Disclaimer: Hetalia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Himaruya Hidekaz.
Advertencia: AU!Gakuen, USUK, Romance, Humor (sí, yo escribiendo humor xD), clichés. Silly love songs inspira cosas peligrosas (?)
¡Hola!
Este es otro fic de un intercambio de regalos para Navidad y que, de igual forma, Alma es dueña y soberana de este escrito y, con su permiso, llega para ustedes xD
Dios, romance y humor no es lo mío x'D
Maldita la hora en que lo vio. Maldito su cabello rubio que le recordaba a los trigales donde pasó los momentos más felices de su infancia junto a su abuela en Escocia; maldita esa voz irritante que hacía sangrar sus oídos pero que, incluso así, daba sentido a las horas del día y al esfuerzo que hacía para no rendirse en la tarea que le había sido encomendada; malditos esos ojos azules en los que podía ver el cielo tan claro y limpio, y sus infinitas constelaciones invitándolo a verlo de cerca… más de lo que debería. Malditos sus labios, que no hacían más que desaparecer todo a su alrededor tentándolo a probarlos cuando están tan próximos a los suyos en clase de educación física…
¡Maldito Alfred Jones y maldito él por enamorarse de ese cabeza dura mariscal de campo!
Bien, bien. Tal vez sea mejor recapitular todo.
¿Que quién es Alfred? Pues… él es exactamente ese chico popular rodeado de gente popular, con amigos populares, que asiste a eventos populares y se relaciona con personas igual de populares… y luego estaba Arthur, el cucufato Presidente del Consejo Estudiantil que tenía una vida social tan interesante como puede resultar de interesante una bendita hoja verde escondida entre kilómetros y kilómetros de césped tan verde como el que está en el fondo del Windows XP.
¿Puede haber una historia más cliché que la que tenía entre manos? Por todos los dioses, juraba que no.
Y eso le lleva a pensar…
Oh, genial. Ahora estaba en uno de esos best-sellers que Wattpad publica cada cierto tiempo o en esos fanfics que las fickers terminan usando para shippear a silla-kun con mesa-chan… y no, no es como si él alguna vez en la noche, cuando su familia dormía, se haya dado una vuelta por esos lares… claro que no.
¡Es culpa del Johnlock!
Ah, bien. Volviendo al tema…
Conocía al tipo en cuestión desde hacía tiempo, si era sincero. Alfred no era de las personas que él elegiría de buena cuenta en su círculo de amigos –si tuviera uno, al menos- ni tampoco con alguien que pudiera hablar de forma completamente natural, sin forzar un encuentro… porque estaba clarísimo: Jones gustaba de cosas completamente opuestas a las que él disfrutaba y, por ende, tienen –y tendrán- diferencias irreconciliables y eso, señores, es algo que tuvo bien presente desde que el chico se plantó en la puerta de su oficina con una carta del director donde rogaba encarecidamente que se encargara de ser su "asesor académico"… y le recomendaba que tener a un "tutor de educación física" tampoco le hacía tan mal, recordándole su brillante promedio en la asignatura…
Maldito viejo verde italiano adicto al vino.
Las clases comenzaban después de que toda la escuela estuviera vacía, haciendo que la salida para él sea terriblemente tarde y, dado que el idiota ese tampoco es que sea una estrella en la puntualidad, estaba considerando seriamente mudarse a la sala del Consejo Estudiantil hasta que terminara el año escolar. Y no, no es broma, hablaba bastante en serio. Incluso guardaba en uno de los cajones de su escritorio una de esas almohadas inflables y una colcha que dobla y la usa como cojín de su silla de trabajo para cualquier caso de emergencia.
¿Hasta dónde había llegado?
Cierto día, harto de que su madre se hiciera ilusiones creyendo que pasaba el día en la escuela con una chica (porque nunca falta la tía que vive cerca de la escuela que le pasa el chisme a tu madre de la hora a la que sales de allí), le propuso el trato –del que realmente se arrepiente hoy en día- de mover su sitio de encuentros a un lugar más casual que el edificio en el que pasaban la mayor parte del día y, sinceramente, no esperaba que Alfred ofreciera como primera opción su casa.
