Disclaimer: Los personajes de Frozen no me pertenecen. Son propiedad de Disney.

Advertencia: Este fic contiene temas que pueden herir la sensibilidad de algunos lectores.

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X-X-X-Recomendación musical: Hallway Vampires –The Borgias –X-X-X

"Ante Dios y el mundo, el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad".

Adolf Hitler

EN CARNE PROPIA

PARTE I

No era por el frío, de eso estaba seguro. Tampoco era por la ligera presión en sus venas que en ese instante experimentaba. Por alguna razón, lejos de su conocimiento, su cuerpo temblaba. Decidiendo que era mejor ignorarlo, sopló en su taza para enfriar un poco su bebida. Alrik de Weselton no se tomaba muchas molestias en prestar atención a cosas insignificantes.

A sus veintiséis años, Alrik era el único descendiente vivo de su familia y por consiguiente había heredado el ducado de la región de Weselton, un lugar frío e inhóspito que no destacaba precisamente de entre todos los territorios pertenecientes a su majestad, el rey Hakon II de Arendelle. Pero él no parecía molestarle.

Ser duque tenía sus ventajas.

Era en esos días especiales en los que agradecía el poder de los títulos nobiliarios, ser dueño de la vida de todos los que estuvieran bajo su sombra y ser una figura tan imponente que estremecía al más valiente. Pero sobre todo agradecía contar con el derecho de poseer a la mujer que él quisiese y era por eso que en ese preciso instante se sentía tan virtuoso.

Había escuchado los rumores al principio, rumores de una jovencita cuyos cabellos pelirrojos habían encantado a la mayoría de los jóvenes de la región, pero fue hasta que él mismo lo comprobó que supo que quería a esa muchacha en su lecho, ese día se aventuró a ir al pueblo acompañado de su preboste y la vio, sonriente y angelical, hija de un granjero de la comarca quien en ese mismo instante sonreía en dirección a la joven mientas descargaba su mercancía.

Lo había decidido, la traería al castillo con la promesa de un trabajo y una paga suficiente para ayudar a su familia, con una habitación cerca de sus aposentos para poder poseerla cada vez que quisiera.

Unos leves toques a su puerta lo hicieron reaccionar.

-¿Señor? Los caballos están listos.

El duque sonrió y se relamió los labios. Iba a disfrutar de su nueva adquisición con gusto. Tomó un largo sorbo mientras tomaba su abrigo y salía de la habitación.

El sonido de la mecha encendiéndose hizo eco en la sala de la abadía, pronto unas manos callosas y arrugadas descendieron la llama para prender el sirio que reposaba en el altar.

-Abad Pabbie

El mencionado sacudió la cerilla para apagar la pequeña llama.

-¿Qué sucede hermano Kai? –respondió sereno.

El hombre hizo una aspiración honda mientras traba de recuperar el aliento, había recorrido un largo trayecto hasta la abadía.

-El duque…ha salido del castillo

El abad se mantuvo de espaldas mientras acomodaba algunas flores.

-¿Salido has dicho? ¿A dónde?

-Al pueblo – respondió.

El anciano se mantuvo imperturbable mientras seguía con su tarea.

-Hermano, sé que te he pedido el favor de vigilar las salidas de nuestro señor, pero una inofensiva visita a sus territorios no es de mi interés.

El mencionado sacudió la cabeza.

-Se dirige a la granja Ulvens munn*.

Fue en ese instante que el abad volteó con una expresión indescifrable en el rostro.

La granja Ulvens munn se encontraba a las afueras del poblado, justo como le había dicho su preboste. A medida que se acercaban, la sangre del duque comenzó a hervir de manera incontrolable y más cuando la figura menuda de la muchacha apareció en su campo de visión. Ella, al levantar la vista, lo reconoció de inmediato e ingreso rápidamente a su hogar.

Los dos hombres desmontaron sus caballos en la entrada.

-Ya sabes que hacer Argus.

El mencionado asintió mientras salía a su encuentro un hombre con una esplendorosa sonrisa.

La cabaña era pequeña pero acogedora, una vez que habían ingresado y dispuesto los abrigos en la percha, el preboste pidió hablar con la pelirroja mientras que su señor y el granjero traban algunos asuntos con las cuentas del establecimiento. Adgar era un hombre de complexión delgada pero fuerte que hacia juego con su carácter amable y tranquilo. Tan pronto su hija Anna le había anunciado la presencia del duque había sacado a relucir su mejor sonrisa que hasta ese momento seguía en su rostro mientras le presentaba una serie de números a su señor.

