Disclaimer: los personajes no me pertenecen, son obra y magia de JK. Rowling.

¡Hola a todos! Este es el comienzo de una historia que se ha abierto paso a empujones en mi mente. No os engaño, adoro esta pareja y el encanto de lo prohibido.

Espero que disfrutéis de este delirio. Nos vemos abajo!


Capítulo I.- Tormenta

Contemplaba distraída la lluvia repiqueteando contra el cristal. Para encontrarse a principios de septiembre, a Hermione le parecía una broma de mal gusto aquel temporal. Muy lejos quedaban sus últimas vacaciones en Marsella, bajo aquel sol estival que poco tenía que ver con aquella lluvia incesante que calaba hasta los huesos.

A pesar de aquel tiempo tan desapacible, a pocos parecía atraer la idea de pasar la tarde en la biblioteca. Y siendo sinceros, hasta a ella le estaba costando concentrarse en su libro de Transformaciones. Tras cada párrafo que leía, sus ojos iban inexorablemente hacia la ventana. Entornaba los ojos intentando localizar al equipo de quidditch de Gryffindor, y más concretamente a sus amigos, pero aquella tormenta lo ocultaba todo.

Frunciendo el ceño, adivinando el humor de Ron en la cena tras el entrenamiento, Hermione afianzó los codos a ambos lados de su libro, apoyando la frente en sus manos.

-Hermione…

Esta dio un pequeño respingo en su asiento. Ginny, sentada frente a ella, sonreía con la frente llena de barro. Toda ella era una masa de barro. No muy lejos de allí, la Madame Pince fruncía los labios y el ceño con sus ojos fijos en la pelirroja, dispuesta a echarla de inmediato si a su amiga se le ocurría tocar uno de sus preciados libros con las manos sucias.

-¿Cómo ha ido el entrenamiento?- preguntó Hermione, cerrando el libro tras aceptar su derrota ante las distracciones.

-Todo lo bien que puede ir mientras te caen litros de agua encima – contestó con sencillez-. Me voy a la ducha.

Se levantó mientras miraba a su alrededor.

-¿Has visto a Luna? Me dijo que estaría por aquí, necesito hablar con ella – preguntó Ginny.

Hermione negó con la cabeza mientras empujaba el libro dentro de la mochila. Una mochila alarmantemente llena.

Con la firme decisión de terminar de leer el capítulo que había dejado pendiente tras la cena, salió de la biblioteca con la mente fija en un trozo de tarta de melaza.

Minutos después encontró hueco hacia la mitad de la mesa de Gryffindor, acomodando la mochila entre sus pies. Se sirvió un trozo de pastel de carne, y se abstrajo totalmente del mundo mientras masticaba despacio la comida.

Harry y Ron no tardaron en llegar, quizá movidos por el delicioso aroma que despedía el Gran Comedor. Ron tomó rápidamente asiento frente a Hermione y, sin mediar palabra, amontonó en su plato tanta comida como podía.

-¿Qué tal el entrenamiento, Harry? – Hermione decidió no preguntar al hambriento Ron, que en esos momentos masticaba a dos carrillos.

-Desde luego no es el mejor día para quidditch, pero cada entrenamiento cuenta – contestó Harry con los ojos brillantes y aquella cara de felicidad siempre que volvía de subirse a una escoba.

Embozando una discreta sonrisa, Hermione alcanzó un trozo de tarta de melaza. Para ser sincera, seguía sin comprender aquella fascinación por el deporte que era capaz de cambiar drásticamente el estado de ánimo de sus amigos. Comenzaba a dudar seriamente que ese fanatismo le llegara a ella después de seis años conociendo la existencia del quidditch.

-Ginny se amolda muy bien con las otras cazadoras – siguió Harry, mientras se servía muslos de pollo-; estoy convencido de que este año, si seguimos entrenando bien, volveremos a ganar la copa.

Ginny acababa de traspasar la puerta del Gran Comedor con su flamante pelo rojo suelto, deteniéndose para hablar con Luna en la mesa de Ravenclaw y echándose a reír a carcajadas. Los ojos de mi amigo la siguieron en todo momento.