Al principio no se oía tan mal y, valga la pena decirlo, tampoco es que haya resultado un desastre los primeros días y los que los siguieron. Descubrió que el americano oía a su banda favorita (The Beatles) y era lo primero que ponía cuando entraba a su hogar (cosa que casi le hizo gritar cual fanboy, literalmente); también notó que tenía una lista de reproducción con varias de sus canciones favoritas y unos pósteres que no pudo mirar sólo una vez, adornando su habitación… pero se reservó la palabra, dejando de lado todos los posibles comentarios que había ensayado la noche anterior para quejarse de lo desordenado que podía ser en casa.
... puede que lo haya juzgado mal al inicio.
Un par de semanas pasaron cuando se dio cuenta que una taza de té Earl Grey –su favorito- yacía sobre la mesa de noche del cuarto del americano a las cinco de la tarde junto a un par de scones que no supo de donde su anfitrión los sacó. Agradeció el gesto en silencio y compartió la hora del té con Alfred.
— Si no te gusta, deberías dejarlo. —susurró arqueando una ceja, extrañado por el gesto de infinito asco labrado en el rostro de Alfred mientras mordía el scone que le correspondía.
— ¿Bromeas? ¿Cómo podría? ¡Lo adoro! — el americano respondió con una risa alta y estrambótica, haciendo que desistiera de seguir preguntando.
¿Aquello que vio era un par de lágrimas asomarse por los ojos del estadounidense…?
Ah, de la forma que sea, sólo ansiaba que la bendita asesoría llegara a su fin cuanto antes.
Es decir, Alfred le llamó la atención apenas lo conoció pero no en el buen sentido y ahora… ahora amenazaba con convertirlo en un puto Francis 2.0 que empezaría a detener a alguien en cualquier momento y decirle "Señor ¿quisiera oír la palabra del amour?"
¡NO!
Increíblemente, no fueron todas aquellas cosas en común los que hicieron que su corazón latiera un poco más rápido de lo normal cuando lo tenía cerca y eso lo sorprendió a él también. La sonrisa perpetua de Alfred es la que producía esas estúpidas mariposas revoloteando dentro de su estómago, la actitud desafiante y alegre a la vez (muy distinta a la suya) era lo que lo atrapaba y le atraía de una forma que nunca creyó posible. La mezcla de una buena persona y de un hombre que no podía contenerse a sí mismo y lo irradiaba a todo cuanto era a su alrededor…
Carismático.
Magnético.
Eléctrico.
Y caía en cuenta que describirlo terminaba convirtiéndose en unos versos tristes o en tontas canciones de amor, donde se detenía a pocos segundos en que la confesión del interprete era hecha y lo dejaba con un mar de sentimientos que no supo cómo aceptar.
¿Cómo es que alguien tan lejano se había acercado sólo para robarle el aliento y llevárselo con él otra vez?
Sus apuntes en clase iban cambiando a escribir el nombre de Alfred repetidas veces con su perfecta caligrafía cursiva antes de ser rallada con saña cuando el gesto de idiota que tenía en la cara se le iba y las muchachas de al lado reían ante su reacción; su punto de atención iba de la pizarra al pupitre de Alfred, de quien se escondía rápidamente cuando sus ojos chocaban y sus mejillas empezaban a arder.
Enamorado. Como en esas canciones tontas de amor.
Las visitas iban tomando un significado más especial, convirtiéndose en algo que deseaba al final del día y se alejaba cada vez más que el simple hecho de cumplir una obligación. Las horas pasaban volando entre pláticas amenas, tazas de té, scones y caras extrañas que reemplazaron los libres de Literatura, Inglés e Historia de un momento a otro y ahora eran ambos los que iban juntos desde la escuela hasta la casa del americano cuando los demás partían a sus casas y sólo quedaban ellos dos.
«¡No malentiendas las cosas!» Se había dicho mentalmente más de una vez cuando se encontraba a sí mismo pensando en Alfred.
