Delgados dedos tantean en el aire, hasta encontrar una tela suave al tacto. El menudo cuerpo de la chica tiembla, el frío estaba abordandola poco a poco. Entonces se cubrió con la sábana, cerrando los ojos y tiritando. No era tan gruesa para protegerla.
Sus ojitos estaban cerrados, un enmarañado y sucio cabello cubría su rostro angelical, deformado por las ojeras y la mala alimentación. Los labios lo tenía partidos y secos, apenas abiertos. Respiraba por la boca. Su piel era pálida como la porcelana, mancillada con moretones y cicatrices.
Bajo la tela, su cuerpecito se estremece, como un conejillo que conocería pronto la muerte.
Pero entonces un calor la invade.
Ella siente las caricias en su cabeza, el peso de una nueva sábana, abrigandola lo suficiente. Una tranquilidad inexplicable.
Y una inocente sonrisa se forma en los labios de aquella que responde al nombre de Chrona, quien disfruta la compañía de la oscuridad, de su adorado príncipe como así lo llama ella.
Se sume en el sueño, acunada en los brazos de quien tiempo después conocería como La Muerte.
