¡YAHOI! ¡Hey, guapísima y sexy capitana nuestra! ¿Qué tal andamos? Llevaba tiempo dándole vueltas al asunto de hacer un regalito de cumple para ti y... ¡Ta-chán! Aquí lo tienes. Ojalá te guste, está hecho con mucho amor.
Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi.
Pain
Estaba lloviendo. La lluvia le calaba los huesos y el frío helador la hacía temblar sin control bajo la cortina de agua que caía sin cesar.
No obstante, la bella mujer de largo cabello negro y ropajes de sacerdotisa no tenía intención alguna de ir a buscar refugio de las gotas de agua que golpeaban su cuerpo una y otra vez, clavándose como cuchillas en su piel.
No podía evitarlo. Después de huir como una cobarde tras haber cometido el acto más vil de toda su existencia, se encontró con que no podía dejar de llorar. Se había zambullido en el río, intentando por todos los medios borrar la suciedad que manchaban su alma y su cuerpo, pero no había servido de nada. Seguía sintiéndose igual de miserable.
Ahora, esperaba que la lluvia sí pudiese cumplir su deseo. Le daba igual si luego moría de una pulmonía. Se lo merecía por egoísta.
Quiso reír, con amargura. Hacía tan solo unas horas lo habría dado todo por volver a sentir, por volver a ser humana, de carne y hueso, y ahora daría lo que fuera por regresar en el tiempo.
Onee-sama…
Llevó las manos a su cabeza, presionando sus sienes con los ojos fuertemente cerrados.
Onee-sama…
Negó con la cabeza.
Onee-sama…
Los sollozos la ahogaron. Cayó al suelo, de rodillas—. Perdóname… —Las lágrimas le nublaron la vista. Su cuerpo se estremeció—. Perdóname… —El cansancio se apoderó de su ser. Sus músculos quedaron laxos y se desplomó sobre el césped del bosque, con la lluvia empapándola cada vez más y más.
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—Kagome… —InuYasha se acercó a la muchacha, quién no podía parar de llorar, a lágrima viva. Se arrodilló frente a ella y la tomó de las mejillas, haciendo que lo mirara. Tragó duro al ver sus preciosos ojos rojos e hinchados a causa del llanto. Odiaba verla llorar. Odiaba verla triste.
La arropó con su haori y la abrazó contra él, con fuerza, intentando inútilmente consolarla. Él también sentía parte de su alma desgarrada. Kagome se aferró con desesperación a su kosode, dejando escapar desgarradores gritos de tristeza.
Un poco más allá, Sango y Miroku también se consolaban mutuamente, y Shippō se agitaba en un sueño intranquilo en un rincón de la cabaña—. ¿Por qué?—La voz rota de la colegiala hizo que las orejas de InuYasha se agitaran—. Dime, InuYasha ¿por qué? ¿Por qué Kaede-baa-chan? ¿Quién… —InuYasha la estrechó todavía más contra su pecho, abrigándola en esa noche fría de tormenta. Kagome estalló de nuevo en llanto.
Tan solo hacía unas horas que habían dado el último adiós a Kaede, a la afable anciana que los quería y los había aconsejado y cuidado innumerables veces. La vieja sacerdotisa había aparecido muerta en mitad de la noche, en su cabaña. Los habitantes de la aldea habían salido de sus camas, alertados por unos desgarradores gritos.
Pero cuando llegaron ya era demasiado tarde. Kaede yacía sobre el suelo de madera, sin vida. La habían apuñalado con algún tipo de cuchillo, según les contaron después. Kagome no había podido soportarlo, se había derrumbado en los brazos de InuYasha, llorando y gritando.
Lo que ninguno sospechaba, era que InuYasha había reconocido un olor en la cabaña de la fallecida, uno que hacía demasiado tiempo que no sentía. Creyó que sus sentidos lo estaban engañando, que tal vez se tratara de algún objeto antiguo que Kaede guardara como recuerdo.
Pero no. El aroma era reciente, muy reciente, demasiado como para haber permanecido pegado a un objeto durante tantos años.
Apretó los dientes, apartando esos pensamientos de su mente, observando a la rota niña que tenía entre sus brazos. Ahora, más que nunca, tenía que estar pendiente de ella. A saber de lo que sería capaz la muchacha si no la vigilaba.
Onee-sama…
Otra vez esa voz aniñada y dulce. Se negó a abrir los ojos.
Onee-sama…
Negó con la cabeza, acuclillada en el suelo, con las manos tapando sus oídos, el rostro escondido entre sus rodillas.
Onee-sama…
Sintió un leve toque en su cabello y se quedó helada—. Onee-sama… —Esta vez, el susurro no había sonado lejano y como un eco, sino que cerca, extremadamente cerca, demasiado para ser un sueño.