El duque prestó atención a las palabras del hombre durante un buen rato hasta que sus ojos repararon en una silueta fina y elegante proveniente del bosque.

-¿Quién es?

Su pregunta atropella hizo que el granjero se detuviera a mitad de su frase. Siguió la mirada de su señor y sonrió con dulzura.

-Mi hija mayor. Elsa

Una punzada removió su vientre. A través del cristal de la ventana observó los gráciles movimientos de la recién llegada quien estaba envuelta en una sencilla capucha y traía consigo una pequeña canasta de la que se asomaban algunas hierbas, la siguió hasta que se acercó a una pequeña construcción de palos. La joven alzó un poco su rostro y el duque pudo reconocer unos cuantos mechones de cabello rubio y una tez tan blanquecina como la leche, pero lo que le aceleró el corazón fueron sus pupilas…azules…tan claras y tan hermosas.

-Vaya que es hermosa y delicada, amigo mío –, la joven seguía ignorante de la mirada intensa a la que estaba siendo sometida y continuaba pacíficamente su tarea de remover la tierra de las raíces que había traído - ¿Por qué no la he visto antes?

-La ha visto sin duda, mi señor, pero ha cambiado una barbaridad desde su última visita, cuando mi niña tenía doce años –. Adgar sintió su corazón hinchar –. Ahora, a sus dieciocho, es el vivo retrato de su madre y tiene los modales de toda una dama.

Alrik liberó una sonrisa mientras seguía observando a la muchacha.

-Mi hija ha trabajado tan duro para construir ese pequeño huerto –, continúo –. Sin duda alguna voy a extrañarla cuando se tenga que casar.

El duque precipitó su mirada en el granjero.

-¿La casas?

-Aún no – respondió sin malicia -, he estado en planes de comprometerla con Jack, el hijo del herrero, pero prefiero a que ella lo conozca antes de formalizarlo.

-Ya veo.

Lanzó una última hojeada a la joven y sacó de entre sus ropas una bolsa llena de monedas de oro. El granjero lo miró con duda al principio pero después su expresión cambio a sorpresa al ver que le extendía una generosa cantidad.

-Empléalas en su huerto… vamos, tómalas – dijo cuándo un atisbo de duda aparecía en el rostro del granjero.

Adgar tomó las monedas dubitativamente.

-Su excelencia es muy generosa con sus protegidos.

-¡Por eso quiero ser recompensado con la amabilidad de tu hija! – tal declaración hizo que el granjero soltara las monedas como si de un momento a otro se hubieran transformado en barras de hierro al rojo vivo, pronto su rostro se descompuso pero esto no pareció importarle –, la esperare en tres días en mi fortaleza, doy por hecho que su precio incluye su virginidad.

El hombre no contestó, su mirada se hallaba perdida en algún punto en la habitación.

-Olvide a esa joven o grandes desgracias se abatirán sobre sus tierras – dijo una suave voz.

El duque se tornó furioso

-¡¿Quién eres tú para oponerte a los deseos de tu señor?!

De entre las sombras apareció una figura grácil y enigmática. Alrik la miró de pies a cabeza, no la había notado a su llegada.

-Es mi esposa – la voz de Adgar se escuchó -, no debe preocuparse de sus decires.

La mencionada giró delicadamente su cuello y le dedicó a su marido una mirada glacial. Por un momento el hombre se quedó estático tanto por el poder de su señor como el de su mujer.

-Mi nombre es Idún, hija de la Reina de las Nieves.

Alrik arqueó una ceja, la Reina de las Nieves era una mujer que había habitado en lo profundo de las montañas, a su alrededor se habían forjado rumores relacionados con rituales paganos y pactos con el maligno. Por eso había sido asesinada por la llamas de la hoguera. Alrik odiaba a las herejes, odiaba a quienes se le oponían.

-¿Tú también eres bruja?

-No señor…pero no tome a la ligera las palabras de una pobre mujer.

El duque de Weselton alzó la comisura de sus labios, bastaba tan sólo una orden para que esa loca terminara sus días de la misma manera que su antepasada. Se levantó de su lugar mientras llamaba con un gesto a su preboste.

-Tendré la castidad de esa muchacha – declaró al granjero -.Más vale que, por el bien de tu familia, sea por la manera amable y no por la fuerza.

Tras pronunciar esas palabras, el duque salió de la estancia cruzándose con Elsa, quien en ese instante entraba silenciosa y saludaba con una reverencia.

