Greensleeves, era un pequeño pueblo situado en un valle al lado de las montañas Nevadas. Los que le pusieron el nombre a las montañas, no tuvieron mucha imaginación que digamos, porque estas montañas estaban nevadas de siete a nueve meses del año. Greensleeves tenía las montañas por un lado y El Gran Bosque por otro- y otro gran ejemplo sobre la imaginación de los lugareños- que como su nombre dice, era muy grande.
—No deberías meterte en las conversaciones de los demás, Pitpi— Dijo Una niña rubia junto a un corro de niñas que se reían. —¡Pero estabais hablando sobre mi! — Dijo la pequeña Pitpi. —No queremos que juegues con nosotras—Respondió la rubia con los brazos en jarras-No queremos ser tus amigas. —Y le sacó la lengua. Pipti se fue llorando de allí, Diana y sus amigas se habían comportado muy mal con ella. Las niñas volvieron a sentarse en forma de corro en la hierba, todas menos una. Está tenia que ir dando vueltas cantando una canción mientras todas cerraban los ojos, cuando la canción terminase, la persona que había sido tocada se iba en silencio hasta que solo quedaba una, la ganadora. La canción decía así :
``De los corazones de los hombres, nace la oscuridad. Ojo por ojo, corazón por corazón. ¡Escapa, huye! El rey va a venir, él te quiere a ti. Jareth, oh, Jareth rey de las criaturas invisibles a los ojos, de la noche, rey de toda maldad del reino mas allá del bosque, del laberinto, del mar, mas allá de donde a ido nadie. Cuando tu corazón oprimido, lleno de furia quiera estallar, pídele a los servidores de Jareth que se lleven al culpable, pero solo si eres la persona elegida, el te lo concederá y estas palabras debes decir: Jarteh ,rey ¡Llévate a esta niña ( O niño, según el caso ) para no volverla verla nunca jamás!´´
Durante toda la canción, la niña había dado vueltas tocando las cabezas de sus amigas, hasta que quedó solo una, la niña rubia :
—¡Diana!¡Eres la elegida!¡El Rey Jareth te ha elegido! Diana abrió los ojos sonriendo:
—Sabía que iba a ganar.
Las niñas corrieron a sus casas, pero antes se lavaron en el arroyo sus pies descalzos y llenos de barro en el arroyo. Antes de irse, Diana vio algo que le llamó la atención: en el lecho del arroyo, había algo que brillaba. Se acercó mojándose toda entera y descubrió un colgante, era un ópalo azul colgado de una cadena de oro. Se lo colgó en el cuello y fue a enseñárselo a sus amigas.
Era una mañana calurosa en Greensleeves. Esa noche había una gran fiesta en un pueblo vecino y todas las muchachas jóvenes iban a ir. Diana había estado cosiendo durante todo un mes entero un fantástico vestido de color blanco con flores rojas para la ocasión. Sus padres la habían comprometido con el hijo de el señor Dario : Jacob. Ella sabía que era lo mejor para ella, porque era la mas guapa de toda la región y él era el heredero de la familia mas rica del lugar. Pero confiaba enamorarse de alguien y romper el compromiso. Todos los chicos la querían y todas las chicas querían ser como ella, incluso sus amigas. Pero todo eso no era suficiente para ella, era una ególatra y una egoista. Diana estaba deseando que llegara la tarde para pasar el prado y ver la gran fiesta que estaba montada al otro del valle. Merecía la pena esperar. Pero para su desgracia, el destino le tenía otro papel reservado.
Justo cuando solo faltaban unos minutos para irse, su madre llegó con una cara muy seria. —Diana... —empezó su madre—Tu padre se ha puesto muy enfermo, tenemos que llevarlo junto al curandero. Tiene fiebre, delirios y creemos que puede ser contagioso. Diana frunció el ceño al pensar por donde iba la conversación.
—¿Y?
—Hija, puede que no volvamos hasta mañana y quiero que cuides de tu hermanita, ella es un bebe…
—¿Que? ¡No pienso hacerlo! ¡Hoy me voy a las fiestas de verano!
