Universo Alterno / Omegaverse.
Para: Lady Wayne al Ghul.
Los personajes no me pertenecen, únicamente la trama.
—.o.O.o.—
Alfa / Omega.
1.- Nieve.
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El invierno en Ciudad Gótica, siempre cubría las calles de una espesa capa de nieve, era la temporada favorita de los Gotamitas, no solo por la belleza del paisaje, sino porque era la temporada de mas baja actividad delictiva. Las familias podían salir a toda hora con sus amantes e hijos, compartir besos debajo de guirnaldas y promesas de eternidad en lo profundo de callejones oscuros.
Sí; era la época del año en que el viento susurraba canciones de prosperidad y no gritos angustiosos de piedad, Gordon podía volver a su casa a horas decentes de la noche, calentar café para él y chocolate para su mujer y los críos.
Esta escena era común en el interior de más de una casa, con excepción claro está de la imponente y lúgubre, mansión Wayne.
Ahí el escenario era totalmente distinto, el guardián de la morada hacía rato que se había retirado, tenía familiares en Londres y su amo procuraba que pasara las festividades con ellos.
La familia, Alfred. La familia es primero. Y en tiempos más jóvenes esa familia los había incluido a ellos dos, pero desde hacía tres años, ya no.
Las luces se habían apagado, tanto en el recibidor, cocina, biblioteca, largo de los pasillos y por supuesto, en el cuarto de baño, que por todo lugar constituía el ultimo en que habían retozado. La iluminación que los coloreaba era pobre, apenas un débil halo, pero a Dick se le antojaba romántico, descubrir las formas de su amado, del que era consorte y constituía su total redención, entre las sombras de luz de una vela.
Bruce lo levantó con sus fuertes brazos, aspirando todo de él y al mismo tiempo permitiendo que aquel bebiera todo de él, sus humores mezclados juntos, formaban un perfume que hablaba, del hambre, el deseo, la historia que entre fuego y sangre hizo que se volvieran uno. Lo levantó, desnudo como estaba por arriba de sus caderas, el joven omega, enredo las piernas por el contorno de su cuerpo, se aferró a su cuello y dejo caer la cabeza hacia atrás, sabía qué era lo que se venía. Y más pronto que tarde sucedió.
Una mordida alojada entre el cuello y el hombro izquierdos, era el lugar donde Bruce lo marcaba siempre que estaban próximos a hacer el amor y sin importar la cantidad de años o de veces que lo hicieran, él seguía sintiendo la misma devoción e intensidad que en su primera vez. Jadeo como un loco, gritó un improperio, de nada servía gritar su nombre, puesto que Bruce, ya sabía que su pequeño, pertenecía a él, y a nadie más. Sus cuerpos sudaron juntos, exudaron más de ese perfume que los volvía uno, encontraron sus ojos, entre el dolor y el placer a medida que Wayne lo cargaba de nuevo y conducía a su compañero a la cama.
Había una oscura sonrisa en los ojos azules de Dick y una sincera sonrisa en los de Bruce.
El pacto una vez más volvía a ser hecho.
Aquel que decía a todo el que se acercara, que Bruce Wayne demandaba posesión sobre Richard Grayson, y éste correspondía por igual. Eran amantes, si; eso era un hecho pero más allá de eso, tenían un vínculo.
Comenzaron la cópula entre más besos y caricias ansiosas, era el celo del mas joven, lo que quería decir que Dick demandaba todo de él, y como orgulloso Alfa que era, Bruce estaba dispuesto a otorgarlo. Besó sus labios, como solamente él sabía hacerlo, al tiempo que recorría su piel con la mano diestra y sostenía sus brazos por lo alto con la izquierda. Los omegas gozaban con dejarse hacer, eran débiles de carácter, la mayoría de ellos lo era así, pero su pequeño no.
—Dámelo…—demandó con sus ojos de fuego, Bruce enloquecía cada que le dedicaba esa mirada, lo penetraría hasta hacerlo sangrar, pero primero necesitaba que tomara esa puñetera pastilla. La que impedía que concibieran un niño. De no ser por la ingeniería de Industrias Wayne, él y su protegido, ya estarían rodeados de niños. Ninguno tenía intención de eso, al menos no, por los siguientes seis o diez años. Liberó sus brazos y sus labios, Dick, se colocó por detrás de él, aspirando su aroma, parecía que jamás se cansaría de él, y eso lo alentaba, buscó en el cajón junto a la cama, el bendito frasco estaba ahí, extrajo el contenido con torpeza, se colocó dos pastillas diminutas y redondas en la punta de la lengua, Lucius Fox decía que solo bastaba con una, pero él no había visto la forma obsesiva y demandante en que se tomaban. Beso los labios de Dick, de nueva cuenta, haciendo que con el beso tragara las pastillas y los demás fue historia.
A medida que culminaban el hambre se satisfacía y el cansancio llegaba, casi siempre era Dick, el que se dormía primero, pegándose a él, colocando la cabeza en su pecho, escuchando el latir del corazón amado y él lo apretaba a su piel, aspirando su aroma y removiendo los cabellos negros, esta noche fue la excepción. Se sentía inquieto, como en aquellas ocasiones que algún enemigo se encontraba cerca. Enumeró mentalmente todas las amenazas posibles, muchos de ellos estaban en Arkham, él se encargó personalmente de romperles el alma a golpes y arrastrar sus osamentas hasta esa morada.
Ninguno escaparía, al menos no durante el invierno.
Una imagen penetró de pronto su cabeza, una que no reconoció de inmediato, se levantó de la cama, los instintos de protección alerta.
Nieve.
Había nieve en lo que su mente mostraba, pero no reconocía el lugar. Algunas veces, las personas que salvaba conseguían vincularse a él, las emociones de los altercados eran tan fuertes que en su desesperación, los omegas se entregaban a él. No que fuera por los callejones desvirgando jóvenes en celo, ¡Por Dios, no! Pero le mostraban su vulnerabilidad y cadencia, de modo que si volvían a estar en peligro, él lo sabía.
La imagen que le mostraban era confusa, de hecho no se parecía en nada a alguna otra que hubiera visto, la cabeza dolió en su intento por descifrarla, dejó escapar un gruñido que despertó a su compañero de alcoba, Dick, se levantó de inmediato y fue por él, que ya estaba doblado sobre las rodillas y soltando un juramento.
—¿Que pasa? —Bruce negó, luchando por no perder la conciencia. Alguien necesitaba su ayuda, era un omega, apenas un niño y estaba en la nieve. Tuvo su primer celo y fue arrojado a la nieve. Dick se horrorizo al escuchar su relato, cualquiera podría hacer lo indecible con un omega recién despertado. Bruce intentó recabar más datos, el niño le hablaba aterrado, anegado en llanto, no a él, sino a su...
