Prologo
Belleza destruida
El sol de la tarde ardía con fuerza en el cielo color rojizo, las sombras proyectadas por sus rayos salían de sus escondites y comenzaban a ganar fuerza provocando que sus diminutos cuerpos se fortalecieran y estiracen haciendo acto de presencia en el mundo, indicándoles a todos que pronto se unirían todas en un abrazo que cubriría la mitad de la tierra. Las personas de la ciudad caminaban por el barrio soportando los estragos que el sol hacía su cuerpo. Los trabajadores lidiaban con la molesta sensación del sudor debajo de sus hombros, las mujeres limpiaban su frente con una pañoleta para apartar esas gotitas que reducían su belleza, los perros dentro en los jardines, algunos desafortunados atrapados dentro de casa, se limitaban a jadear con el objetivo de refrescar sus cuerpos hasta caer dormidos y olvidarse de su cuerpo ardiente. Sólo los niños se salvaban de esto, quienes mientras persiguieran a un amigo suyo en el parque jugando a las atrapadas, les importaba un mendigo bledo las gotitas que humedecían sus camisas. Entre ellos se encontraba la más pequeña de los Sagae, que soportaba el clima verano en base a la recompensaba que se había ganado.
Como niño que recibe su recompensa por un trabajo bien hecho en la escuela, Mei había logrado obtener un 10 en su último examen. La alegría infantil de la menor de la camada brotaba por sus poros mientras se las mostraba a sus hermanos mayores y a una visita color rosa que acostumbraba acompañar a su hermana mayor. Un sentimiento de orgullo los incitaba a sentirse feliz por su pequeño logro e incentivar a que esta siguiera así. Mei se había ganado un dulce, una paleta de hielo para su disfrute en un día en el que el solo ardía con fuerza. Después de tantos años su familia seguía siendo humilde y era lo único que le podrían permitir por el momento, pero eso bastaba para mantenerla contenta, tanto como para no notar que la seguían. Si bien en la opinión general ella era muy pequeña para salir sola, ese día todos se encontraban ocupados, algunos tenían tarea o trabajos que realizar y otros simplemente inventaban excusas para continuar en su ocio. La pequeña aguardaba su recompensa y compadeciéndose de su rostro angelical permitieron que esta saliera sola a la tienda. Ya sabía donde se encontraba pues ya había acompañado antes a su hermanos, solo que esta vez recorrería el camino sola, sin alguien que sostuviera su mano y la alejara de extraños. Aunque si alguien la hubiera acompañado, no habría hecho diferencia.
Su lengua se movía ansiosa sobre la paleta de hielo sabor limón, se antojaba aùn más deliciosa gracias al clima, su boca y mano no podían evitar trabajar en conjunto para saciar la sed de su garganta. Probablemente cuando llegara a casa la mitad de la paleta ya habría desaparecido, una parte dentro de su estómago y haciendo de su mano dulce y pegajosa. Las sombras se hacían más numerosas a cada momento que pasaba y las personas cada vez más escasas. Era esa hora en la que el cansancio vence al cuerpo. Los padres de familia regresan cansados a casa con el saco sobre sus hombros, las madres llaman a sus hijos para que regresen a casa a comer, la mayoría de las personas regresan a casa antes de que anochezca para finalmente descansar mientras que otras se preparaban para salir. Pero durante ese lapso de tiempo las calles de las zonas residenciales se vacían por un momento. Por las calles solo se pueden llegar a ver coches ocasionales o alguna persona vagando o haciendo los mandados. El mundo se encontraba en calma y una niña podría disfrutar de ese silencio tranquilizador mientras regresaba a casa. Ninguna de las personas que paseaban a considerada distancia de ella resultaba en una amenaza, todos estaban ensimismados o distraídos como para prestarle atención a la pequeña y su paleta de hielo, mejor para ella, así podría disfrutar su dulce sin las miradas incomodas de los demás. No había nada de que temer. La penúltima esquina fue doblada y entro en un largo callejón al final del cual doblaría a la derecha y caminaría un poco antes de llegar a casa.
No había una sola alma en el callejón, ni siquiera los gatos callejeros que asaltan los cubos de basura, solo el viento que soplaba ocasionalmente levantando leves partículas de polvo. Su casa se antojaba tan cerca, ya ansiaba llegar a casa y descansar sus pies sobre el sillón. El callejón era tan solitario como siempre, no eran muchas las personas que recorrieran el barrio donde residían los Sagae, era una zona bastante humilde y los vecinos incluyéndolos no solían jugar mucho en la calle. Era la primera vez que salía sola de casa, por tanto, era la primera vez que recorría sola ese estrecho tan largo. La luz naranja del atardecer de la daba un aire melancólico.