Levantó la cabeza, con los ojos abiertos. Su labio inferior comenzó a temblar, al igual que sus manos. Las lágrimas acudieron de nuevo al borde de sus orbes marrones—. Kaede… —Su hermanita, su pequeña hermana, estaba delante de ella, intacta, como cuando era una niña que la perseguía por toda la aldea. La niña de largo cabello negro y ojos castaños se arrodilló en el suelo, a la altura de su hermana mayor.
—¿Por qué lloras?—Le limpió las lágrimas con su manita. Kikyō parpadeó.
—Kaede, yo… ¡lo siento! ¡Perdóname, perdóname! ¡Yo no quería… —La abrazó, fuerte. Kaede sonrió, acariciándole de forma suave los largos y negros mechones de su pelo.
—Sí que querías, onee-sama. —Kikyō se quedó helada al percibir una ligera risita sacudir el cuerpo infantil—. Pero está bien, ahora tú estás bien. Esto era lo que querías ¿no?
—¡No, no! ¡No así, Kaede! ¡Perdóname, perdóname, perdóname!
—Si no querías… ¿por qué lo hiciste?—La vocecita se tiñó ahora de un tono lúgubre y amargo—. Yo habría hecho cualquier cosa por ti, habría muerto por ti de buen grado si tú me lo hubieras pedido, si eso hubiera podido mitigar tu odio y tu rencor para permitirte descansar en paz. Pero…
—¡Lo siento, Kaede! ¡De verdad, lo siento mucho! ¡Te quiero! ¡Perdóname!—La niña volvió a reír.
—Yo también te quiero, onee-sama. Estaré siempre contigo. Ahora somos una ¿recuerdas? No me separaré nunca de ti. —Sin saber por qué, un escalofrío le sacudió el cuerpo. Vio el cuerpo de Kaede desvanecerse entre sus brazos, mientras la niña reía.
Entonces fue cuando despertó. Seguía tirada sobre el suelo de aquel húmedo bosque. Sus ropas estaban más que empapadas. Se incorporó, temblando como una hoja. Estornudó un par de veces y se sacudió las largas mangas de su traje de sacerdotisa. Todo ello con las lágrimas deslizándose sin piedad por sus pálidas mejillas.
No se molestó en secarse. Temblando y tambaleándose, avanzó por el embarrado sendero, buscando salir del tupido enramado de árboles. Se cayó varias veces, acabando con la cara llena de barro y su bonito cabello hecho un auténtico desastre. Pero nada de eso le importaba.
Vagaba errante, sin rumbo. Ni siquiera activó su poder espiritual, en ese momento, deseó más que nunca ser pasto de los demonios.
El aterrado rostro de su hermana se apareció en su mente. Se tapó la boca, ahogando un sollozo, y tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol para no irse de bruces contra el suelo.
Siguió avanzando por el bosque segundos después, tropezando cada dos pasos con sus propios pies. Al fin divisó la linde del bosque, consiguiendo dejarlo atrás.
Se quedó helada al ver adónde había ido a parar: un poco más allá divisó la aldea, su antigua aldea, la aldea que su hermana había protegido en su lugar. Desorientada como estaba, debió de tomar el mismo camino que la noche anterior sin ser consciente de ello.
Tuvo la imperiosa necesidad de acercarse al grupo de casas de madera, de comprobar si le habían dado la sepultura que se merecía a su hermanita. Deshecha como estaba, le costó medio día llegar al poblado. Cuando al fin alcanzó la primera casita de madera, puso una barrera a su alrededor para evitar que sintieran su presencia.
Avanzó a paso lento, buscando apoyo en las paredes de las cabañas. Vio una pequeña multitud congregada delante de un gran altar. Se dirigió hacia allí, con el corazón en un puño al divisar una larga y espesa cabellera plateada entre la gente.
Quiso correr hacia él, abrazarlo y desahogarse en su fuerte y varonil pecho. Estaba segura de que él no la dejaría caer, no la dejaría derrumbarse, la protegería hasta de sí misma.
Clavó las uñas en el marco de la entrada a una de las cabañas, moviéndose con sigilo para evitar ser detectada. Afortunadamente, todos parecían muy pendientes de aquella tumba. Al fin tuvo una clara visión de lo que estaba pasando. Abrió los ojos como platos al ver a aquella niña, Kagome, vestida con un traje de sacerdotisa como el de ella, arrodillada frente a la tumba, en actitud de rezo. El monje estaba arrodillado junto a ella, la exterminadora e InuYasha estaban tras ellos, aparentemente impertérritos. El medio demonio se encontraba de pie tras la muchacha del futuro. Parecía una roca, una roca que estaba sosteniendo a Kagome.
Algo en el interior de Kikyō se rompió en cuánto vio como Kagome se incorporaba, restregándose unas silenciosas lágrimas que mojaban sus mejillas—. No tienes que hacerlo. —Oyó la ronca voz de InuYasha; su corazón se aceleró. Kagome se giró a mirarlo, forzando una sonrisa.
