Disclaimer: Tanto Sherlock como John fueron creados por Sir Arthur Conan Doyle hace muchos, muchos años. La BBC y Moffat los han recreado y adaptado al siglo XXI (diría que de forma... ¡Brillante!).

Éste es un regalo de cumpleaños para LiaCollins del foro I am SHER locked (SLASH).


1

—¿Desean algo más? ¿Les traigo la carta de postres? —preguntó sonriente la camarera que había estado atendiéndolos durante toda la cena.

—Yo tomaré tiramisú, me han dicho que preparan uno excelente. ¿No te animas, John? —Lestrade sabía que a su amigo le encantaban los postres.

—No, gracias —respondió John.

Cuando la camarera se fue, Greg se quedó mirando a su compañero por unos instantes. Habían decidido salir a cenar y a tomar algo después; el detective estaba en plena crisis matrimonial y el médico hacía mucho que no tenía una de sus novias relámpago (cada vez le duraban menos), así que habían pensado que una noche de juerga les sentaría bien. Pero ahora a John no se le veía especialmente interesado, la camarera llevaba toda la noche revoloteando a su alrededor y sonriéndole cada vez que servía algún plato, pero había estado mucho más centrado en la comida que en otra cosa.

—¿Alguna cosa más? ¿Les apetece un café? —Sonrió coquetamente a John—. Invita la casa.

—Yo no, gracias. ¿Tú, Greg?

—Yo tampoco, gracias.

—Entonces, cuando pueda nos trae la cuenta, por favor —dijo John sonriendo distraídamente a la chica.

—John, ¿te ocurre algo? —preguntó Lestrade cuando ella estuvo suficientemente lejos.

—No, ¿por qué?

—La camarera lleva toda la noche intentando tontear contigo y parece que no te has dado ni cuenta.

—Ah... no… la verdad es que no me había fijado. —John parecía un poco azorado—. Estaba pensando en un paciente.

—Pues olvida el trabajo. Hemos salido a divertirnos y, si hay suerte, no volveremos solos a casa.

—Tienes razón. Fuera el trabajo, dentro la diversión.

Cuando la camarera volvió con la cuenta, John se fijó en ella y le sonrió ampliamente. La cara de la chica se iluminó, como si la sonrisa de John hubiera compensado toda la noche.

Pagaron la cuenta y cogieron los abrigos para salir. Cuando casi estaban en la puerta, la camarera se acercó rápidamente a ellos y le tendió un papel a John.

—La nota, se la olvidan —dijo con un ligero sonrojo—. Tal vez les haga falta, ya saben, dietas y esas cosas.

John la cogió sin más, le dio las gracias y se la guardó distraídamente en la cartera. No la necesitaba para nada, pero tampoco quería ser descortés con ella, había sido muy amable toda la noche.

Caminaron bajo el frío de la noche hacia un pub cercano que les gustaba a ambos.

—John, ¿has revisado la nota?

—Sí, antes de pagar, estaba todo correcto.

—No digo eso. —La voz de Greg sonaba divertida—. ¿Has revisado la nota cuando te la dio al salir?

John le miró extrañado, sacó la nota de su cartera y la revisó de nuevo.

—Está todo bien, ya te lo he dicho.

—Dale la vuelta.

Susan - 07555909635

—Oh —murmuró John, sorprendido—, su teléfono.

—¿Y qué vas a hacer?

—No sé, me lo pensaré.

—¿Tú la has visto? ¿Te vas a pensar si llamas o no a una tía que lleva toda la noche pidiéndote guerra? —Greg no podía estar más alucinado.

—Vale, la llamaré. Mañana. Ahora vamos a tomar algo y a divertirnos.