-¿Cómo te ha ido a ti, Ron? – preguntó dubitativa Hermione.

Ron había aplacado su ansia de comida y masticaba más lentamente, saboreando. Siempre era mejor idea hablar con Ron cuando ya había comido y su mal genio se aplacaba. Además se le entendía mejor cuando no tenía la boca repleta.

Por toda respuesta, su amigo se encogió de hombros. Harry lo miró disgustado.

-¡Lo hace bien! – exclamó mirando ceñudo al pelirrojo-. Si no tuviera esa maldita falta de confianza…

-Ya lo sé, ya lo sé… - rezongó con desidia Ron, continuando con su cena.

Ginny atravesó el Gran Comedor hasta llegar a la mesa Gryffindor.

-Hazme hueco, Ron – exigió a su hermano, sentándose frente a Harry y Hermione.

Con un profundo suspiro, la pelirroja vació lo que quedaba de zumo de calabaza de la jarra a su vaso.

-Los profesores están consiguiendo ponernos frenéticos con los TIMOs – masculló lanzando una mirada resentida a la mesa de los profesores-. Hasta Luna está algo nerviosa, y os aseguro que no hay nada más raro que eso.

-Hace bien en estarlo, es algo muy importante que decidirá todo vuestro futuro – repuso Hermione con crudeza.

Ginny, moviendo la mano como quien espanta a una mosca, le restó importancia.

-Pues ahí tienes a Fred y George, ganando montañas de galeones.

Hermione abrió la boca para replicar, pero la mirada de Ron la disuadió.


"Maldita sea"

Draco Malfoy andaba a buen paso por el pasillo hacia su sala común. Después de haber perdido el tiempo buscando información sobre conjuración en Guía de la trasformación, nivel superior, había resuelto ir a la biblioteca para descubrir que alguien se había llevado el libro que necesitaba.

Acostumbrado como estaba a la biblioteca de su propia mansión, a Draco le parecía bochornosa aquella falta de material en un colegio que decía ser de prestigio. "¿Qué menos que dos libros iguales en un lugar con 700 estudiantes?" No hacer el trabajo para McGonagall tampoco entraba en sus planes. Por muy desagradable que resultara admitirlo, la severidad de la profesora de Transformaciones intimidaba a cualquiera. Incluso si ese cualquiera era Draco Malfoy.

Lo que más le molestaba era la pérdida de tiempo. Más productivo hubiera sido acudir al entrenamiento de los Gryffindor y entonar nuevas estrofas de su gran creación: "A Weasley vamos a coronar". Sonriendo casi con nostalgia ante su gran creatividad, comenzó a tararear la cancioncilla.

Llegó a su Sala Común con la sensación de haber olvidado algo importante. Tras dejar su mochila apoyada en la pared de piedra, se sentó en su butaca favorita, una de las pocas a las que le llegaba luz natural por la mañana. Inconvenientes de una Sala Común semisubterránea.

Fue entonces cuando sus tripas le recordaron dolorosamente qué había olvidado. Soltando una exclamación furiosa contra la profesora McGonagall, el desconocido alumno que le había quitado el libro y todo aquello que le había hecho perder su tiempo, comprendió que no llegaría a la cena.

Así lo encontraron sus amigos unos segundos después, farfullando maldiciones y espantando a unos asustados alumnos de primero que subieron pitando a sus habitaciones.

-Ya veo que hoy no es tu mejor día – Pansy sacudió ante los ojos de Draco una bolsa que desprendía un olor delicioso que le hacía salivar-. Menos mal que tienes a tu maravillosa y perfecta amiga Pansy que piensa en todo.

Sin molestarse en rectificar aquellos generosos atributos que su amiga se había prodigado a ella misma, Draco arrebató la bolsa, se sentó cómodamente en aquel sillón recargado y se relamió de gusto.

Pansy desde luego no esperaba su agradecimiento, aunque lo intuía. Demasiados años habían pasado ya desde que se encontraron por primera vez como para no conocerse.

Pero Zabini era otro cantar.

-Qué quieres que te diga Draco, cualquiera te domina con un par de muslos de pollo – Blaise se sentó en la butaca frente a Draco. Zabini conocía a Draco, por supuesto, y por eso mismo sabía aprovechar la ocasión de molestarle cuando la tenía-. Eres como un perro ladrador amansado con comida.