«¿No ves que no es más que una simple casualidad y nada más?» O, al menos, era la mejor forma de formular todo ante los nuevos cambios en su relación.
«No hay forma de que él sienta lo mismo.» ¿Y cómo podría si siempre lo ve rodeado de porristas y chicas que no pierden la oportunidad de salir con la estrella del equipo de fútbol americano?
— No puedo enseñarte más, lo siento. —no había dormido en toda la noche pensando en la decisión que iba a tomar. Lo había citado después de clase, como acostumbraban hacer al final de la jornada, y trató de explicarse lo mejor que podía. — Puedo buscar un relevo para que no pierdas las clases, así como puedo habilitar un salón por las tardes para ustedes.
— ¡Pero llevamos bastante tiempo en esto! —respondió casi desesperado, apreciación que tomó como algo que pudo haber notado mal. — No puedes cambiarlo a mediados de ciclo…
—Hablé con el director y está de acuerdo. —suspiró, cerrando los ojos y apelando a la calma.— Me temo que no puedo-
—¿Hice algo mal? —sus gestos en una clara expresión de haber sido heridos le hizo sentirse peor.
— No, Alfred. Tengo mis ra-
— ¿Fue por el Earl Grey? —preguntó, arrancándole una sonrisa enternecida al británico. — ¡Podemos probar el Pince of Wales mañana! Y tal vez los scones por unos cruasanes…
Y era fácil saber por qué se había enamorado de él.
— Hey —le llamó, ocultando el tono de su voz. — Habrá alguien más capacitado que yo y…
— No quiero a otro. Te quiero a ti.
El conjunto de palabras lo tomó por sorpresa, haciendo que su corazón brincara hasta sus labios.
¿Por qué tuvo que haber optado por esa elección de frase?
— Alfred, de verdad-
— ¿Es que no lo puedes ver, Arthur? —Alfred estiró el brazo y tomó su mano. — ¿Acaso no fui lo bastante obvio a estas alturas?
Sintió como la sangre se drenaba de su cuerpo y su mente quedaba en blanco.
—No entiendo. —tartamudeó a duras penas, sin ser capaz de alejar la mirada del rostro del otro.
—El pedido de tutoría, la música, la hora del té, nuestras salidas diarias… —un nudo empezaba a formarse en su garganta. — El tiempo que pasamos juntos… —No sintió el suelo bajo sus pies.— Me gustas y no sabía cómo acercarme. —sus manos se encontraban entre las del americano, sintiendo una calidez que empezó a crecer desde esa unión y se extendía por todo su interior. — Pensé que tú, tal vez, podrías notarme si yo…
Sus mejillas tomaron un color intenso mientras una risa empezaba a escabullirse entre sus labios y retumbó en los oídos de Alfred alarmándolo por completo. Agachó la cabeza dando un paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre ambos mientras escabullía sus manos de entre las del menor. Levantó ambas y tomó las mejillas de Alfred, volviendo a mirarle.
Los signos eran claros pero él les había buscado una explicación a todos y a cada uno de ellos, porque era demasiado cliché e irreal que, por azares del destino, hubiese sido correspondido y no sintiera el sabor amargo del rechazo.
— Idiota —sus labios se curvaron con ternura y felicidad. Un sentimiento tan fuerte al que no podía hacerle frente.
Acortó las distancias entre ambos, sellando con un beso una sutil declaración que, en su sentido común, no podría hacer de cuenta propia. Ambos pares de brazos se buscaron y se hallaron a sí mismos ocupando su nuevo lugar, alrededor de aquel amor de secundaria que amenazaba con desbordar dos corazones jóvenes que por primera vez experimentaban el amor.
Arthur no había hecho más que pensar en que la gente debería haber tenido ya suficiente de tontas historias de amor… pero bastaba mirar a su alrededor para saber que no es así, sintiendo la maldita ironía de estar viviendo una y no arrepentirse de ello.
Tal vez, en el fondo, las historias cliché y cursis no sean tan malas… quizás, aunque nadie tenga el coraje de admitirlo, todos –incluido él- siempre tienen la esperanza de algún día tener una para ellos.
