance en ese momento por haberme asustado así. Después de un rato, me asomé para ver por dónde andaba y lo encontré desmayado cerca de la puerta de mi habitación. "Mejor, así ya no me molestará más". Lo até al futón y éste a su vez al sofá. Así me aseguraría de que no vendría mientras dormía.
Bien, hasta aquí he llegado. La pregunta de mi tema es: ¿qué demonios se le puede regalar a un sádico?
Notas finales:
Ojojo. Volví como lo prometí.
Bueno, no hay muchas aclaraciones que hacer, salvo para los que no hayan leído el anterior. Les contaré un poco sobre los personajes en este fic y de paso les aclaro la memoria a algunos—no es broma, yo casi pongo cualquier cosa, de no ser por mis hermanas lo habría hecho xD—:
-Gin está comprometido con Tsukuyo. Se casarán… algún día xD
-Soyo (la princesa amiga en el animé) está saliendo con un tal Jhony que me inventé. Explico esto porque tengo ganas: hay un capítulo del animé en el que Kagura ve anuncios en la televisión, compra cosas y hasta se pone a hablar como ellos (en tono yankee). La cosa es que mis hermanas y yo nos reímos mucho de eso. "Oh, Jhony. Oh, Jhony". Sí, sí, somos tres bobas pero nos causó tanta gracia que no pude evitar incluir a un Jhony en honor a ese capítulo xD.
-Hijikata es el rector del colegio, Kondo es prof. de educación física de los chicos y Otae de las chicas. Tsukuyo también es profesora, Sachan es rectora de otros salones, Otosé la directora y… no me acuerdo qué más. Luego iré haciendo más aclaraciones sobre sus ocupaciones.
Bueno, creo que eso es todo. No pude evitar dividirlo en dos. No llegué con los tiempos y no se me está permitido escribir todo el santo 24/12 xD. En el próximo capítulo contaré lo que pasó después, qué fue lo que finalmente le regaló, etc.
Nada más por aclarar. Felices fiestas, que tengan un hermosa navidad y un muy buen comienzo para el año 2014.
¡Saludos!