—Pero hija ¡Es la salud de tu padre! ¿¡ Esque no piensas piensas en tu padre¡? ¡No hay nada mas que hablar!¡Cuidaras de Dalia y ya está!
Diana se fué corriendo hasta su cuarto conteniéndose las ganas de llorar. Su cuarto era el lugar mas bonito que había en toda la casa: Había cuadros de lugares imaginarios que había pintado ella misma cuando tenía catorce años ( Hace un año ), muñecas, flores, vestidos y los pantalones de su padre que utilizaba cuando limpiaba la casa. Había un pequeño espejo a modo de tocador y otro grande para verse a si misma, había un gran armario lleno de vestidos. Sus ojos estaban rojos, sorbió la nariz, y se mordió el labio inferior. Se quedó en mitad de la habitación mientras oía a su madre decirles a sus amigas la situación.
``Mis amigas´´—Pensó—``Si fuerais mis amigas de verdad, me llevaríais fuera de este horrible lugar´´
—Cariño, tienes que comprenderlo—se oyó la voz de su madre detrás de la puerta.
—¡Lo comprendo perfectamente!¡No queréis que valla a la fiesta y me enamore, para que así me casé con Jacob y viváis como reyes!
Silencio.
—¡No entres en mi cuarto nunca más! —Siguió—¡Te odio! Después de un rato, sus padres salieron de la casa.
Diana se puso una camisa color crema de mangas abullonadas, un chaleco de brocado holgado sobre la camisa y los pantalones de su padre azules. En medio de su desesperación se oyó a Dalia llorar. Diana fué corriendo a su cuarto y la encontró en su cuna llorando y berreando. Entonces la cogió sosteniéndola para mirar fijamente como miraba.
—¿No eres ya un poco mayorcita para llorar así? —Le preguntó a su hermana de dos añitos—¡Por tu culpa me tengo que quedar aquí! ¡Ojala no existieras!
Al decir estas palabras volvió a recordar a su madre y en su plan para casarla.
—¡La odio!¡Te odio! Dalia gritaba a más no poder, y su carita estaba roja. Una rama golpeó la ventana, se había levantado muchísimo viento.
``Ojala haya un incendio con las fogatas y este viento, así nadie me molestará más´´—Pensó—``¿Pero que estoy diciendo? ´´
Otra vez dramatizando mucho, se acordó de su madre y de todo otra vez.
—¡Por favor, que alguien me saque de este horrible lugar!¡Que alguien me salve!
En un palacio muy lejos de allí, unos duendes escucharon su llamada, al igual que su amo. —¡Escuchad! — Dijo un Gnomo acercándose a la ventana. Los demás Gnomos, duendes y elfos prestaron atención.
—Vale, calla ya, calla—Diana estaba intentando calmándose a si misma como a su hermana—¿Que quieres?¿Hmm?¿Quieres una historia? Muy bien—Con apenas un segundo para pensar, pensó en la historia que sabían todos los niños pequeños y con la que jugaban en el corro—Era sé una vez, una hermosa joven de cabellos dorados y ojos azules, que tenía unos malvados padres que querían casarla con un hombre rico antes de conocer el amor verdadero. La chica hacía todo lo que ellos le pedían, era prácticamente una esclava. Pero lo que nadie sabía, era que el rey Jareth ,rey de las criaturas invisibles a los ojos, de la noche, rey de toda maldad del reino mas allá del bosque, del laberinto, del mar, mas allá de donde a ido nadie, se había enamorado de ella y la había echo elegida.
En el palacio todos escuchaban con atención.
De pronto un rayo cruzo el cielo y Dalia se calló un poco, Diana aprovechó para meterla en su cuna.
—Una noche, cuando la bella muchacha—``Osea yo´´ Pensó—No pudo conocer a su príncipe y se tuvo que quedar a cuidar a su horrenda hermana tras ser herida por su odiosa madre, no pudo más. Ella sabía las palabras exactas para enviar a su hermana a otro lugar, lejos de ella.
``¿Me acuerdo? Valla, no podré asustarla si no me acuerdo las palabras de la canción´´
Los seres asintieron entusiasmados.