Elsa se derrumbó desecha en lágrimas sobre las rodillas de su madre, sin dirigir una sola mirada a su padre, quien, con el corazón destrozado, le había comunicado que se sometiera a los deseos de su señor. La mujer pasó una delicada mano sobre los cabellos rubios de su hija.

-No llores mi niña – murmuró –, Dios te salvará de ese demonio.

Elsa creía en Dios y en las palabras de su madre, pero no lograba expulsar de su corazón el temor cercano a la indignación.

Del otro lado de la habitación, Anna lloraba sin consuelo, sabiendo el cruel destino de su hermana una vez que llegara a las puertas de la fortaleza de Weselton. Sus manos empezaron a temblar incontrolablemente al sólo pensarlo.

-Conoces muy bien la costumbre. Está en su derecho Elsa –. El hombre reprimió una cólera furiosa mientras decía esas palabras. Idún alzó su vista hacia él con un gesto indescifrable - ¡Hacerle frente equivale a la muerte!

-Entonces, prefiero morir –dijo la rubia mientras se aferraba más sobre el regazo de su madre.

-Es el duque, Elsa. Le pertenecemos, somos sus siervos. ¡Nosotros haremos que lo olvides! ¡Tu esposo y tus hijos harán que lo olvides!

-¿Esposo? ¿Hijos? – Elsa clavó su mirada en él con un brillo desesperado - ¿Cómo podré olvidar si tuviese que ver a los ojos a mi marido con la humillación tatuada en mi cuerpo? ¿Cómo olvidaré si tuviera que llevar al bastardo en mi vientre y me viera obligada a amantarlo?

Elsa estalló en llanto mientras rehuía de la caricia que su padre intentó brindarle a su espalda. El hombre apartó su mano, dolido.

-Te quiero hija. Más que a mi propia vida. ¡Pero enfrentarnos a él sería nuestra perdición!

Anna se acercó a la altura del hombro de su madre y se unió al llanto de su hermana, tratando de darle la fuerza que en ese momento había abandonado a su joven espíritu. Adgar permaneció en silencio mientras observaba el dolor y la pena de las tres mujeres que amaba. Frente a él se hallaba la desolación de Elsa, toda su belleza, su sonrisa probablemente muerta para siempre, su inocencia arrebatada y, sobre todo, la confianza y amor que él traicionaba por entregarla a la perversión de Alrik de Weselton. Entonces, tragándose su propia rabia, dijo en un suspiro:

-Huiremos.

Las miradas interrogantes de Idún y Anna se hicieron presentes mientras que Elsa trataba de calmar sus propios espasmos.

-La salvaré de sus garras, ¡pero eso significará nuestra muerte!

Alrik de Weselton había estallado en furia. Había aguardado la llegada de Elsa imaginando con deleite los caprichos a los que la iba a someter, hasta tal punto le obsesionaba la jovencita en sus noches más obscuras. Desde que había orquestado personalmente los preparativos para la transacción de sus nuevas tierras no había tenido tiempo de pensar en sus planes más ambiciosos para asentar un ducado poderoso, sus pensamientos divergían siempre en la carne tierna y blanca de Elsa.

Había esperado con ansia a que ella se presentara cuando los primeros rayos del sol se asomaran por la abertura de las montañas. Pero en toda la mañana, no hubo rastro de la jovencita de cabellos rubios ni de su familia.

-Así que han escapado ¿eh?

Del otro lado del despacho, su secretario, Bersi, servía en un vaso una cantidad considerable de aguardiente.

-¡¿Cómo demonios lo hicieron?! ¡Hice que vigilaran las malditas salidas del pueblo! – bramó Weselton preso de la histeria.

-Me parece que toda la guardia está sorprendida.

Alrik se crispó visiblemente ante esa perspectiva. ¡Se habían burlado de él!, lo iban a pagar caro, lo juraba por Dios. Pasado un momento de silencio mortal, el secretario se atrevió a hablar.

-¿Es su deseo que llame a…?

-¡Has que vengan de inmediato! – interrumpió en cólera -. Y dile a Argus que reúna a la guardia y busque en todo el perímetro. No deben estar lejos.

El duque de Weselton se atavió en su capa de viaje ante la mirada interrogante de Bersi.

-¿Usted va a ir también?

Alrik le dirigió una mirada de cruel obviedad.

-Le sacaré el corazón al padre, quemaré a la madre y entregare a la pelirroja a mis hombres -, terció el duque con brusquedad - ¡Esa pequeña desgraciada pagará, y si no es ella, lo hará alguien de su familia!

