La bruma del sueño lo estaba cubriendo, incitándolo a arrebujarse en su espesor y rendirse, de una vez por todas, al sueño. Pero algo le mantenía los ojos anclados al mundo de la conciencia. Un destello plateado.

La ventana de la pequeña habitación estaba entreabierta, dejando que la luz de la calle se filtrase a través de las finas cortinas e iluminara la estancia. Gracias al tenue haz de luz procedente de las farolas muggles podía distinguir la silueta de todo lo que lo rodeaba en la habitación y apreciar más ese destello de plata.

Era un anillo. Uno fino y delgado enroscado en el pulgar, decorado con motivos trivales: líneas negras que serpenteaban y se entrelazaban entre sí, creando un mapa en el que se perdía cada vez que sus curiosos ojos trataban de seguir uno de sus senderos.

—Nunca me has dicho de donde lo sacaste. El anillo, me refiero.

Hermione, acostada sobre su costado frente a él, emitió un sonido somnoliento, desorientada al ser reclamada y sacada de su descanso.

—Duérmete.

Ron le apretó la cintura con afecto y posó una de sus manos sobre la de la chica, acariciando el anillo con el pulgar.

—Seguro que es una historia curiosa. —La alentó el joven.

La muchacha soltó un sonido lastimero y se removió entre los brazos de Ron, reacomodando la espalda contra el pecho de él.

—Me lo regaló mi madre. Ahora vuelve a dormir.

El chico volvió a abrazarse a su cintura con ambos brazos y se acomodó para dormir, apoyando la barbilla sobra la coronilla de la joven sobre la almohada.

—Buenas noches, Hermione.