—Madre, no me dejes aquí. ¡Ayúdame, por favor! ¡Te lo ruego!
—¡Eres un monstruo!
Bruce se levantó de inmediato al reconocer la fémina figura de ojos verdes y cabello castaño que golpeaba y arrastraba al niño, era Thalía.
Su Thalía.
Soltó otro bramido, propio de los que descargaba cuando estaba totalmente fuera de sus cabales y que conseguía hacer temblar de la cabeza a los pies hasta al mismísimo Killer Crok, su amante permaneció en su sitio, se había levantado a su vez, pero lo conocía de sobra como para saber que no iba a escuchar, ni hacer otra cosa que no fuera la que dictara su espíritu justiciero, aún así necesitaba saber la naturaleza de lo que había visto.
—Bruce…—el aludido no respondió, abandonó la recámara y guió sus pasos en dirección de la cueva, Dick, le siguió a corta distancia, vestido únicamente con las prendas interiores. Una vez ambos estuvieron ahí, el omega ayudó al alfa a enfundarse las ropas guerreras, le pasó la armadura, botas, guantes y después le colocó la capa, Bruce hizo todo esto sin mirarlo a los ojos. Su oscuridad y arrebato, a veces perturbaban al más bajo pero no por ello se amedrentó.
—¿A dónde irás? ¿Puedo ayudar? —Dick preguntó, más por acto reflejo que por que en efecto pudiera ayudar. Su celo, duraría otros dos días, no podría hacer nada en cuarenta y ocho horas que no fuera pensar en ser marcado por su Alfa, una y otra y otra vez, su rostro ruborizó de pensarlo, su boca se secó para no pronunciarlo, Bruce lo miró a los ojos, había un ligero atisbo de dolor y arrepentimiento en él, por su condición de Omega, no siempre podía acompañarlo y habían tenido auténticas peleas por ello.
La sociedad, el mundo, todos sabían que un Alfa de sangre pura como lo era él, debía estar vinculado a un Alfa que le igualara en poder, pero por alguna razón Bruce insistía en elegirlo a él. Besó sus labios con ardor y premura. Si valía la pena detenerse dos minutos por algo, era para hacer esto, luego lo separó de su lado y explicó que iría a la cede de los asesinos.
—¿Asesinos? ¿¡Tú irás a la base de la única mujer que…!?—Bruce lo hizo callar con la mirada. Aún no sabía por qué se lo dijo, pero lo hizo. En uno de sus tantos arrumacos, él confesó que la única mujer que había logrado arrebatarle más que el sueño, había sido Thalía al Ghul.
...
Creí haberla amado, cuando éramos jóvenes, la veía en todo sueño, desnuda, perfecta, entregada a mi, con sus labios rojos e íntimos recovecos y como habrás de suponer, aquello no tardó en suceder. Es una Alfa de sangre de pura, su padre no se opuso al cortejo, más cuando obtuvo lo que quería…
—¿Se preñó? —preguntó él, sintiéndose ligeramente herido.
—No, ella y su padre me aseguraron que no. Sólo quería marcarme, Thalía me marco como suyo, pero yo no la marqué como mía.
—¿Por qué no? —quiso saber ahora, que pasaba una mano desnuda por la marca que recientemente le había abierto.
—Porque cuando estuve con ella, no se sintió correcto. Algo se rompió en mis ojos, un hechizo, tal vez. No lo supe con certeza, ni tampoco pregunté. Cuando me negué a marcarla, enloqueció, me llamó de todo, abandonó el lecho, aún con mi semen escurriendo de entre sus piernas. Dijo que me arrepentiría de hacerlo y en efecto, lo hago.
—¿Entonces, eres suyo? —preguntó, buscando marcas. Muchas de las que había en su piel ya las conocía de memoria, las había dibujado una y otra vez, con dedos ansiosos y curiosos. Todas las creyó producto de su guerra contra la delincuencia en Ciudad Gótica, jamás imaginó, que pudieran significar algo más.
—Soy mío. Y también tuyo. —aclaró. —Ella me marcó a mi, pero como dije, yo no correspondí, el trato no fue cerrado, sus dientes y perfume se borraron de mi piel, su figura de mi memoria hace ya muchos ayeres. Cuando pasó el tiempo, volví a preguntar si se había formado un niño de aquel arrebato, pero la respuesta fue no.
—¿Estás seguro de eso?
—Si lo hubiera, lo sentiría en la sangre.
—¿Es así como funcionan los Alfas?
—Los de sangre pura, al menos.
...
El recuerdo les produce a ambos un amargo sentimiento, Bruce vuelve a evocar la imagen del niño, es un pequeñito de nueve o diez años, de cabellos negros y ojos verdes. Rechaza la idea de que por algún designio sea suyo, él estuvo con Thalía sólo una noche, y conociendo su temperamento, su malicia oscura y taimada, se le ocurre que quizá sea una trampa.
Ella entró en su cabeza antes, no hay motivo para que lo haga ahora, pero sí hay uno para que la detenga. Él no va a soñar con esa arpía día y noche, cuando tiene un avecilla entre sábanas que es todo lo que quiere. Se despide de nuevo con una inclinación de rostro, abre la compuerta de su avión con el mando a distancia, Dick se muerde los labios, su mente se aferra desesperadamente a él, ha llegado a la misma conclusión de la trampa. Quizá esa mujer, tiene deseos de marcarlo de nuevo, de preñarse de él y la imagen de ese niño es tan sólo un señuelo. No puede perderlo, no quiere perderlo, él es un omega, eso es cierto, pero en algún punto de su linaje también hubo sangre Alfa, corre hacia él, antes de que comience a subirse al avión, lo toma de las ropas y estampa su figura contra el primer objeto que encuentra cerca, desprende su aroma, ese que únicamente pertenece a él y que debió contribuir a que Bruce se sintiera atraído por él, besa sus labios sin permiso, con atrevimiento y furia, los besa hasta romperlos, hasta dejar su marca, estúpida e infantil en él.
Bruce gime en protesta, detesta las muestras públicas de afecto, sólo son aceptables, cuando el que marca es él, pero su pequeño lo vuelve loco, le ama a un grado tal que le permite casi todo cuando se trata de él, pues si quisiera seguirlo y ponerse en peligro, lo que haría sería encerrarlo en su alcoba hasta que volviera por él. Lo despega con violencia casi asesina, el dolor de cabeza ha regresado, las imágenes de la nieve se repiten, ahora son como si estuviera corriendo.
El niño huye, corre con desespero pero sus pies son pequeños y se hunden en la nieve, su corazón late desbocado, su cuerpo que no le pertenece, su aroma se impregna por la montaña y él no entiende qué es lo que pasa. Vuelve a caer, escucha los sonidos de pasos silvestres. ¿Serán los lobos? ¿O los asesinos? ¿Quién llegara primero a dejarle una marca?