Con paso acelerado Weselton salió de la habitación azotando la puerta en el camino. Bersi se abstuvo de hacer comentario alguno y se limitó a cumplir la orden de su señor.

Al principio parecía fácil, pero ahora sentía que las fuerzas se le escapaban, estaba tan cansada. Sacudió la cabeza y se obligó a continuar.

Lo importante era poner distancia de por medio entre Alrik de Weselton y su miserable destino.

Tanto ella como su familia habían evitado pensar en ello, respirando el aroma a libertad que en ese momento parecía más un sueño y que llevaban alimentando tres días con la esperanza de poder escapar de la garras de su señor. Habían aparentado todo ese tiempo para lograr despistar a la gendarmería que el duque había desplegado por toda la zona. Su padre había tomado todos sus ahorros mientras que su hermana se hizo a la tarea de preparar una pequeña mochila de viaje. Fue hasta que su madre había aparecido por el umbral de la chimenea que supo que era el momento de irse. Elsa había mirado por última vez su hogar antes de internarse en el oscuro pasadizo directo hacia a su escape. La idea era llegar hasta el fiordo, y para lograrlo, tenían que adentrarse en la espesura del bosque, a pesar de los peligros que amenazaban con sorprenderles o del miedo que sentían a cada paso.

Hasta que el cielo empezó a pardear fue cuando tuvo la impresión de estar sola en el mundo, de haber logrado evitar al duque y de haber sobrevivido a la mismísima muerte. Pero cuando escuchó los galopes de los caballos en la lejanía supo que se había equivocado. El rostro de su padre se había vuelto lívido y había ordenado que apresuraran la marcha. Elsa no dijo nada, no se quejó a pesar de los espinos que deshacían su moño de cabellos rubios y que arañaban sus piernas, a pesar de las ramas que le habían hecho tropezar de tanto en tanto. Avanzó sin pensar, con el aliento quebrado y con la mirada vacía. Más aun cuando escuchó los primeros ladridos.

Siguieron corriendo pasando de largo la maleza acumulada y el cauce de un arroyo, hasta que, agotada, Anna cayó sobre la tierra chillando y apretando su tobillo con fuerza. Adgar se aproximó hasta ella y la levantó en brazos mientras los relinchos de los caballos se aproximaban. Elsa se quedó estática.

-Huyan – dijo en murmullo -. Es a mí a quien quiere, a ustedes los dejará en paz.

-De ninguna manera -, respondió su padre con el corazón acelerado.

Los ladridos de los perros se hicieron más claros acompañados de algunas voces. Elsa sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

-Entonces no lo dejes poseerme – dijo al borde de la desesperación -. Por favor… mátame.

Las palabras de Elsa lastimaron los oídos de su padre tanto como le habían perforado el corazón. Ya no había tiempo, era cuestión de segundos para que terminaran de rodearlos. Preso del pánico y la angustia, giró su rostro hacia su esposa y en ella solo leyó un cariño sincero y ningún reproche por lo que su hija demandaba.

-¿Papá? –. El mencionado bajó la mirada hacia la pelirroja - ¿Qué piensas hacer?

El hombre no contestó, sólo se dedicó a bajar con sumo cuidado a la jovencita convaleciente mientras que la madre le pasaba un brazo para sostenerla. Con dedos temblorosos sacó de entre sus ropajes un afilado cuchillo. Su intención había sido protegerla, como se prometió cuando la sostuvo en brazos por primera vez, pero había fallado…había fallado de la manera más vergonzosa posible.

-Cierra los ojos.

Adgar blandió su cuchillo en el aire mientras las gotas saladas de sus ojos empezaban a emanar. Desafiar al duque es la perdición, ahora más que nada sabía cuánta razón tenían esas palabras, iba a matar a su propia hija…

Elsa cerró los ojos. Que Dios me perdone.

Unos gritos ahogados y el tintineo del cuchillo en el suelo la hicieron despertar. Con horror, vio caer a su padre sobre sus poderosas rodillas, de la espalda sobresalía una flecha. Por inercia siguió la trayectoria. De entre los árboles, la silueta sonriente de Alrik de Weselton resplandecía con una ballesta en mano.

-Se lo dije...

Alrik sonrió mientras sus otros dos acompañantes rodeaban a las mujeres con sus caballos encabritados.

-Tu nunca me sorprendes Gils - dijo mientras guardaba la ballesta en su estuche -, ya sabía yo que no ibas a tardar en localizarlos.