Ahora, Diana estaba inclinada tan cerca de Dalia que estaba susurrando a su orejita sonrosada. De repente la niña se dio la vuelta en su cuna y la miró a los ojos, a solo un par de centímetros de distancia. Hubo un momento de silencio. Entonces Dalia abrió la boca, y empezó a aullar ruidosa e insistentemente.
—Oh— Bufó Diana con disgusto, volviendo a enderezarse Diana suspiró, frunció el ceño, se encogió de hombros, y decidió que no había forma de evitarlo. Cogió en brazos a Dalia y paseó por la habitación, meciéndole en sus brazos. —Vale —dijo—, vale. Vamos, ya. Duérmete niña, y todo ese rollo. Vamos, Dali, duérmete ya.
Dalia no iba a dormirse solo porque lo pasearan. Sentía que tenía una seria queja que expresar.
—Dali —dijo su hermana severamente—, cállate ¿vale? ¿Por favor? O... —Bajó la voz—... yo... diré las palabras. Dalia miró a la ventana, llovía. —No debo decirlas, ¿No has escuchado la historia? No ¡No! No debo hacerlo...Rey Jareth llévate...
-Escuchad —dijo de nuevo el gnomo.
Cada brillante ojo del nido, cada oreja, estaba ahora abierto. Un segundo monstruo de la noche habló.
-¡Va a decirlo!
-¿Decir qué? -preguntó un elfo estúpido.
-¡Shush! -El gnomo se esforzaba por oír a Diana.
-¡Calla! -dijeron los demás seres.
-¡Callaos vosotros! -dijo el elfo estúpido.
En medio de la barahúnda, el primer gnomo pensó que se volvería loco intentando oír.
-¡Sh! ¡Shhhh! -Puso una mano sobre la boca del elfo estúpido. El monstruito chilló.
-¡Calla! -Y golpeó al que tenía más cerca. -Escuchad —amonestó el primer gnomo al resto—. Va a decir las palabras.
El resto de ellos se las arregló para quedar en silencio. Escuchaban atentamente a Diana.
Ella estaba de pie, erguida. Dalia había alcanzado tal crescendo de gritos, con la cara roja, que apenas podía respirar con dificultad. Su cuerpo estaba rígido entre los brazos de Diana por el esfuerzo que estaba haciendo. Diana cerró los ojos otra vez y se sacudió a sí misma.
—No puedo soportarlo más —exclamó, y sostuvo al bebé aullante sobre la cabeza, como una ofrenda de sacrificio. Empezó a decir:
—¡Rey Jareth, llévate a esta niña para volver a verla nunca jamas! Un relámpago cruzó el cielo, seguido de un trueno.
Los seres dejaron caer las orejas, descorazonadas.
—No son las palabras correctas —dijo el primer gnomo, decepcionado.
—¿Dónde habrá aprendido semejante basura? —gruñó el segundo—. Ni siquiera empiezan con "Rey Jareth".
—¡Sh! —dijo un tercer elfo, aprovechando de dar órdenes a los otros.
Diana todavía sostenía a Dalia sobre su cabeza. Ofendida por ello, Dalia estaba gritando incluso más ruidosamente que antes, algo que Diana no hubiera creído posible, La bajó y la acunó, lo cual tuvo el efecto de restaurar los gritos al nivel estándar. Exhausta ya, Diana le dijo:
—Oh, Dali, basta. Pequeño monstruo. ¿Por qué tengo que aguantar esto? Tú no eres responsabilidad mía. Yo quiero divertirme. ¡Basta! Oh, Rey Jareth... —Cualquier cosa sería preferible a este caldero de ruido, furia, culpabilidad y cansancio, en el que se encontraba. Con un pequeño sollozo agotado, dijo—: desearía saber las palabras correctas que decir a los seres para que se te llevaran.
—No veo el problema niña tonta—dijo el Gnomo—La frase está bien, solo que no es ``Rey Jareth´´ sino ``Jareth,rey´´.
El tornado de Dalia se había acallado. Estaba respirando profundamente, con un sollozo al final de cada respiración. Tenía los ojos cerrados. Diana volvió a ponerla en la cuna, no demasiado gentilmente y lo arropó.