El avión desaparece, perdiéndose en el firmamento, Dick se abraza a sí mismo para reprimir las arcadas que la separación de su Alfa le arrancan. Lo necesita cerca, cada vez más cerca pero Bruce no permitirá jamás que su necesidad, se anteponga al juramento que hizo de proteger a los demás, regresa a la alcoba que comparten, arrastrando los pies, busca en el mueble a su lado de la cama, en la parte del fondo, en una caja de metal, oculto bajo un montón de material quirúrgico se encuentra un objeto más, mandado a hacer específicamente para él, para sus noches de tormento, en ausencia de él. Ruega que regrese a salvo. Siempre lo hace así, cuando no puede acompañarlo y lo seguirá haciendo hasta que lo vea atravesar la puerta, todo arrogancia y soberbia, con las prendas nocturnas, dispuesto a tomarlo.
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En la montaña, el niño aterrado se dirige a la trampa, ha conseguido convencer a los lobos de que es uno de su especie, lo hace mostrando sus heridas expuestas, la tierna carne que se ha abierto de tanto caer. El lobo que acepta el trato es el líder de la camada, se ha aproximado a él y el niño lo recibe, sin temer, ni retroceder, él conoce verdaderas bestias, monstruos sin alma que nada tienen que ver con la nobleza de estas criaturas, el animal lame su sangre, sus ojos se pierden en los del niño, un aullido es escuchado a continuación, el imponente lobo ordena a los otros proteger a la cría.
Una danza bélica inicia, entre flechas, espadas, colmillos, pelaje y dientes, la sangre corre, la nieve cae, él se deja caer de nuevo, su corazón que no late más, sus pulmones que ya no inhalan, está exhausto, pero no de escapar, sino de temer.
La necesidad de ser protegido, de vincularse a alguien del que sea protegido, surge como un mandato divino, mira el cielo, las ramas de los árboles se interponen en su campo visual, escucha los sonidos cada vez más cerca, él está en peligro, sabe lo que harán con él.
Ha escuchado lo que hicieron con alguien como él, el desenlace de tan cruel acontecimiento hace que se levante, las manos sangrantes duelen, pero más la izquierda, cree habérsela roto, en su caída anterior a esta, creyó pisar firme, pero era un agujero profundo del que salió airoso, aferrándose a un tronco con la mano herida. Algo crujió cuando lo hizo, él bramo de dolor, pero su grito se mezcló con el aullar de los lobos. Sigue de frente, siente la piel ardiente, está enfermo, mareado y famélico, pero no quiere dejarse vencer, avanza, hundiendo sus pies en la nieve, al fondo de ese camino tiene que haber una casa.
Ahí podrá descansar, a ella la dejaron, detenerse ahí a reposar…
La construcción que refiere se encuentra al centro de un campo minado, dónde quiera que pisa, las trampas de los asesinos se activan, pero aún así, él sigue una línea recta que de a ratos se torna rojiza, las manos y los pies sangran, su pequeña nariz y labios también, todo él tiembla, sólo quiere un atisbo de paz, los gritos del derredor ya no le aterran, por fin está quedando dormido, el cuerpo agotado, la mente también.
Bruce aumenta la velocidad del vehículo, el avión en que viaja es el más veloz que posee pero aún y con eso su viaje será de cuatro horas. ¿Debería llamar a Barry o Clark y decirles qué? ¿Que tiene visiones de un niño, a punto de ser corrompido, más no sabe el lugar exacto o si ese niño es verdadero? Aprieta los controles de mando, lo mejor que puede hacer es conservar la calma, pero calma, es justamente lo que menos tiene.
La sangre hierve en el interior de sus venas, lo ha sentido antes, cuando presencia agravios contra indefensos Omegas o Betas, los Alfa son casi todos guerreros natos, se les da bien la defensa personal y además de eso tienen sobrada masa muscular, pelear con ellos se le antoja más bien como entrenamiento, pero cuando faltan a su autocontrol, cuando se sienten en posición de tomar a cualquiera ya sea que éste lo quiera o no. Es cuando su sangre hierve, rompe costillas, tibias, la hilera completa de dientes, no los asesina como tal, la muerte sería santificadora, y él prefiere que se arrastren con uñas y dientes, en una especie de infierno terreno.
La luz de la tarde entrante cae sobre él, mira el degradar del cielo, entre amarillo y anaranjado, al lugar donde va, no hay matices, más allá de azules y blancos, la montaña de los asesinos, es un invierno eterno, como la fortaleza de Clark, si es que este la tuviera llena de trampas y bestias.
El niño se ha rendido, sus pies entraron en aquella casa, humedeciendo la madera con sus diminutos pasos, todo es silencio en su haber, la respiración y el cansancio lo matan, tiene la piel ardiente. Se deja caer, debajo de un montón de escombros, se entierra en la mugre, en un ultimo intento por ocultar su presencia.
Si aún fuera el de antes, eso habría funcionado, su complexión es delgada y pequeña, sus ropas son negras. Cualquiera que entrara, daría por vacío el recinto, pero él ya no es quien fue.
Ha despertado, su humor lo delata y todo el que lo haya inhalado podrá encontrarlo, suelta un audible lamento, se abraza a sí mismo. Tiene miedo, se siente dolido y se sabe perdido.
Su madre dijo que cuando despertara, se convertiría en el líder del gremio, aunque ahora que lo piensa, nunca comprendió cómo es que lo haría, si todo entrenamiento lo dejaba con las rodillas sangrantes, el labio abierto y la respiración agitada. Thalía lo tomaba por los cabellos con un mano y colocaba el filo de su espada contra la tierna piel de su cuello con la otra. Él deseó mas de una vez que la mujer terminara, que atravesara su piel y la abriera en canal, pero todo lo que sucedía es que abría una fina herida.
La sangre corría hasta bañar la hoja y entonces lo que debía comprender es que sería un gran líder y el mejor de los Alfa porque estaba en su sangre.
La de ella y su padre, ese del que no conocía nada y del que quería saber, si acaso él, lo podría proteger…
Madre gritó esa misma mañana que él estaba maldito, que debió ser su sangre y no la de ella. Su abuelo la mandó callar, golpeándola en el rostro y derribándola al piso.
—¿Omega? ¿Te atreves a acusar a Bruce Wayne de ser un Omega? Su sangre está limpia, la nuestra sucia. ¿Recuerdas lo que le pasó a tu madre? —Thalía tembló de pies a cabeza, era la primera vez que veía temor en el rostro de su madre, R'as, le hizo lo mismo que ella a él, la levantó del cuello, su madre forcejeo y quizá este castigo fuera, porque una parte de él, deseo que su abuelo la rompiera.