Draco, con la boca demasiado llena como para articular palabra, se contentó con lanzarle una mirada de advertencia.


Hermione respiraba apresuradamente mientras bajaba los escalones de dos en dos. Se había quedado dormida aquella mañana y para colmo había olvidado su redacción de Pociones en la Sala Común.

Derrapó ligeramente al girar hacia otro pasillo. Alcanzó las escaleras ocultas detrás de un tapiz cuando el timbre que anunciaba la entrada a clase sonó.

Mascullando improperios por lo bajo, decidió estirar su suerte y volvió a bajar escalones de dos en dos mientras el flato le provocaba punzadas en el tórax.

"De hoy no pasa incluir en mi horario algo de deporte" Si le tocara cualquier otra clase que no fuera Pociones, aquello no estaría ocurriendo. Se limitaría a caminar, llamaría a la puerta y el profesor de turno la recibiría con los brazos abiertos, fueran cuales fueran los minutos de retraso. Pero esa imagen idílica no parecía encajar mucho con Snape, cuya única mueca que le dirigía se alejaba mucho de una sonrisa.

Distraída como estaba, Hermione no vio venir el escalón falso hacia el final de la escalera, ese escalón que Neville siempre olvidaba saltar y el que estuvo a punto de causar graves problemas a Harry.

Tambaleándose por el impulso, manoteó desesperada el aire para finalmente dar con el trasero en el suelo. Tener la mochila llena de libros pesados había inclinado la balanza hacia atrás. "Desde luego, esto es más propio de Neville que de mi".

Su gemido de dolor por la posición poco natural en la que había quedado su pie atrapado no consiguió ahogar las carcajadas que llegaban desde el final de la escalera.

Draco Malfoy reía, ligeramente inclinado hacia delante, con unas atronadoras carcajadas. Hermione, muerta de la vergüenza, continuaba sentada de mala manera en el escalón, notando la inconfundible llegaba de sangre a su cara.

Draco, por su parte, agradecía el hecho de haber ido a primera hora a la biblioteca sólo por ver semejante espectáculo. Enjugándose una lágrima, mientras la risa remitía, contempló el rosto enrojecido de Hermione.

-Parece que a todo ratón de biblioteca le llega su ratonera – dijo el rubio con una amplia sonrisa. Todavía riendo un poco, comenzó a seguir su camino hacia la clase de Snape en las mazmorras.

-¡Eh! ¡Que no puedo salir de aquí yo sola! – protestó Hermione, tragándose su orgullo de forma dolorosa. Además, llegando al mismo tiempo que Malfoy a clase, la dejarían entrar seguro. "A ese mimado de Malfoy". No pasaría un alma por aquel hueco en la siguiente hora, y antes muerta a que Snape le pusiera un cero por no presentar el trabajo.

Draco volvió a aparecer por el hueco con cara de importarle muy poco la situación de la castaña.

-Esto…mmmm…no, realmente no lo había notado – dijo mirándose las uñas con indiferencia-. Qué pena que tus amigos Cara Rajada y Pobretón no estén aquí para ayudarte.

-Y qué pena que te cayeras de los brazos de tu madre al nacer – gruñó Hermione, peleando por sacar su pie del escalón.

-Es una suerte que hoy este generoso y quiera ayudar al populacho – dijo Draco con altivez, ignorando el comentario de Hermione. La aludida dejó sus esfuerzos para alzar la vista y mirarle, sorprendida-. Pero no pienso mancharme las manos.

Esta puso los ojos en blanco.

-Aun así te recordaré algo, Granger – Draco se giró con la intención de irse, mostrando su perfil a Hermione-; tienes una varita: úsala.

Con los puños cerrados con furia, Hermione todavía alcanzó a oír el comentario de Malfoy mientras se alejaba:

-Estos sangresucia…a cualquiera le venden una varita hoy en día.

Sí, claro que tenía una varita, una varita que en esos momentos oscilaba en el filo de dos escalones más abajo. Desgraciadamente había salido disparada de su bolsillo.