Greg miró a John con escepticismo. Que él supiera llevaba semanas sin salir con nadie, el trabajo en la clínica no podía resultar tan absorbente si tenía tiempo suficiente para acompañar a Sherlock en sus casos (además, su jefa se lo había confirmado), así que tenía que haber algo que le preocupara. Si no, no tenía sentido que no prestara atención a una mujer guapa que claramente se le estaba insinuando.

oOo

Caminaban hacia el pub cercano, charlando animadamente sobre los ángeles llorosos, bueno, realmente un Greg entusiasmado intentaba explicarle a John su teoría sobre cómo podría vencerlos con un juego de espejos si no tenía una TARDIS a mano. Lo que John no comprendía era en qué universo podría Lestrade tener una TARDIS a mano.

El detective perdió por un momento el hilo de la conversación para observar apreciativamente a una atractiva mujer que caminaba hacia ellos, por unos segundos fue incapaz de pestañear siquiera. Tras cruzarse con ella se giró un momento, deleitándose en el suave contoneo de sus caderas.

—¡Dios, qué mujer! —exclamó en voz baja—. Podría estar follándomela durante horas.

—¡Qué animal eres!

—No me digas que no se te ha pasado la idea por la cabeza al verla.

—Realmente… —John dudó apenas un segundo—. Si, bueno, algo así, pero no era necesario ser grosero.

—Cierto, ante todo soy un caballero, la cortejaría durante semanas con flores y perfumes y, tras obtener permiso de su padre, besaría castamente su mejilla cuando la dejara en casa (por supuesto antes de las nueve) —empezó a cachondearse el policía—. Después de nuestra boda le haría el amor dulcemente los sábados por la noche, con las luces apagadas y sin quitarle jamás la ropa, por pudor y esas cosas. Y los domingos nos acercaríamos a Buckingham a ver a la reina Victoria saludar desde el balcón o pasar en su carruaje.

—Tampoco era necesario el sarcasmo. Me pareció atractiva, pero no me puso lo suficiente como para desear tirármela durante horas.

—Bien, buscamos a otra para ti y de ella me ocupo yo.

—Tienes mi permiso, sólo te falta localizar a su padre y convencerlo para que te deje darle castos besos en la mejilla.

Finalmente llegaron al pub donde continuaron la velada hasta que terminaron sentados en una mesa con dos mujeres muy simpáticas, mediada la treintena y con una conversación realmente divertida. Enseguida estuvieron riendo los cuatro y a la pelirroja sentada junto a Greg se la veía interesada en el policía.

Sí, Greg resulta interesante con esas canas. —Por la mente de John pasó un pensamiento fugaz.

La más cercana a John era una atractiva rubia que trabajaba en un bufete de abogados y estaba contando una anécdota relacionada con un caso que habían llevado. John se lo estaba pasando realmente bien y, entre risas, no tardaron en darse cuenta de que Greg y su amiga no les estaban prestando la más mínima atención.

Cuando finalmente se fueron a casa a ninguno le extrañó que Greg se ofreciera a acompañar a la pelirroja, porque él era un caballero y no le parecía correcto que una dama tuviese que caminar sola por Londres a esas horas.

—Yo también soy un caballero y no permitiré que recorras Londres sin escolta —dijo John alegremente, mientras le ofrecía su brazo a la abogada.

—Muchas gracias —respondió ella, con su mejor voz de damisela emocionada, enlazando su brazo con el que él le ofrecía—, no imagino cómo habríamos podido llegar a casa sin vuestro amable ofrecimiento.

Caminaron muy juntos las pocas calles que les separaban de su casa, charlando de nuevo como si fueran viejos conocidos. Una conversación agradable e intrascendente, con la que John se sentía muy cómodo.

—Hemos llegado —dijo ella señalando el portal más cercano.

—Ha sido un verdadero placer conocerte —respondió John, soltando su brazo.

—Lo mismo digo. Tal vez te apetece… —Por primera vez en la noche había un asomo de duda en su voz—. Podemos quedar de nuevo.

—Ah, sí, por supuesto.

—Anota mi teléfono.

Intercambiaron sus teléfonos y John se despidió con un suave beso en la mejilla.

Un rato después, cuando subía las escaleras de su casa, se dio cuenta de que podría haberse quedado a pasar la noche con ella. En realidad eso era lo que le estaba diciendo y él no se había dado cuenta.

Creo que estoy perdiendo reflejos...