—¿Recuerdas, no es cierto? Tu madre, a la que yo asesiné por darme una asquerosa Omega.
—¿¡Qué!? —respingó Thalía. R'as, se divirtió con la revelación.
—No lo sabías, porque me deshice de ella cuando nació, Nyssa no tenía ese fuego en la mirada que tuviste tú, la mandé a una pobre casa en lo profundo de las montañas y ahí se quedó durante años hasta que floreció. Su aroma enloqueció a los soldados a cargo de su servicio y custodia, levantó sus mas bajas pasiones y yo dejé que se divirtieran con ella.
Esta orden es de asesinos, no de esclavos sexuales, de modo que ya sabes que hacer con ese defecto tuyo…
—Defecto, él era un defecto. —sonrió con tristeza, a la vez que sentía sus presencias rodeando la casa. ¿Era en este alijo de porquería, dónde había muerto su tía? ¿Lo recibiría ella al alcanzar la otra vida? Si, por favor. Que alguien por fin lo quisiera. La puerta fue rota, las ventanas también, él tenía intención de morder su lengua hasta hacerla sangrar y ahogarse con ella, pero entonces otro aroma lo tranquilizó, era uno fuerte y oscuro, similar a la pólvora, pero mezclado con algo más.
Ese aroma pertenecía a un hombre, un Alfa pero ya no supo si fue real o si sólo, lo imaginó…
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Bruce desciende del avión todo lo rápido que puede, deja el vehículo en piloto automático y baja con ayuda de un paracaídas y su cable metálico, derrumba el techo al entrar, el olor de la sangre y muerte rápidamente se apodera de él.
Hubo una masacre en este lugar, encuentra entre cuerpos de asesinos desmembrados figuras de lobos y además de eso, percibe la esencia de dos Alfa, uno de ellos se encuentra herido, yace boca abajo, sus cabellos son negros, sus ropas guerreras y teñidas de sangre, el otro está a corta distancia de ahí, con el niño.
Sus instintos de protección se ponen al máximo, comienza a gruñir como si fuera una bestia, los dientes rechinan, los músculos se tensan, la sangre bombea al cien en el interior de sus venas. El niño está postrado una vez más en la nieve, su cuerpo extendido, las ropas arrebatadas y la piel expuesta, su aroma golpea a Bruce por espacio de algunos segundos, no huele a ninguno otro que haya conocido.
Su sangre es dulzona y espesa, el hombre que lo tiene, apenas si ha reparado en él. Cuando un Alfa decide una presa, pocas veces conseguirá pensar en otra cosa que no sea vaciarse en él. Lo observa en silencio, mientras hace uso de toda su temple para no saltarle encima y arrancarle la cabeza.
El agresor, es un hombre adulto, mucho más viejo que él y el niño en la nieve, ahora que lo ve bien, no debe pasar de los nueve, el Alfa repasa su piel con dedos enfundados en los gruesos guantes de la orden de los asesinos. Bruce, no tiene por costumbre asesinar, como dijo, él prefiere métodos menos ortodoxos, seccionarles la piel, destrozarles la columna vertebral, privarlos de algún sentido, ya sea vista o gusto para el resto de sus vidas, pero en esta ocasión, él va a asegurarse de que aquel, no vuelva a tocar a nadie más.
El niño que creyó inconsciente reacciona, se mueve asustado cuando una mano llega a la parte baja de su espalda, tanteando el interior de sus glúteos. Bruce ya no puede esperar más, despliega su aroma, desvela la identidad de quién es, haciéndole saber a su oponente, que no solo es un Alfa, sino que pertenece a la raza pura.
El aludido se vuelve a él, hay locura en su mirada, unos ojos grises, vacíos y muertos.
El enfrentamiento comienza, mientras el niño entra y sale de la inconsciencia, ha girado sobre su espalda, Bruce mira los mismos cabellos negros, la misma piel cetrina, manchada de rasguños y sangre, sus alargados ojos, que permanecen cerrados pues las lágrimas previas se han congelado impidiendo que pueda abrirlos. Una imagen de Thalía flagela su mente, ese niño es su hijo, lo sabe, tanto por el color de su piel, la forma de su cuerpo como por el hervor de su sangre que no ha dejado de demandar que lo ponga a salvo.
Su pecho sube y baja a marchas forzadas, si lo deja ahí morirá congelado, tiene que cubrirlo con algo, llevarlo adentro, calentar su cuerpo, pero este guerrero es excelso. Los puños se estrellan, las rodillas chocan, él bloquea ataques y responde con el doble de daño, el viejo ha tomado distancia, lo mira con alevosía y desprende de su indumentaria una espada. Él no necesita juguetes, para demostrar su gallardía y experiencia en batalla. Antaño, se le conoció como Demonio, puesto que de todos los agresores, él era el único que se levantaba una y otra y otra vez. Gruñe con vehemencia, se arroja contra él, el niño desaparece de sus memorias por los minutos que dura aquella épica danza. Abre heridas sangrantes, quiebra sus huesos, arrebata fragmentos de la armadura guerrera de forma repetitiva y constante hasta que al final, queda en frente de él.
La espada, la ha usado a manera de estaca, clavando en la corteza de un árbol, la mano con que se atrevió a desnudar y tocar a su hijo, el oponente levanta el rostro, no porque se sepa derrotado y quiera irse con algo de orgullo, sino porque el aroma del otro Alfa ha regresado, Bruce desvía el rostro, el viejo estalla en estruendoso frenesí de carcajadas.
Ahí donde dejaran al niño, no queda nada, más que un espacio vacío.
Bruce enloquece en el acto, el viejo continúa con su amargo alegato.
—¿Es esto precioso, no te parece? Una batalla entre iguales, por una asquerosa probada, cuando no debería ser así. Tú puedes montarlo primero, luego lo tendré yo y de lo que quede…se lo daremos a él.
—¡¿Quién es él?! —demanda saber a la vez que hunde más profundo la espada en su piel, el hombre apenas se queja. En su instrucción, es fundamental el poder soportar el dolor.
—Algún cazador del bosque, hay muchos por estas montañas, la comida es escasa, debes aprender a cazar todo lo que se mueva y ese corderito tuyo, llegó en el momento preciso.
—No…—Bruce se debate entre la decisión de terminar con este bastardo o acortar la distancia entre el otro Alfa y su hijo ¿irá a marcarlo y luego matarlo? ¿romperá sus huesos? ¿lo sentirá? ¿estará consciente o malditamente…?
—Yo empezaría con darle una buena mamada, a los pequeños Omegas les gusta eso, ¿sabes? aunque estando tan frío y tieso, lo más probable, es que ya esté muerto.