Pensando en lo mucho que una buena estudiante como ella debía esforzarse en sus estudios, le pareció que sus rodillas bien merecían ser sacrificadas por un bien mayor: el EXTASIS de pociones.

Quizá aquellos que se han encontrado alguna vez en una zanja de barro y ven con desesperación como sus intentos de salir del lodo solo conducen a un hundimiento mayor, comprenderán la tensa situación de Hermione.

Mientras el cuadro vecino de una bruja decrépita la azuzaba para que hiciera cosas disparatadas: hazte cosquillas en el pie y el otro saldrá solo o crea tu propio lazo cowboy con tu pelo; Hermione se estiraba apretando los dientes escaleras abajo.

Tras unos angustiosos momentos, consiguió la varita y respiró hondo antes de murmurar: ¡waddiwasi! Su pie encajado salió de aquella trampa y, trotando y cojeando a la vez, se dirigió a las mazmorras. Atrás dejo a la bruja del cuadro que seguía insistiendo en que podría haber hecho una gran cuerda con su pelo enmarañado.

Respirando entrecortadamente, Hermione alcanzó a ver a Malfoy llamando a la puerta del aula de Pociones. Cómo se notaba que no temía ninguna reprimenda por parte de Snape.

-Vaya, enhorabuena Granger – dijo Draco mientras ambos esperaban la respuesta del profesor detrás de la puerta-. ¿Has hecho palanca con la varita para sacar el pie, verdad?

-He hecho magia, imbécil.

-Sí, eso dices…

El profesor abrió la puerta con un gesto frío que cambió ligeramente cuando vio a Draco.

-Pasa Draco – dijo mientras Malfoy pasaba al lado de Hermione dirigiéndole una sonrisa petulante-. ¿Por qué llega tarde, Srta. Granger?

Con la cara ruborizada ante las miradas atentas de toda la clase, Hermione explicó su tropiezo en la escalera, sin dar muchos detalles. Bastante humillante había resultado ya esa mañana como para relatársela al profesor Snape.

-Ya veo – dijo Snape relamiendo las palabras-, aunque es una historia más propia de Longbottom.

Unas mesas más atrás, Neville se hundía lentamente en su asiento con la cara enrojecida.

-Diez puntos menos para Gryffindor – repuso Snape-, siéntese.

Hermione cojeó hacia la mesa donde la esperaban las caras preocupadas de Harry y Ron.

-¿De verdad te has quedado atrapada en el escalón? – le preguntó Ron por lo bajo con cara de escepticismo.

Algo abochornada, decidió confesar parte de su patética, aunque exitosa, estrategia de huida. Detuvo su relato cuando a Ron le entró la risa floja, lo que ocasionó que Hermione no le dirigiera la palabra en lo que quedaba de día.

Malfoy se aseguró que todo Hogwarts, o al menos sexto curso, se enterara de cómo se había caído y qué cara había puesto Hermione. Las imitaciones ridículas a las que se enfrentaba la Gryffindor poco tenían que ver con la realidad, o al menos eso confiaba ella.

Pero como muy bien sabía Hermione, irritarse era darles la victoria, por lo que se limitó a ignorar a cada Slytherin que se encontraba. Su única muestra de debilidad consistió en ir a la Enfermería después de que Harry insistiera una y otra vez, harto de ver su cojera.

Hacia media tarde, tras despedirse de unos afligidos Harry y Ron que iban a Adivinación, Hermione fue directa a la biblioteca. Aquel lugar silencioso le proporcionaba una paz que pocas cosas conseguía.

Tras instalarse cómodamente en su rincón favorito, se dirigió a las estanterías para dejar el libro de Transformaciones que había cogido prestado hacía unos días. Podía dejar que la Madame Pince lo hiciera, pero estaba segura que se ganaba su favor teniendo esos pequeños detalles con ella. A cambio ella no ponía nunca pegas en cerrar un poquito más tarde si Hermione se lo pedía.

Colocando cuidadosamente el libro en su lugar, Hermione escuchó una exclamación furiosa al otro lado de la estantería. Totalmente confusa, vio cómo el libro que acababa de dejar desaparecía arrastrado por una mano blanca. Tras desaparecer del hueco, Hermione pudo ver un ojo gris fascinante que no parecía de este mundo.