Su paz fue interrumpida cuando se encontraba a medio camino de la otra calle. El instinto de supervivencia que los niños tienen se activó y de pronto se sintió amenazada. Su cuerpo sentía que algo la observaba, algo la miraba escondida en el cuadro post noche y escrutaba con ojos fríos y pesados cada fría de su suave ser. El calor abandono su cuerpo y en su lugar fue reemplazada por un frío gélido que recorrió sus venas hasta el corazón. Volteo de un lado a otro, adelante y atrás, izquierda y derecha, intentado encontrar los ojos que tenía sobre ella pero no dio con ningún par. No sabía porque pero sentía miedo de algo que no podía ver y que en su intento por buscar la lógica en esa situación se decía que no existía "Es la primera vez que salgó sola" pensó inocente "me estoy asustando solita" se explicaba a sí misma y tenía sentido, sin embargo no sabía por se sentía como un roedor bajo acecho. El sentimiento crecía más y más en su garganta queriendo obligarla a gritar, sea lo que fuese tenía una presencia pesada que inundaba el ambiente como un veneno. Sus piernas comenzaron a temblar y en sus pantaletas finas gotas de orina empezaron caer. El instinto más básico emergió y le dijo que corriera, sus piernas no chistaron y obedecieron a la primera, corriendo hacia la salida. Cuando se encontraba a pasos de ella, una figura familiar salió de la otra esquina. Freno en seco.
— ¡Ah! Señorita Inukai —dijo al ver a la mujer de cabello rosa. Sonrió de manera inocente y autentica, la alegría de ver una cara conocida y que le resultaba confiable era tremendamente tranquilizador —Me alegra mucho verla —su garganta comenzaba a aliviarse y sus nervios comenzaron huir de su cuerpo. Esa mujer era como un faro de luz, parecía como si hubiese llegado en el momento justo a salvarla. Decidió no mencionarle el miedo que había experimentado — ¿Qué hace por aquí? ¿Haruki-nee y usted vinieron a visitarnos?
La pelirosada camino hacia ella sin inmutarse, su rostro no expresaba su habitual calidez hacia ella, ni siquiera una sonrisa, era un rostro impasible con un semblante serio e inexpresivo.
— ¿Vino usted sola?—le pregunto al no obtener respuesta más que una extraña actitud. De repente se sintió de nuevo insegura y temerosa. Pero ¿De qué? Se preguntaba a sí misma. Ese rostro aunque inexpresivo, le familiar y le daba seguridad. Al lado de esa mujer se sentía segura.
Cuando estuvo frente a la pequeña, está la miro desde abajo, su diminuto cuerpo era aplastado por la sombra de la mujer frente a ella.
— ¿Todo está bien… señorita Inukai…? — Isuke se arrodillo frente a ella y la miro a los ojos, aquellos ojos eran inexpresivos y carentes de emoción. Una de sus manos subió y reposo sobre el hombro de la pequeña.
—Lo estará —dijo la figura del diablo.
El brillo del sol reboto contra el metal. Eso fue todo lo que Mei pudo ver antes de que su cuerpo lo sintiese. El movimiento fue rápido y certero. Una navaja cortó su garganta a una velocidad pasmosa y cuando se dio cuenta de ella ya empezaba brotar el espeso líquido rojo. El cuerpo resintió el dolor, sus pupilas se dilataron, sus ojos perdieron brillo, la paleta cayó al suelo y le siguió ella también.
—….. —intento hablar pero de su boca no salieron palabras, atrapada en una estúpida sorpresa y con la garganta rajada le fue imposible decir algo más que leves gemidos.
Isuke se alzó inexpresiva y dio media sin esfuerzo, en ningún momento volteo a ver la escena. El cuerpo de la niña pronto perdería el calor de la vida y el frio abrazo de la muerte lo cubriría, debajo de él se haría una mezcolanza asquerosa de sangre, sudor, limón y tierra. Pronto dejaría de temblar y podría abandonar el mundo con sus ilusiones y su confianza rotas. Los zapatos de tacón hacían eco en el solitario callejón a medida que caminaban de vuelta a la calle.
—Isuke te quería mucho…lo siento.
Dio media vuelta hacia la derecha y dejo atrás un cuerpo que ya no significaba nada para ella. Solo era eso ya. Un cadáver sin valor. Ya no le serviría ni como compañía, ya solo era un lastre. Una carga menos para sus vidas.
DD: ¿recuerdan unos comentarios en La Casa Sagae sobre un pequeño que venía en camino? Bueno aquí esta nuestro pequeño Will.
Alex: Las circunstancias se dieron por casualidad de destino y el nacimiento no se hizo esperar, así que una pequeña bola de pelos acaba de llegar al mundo y con el tiempo el cachorro se volverá un adulto cruel. Sepan perdonar, es su naturaleza.
DD: *les muestra un pequeño envuelto en una manta azul. ¿Quién quiere ser su padrino? Esperamos su opinión. Nos veremos.
Alex: Así es, deseamos saber que tal les pareció, pero algo nos dice que no estarán muy contentos. Nos veremos en otra ocasión, ahora la chica debe aliviarse y yo descansar pues casi me rompe la mano.