Caminó calladamente hasta la puerta y la estaba cerrando a su espalda cuando la niña emitió un extraño chillido y empezó a gritar de nuevo. Estaba ronca ya, y en consecuencia resultaba más ruidoso.
Diana se quedó congelada con una mano en el pomo de la puerta.
—Aah —gimió impotente—. Jareth, rey, ¡Llévate a esta niña para no volver a verla...! —Se detuvo.
Los seres estaban ahora inmóviles, podrías haber oído parpadear a una mariposa.
—... nunca jamás —dijo Diana.
—¡Oh!¡Lo ha dicho! —dijeron las criaturas a la vez.
Un rayo hizo que pareciese de dia durante un segundo, después un trueno hizo que Dalia llorara aun mas fuerte.
La tormenta rabiaba sobre la casa de Diana. Las nubes burbujeaban. La lluvia azotaba las hojas de los árboles. El trueno fue seguido por el relámpago.
Diana estaba escuchando. Lo que escuchaba era el silencio antinatural de la habitación. Dalia había dejado de llorar, tan repentinamente que la asustó. Volvió a mirar en la habitación de la niña.
—¿Dalia? —llamó. Ella no respondió.
Encendió otra vela.
—¿Dalia? ¿Estás bien? ¿Por qué no lloras?
Entró nerviosamente en la habitación silenciosa. La luz del rellano, que llegaba a través de la puerta, lanzaba formas extrañas contra las paredes y la alfombra. En un momento de calma entre dos truenos, creyó haber oído un zumbido en el aire. No podía detectar ningún movimiento en la cuna.
—Dalia —susurró con ansiedad, y se acercó a la cuna conteniendo el aliento. Sus manos estaban temblando como hojas de álamo. Extendió la mano para tirar hacia atrás de la sábana.
Retrocedió sobresaltada. La sábana se convulsionaba. Formas raras empujaban y se revolvían bajo ella. Creyó vislumbrar cosas asomando por el borde de la sábana, cosas que no eran ninguna parte de Dalia. Sintió el corazón palpitar, y se cubrió la boca con una mano, para evitar gritar.
Entonces la sábana se quedó inmóvil otra vez. Se hundió lentamente contra el colchón. Nada se movía.
No podía darse la vuelta y huir dejándole ahí. Tenía que saber. Fuera cual fuera el horror que encontrara, tenía que saber. Impulsivamente, extendió la mano y tiró de la sábana.
La cuna estaba vacía.
Durante un momento o una hora, nunca supo cuando tiempo pasó, se quedó mirando la cuna vacía. Ni siquiera estaba asustada. Su mente se había quedado en blanco. El prolongado chisporroteo de un relámpago lanzó una sombra gigante sobre la pared que daba a la ventana. Era la sombra de una figura humana.
Diana se dio la vuelta. La silueta recortada contra el cielo tormentoso era la de un hombre. Llevaba una capa, que se arremolinaba con el viento. Podía ver que su cabello era rubio y le llegaba hasta los hombros. Algo centelleaba en su cuello. Más no podía ver a la luz tenue.
—Uh —dijo, y se aclaró la garganta—. ¿Quién eres?
—¿No lo sabes? —La voz del hombre era tranquila, casi amable.
Los relámpagos trazaban venas en el cielo e iluminaron su cara. No estaba sonriendo como podía sonreír uno al saludar a un desconocido, ni su expresión era feroz. Sus ojos estaban fijos en los de Diana con una intensidad que ella encontraba compeledora. Cuando dio un paso hacia ella, a la luz que brillaba desde la puerta, no retrocedió. Si los ojos no la hubieran hipnotizado, la cadena dorada que colgaba de su cuello podría haberlo hecho. Su camisa era color crema, abierta por delante, de mangas sueltas, con puños sedosos en las muñecas. Sobre ella vestía un abrigo negro y ajustado. Calzaba botas negras sobre pantalones grises, y en sus manos guantes negros. —Eres él,¿Verdad? El rey de la noche. El hombre inclinó la cabeza:
—Jareth. Diana reprimió una reverencia.