Pero aquel ojo parecía cabreado, y la Gryffindor no tenía ni idea de a quién pertenecía.

-¡Así que eras tú! – exclamó furioso Draco, que había bordeado la estantería para encontrarse con la alumna que había acaparado el libro durante días.

Hermione enrojeció, consciente de haber pensado en lo extraordinario de los ojos de aquel desconocido que había resultado ser Malfoy. A decir verdad, haberlos visto sin saber que eran de él le había quitado cierto prejuicio. "Como que nada que tenga Draco Malfoy puede ser bueno"

-¿Se puede saber qué te pasa? – preguntó Hermione, a sabiendas de que no había que hacer grandes cosas para enfadar a Malfoy.

-Llevas días con este maldito libro – gruñó agitando el libro con su mano derecha-, ¿se te ha pasado por la cabeza que hay gente que también lo necesita, comelibros insaciable?

-Pues es muy fácil, hurón – las cejas de Hermione estaban a punto de tocarse entre ellas-, cógelo antes de que lo haga yo y asunto resuelto.

-No me hagas reír – dijo Draco con una mueca sarcástica-, eso es imposible cuando tú vives prácticamente en la biblioteca.

-¡No vivo en la biblioteca! – gritó Hermione, furiosa.

Unos alumnos de séptimo, sentados en mesas próximas, le dirigieron miradas de irritación.

-Bien, vale… - farfulló Hermione mientras cogía un libro al azar de la estantería-. De todas maneras dudo mucho que entiendas algo de los que pone ese libro.

-¿Y tú qué sabes? – Draco frunció el ceño consternado. Luego su cara cambió e hizo un mohín lastimero-. Pobre, ¿el golpe en la escalera te ha dañado el cerebro, verdad?

Lanzándole una mirada de odio, Hermione pasó a su lado abrazando el libro. Sentándose en su rincón favorito, todavía se preguntaba por qué su amada y pacífica biblioteca había pasado a ser un lugar tan hostil. "Por el estúpido de Malfoy" En su opinión, aquél Slytherin no tenía respeto por nada, ni siquiera por los santuarios de los demás.

A pocos metros de allí, Draco despotricaba contra la castaña. "Es una comelibros sabelotodo insufrible". Tenía que ser ella la persona que le había quitado su libro. No le bastaba con el resto, tenía que joderle a él llevándose el que le interesaba.

A pesar de esa vocecilla racional en su cerebro que le decía que era poco probable que ella supiera lo del libro, Draco estaba dispuesto a pagarlo con la Gryffindor. "Porque no se puede ir por el mundo con esa aura de santurrona y luego hacer esas putadas".

Draco lo tenía claro: él no era ningún santo, y por eso mismo evitaba hacer juicios de valor a los demás. Bueno, sus críticas al trio de oro estaban más que justificadas: alguien debía traer a la realidad al pobretón de Weasel, a cararajada Potter y a peloarbusto Granger.

Masajeando distraído su frente, fue pasando páginas del libro para encontrar lo que le interesaba.

Hermione mientras tanto ojeaba su planificador de deberes para cerciorar que todo estaba bajo control. Comenzó por releer su trabajo para Encantamientos, como a ella le gustaba hacer. No le cabía en la cabeza cómo la gente podía entregar sus deberes sin repasarlos ni una vez. Ella lo hacía dos.

Todo estaba correcto hasta que una sensación casi dolorosa se propagó desde su estómago mientras leía su redacción de Transformaciones. Había olvidado poner algunos datos importantes, datos que ahora mismo aguardaban en un libro que Malfoy leía con interés.

Se sujetó la cabeza con ambas manos, respirando hondo para infundirse tranquilidad. Era el colmo, después de lo que se había formado, ir allí para pedirle el libro. Iba a mandarla a la mierda, sin duda.

No tenía muy claro porqué el Sombrero Seleccionador la había puesto en Gryffindor, ya que su corazón amenazaba con salirse del pecho mientras caminaba con parsimonia hacia la mesa de Malfoy. Este, centrado en la lectura, no la vio venir.