Bruce lo golpea finalmente en el rostro, con un poco más de fuerza de la necesaria, ya que lo siguiente que pasa es que comienza a salir un chorro de sangre de todo orificio en su cara, la nariz, los labios, cree ver una línea carmesí en la comisura del ojo diestro para cuando se detiene, saca un par de cuchillos largos de la parte interna de su armadura y le clava los hombros al mismo puñetero árbol.
Los lobos pueden dar buena cuenta de él o la baja temperatura. Lo que suceda primero.
Vuelve sobre sus pasos en su afán de encontrar al niño, persigue el aroma de ambos y este lo conduce de regreso a la casa, los cuerpos diseminados siguen ahí, la sangre que se ha secado y los vestigios de una masacre que ya huele a podredumbre y descomposición, recorre un estrecho pasillo, llega a la que parece ser la habitación principal. Alguien ha encendido una hoguera, su hijo está arrebolado en un montón de harapos sucios, abrazándose a sí mismo, cómo si extrañara el calor o la presencia de alguien. El aroma del Alfa es fuerte, está por todos lados, fundiéndose a ratos con el del Omega.
Bruce sabe que no lo olvidará jamás, es una advertencia para tiempos futuros, que huele a pólvora y sexo.
Se acerca a su niño, está tan pálido que parece muerto, tienta la piel, busca heridas, más allá de las evidentes, en el lado diestro del cuello, hay un amago de beso. La marca del Alfa está en él y la pregunta que se hace es, ¿por qué se detuvo, de hacerlo suyo? Su niño gime, él lo tranquiliza usando su aroma, protesta de nuevo, pero finalmente se deja caer en contra de él. Los Omegas, siempre están ávidos de consuelo y cuidado. Lo levanta con manos rígidas, no sin antes desprenderse de su capa para cubrirlo con ella, es pesado, delgado, pero de atrayente fortaleza.
A Bruce no le queda la menor duda de que su hijo fue formado por la Liga de los Asesinos, hasta que despertó, siendo esto. La ira indómita que normalmente habita en él, amenaza con hacerse presente, pero una llamada a través del comunicador en su oído, le recuerda que debe ordenar prioridades.
—Eh…hmm…Ya sé que no debo llamarte de no ser necesario, pero definitivamente, necesito saber si estás bien…—la voz de su pequeño es dulce, cargada de preocupación y sinceridad. Bruce acomoda al niño, para poder presionar el botón en su oído y responder el llamado.
—Todo en orden, llevaré un invitado a casa.
—¿Perdón?
—Te lo explicaré en el camino, ¿tú como estás? —la ausencia de respuesta le hace recordar que lo dejó solo y necesitado.
—Estoy bien, ¿Quieres que prepare algo para la cena?
—¿No dijiste que te negabas rotundamente a ser la Señora de la casa en ausencia de Alfred?
—Puedo pedir a domicilio, tanto la comida como el servicio.
—Si, a la comida. No, al servicio, estaremos bien los tres.
—¿Qué?
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Dick se acostumbra a la idea en el momento mismo que ve al niño. Es precioso y perfecto, una pequeña versión, del amor de su vida.
—Dijiste que no…
—Mintió.
—¿Ella o tú?
—¿Crees que de saber que tenía un hijo, habría permitido que le hicieran esto? Dick pasa saliva por la garganta, su apoderado legal tiene razón en eso.
Una vez lo hubieran bañado y secado, encontraron todas las marcas de tortura que había en él, muchas de ellas producto de hojas, lanzas, cuchillos, espadas, fustas, Dick no imaginaba el alcance de la brutalidad de los asesinos, pero Bruce que la conocía de sobra, estaba preocupado por el estado emocional de su hijo, lo vistieron y acomodaron en la habitación que había pertenecido a Dick, cuando era únicamente hijo adoptivo de Bruce, siete años habían transcurrido de eso, de miradas esquivas, roces intencionados, besos ansiados a la luz de la luna e inclusive a la luz de su emblema.
El aroma de Dick enloquecía a Bruce, verlo con otros Alfas, lo enfebrecía aún más, saber que era a otros guerreros y no a él, a quienes entregaba sus caricias y besos, quienes se hacían cargo de satisfacer las exigencias de su celo, lo llevó a romper huesos y relaciones de más, hasta que un día, la última gota del vaso se derramó...
Dick regresó a la mansión con la marca de un Alfa en la piel, no era sólo su aroma, que de un tiempo para acá, era a lo único que olía su compañero de armas, sino que había dientes y dedos mancillando la piel en el mismo lugar que ahora usaba él.
Bruce lo siguió hasta su alcoba, esperó a que se desprendiera de las prendas guerreras y lo abordó ahí, lo rodeó con su cuerpo, acorralándolo contra la pared, Dick ni siquiera se inmutó, lo miró a los ojos, irreverente, desafiante, embotado aún por los vestigios de su ultima sesión de sexo. Bruce desplegó su aroma, haciendo que el joven se mareara un poco y jadeara otro más.
—¿Qué se supone que significa esto? —preguntó a su hijo, haciendo hincapié en las heridas que hacían referencia a su pertenencia.
—¿No debería preguntarte lo mismo? —respondió devorándolo con la mirada, inhalando todo de él, su aroma como Alfa y es que no era uno cualquiera, sino el más grande y viril de los Alfas.
Bruce maldijo que lo hiciera, él podía tener a quien quisiera, sólo con un movimiento de rostro, pero como solía suceder, a quien quería, era precisamente, a quien no podía poseer. Recorrió con los dedos las marcas de aquellos dientes en la piel de su joven compañero, gruñó con molestia, deseando poder cambiarlas por las suyas.
—¿Te vinculaste?
—¿Te importa? —Bruce soltó otra maldición. Dick comenzó a sudar frío y temblar. No le diría nada, pero él conocía la respuesta. Si se hubiera vinculado a otro, no estaría ahí, estremeciendo de pasión por él.
—Importa, porque no me gusta ver marcas en tu piel…—a esta afirmación siguió un nuevo roce de dedos y la invitación a desprenderse de la parte superior de su indumentaria, Dick se quitó la camiseta con que pretendía irse a la cama. Había otras marcas en él, vestigios recientes de una pelea. Bruce enfureció, Dick hizo un patético intento por ocultar su cuerpo.
—¿Qué o quién, te hizo esto? —cuestionó con su voz de mando. Como Alfa, podía someter voluntades, hacer que confesaran sus más oscuros secretos, sin siquiera notarlo, el chico gimió como si pudiera resistirse a él, cuando ambos sabían, que no podía.
—Su nombre es Roy, lo conocí en un bar, estaba poniéndome a punto, pues no quería regresar a casa y encontrarme contigo…
—¿Por qué? —Dick se mordió los labios, un poco tarde, pues su garganta ya había soltado un vergonzoso sonido. Se lo tomó con calma, se sabía seductor y poseedor de su propio encanto para someter voluntades.
