Julio siempre había confiado en su hijo Marcus Junius Brutus.

Siempre, al menos hasta que lo vio entrar por las puertas del palacio llevando con él a varios hombres armados.

Al principio se sorprendió, pero Cesar no era de los que dudaban por lo que no tardó en ordenarles a sus hombres:

– ¡Apréndanlos!

Sus hombres eran habitualmente implacables. Los había escogido selectivamente del gran ejército que protegía Roma, pero se vieron vencidos por los hombres de Brutus. Estos se movían con una agilidad tal que parecían más espíritus carentes de materia que mortales de carne y hueso. A pesar de tener orígenes divinos, en su fuero interno Cesar se alteró ante esa posibilidad.

Aún así, sus hombres consiguieron herir algunos consiguieron herir a algunos, pero entonces Brutus alzó la mano, pidiendo a sus hombres que bajasen sus armas. Cesar hizo lo mismo.

–No esperaba tener que verme obligado a hacer esto, padre. –le confesó Brutus al emperador con autentico dolor en los ojos.

–No tienes porque, hijo. –dijo Cesar.

–No, si tengo por qué. –replico él, cargando contra Cesar mientras alzaba su espada. Julio no perdió el tiempo y bloqueó su ataque.

–No lo entiendes. Tu imperio no ha sido construido sino a base de mentiras, manipulación y corrupción. –dijo Brutus con un notable esfuerzo en la voz mientras miraba a los ojos a su padre y al mismo tiempo bloqueaba su espada. No sonaba como un insulto y no lo era, sino una verdad difícil de contar y más de aceptar.

– ¿Qué pruebas tienes?–la pregunta de Cesar sonó más como un desafío y tanto a Brutus como a él le sorprendió la fuerza de su voz. Cesar había sido fuerte en su momento, siendo capaz de dar cara a tres hombres al mismo tiempo, pero la edad lo había debilitado. Pero lo que iba a decirle su hijo lo iba a atacar con más mortalidad que vivir 1000 años.

–Traidores*. En tu propio reino. Varios de ellos generales. A más de uno le debes varias victorias.

Eso a pesar de causar una herida en los ánimos de Cesar, también lo hizo luchar con más fiereza. Se sentía como un Dios. Y lo era. Tenía ascendencia divina y sus antepasados venían ahora mismo a concederle su herencia. Le estaban dando la fuerza para derrotar a Brutus. Sus ataques eran de tres estocadas, y aquello era adrede, debido a la frase que en ese momento se repetía en su cabeza "Veni, vidi, vici" Llegué, vi y vencí.

De repente, Brutus consiguió impulsar su espada contra la de Julio mandar volando el arma de este contra el suelo, lejos del alcance del emperador.

–Es tu fin, padre. –dijo Brutus arrodillándose frente al emperador romano, el cual ya había aceptado su destino al verse separado de su arma. –Has sido derrotado gracias a los conspiradores.

–También por ti, Brutus, hijo mío. –dijo Cesar, quien, a pesar de verse cara a cara con su verdugo, no podía hacer más que sentirse orgulloso de su hijo adoptivo. Entonces Brutus puso la palma de su mano en el pecho de su padre.

Pocos segundos después, Julio Cesar sintió un gran dolor perforando, literalmente, su pecho. Solo entonces, cuando Brutus retiró la mano, vio la hoja que le sobresalía debajo de la manga de la túnica.

"Asesino" fue lo último que pensó el gran Julio Cesar en este mundo.


Sinceramente, dos de las frases usadas por Cesar eran reconocidas en la historia y no pude resistir la tentación de usarlas. Para quien quiera saber cuales, son estas:

1. "Veni, vidi, vici" Llegué, vi y vencí.

2. También por ti, Bruto, hijo mío.

Esa última la tuve que editar un poco para que cuadrase con el contexto.

Traidores*: se refiere a los Templarios.