Hermione se detuvo delante de él, con la esperanza de que la mesa de madera pusiera distancia suficiente ante los gritos que se oirían próximamente.

-Eh…

Draco alzó la cabeza, clavando sus ojos en los de Hermione, mientras unos cuantos mechones rebeldes se esparcían por su frente. No dijo nada, pero continuó mirando de forma indolente a la Gryffindor, esperando que hablara.

Hermione cuadró los hombros.

-Necesito el libro que estas leyen…- se acobardó un poco mientras Draco elevaba una ceja.

-Ni de coña – dijo este, con la vista de vuelta a la página.

-¡Sólo será un segundo! – dijo frustrada, refrenando el impulso de zarandearlo.

-Segundo que acaba de terminar ahora mismo – dijo Draco sin apartar la vista del libro-, así que la respuesta sigue siendo no.

-¡Mira, imbécil! – susurró furiosamente Hermione, consciente de la mirada de advertencia de la bibliotecaria-, ¡sólo necesito consultar una cosa!

-Qué pena – Draco paladeaba la frustración de Hermione mientras una sonrisa ladeada surgía en su cara -, tendrás que conformarte con un Aceptable en Transformaciones.

Lanzándole una mirada iracunda, Hermione volvió a su sitio. Si algo podía haber hecho para no conseguir el libro era mostrar su interés ante Malfoy. Algo le decía que no volvería a ver ese libro en lo que restaba de curso.

Y la sonrisa satisfecha de Draco Malfoy confirmaba sus sospechas.


-Os digo que es el baile de Navidad – repitió Seamus firmemente, mientras Neville asentía con la cabeza-, ¿qué otra cosa podría ser?

-Otro Torneo de los Tres Magos no, claro – dijo Ginny, apartando su Micropuff Arnold de las garras de Crocksanks-. Sería demasiado pronto para repetirlo.

-¡Quizá sea un certamen de belleza! – exclamó una emocionada Parvati.

Un no rotundo salió de la boca de todos, dejándola desilusionada. Los Gryffindor se encontraban en la Sala Común, indagando sobre el comunicado de Dumbledore de la mañana siguiente.

-¿Y un intercambio de colegios? – sugirió Lavender-. Conocimos a gente nueva en cuarto curso… aunque algunas más profundamente, ¿verdad, Hermione?

Esta fulminó a Lavender con la mirada, captando el mensaje oculto. Qué pelusilla le tenían desde que había tenido algo con Viktor.

-Sea lo que sea, espero que no interfiera con el Quidditch – dijo Harry, mientras instaba a un peón a moverse en el tablero. La pieza no estaba muy convencida del movimiento y trataba que Harry escogiera a otra. O quizá sabía simplemente que contra Ron no se podía ganar.

-Lo sabremos dentro de nada, así que ¿por qué preocuparse? – sentenció Ron mientras observaba fijamente el tablero, planeando la jugada.

Hermione cogió a su gato y lo puso en su regazo. Sentada en la butaca junto al fuego de la chimenea, pensó en las muchas razones que tenían por las que preocuparse. Hogwarts daba una infinita sensación de seguridad, a pesar de todos los peligros que habían vivido allí en el pasado. Pero fuera se gestaba algo oscuro y maligno, paciente y cruel.

La poca información que llegaba del exterior no auguraba nada bueno. El temblor que se apoderaba de las manos de Hermione cada mañana, mientras colocaba en knut en el bolsillo de su lechuza del Profeta, hablaba por sí solo.

Una cosa era cierta: Voldemort continuaba reclutando gente, chantajeando y matando en la sombra. Del trabajo pesado se encargaban sus lacayos, cada día más numerosos.

Casi sin proponérselo, como esas cancioncitas de los anuncios que tu mente no puede parar de repetir, los ojos grises de Draco Malfoy aparecieron en su cabeza. Aquél iris tan extraño, con un tono gris oscuro en los bordes, que iba aclarándose conforme llegaba a la pupila. "Y que yo he encontrado fascinantes" gruñó internamente Hermione.

Pues bien, por ella el Slytherin podría tener unos ojos violetas que lanzaran rayos, porque aquél engendro inútil, proyecto de mortífago, seguiría siento de todo menos fascinante.