—¿Por qué? Me atormentas con tu presencia, con tu rebuscada labia, con tu esplendorosa figura a todas horas del día, con ese aroma que solamente tú irradias, y te preguntas por qué, desde que desperté como Omega, ¿Me dedico a huir de tu presencia?
—Si…—insistió con un deje de malicia en la voz. Dick recargó su peso contra la pared y separó las piernas, una mano hizo ademán de querer dirigirse a su entrepierna, pero la frenó.
—Huyo de ti, porque se supone que está mal que desee pertenecerte a ti. Me fui con Roy y con todos los que quisieron llevarme antes de él, porque de lo contrario te habría saltado encima como un animal. ¿Estas marcas? Son porque él quiso hacerlo sin preservativo y yo no lo dejé. No soy estúpido, bueno, si, un poco. Pero no deseo, ni desearé, engendrar un niño.
—¿Te lastimó? —Bruce devoró sin pudor la piel de su pequeño, las heridas eran defensivas, nada profundas y no dejarían marca, ni siquiera la del cuello dejaría una.
—¿Antes o después del sexo? Me gusta que me lastimen, Bruce. Roy es bueno con las navajas, tiene juguetes interesantes y una locura en la mirada que me hace sentir que…
—Te quiere a ti y a nadie más.
—Correcto. —se ufanó el menor, mostrando ahora su cuerpo desnudo a él. —Muchos me quieren y yo los dejo creer que los quiero.
—¿Te parece correcto? ¿Crees que ir con cualquiera es un juego?
—Es mi deseo y condición de Omega, si no lo hiciera sufriría un infierno.
—Acabas de decir que te gusta…—Dick lo interrumpió con un movimiento de rostro, su semblante se había oscurecido, estaba en celo y a pesar de que acabara de ser satisfecho, requería ser atendido de nuevo.
—Dije que me gusta que me lastimen, más no aclaré que eso es porque con cada estocada, imagino que quien lo hace, eres tú.
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Ellos se besan de nuevo, Dick busca la boca de Bruce, de la misma manera que la buscó en el pasado, se entrega a él, al fondo del cuarto, junto a la cómoda de la cama, pero no pueden llegar a más hasta asegurarse de que su hijo, esté bien.
El niño despierta después de un rato en que Bruce ya estaba por pedir asistencia médica profesional. Sus ojos se muestran temerosos, su cuerpo doloso y ardiente, Dick sabe lo que es eso, el primer celo. Siempre es el peor.
—¿Quiénes…? —su voz...Bruce la almacena en su memoria, al igual que todo ese temor, pues a partir de ahora, se encargará de que no vuelva a sentir temor.
Dick es el primero en presentarse, se arrodilla junto a la cama, lo mira a los ojos y usa un poco de su aroma Omega, para que sepa que está entre iguales y a salvo. Su hijo inhala todo de él, se tranquiliza, pero aún así no guarda esperanzas. Recorre la habitación con ojos tímidos, después repara en sus ropas, viste en su totalidad de blanco, al igual que las sábanas de la cama.
En la orden de los asesinos, el color blanco significa luto, de este color visten a sus muertos y su garganta se seca, sus ojos se anegan. Bruce es ahora quien se acerca a él, explicando que no debe temer.
—No vamos a hacerte daño, tú ya no estás con los asesinos.
—¿Cómo…? —el pequeño observa sus manos, la izquierda está vendada, pegada a su pecho, niega de manera inmediata. Esto debe ser una trampa, ellos van a matarlo, o en el peor de los escenarios, ellos van a…—sus recuerdos hacen que el aire escape a los pulmones. El blanco de las prendas le recuerda la nieve…
Él corría en la nieve, desesperadamente, hasta que su cuerpo…
—Bruce…—el patriarca asiente a la advertencia de su amante. La nariz del chico ha comenzado a sangrar, su cuerpo tiembla en diminutos espasmos, se abraza a sí mismo, levantando las piernas, haciéndose un ovillo contra la pared y lo más lejos posible de ellos, ninguno de los dos tiene que ser un experto para saber que estará recreando en su mente todo aquel espectáculo.
Dick se levanta en dirección del cuarto de baño, necesitan compresas y agua, puede que las pastillas que Lucius Fox sintetizó para él, le ayuden también pero de momento, no quieren arriesgarse a darle ningún medicamento. No saben absolutamente nada de él con la salvedad de que Bruce, cree que está vinculado a él. Como si leyera sus pensamientos, el aludido rodea a su hijo, usa su aroma de Alfa para tranquilizarlo, pero también un tono de voz que en años más jóvenes había utilizado con él.
—¿Puedes darme una oportunidad? Te prometo que no voy a hacerte daño, sólo quiero que veas algo. —el pequeño levanta su rostro manchado y asiente.
La imagen de sus ojos rojos, las mejillas hinchadas y la piel pálida, le parte el corazón a Bruce.
Hace mucho tiempo, él ofreció una imagen similar, pero no estaba solo. Se desliza con suavidad, hasta tomar la mano diestra del niño, la acaricia con suavidad y coloca en el interior de la suya, las manos de Bruce son grandes, ásperas, surcadas por numerosa cantidad de heridas, pero no es eso lo que quiere que vea, sino un lunar que se aloja en la base de su cuello, junto a la clavícula izquierda, se abre la camisa para que lo toque y vea. El niño se sorprende, sus ojos se abren interrogantes, él sonríe y confiesa que es una marca de nacimiento.
Todos los Wayne en su familia han tenido ese lunar.
—¿Wayne? —Su padre asiente, usa las sábanas de cama para limpiarle la cara, la sangre derramada, se ha colado hasta los labios, tiñéndolos de escarlata. Ese color no le gusta, esa estampa sangrienta, no debería pertenecer a él.
—Tu madre es Thalía al Ghul, ¿no es cierto? Bueno, pues tu padre es...
—Bruce Wayne. —responde el niño, mirándolo como si lo hiciera por primera vez, se arroja a él, lo aferra con el brazo vendado y el cuerpo doliente, su padre lo estrecha afectuosamente y tranquiliza con su labia, le promete que todo estará bien, jamás volverá a tener una sola cosa de que temer, pero por alguna razón, no le cree.
—Ya que sabes quien soy, ¿Puedes decirnos tu nombre y edad?
—Soy Damian al Ghul, hijo del Demonio y acabo de cumplir doce años. —Bruce asiente algo confuso por no haber podido adivinar su edad, intenta apartarse pero el pequeño aclama.
—Hueles diferente…
—¿Perdón? —Damian lo estudia con detenimiento, puede diferenciar su aroma de aquel otro, el que le confirió dulces sueños y un atisbo de paz.
