Hakuōki es propiedad intelectual de Idea Factory. Mi adorado Shinsengumi SÍ existió como fuerza de élite en el Japón del siglo XIX. Y yo debería estar estudiando, but…
Lαst nigth on eαrth
I
Erised
Desde que llegó a la isla de Ezo siguiendo un ideal cada vez más imposible de realizar, pero por el cual valía la pena luchar, Hijikata Toshizō, el otrora Oni Fukuchō(1) del Shinsengumi, se dio cuenta de cuánto le hacía falta ella.
Cinco años. Habían pasado cinco largos años desde que Chizuru llegó al cuartel de los Miburō(2). Atrapada en medio del fuego cruzado; testigo de lo que no debió haber visto; buscando en medio de la nada un indicio del paradero de su padre.
Nadie creyó al principio que la muchacha traería tantos cambios en la vida de los guerreros. Pero no fue así. Desde el callado de Saitō hasta el escandaloso de Heisuke. Todos, incluso Yamazaki, el sigiloso ninja.
Pero él.
Era él quien más había cambiado ante la presencia de Chizuru.
Reticente primero, resignado luego y tolerante después. Aquella muchacha tan parecida al Rey Midas por su rara habilidad de convertir la tensión reinante en una paz sobrecogedora dentro del cuartel, logrando un tácito sentimiento de bienestar en todos, le producía una vorágine de emociones que no llegaba a entender.
¿Sentimientos filiales? ¿Celos de aquel blondo demonio que amenazaba la pureza de la chica? ¿Admiración ante su sigilosa belleza? ¿Amor? ¿Amistad? ¿Deseo?
—¡Dios santo! —farfulló el Fukuchō. Tanto pensar en ella le produjo un acceso de jaqueca. Iría a descansar. Hasta su nariz llegó el conocido olor del té verde y una jugarreta de su mente materializó a Chizuru en medio de las sombras difusas de la habitación. Ladeó la cabeza.
La necesitaba, la extrañaba…
Cerró sus orbes. Ahí estaba ella, vestida de geiko(3) y con una radiante sonrisa en el rostro.
—*—
Apretaba contra su pecho la carta que le habían enviado. Apoyada en uno de los barandales del barco, Chizuru observaba a las embravecidas olas del mar chocar contra el casco de la nave.
En su mente, hacía una recopilación en imágenes de lo que había sido su vida hasta entonces. Una imagen borrosa de dos niños idénticos con sendas coronas de margaritas silvestres que corrían felices de la mano por alguna perdida campiña primaveral. Kaoru, su hermano. ¿Sintió algo por él? Quizás sí. Y le dolía no recordarlo.
Dieciséis años. La sonrisa de su padre despidiéndose de ella. Al mes, una carta. Después, ya nada.
Abrigada apenas por un haori oscuro y con la dudosa protección que su kodashi le otorgaba, emprendió camino hacia lo desconocido tras el difuso rastro de su progenitor.
Corría. Corría con todas sus fuerzas. No quería morir justo cuando había llegado al lugar indicado para buscar a su padre. No.
Qué curioso le resultaba pensar que aquella noche cambiaría su vida para siempre. Que aquellos hombres, los mismos que en Edo eran tan temidos por su fama de «lobos sedientos de sangre», eran quienes la rescatarían del terror de esa persecución; paradójicamente para retenerla en su cuartel… fueron ellos quienes le dieron los años más felices de su vida.
Sí, cinco años desde que cruzó por primera vez miradas con aquel moreno de ojos amatistas. Cinco años desde que descubrió que ellos también buscaban a su padre, pero por razones mucho más oscuras que las de ella… Cinco años.
Al principio les temía y se mostraba visiblemente temerosa de ellos. Incluso había intentado escapar, pero el de orbes amatistas le advirtió que sería historia si lo hacía.
Alguien en el barco tosió escandalosamente. Ella seguía con la vista fija en el mar; aunque podía ver la figura de Sōji Okita en medio de las aguas y oír su voz entremezclada con el silbido del viento: «Todavía puedo luchar». Se limpió una lágrima rebelde al recordar a su risueño amigo.
También lo recordaba a él. Al hombre con quien soñaba durante las noches; a quien tanto temía en un principio y al que aprendió a amar profundamente luego.
Sus ojos chocolate imaginaban a Hijikata Toshizō a su lado, con ella.