Y que Merlín la perdonara, pero fue incapaz de encontrarle algún defecto a esos ojos, a pesar de que lo intentó un buen rato antes de caer dormida en su cama.


Como todas las mañanas, Draco despertaba en un aparatoso lío de sabanas. Tiraba nerviosamente de sus piernas hasta sacarlas de esa maraña de tela y luego, casi por costumbre, parpadeaba perezosamente mirando al techo.

Aquella noche la pesadilla había sido de lo más verídica. Si hubiera sido una persona más halagüeña, incluso podría felicitarse por tener aquella imaginación tan desbordante. Porque desbordaba, y mucho, haber tenido una pesadilla cada noche desde que llegara a Hogwarts.

Y todas trataban de lo mismo. Cuando estaba en Malfoy Manor, y a pesar de que el peligro era el mismo, le reconfortaba la presencia de su madre. Era tangible, real, y podía saber a tiempo real si algo realmente jodido les amenazaba. Con su padre era diferente.

Ahora, aunque en aquellas dos primeras semanas de colegio hubiera mandado más cartas de las que había enviado nunca para esas fechas, le quedaba el resquicio de la duda. Una duda que le oprimía el pecho. Por lo que todas sus pesadillas se podrían resumir en un ir y venir de información fragmentada, donde las caras de sus padres torturados o muertos se quedaban en su subconsciente.

No tuvo que mirar alrededor para comprobar que sus compañeros de habitación seguían allí. Blaise roncaba sonoramente sobre su cama, farfullando frases inconexas que se le escapaban en sueños: ya tengo todos los cromos o qué guapo soy. A veces, Draco se preguntaba si ser tan presuntuoso hasta en sueños no debía ser un signo de alguna alteración mental.

Theodore Nott, por otro lado, era silencioso incluso durmiendo. Le delataba la respiración profunda y aquella mano inerte que caía de la cama hasta el suelo. Todo lo contrario de Crabbe y Goyle, que competían entre ellos y Blaise en ronquidos.

Con una mueca resignada, comprendió que no iba a poder dormir otra vez, por lo que se puso en marcha para un nuevo día. Además, aquella mañana incluía comunicado del viejo chiflado.


Casi se podía paladear la tensión en el ambiente, como cuando se acercaba Navidad. Algo muy de pobretones, si le preguntaban a Draco. Poner tantas ilusiones en los regalos era síntoma de carencias materiales se mirase por donde se mirase.

El Gran Comedor era un auténtico hervidero de personas. Y es que en días normales la gente acudía a desayunar de forma dispar, algunos más madrugadores que otros. Pero aquél día Dumbledore hablaba y todos escuchaban. Draco trató de imaginar cómo sería tener tal poder de convocatoria.

-Buenos días a todos – comenzó el director, levantándose en su asiento-. A pesar de algunas caras adormiladas entre el público, confío en que prestaréis atención – continuó con una sonrisa afable, lanzando un guiño a Colin Creevey, que cabeceaba de sueño, con su cara amenazando con estamparse en sus cereales-. Debo anunciar dos acontecimientos para este curso: el primero, un Baile de Navidad…

Las palabras de Dumbledore fueron recibidas con emoción entre los alumnos, sobre todo por el sexo femenino.

-…al que podrán asistir los alumnos de cuarto curso en adelante.

De nuevo se creó revuelo, por la indignación de los cursos inferiores.

Dumbledore sonrió y apaciguó con un movimiento de manos. Enseguida se hizo el silencio.

-A la siguiente actividad les aseguro que podrán participar todos los alumnos – repuso con seriedad-. Han transcurrido ya muchos años desde que el profesor Beery abandonó su puesto de Herbología para dedicar todo su tiempo a algo que le apasionaba: el teatro. Desde entonces, enseña en la Academia Mágica de Arte Dramático. No obstante, antes de abandonar el colegio, se intentó realizar una representación teatral navideña y debo confesar que acabó en desastre.

Un silencio sepulcral se adueñó del Gran Comedor.