—No eres tú, el que me salvó de esos bárbaros en la cabaña. No eres tú. —Su padre guarda silencio, lo mira a los ojos, la oscuridad que habita en su hijo se encuentra ahí, avivada por la promesa de vincularse a ese Alfa.
—¿Recuerdas lo que pasó? —el niño niega, hace un diminuto esfuerzo pero se fatiga de inmediato. Sólo recuerda que esperó la muerte y que ésta lo rechazó.
—No habrá más muerte. —promete su padre. —A partir de este momento, tú crecerás como cualquier otro niño normal.
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Damian de verdad quiere creerle, se queda dormido después de tomar una merienda que incluye sopa y té caliente, sus sueños traen para él los rostros frívolos de su madre y abuelo, la crueldad de sus palabras y aunado a eso una promesa.
La persecución en la nieve se repite, el deseo de morir y el terror de ser violado.
Sucede así mientras su padre y amante, se encuentran enredados entre sábanas, pronunciando el nombre del otro como si fuera algo sagrado, haciendo que su aroma, sudor y sangre se convierta en uno. La marca de Bruce en su cuello es un tatuaje que llega al alma, por parte contraria, la estreches de Dick, lo dilatado de su cuerpo, lo húmedo y cálido de su conducto, es algo que solo pertenece a Bruce, su padre le hace el amor hasta que el sueño lo vence, su dulce pequeño siempre dormirá primero y él velará su reposo.
Lo haría así, si un nuevo sonido, no atormentara sus pensamientos. El llamado de un Omega, más si es uno desvalido y pequeño, siempre pondrá en alerta máxima los instintos fundamentales de todo Alfa, Bruce sale de la cama, aunque no sin antes, besar el hombro derecho de Dick y cubrirlo con las sábanas, él se viste con la prenda interior, prescinde de la bata de noche y recorre los pasillos hasta llegar a la habitación de su hijo.
El niño está ahí, lo escucha, más no lo ve, enciende las luces, la cama está echa un revoltijo, las sábanas en el piso, la almohada hecha jirones, su llanto se escucha por lo bajo. El pequeño se ha tumbado detrás de la cama, él tiene que mover la base, para poder llegar a su lado.
—Sólo fue un sueño. —le asegura con voz calma, pues en su momento. También fue víctima de pesadillas.
—¿Le dolió? —pregunta en respuesta. Bruce no tiene que hilar demasiado, para saber que su hijo debió haberlo buscado y encontrado.
—No es esa clase de dolor.
—¿Para eso lo tienes? ¿Me querrás a mi también para…? —Bruce lo hace callar antes de que termine esa frase, puede imaginar la cruel labia de R'as y los horribles designios para cualquier Omega que osara entrar en una isla comandada por Alfas, busca algún argumento que resulte válido y de momento, lo único que se le ocurre es ser sincero.
—Lo tengo a mi lado porque lo amo y lo que acabas no es malo, porque ambos nos buscamos. No lo estoy forzando, ni él a mi, debes entender que yo jamás...
—R'as dijo que los Omegas somos esclavos sexuales, el hombre en la nieve a su vez lo repitió. —la mención a ese sujeto hace enfurecer a Bruce, lo demuestra pues sus músculos se tensan y los dientes rechinan.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—Que yo era suyo. —respondió escuetamente, mirando a su padre a los ojos, luego de eso citó:
"Ellos me prometieron una bonita ramera, siempre creí que sería tu madre, pero ahora veo que eres tú" "Tu sangre huele diferente, tu piel se siente diferente" "Dime, ¿qué hicieron contigo? defecto"
Damian se abraza a sí mismo, su padre no pasa por alto que la fractura de su muñeca, parece algo pasado. Su hijo es diferente, pero no atina a descubrir el por qué.
—¿Me vas a entregar a ellos?
—Jamás.
—¿Juras que ese hombre está muerto? —Bruce tuvo que morderse los labios para no contestar. No lo había asesinado y justo ahora, no estaba tan seguro de que hubiera muerto. Aún así, al mirar la desesperación y dolor en su hijo, mintió.
—Lo juro. —Damian volvió a sonreír y buscarlo, se hizo un ovillo junto a él, le gustaba su aroma.
—Hueles a la tormenta que se avecina, padre. Tierra mojada, campo fértil, hueles a libertad y eternidad.
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Bruce se quedó esa noche con su heredero, tenía ahora el doble de responsabilidad y la mitad de tiempo, pero no duró demasiado ese lapso, un nuevo miembro se unió a la familia.
Uno que estaba vinculado a un Alfa, hijo del hombre que los presentó.
—¿Esto es una broma, Clark? —preguntó incrédulo, ahora que cuatro jóvenes corrían por el jardín, tres de ellos pasándose un balón de fútbol americano.
—Necesitas apoyo, Bruce. No das abasto con el crimen en Ciudad Gótica y este jovencito aunque es bueno, pierde el juicio entre más tiempo pasa con mi hijo. Siento que serán mejores como pareja y justicieros, si se separan un poco.
—¿Y tu mejor opción para hacerlo soy yo?
—Eres el mejor padre que conozco.
—Soy el único padre que conoces.
—¿Barry no cuenta?
—Iris y Wally son los Alfa en esa familia, así que no, no cuenta.
—¿Oliver?
—¿Un beta? ¿Tú quieres venir a mi casa y compararme con un beta?
—Arrogante como tu solo. —Bruce sonrió a sus palabras, observando el desempeño de los jóvenes. Como solía suceder, Damian tendía a apartarse del resto, a pesar de sus esfuerzos, seguía siendo sumamente reservado y esquivo, pero no por eso le faltaban compañeros de juego.
—¡Atácalo Titus! —el gran Danés, ladró alegre a la instrucción de su amo, dando persecución al jovencito que sería su nuevo compañero de armas. Timothy, tuvo que subirse a la copa de un árbol a la vez que su novio trepaba por el otro lado a fin de robarle un beso en lo alto.
—Es ágil —reconoció Bruce, Clark asintió, aunque no supo si se refería a la habilidad del moreno para escalar árboles, o a la de su hijo para poder besarlo, sin importar la hora, los anfitriones o el lugar.
—No tiene dónde quedarse, según sé, sus padres sufrieron un horrible accidente y aunque debió heredarlo, en realidad lo perdió todo. Su primer instinto de protección fue huir de casa y esconderse en Metrópolis.
—¿Es fugitivo?
—De la sociedad, únicamente. —Bruce protestó inconforme, Clark se aclaró la garganta y prosiguió. —Es un Omega, heredero a una cuantiosa fortuna si se desposa con un Alfa de noble cuna que le dé descendencia.—Bruce gruñó por lo bajo, Clark agregó. —Dice que no le interesa el dinero, pero Conn, no quiere dejarlo sin nada, si se desposan perderá el derecho sobre sus propiedades, la casa, los recuerdos de sus padres.