Los dos hombres descendieron de sus caballos mientras se dirigían con paso firme hacia las tres mujeres. Aparentemente ver a su compañero caído las había dejado en estado de shock.

-¿De verdad creyeron que podrían escapar de mí? –. Se dirigió a ellas en tono mordaz -¿De verdad pensaron que podían burlarse de mí sin pagar por ello?

El duque movió un dedo para que su compañero le acercara el cuerpo moribundo del granjero.

-Esto es lo que pasa cuando alguien trata de privarme de mis deseos.

Alrik se inclinó hacia el rostro paralizado de Elsa, disfrutando en su paladar el terror que la muchacha emanaba en las perlas de sudor que caían sobre su frente. Tenía a la pequeña desgraciada frente a frente.

Un aullido de lobo en la lejanía lo hizo erguirse. Los caballos pronto empezaron a relinchar con miedo mientras que los perros empezaban a gruñir en dirección desconocida.

-Está anocheciendo…- habló uno de sus hombres -, si no nos vamos seremos presa fácil de los lobos.

Alrik creyó que era lo más conveniente en ese momento así que no discutió esa sugerencia. Ya tendría tiempo de castigarlas como se merecían cuando volviese a la fortaleza.

-Espósenlas – ordenó -, quiero que las lleven directamente a…

Si bien no tuvo tiempo de burlarse de su villanía, tampoco lo tuvo para hablar antes de que un gigantesco lobo saltara con sus fauces abiertas de entre la espesura de los árboles. La mordida había caído en la pata trasera del caballo de uno de sus hombres haciendo que este cayera de espaldas en el frio suelo. Pronto una manada entera los había rodeado haciendo que los gruñidos y los gritos de desesperación hicieran eco en el crepúsculo.

Lo último que vio Alrik antes de que uno se le abalanzara, fue a tres mujeres adentrándose en la oscuridad.

-¡Dense prisa!

El grito de Idún la sacó de su trance. No sabría decir con precisión cómo es que sus pies habían empezado a correr justo cuando se le presento la oportunidad de escapar, ni cómo es que pudo despegar sus ojos del cuerpo de su padre. Tal vez su instinto de supervivencia había actuado por sí solo.

-Tenemos poco tiempo – dijo su madre mientras sostenía a Anna de la cadera, intentando por todos los medios que no tropezaran con alguna rama -. ¡Corre Elsa!

La mencionada acató la orden lo mejor que pudo hasta que los sonidos del ataque se hicieron más lejanos.

El sol ya se había ocultado cuando las tres aminoraron la marcha. Habían puesto una distancia considerable entre ellas y Alrik de Weselton. Idún se acercó a una pequeña abertura a los pies de la montaña y depositó a Anna en una roca sin que apoyase demasiado su tobillo. Con cansancio la mujer se arrodilló sobre un manto de musgo y empezó a arrancarlo con sus uñas, frotándoselo en su cara y cuello.

-Los perros tienen nuestro rastro – comentó cuando reparó en la mirada de sus hijas -, tenemos que impregnarnos con el olor del bosque.

Con sus puños arrancó una generosa cantidad y empezó a esparcirlo por las caras de las jovencitas.

-Los lobos no resistirán – dijo en voz baja -, no pasará mucho tiempo para que nos vuelvan a encontrar.

La mujer de cabellos castaños las tomó de la mano y las dirigió a la parte más profunda de la caverna.

-No quiero que por ningún motivo se separen – Idún se soltó de su agarre -. Cuando sientan que no hay peligro, saldrán de la cueva y seguirán el camino del valle hasta la salida del fiordo.

-¿¡Mamá de que estas hablando!? – exclamó Anna mientras se aferraba al brazo la castaña.

-Alguien tiene que distraerlos – respondió serena.

-¡No! –gritó –. Ya hemos perdido a papá… no quiero tú también nos dejes.

La mencionada acaricio su rostro con suavidad mientras removía su brazo con delicadeza.

-No te preocupes por mí - contestó –. Estaré bien.

La mujer se dirigió a la mayor quien tenía su rostro abatido.

-Las amo hijas – con una mano apartó los mechones rubios y besó su frente –. Las veré ahí.

Con el sabor del dolor en la boca, las hermanas observaron a su madre alejarse.

...

CONTINUARÁ…

*Boca de lobo en noruego.

….

Buen día.

Espero que les haya gustado. Me gustaría que me dejaran sus opiniones, correcciones y demás comentarios para que la lectura sea más de su agrado.

Puse una sugerencia musical que espero que les guste.

Sin más por decir. Hasta la próxima.

Lena Rf.