-Desde ese momento, el antiguo director Dippet prohibió cualquier tipo de representación navideña – continuó Dumbledore, con un deje de diversión en la voz-. Pues bien, el profesor Beery se encuentra ya mayor y quiere poder ver una última puesta en escena en Hogwarts, y he aceptado.

El barullo de voces no se hizo esperar. Desde el otro lado del Gran Comedor, Draco pudo observar la cara emocionada de Granger.

Alguien podía mencionarle que peinarse no es perjudicial para la salud, pensó con saña, observando el pelo enmarañado de la Gryffindor.

-Ahora bien – prosiguió Dumbledore, ganando de nuevo el silencio de todos-, en esta ocasión yo mismo me encargaré de la seguridad del acto. Exigiré responsabilidad y seriedad. Se os proporcionará la información necesaria para participar dentro de unos días. Y quién sabe – dijo Dumbledore, sonriendo-, quizá entre vosotros se encuentre alguna estrella.

-Se le ha ido la jodida cabeza – repuso Blaise, una vez que el director se sentó en su silla y todo el alumnado comenzó a hablar entre ellos.

-Eso no se discute – dijo Draco con una sonrisa-, pero ¿de qué nos extrañamos?

-¿Qué ocurriría la última vez para que lo prohibieran? – preguntó Pansy, sentada frente a Blaise.

-Seguramente los alumnos lo hicieron jodidamente mal y el colegio entero pasó vergüenza ajena.

-¿Eres incapaz de no meter la palabra joder en cada maldita frase? – preguntó la Slytherin.

-Por supuesto que soy jodidamente capaz de no meterla – dijo Blaise con una sonrisa burlona -, pero entonces perdería el encanto Zabini.

Pansy puso los ojos en blanco.

-No quiero empezar a oíros desde por la mañana – dijo Draco con hastío, desplegando el Profeta mientras le daba un sorbo al café.

Café negro, solo, sin azúcar. Amargo como sus pesadillas y necesario como las horas de sueño que le faltaban. Pero ni todo el café del mundo podría haberlo espabilado tanto como aquella portada del periódico.

«Fuentes cercanas al Ministerio de Magia aseguran hallarse tras la pista de Bellatrix Lestrange»

La conocida mortífaga Bellatrix Lestrange, cuya fuga de Azkaban puso en jaque al Ministerio de Magia en pleno, se halla en paradero desconocido desde el pasado mes. Fuentes fidedignas aseguran que podría encontrarse en Inglaterra, donde conserva lazos familiares…

Draco dejó de leer y cerró el periódico. La mano crispada se tensó al coger la taza de café y acercarla a sus labios. Bebió el café de forma automática, con los ojos entrecerrados.

-¿Me acercas el Profeta?

Nott, por supuesto. Era frustrante cómo una persona podía llegar a ser tan observadora.

De malas maneras, Draco le lanzó el periódico. Theo apenas parpadeó al leer la página, y desde luego no dijo ni una palabra.

Unos metros más allá, Longbottom salía del Gran Comedor con los puños apretados. Siguiendo su estela hasta la mesa Gryffindor, los ojos grises se encontraron con unos ojos color miel. Y ninguno apartó la mirada.


Me he resistido mucho a publicarla, en parte porque soy bastante inconformista y siempre me quedan ganas de retocar lo ya escrito; y por otro lado la cantidad de cosas productivas que debería hacer con las horas que invierto en esto. Pero nadie dijo que entretener a dramioneros no fuera productivo así que...

Hace tiempo dejé inconclusa una historia en la que tenía mucha ilusión. Desgraciadamente, por problemas que se escapaban de mis manos, tuve que dejar de escribir. Pero una vez que pude volver a hacerlo, me encontré con la terrible evidencia: odiaba la forma de escribir de mi pasado yo. Supongo que las escritoras y escritores que me lean saben a qué me refiero. Por un tiempo pensé en borrarla, pero me horrorizó la idea de desprenderme de la historia, aun estando inconclusa.

Es todo por ahora, siempre y cuando alguien quiera saber más! y eso sólo podré saberlo con reviews! Seré feliz con ellos :)

"En ocasiones tenemos que abandonar la vida que habíamos planeado, porque ya no somos la misma persona que hizo aquellos planes" Javier Iriondo