—Te he salvado—dijo él—Te he liberado de tu hermanita. Ahora eres libre, Diana.
—Oh no—respondió ella—No quiero ser libre ,Quiero decir si...pero quiero recuperar a mi hermanita—-Le dirigió una pequeña sonrisa—Por favor.
—No, lo siento.
—Pero por favor, no lo dije en serio— replicó Diana rápidamente.
—¿Ah no?
—Oh porfavor,¿Donde está? Jareth rió ahogadamente.
—Sabes muy bien donde está.
—En tu castillo...en la ciudad de... — Diana no conseguía recordar la canción—Pero tienes que traerla, ¡Por favor!
—Diana—Jarteh frunció el ceño—Ve a la fiesta, despreocúpate del bebe y de tus padres.
—No. No puedo.
Durante un momento, se evaluaron el uno al otro, adversarios intentando medirse al comienzo de una larga empresa. El trueno retumbó.
—Pues entonces ven con migo. Ven a mi mundo y se la reina. Traeré a tu hermana de vuelta.
Diana se quedó con cara de (¿WHAT?) durante un minuto, sería genial ser la reina, una chica como ella se merecía lo mejor. Pero entonces oyó la voz de su cabeza. —No, lo siento. Pero quiero ver de vuelta a mi hermana...estará muy asustada. Jareth sonrió perversamente.
—No me desafíes—Con una cara que lo decía todo—No eres rival para mi, Diana. Jareth se estaba impacientando.
—Debo recuperar a mi hermana.
—Nunca la encontraras.
—Ah, entonces hay un sitio donde buscar— Diana sonrió: Había sido mas lista que él.
—Si—Dijo él—Claro que lo hay. Rápidamente se dió la vuelta y señaló por la ventana.
-¡Allí! Relámpago y trueno, en el instante preciso, pensó ella. Pasó junto a él y miró a la noche. Un frondoso bosque ocupaba el lugar del pueblo, un bosque espeso, oscuro, amenazante y peligroso.
—¿Que es este sitio?
-Seguro que lo sabes. Para llegar a mi reino, antes debes cruzar El Bosque. Diana asintió, después un laberinto un mar y...¿Que más?
—¿Aun quieres ir a buscarla? Diana se dio la vuelta. Todavía estaba allí, observándola intensamente, pero ya no estaban en su casa. Estaban cara a cara sobre El Bosque
Se giró de nuevo. El viento le sopló el cabello sobre la cara. Echándoselo hacia atrás, dio un tímido paso hacia adelante.
La voz de Jareth llegó desde su espalda.
—Vuelve atrás, Diana. Vuelve atrás, antes de que sea demasiado tarde.
—No puedo. Oh, no puedo. ¿No lo entiendes? —Sacudió la cabeza lentamente, mirando hacia el Bosque, y para sí misma, quedamente, repitió—. No puedo.
—Qué pena. —La voz de Jared era baja, y gentil, como si realmente lo dijera en serio.
Diana miraba El Bosque intensamente, estaba muy oscuro y daba miedo.
—No parece puede estar tan lejos —dijo, y oyó en su propia voz el esfuerzo que estaba haciendo para sonar valiente.
Jareth estaba junto a su codo ahora. La miraba, con una sonrisa helada.
—Está más lejos de lo que piensas. —Señalando a un árbol, añadió—. Y el tiempo es corto.
Diana vio que un reloj antiguo de madera había aparecido en el árbol, como si hubiera crecido en una rama. —Tienes veinticuatro horas para llegar hasta tu hermana —le dijo Jareth— antes de que tu hermanita se convierta en uno de nosotros.
—¿Nosotros?
Jareth asintió.
—En un monstruo de la noche. Para siempre.
Diana se quedó mirando El Bosque. Cuando volvió la mirada a Jareth esta había desaparecido. ¿Que tenía que hacer ahora? Diana respiró profundamente y dió un paso, el primer paso, hasta su destino.
Nota de la autora: Bueno ¿Que tal? A medida que valla avanzando la historia, se irá pareciendo menos y más en algunas cosas que conciernen a Labyrinth.Y tambien ira mejorando. ¡Besos!