—Sí tengo, InuYasha. Es lo mínimo que le debo a Kaede-baa-chan. —Kikyō llevó una mano a su pecho, sintiendo un escozor en el mismo al oír la calidez que desprendía la voz de la chica al pronunciar el nombre de su hermana.
—Pero, tu familia…
—Ellos lo entenderán. Mamá estará orgullosa de mí. —InuYasha se adelantó unos pasos, respirando hondo. Tomó la pequeña y pálida mano de Kagome con una de las suyas. Kagome se la apretó fuertemente.
—¿De verdad quieres hacerlo?—Kagome asintió.
—Kagome-sama, no es necesario. Todos sabemos que tiene sus obligaciones. Podemos… —Kagome miró por sobre el hombro de InuYasha a los aldeanos. Algunos aún lloraban, y los niños parecían desconcertados, no sabiendo muy bien qué había pasado. A ellos también se lo debía.
—Quiero y debo hacerlo. Seré la protectora de la aldea de ahora en adelante. —InuYasha sintió su pecho explotar de orgullo por esa pequeña humana. Quiso abrazarla para transmitírselo, y también para seguir consolándola. Acunarla entre sus brazos como había hecho la noche anterior era sumamente agradable.
Al mismo tiempo, escondida y protegida por su barrera espiritual, Kikyō quiso gritar. Pero una voz en su cabeza la dejó paralizada—. Lo hará bien. Kagome es fuerte. No puedo sentirme más orgullosa. —Llevó los dedos a sus sienes, presionándolas con fuerza.
—No…
—¿Crees que no lo hará bien, onee-sama? Yo creo que sí. Y no es porque sea tu reencarnación. Kagome es más que eso.
—¡No!—Una risa infantil se coló en sus oídos.
—¿No? Eres una ilusa, onee-sama. —Gracias a dios, la voz se apagó, permitiéndole respirar de nuevo. Se dio cuenta de que su barrera estaba debilitándose por momentos. Con pasos torpes volvió a esconderse tras las cabañas, intentando ocultarse entre los árboles que rodeaban la aldea. Justo cuando lo conseguía, la barrera despareció del todo.
Frente a la tumba de Kaede, InuYasha percibió cierto aroma provenir del bosque. Todo su cuerpo se tensó, poniendo rígidos cada uno de los músculos de su cuerpo. No podía estar equivocándose—. ¿InuYasha?—Miró para Kagome. Ella lo observaba, todavía con rastros de lágrimas en el borde de sus orbes castaños.
—¿Ocurre algo, amigo?
—¿Estás bien?—Miró también a sus amigos. Sango y Miroku parecían preocupados por su repentino cambio de actitud. Sacudió la cabeza.
—No es nada… —No pudo evitar que sus ojos se desviaran hacia el pequeño bosque que rodeaba la aldea. Kagome pareció entender, porque le regaló una de sus sonrisas y lo soltó. El hanyō no pudo dejar de notar el deje de tristeza en ese gesto.
—Ve. No te preocupes por nosotros.
—Kagome… —Ahora de verdad que sí quiso abrazarla y arrullarla dulcemente contra él. La miró intensamente.
—Volveré enseguida. Espérame. —Kagome amplió su sonrisa.
—Siempre lo hago. —Le lanzó una última mirada de culpabilidad antes de saltar para perderse entre las ramas de los árboles. Kagome se restregó la cara, intentando borrar las gotas saladas de su rostro. Confiaba plenamente en InuYasha, y sabía que no la abandonaría.
El medio demonio olfateó el aire, corriendo a toda velocidad. No había duda, era el mismo olor a flores de cerezo que en el pasado siempre perseguía. Hacía cincuenta años que no lo sentía, pero estaba cien por cien seguro de no estarse equivocando en sus conjeturas.
El por qué era algo que averiguaría muy pronto, y no le gustaban nada las conclusiones que se estaban formando en su mente.
Llegó a un lago y allí la vio. Estaba arrodillada en el suelo junto a la orilla del agua clara y límpida, llorando silenciosamente, abrazándose a sí misma—. Kikyō… —Ella paró de llorar al instante. Giró la cabeza, con los ojos llorosos.
—InuYasha… —Una pequeña risita hizo eco en su cabeza.
¿Qué harás ahora, onee-sama?
Fin Pain
Bueno ¿qué dices, Mor? ¿Te ha gustado este primer capítulo? Desde ya te aviso que será descontinuado, es decir, no puedo darte fecha fija de publicación de cada capítulo, pero prometo intentar no demorarme mucho, aunque ya sabes que siempre surgen imprevistos o que no tenemos el tiempo que querríamos para escribir, pero de verdad que no podía demorarme más con esto ¡es un crimen que aún no te hubiera escrito ningún regalo de cumpleaños! Asfgashd.
Y los demás lectores que se pasen por aquí ¿me dejáis un review acompañado de tarta de oreo?
¡Nos leemos!
Ja ne.
bruxi.