Un suave carmín cubrió sus mejillas al recordar aquel inocente sueño en donde él se presentaba ante ella y le declaraba amor eterno. Luego se le acercaba y la besaba apasionadamente hasta casi fundir sus labios con los de él.
Irónicamente fue el mismo Hijikata quien la quitó de ese dulce sueño ordenándole que se quedara. Que buscase su camino. Un sendero en la vida en donde él no estaría presente. La causa era una: la guerra.
Atrás habían quedado los tiempos de fiestas y algarabía junto con todos los miembros del cuartel. Recordó con nostalgia aquella noche en que, vestida de geiko, pudo ver un atisbo de sentimientos dirigidos únicamente a ella en los ojos del Fukuchō. Sonrió al pensar que, tal vez, a él no le resultaba tan indiferente, después de todo.
Pero la guerra estaba ahí. Inefable desgracia. Ineluctable destino.
Aun en medio de esas sórdidas circunstancias, había guerreros que seguían peleando; quienes seguían creyendo en un ideal.
Allí estaba Hijikata Toshizō, peleando por los suyos. Luchando por lo que creía. Y allí, a su lado, como una fiel sombra, estaba ella.
Le había hecho la callada promesa de mantenerse a su lado siempre. Y, cuando él, en un intento desesperado de sofocar su sed de sangre bebiendo la de ella, la muchacha sintió que aquella leyenda del «lazo rojo del destino», de la cual tantas veces había oído hablar, era real; el vínculo que les unía era inquebrantable.
Pero no.
Él, en su afán de protegerla, decidió dejarla. A pesar de tanto tiempo. Y ella acató la orden con el corazón quebrado.
«Eres patética, mujer Oni.»
Kazama había sido cruel, se había reído de su devoción hacia el pelinegro. Pero ella se mantuvo impasible. Si ella e Hijikata estaban unidos, no tardaría en llegar una señal.
«Dile a Toshi-san que gracias por todo. Gracias por permitirme cumplir este último sueño.»
«¿Pero qué hace, Fukuchō? Usted no debe sacrificarse.»
«Que abandonemos el grupo no significa que dejemos el ideal Shinsengumi.»
«Me ha costado trabajo encontrar mi lugar en este mundo, pero gracias a Hijikata-san estoy aquí. Él no me desprecia por haber nacido zurdo».
« Yukimura-kun, cuida de él, ¿vale?»
«Dame una sonrisa, como en los viejos tiempos.»
«Siempre tuve consciencia de tu habilidad, Toshi. Cuídalo de sus propios excesos, Chizuru.»
Ya no valía siquiera intentar limpiarse las lágrimas que corrían libres por su cara; era inútil. ¡Negra maldición de la guerra! ¿Por qué debía de ser tan duro? Imágenes de sus amigos y sus voces iban y venían en sus pensamientos. Todos le habían pedido que cuidara de él. Todos habían dado su vida por un ideal. Todos se habían ido y todos le encargaron a él.
En Sendai, Chizuru esperó paciente que llegara una señal. Asió con un poco de fuerza la carta contra su pecho. Aquella misiva era la señal que tanto había esperado.
—Chizuru-chan. —Sintió que alguien tocaba su hombro con suavidad. Se volteó a ver y descubrió la menuda figura de una compañera de viaje.
—Katamori-san —respondió ella, dando una reverencia.
—Entra, Chizuru-chan. —La mujer le sonrió.— Comienza a hacer frío.
Chizuru asintió y se metió en los camarotes acompañada de la mujer. No quería que cuando arribase a Ezo, Hijikata la viera enferma de gripe.
.
.
.
.
—¿Se merece un review?
Aclαrαciones:
(1)Oni Fukuchō: comandante demonio. Sobrenombre de Hijikata.
(2)Miburō: literalmente, «Lobos de Mibú». Sobrenombre despectivo del Shinsengumi.
(3)Geiko: Geisha o «artista». No confundir con Oiran. Si bien ambas estaban ampliamente entrenadas en la cultura y el arte de la entretención, las oiran estaban capacitadas para dar placer sexual. En otras palabras, las geishas eran acompañantes y las oiran, cortesanas de alta jerarquía.
Bitácorα de Jαz: ¡Debo estar estudiando, con un demonio! Pero no podía sacarme este fic de la cabeza (eso lo dije en 20 de junio del año pasado c:).
Editado el 09 de octubre del 2014, jueves.
¡Jajohecha pevê!
