Quizá porque Ginny es igual a Leonela. Tal vez porque yo soy igual a Hermione. Sin importar la razón, este fic me identifica. Demasiado. Así que, sin importar las horribles críticas que puedan hacerme, va a ser por un buen tiempo uno de mis favoritos. Lo sé, solo subí cinco. Pero... ¿Y todos los que tengo en mis 16 cuadernos anillados? :P

Dejen RRs. Críticas, alabanzas, pidan autógrafos, lo que quieran. Pero dejen, así me sube el ánimo.

Ah, por cierto. Todos los PJs pertenecen a Jotacá, porque esta vez no usé ningun OC :P La trama es mía, gracias.


"Laisse les menteurs, nier la chaleur, la mécanique au cœur des filles"

Hace tiempo que Hermione no estudia en la biblioteca. Quizá es el clima primaveral, que siempre invita a los alumnos a salir del castillo y tirarse en los jardines. Quizá Madame Pince, que cada día está mas protectora de sus libros.

Pero, aunque no quiera admitirlo, no es ninguna de esas las razones. Está enamorada, y esa persona, la única, que hace que su corazón se acelere y sus sentidos se trastoquen pasa el día en los soleados terrenos.

Entonces, vacilando y regañándose mentalmente pero haciéndolo al fin; la castaña deja de mirar por los anchos ventanales que permiten a los lectores distinguir los minúsculos caracteres en los pergaminos, junta sus libros y plumas y baja las escaleras en silencio.

Se deja caer bajo algún árbol alejado de la multitud, se parapeta tras las gruesas cubiertas de su lectura de turno e intenta concentrarse.

Es inútil. Risas, voces. El reflejo del Sol enorme sobre una melena del color del fuego, un par de ojos azules como el cielo cruzado por escasas nubes, la misma sonrisa de todos los días y pecas… Pecas a más no poder, millones, que cubren su piel blanca, suave.

Ahora que está allí, cerca, Hermione sabe que no podrá prestar más atención a su tarea. Y su conciencia, como siempre, comienza a gritarle mil cosas que se embarullan en su mente turbia, rebotan en el muro que forma esa visión extasiante y quedan allí, girando, formando un laberinto de culpa y confusión.

Pero está ahí, tan jodidamente hermosa, y no puede dejar de mirarla. A ella, a su mejor amiga. Y a la novia de su mejor amigo. A Ginny.

La misma que la acusó mil veces de ser una mariquita por no poder decir una sola palabrota sin corregirse al momento, la que intentó con más ahínco que nadie enseñarle a volar, la que la abrazó cada vez que se sentía mal y la hizo reír con sus ocurrencias, la que planeaba geniales bromas para los Slytherins y obligaba a la inocente Hermione a ayudarla con los hechizos o las pociones necesarias.

Ginny, la hermanita de Ron, su hermanita por conexión. Porque, al fin y al cabo, Ron era casi su hermano.

Pero Hermione suelta mil insultos entre dientes, mientras finge leer y no deja de pensar en todo lo que daría por poder besar esa sonrisa, jugar con ese cabello llameante, contar todas las pecas de su cuerpo, perderse en su piel de seda. No deja de pensar en todo lo que daría por ver amor brillar en sus ojos de anochecer temprano.

Pero todo el amor es para Harry, igual que los besos, las caricias. Y la castaña; mientras cierra el libro, vuelve a recoger sus cosas y corre a perderse en el bosque con los ojos color miel arrasados de lágrimas; se siente despreciable, culpable.

Su conciencia, esa molesta voz aguda que no puede callar con nada, le chilla que es una mala amiga. Que no debe enamorarse de Ginny, que no debe querer que deje a Harry.

Pero no, no puede. Está casi obsesionada con ella. No sabe como hacer para cambiarlo. ¿Cómo hacer?

En sus libros no hay respuestas. En ninguno explican como hacer para detener ese proceso destructor que es el amor. Ni en libros muggles enseñan a entender la mecánica del corazón.