—Entiendo.
—Es de los tuyos, por cierto.
—¿Míos?
—Su nombre completo es Timothy Drake. —Bruce supo a que se refería de inmediato, los Drake eran nobles Gotamitas, venidos a menos hará cosa de unos cuatro años atrás. No tenía idea de que su hijo estuviera en esa clase de riesgo.
—¿Le darás protección y consejo?
—¿Sigues cubriéndome con la Liga?
—Nadie sabe que Nightwing dejó de ser tu hijo para convertirse en tu amante.
—Entonces, sí. —los justicieros estrecharon manos en señal de respeto. Conner y Tim bajaron del árbol y volvieron al juego que para este entonces parecía consistir en impedir que Titus los mordiera o que Damian tocara el balón.
—¿Qué me dices del chico? —preguntó Clark, enfocándose ahora en el menor.
En los últimos cuatro años, su hijo había ganado estatura y corpulencia, su piel recuperó el tono bronceado de los países bajos y sus ojos la vitalidad y nobleza que hacía referencia a su casta. Bruce lo miró con orgullo, a su entender, no había absolutamente nada que estuviera mal con Damian.
—¿Qué te digo, de qué? —preguntó por si la visión de Superman, lograba detectar algo que él no.
—¿Cuando piensas presentarlo en sociedad? ¿Sabes que Kara está buscando esposo?
Bruce se horrorizó de inmediato y comenzó a toser como si hubiera inhalado tabaco. Clark estalló en sonoras carcajadas, el Kriptoniano estaba decidido a que fueran familia y si no se podía por la vía directa, sería por la indirecta.
—¿Estás bien, padre? —preguntó Damian que junto con Dick, había acudido a auxiliarlo.
—Claro que está bien, —respondió Clark. —Sólo un poco abochornado porque quiero presentarte a mi prima, es como de tu edad. ¿Cuántos años tienes ahora, trece?
—Dieciséis, aunque él siempre me verá como de nueve. —Clark asintió, Bruce comenzó a irritarse otra vez.
—¡No importa la edad que tenga, sigue siendo menor de edad y tú no vas a presentarle a nadie hasta que...!
—Al menos puede verla. —se metió Conner en la conversación, sacando su teléfono móvil. —Es súper guapa. —Tim le dio un codazo en las costillas por la observación, el aludido hizo caso omiso y buscó fotos de su tía en la galería de imágenes.
—¡Ninguno de ustedes va a…! —Dick refrenó los impulsos paternales de Bruce con un beso, Clark tomó nota del hecho para apartarse junto con Damian y hacer que mirara las fotos.
—¿No te parece guapa? —inquirió Conn.
—Lo es, aunque no creo que sea de mi tipo.
—¿Qué? ¿A ti también te gustan los hombres? —preguntó ahora Tim.
—No es eso, sólo que no me interesan las relaciones de ningún tipo. —el joven Wayne llamó a su perro y se marchó junto con él en dirección de la casa.
—Creído. —se quejó Conner, Tim asintió a punto de señalarle el dedo de en medio.
—No es su culpa, —defendió Dick. —Y si vas a quedarte aquí, hay algunas cosas que deberías saber.
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Drake conoció en pocos meses los fantasmas que atormentaban la mansión Wayne, la oscuridad que encerraba su vástago, las noches de celo sin consuelo, pues sin importar el fármaco, éstos solo lo ponían enfermo y la solución para él, era encerrarse a solas, con sus recuerdos y duelo. Damian había sido entrenado para soportar el dolor, eso era un hecho, pero quizá debió entrenarse en las artes de hacer el amor.
Su belleza mística y silenciosa comenzó a ser algo de que hablar en reuniones y eventos sociales, la unión de las Casas Wayne y Drake, sirvió para esto.
Bruce se convirtió en el protector legal del chico, él decidiría con quien desposarlo y hasta que eso sucediera, tenía custodia, no solo de su persona, sino de su basta fortuna. Recuperó para él la mansión y las propiedades de que disponía en Metrópolis, Ciudad Costera y Central, en todos lados se escuchaban rumores sobre la futura unión de Timothy Drake y el nuevo príncipe de Ciudad Gótica, pero hasta ahora no había existido posibilidad alguna de conocerlo.
Damian no quería presentarse, no tenía interés en frivolidades o charlas, mucho menos en emparejarse, pero su padre le explicó que era una formalidad propia de la alta cuna. Esto le concedería derechos, ultimaría su estatus como asesino y eso fue lo que lo animó.
No hubo una ceremonia, tampoco choque de copas o palabras encomiables, Damian dijo que lo haría a su manera, y su padre ataviado en su totalidad de negro, acompañado de una preciosidad etrusca, que tenía por nombre Selina Kyle, asintió.
La fiesta de presentación dio inicio, la prensa se presentó, la orquesta tocó, la comida se sirvió, los conocidos charlaron y las parejas se alejaron, Timothy y Conner tenían intención de adueñarse de uno de los cuartos privados que tenía la mansión a disposición pero entonces vieron al Principito, ataviado al igual que su padre de negro con la salvedad de las zapatillas deportivas rojas y una camisa desabotonada de los primeros botones de arriba del mismo color, anduvo como león enjaulado por un estrecho pasillo seguido de su perro, hasta que finalmente se decidió.
Tomó un instrumentó que arrebató de su estuche y tras dirigir una reverencia a la nada comenzó.
Su silueta recortada contra la más grande ventana, los ojos cerrados, la postura perfecta, el violín en manos. La orquesta de compañía así como la mayoría de los presentes, guardaron silencio a un movimiento de sus manos.
El menor y único heredero de la mansión Wayne interpretó una melodía seductora y dramática "Praeludium and Allegro in the Style of Pugnani" de Fritz Kreisler, sin saltarse un solo acorde, romper la composición o dedicar una mirada a su audiencia.
Ésta la reservó para la nota final. Reveló sus ojos de jade y los colocó en alguien, Kara Kent resplandeció como la luna, si tal era la intención, el menor jamás lo demostró, luego de eso ofreció una segunda reverencia y se anunció a sí mismo como Damian, hijo de la casa Wayne.
Los presentes aplaudieron, la prensa se mostró complacida, el pecho de su padre se inflamó de orgullo, el jovencito dejó el instrumento en manos de Pennyworth y procedió a cortejar a la rubia, que por toda fémina, era la única que conocía.
—Eso fue…—comenzó a aclamar Kara, pero rápidamente fue silenciada.
—Una pantalla, no te emociones.
—¿Qué? —Damian se aproximó a ella, una mano a la cintura, la otra en la suya, la abordó para que bailaran y ésta accedió, más que nada porque ahora, eran el centro de todas las miradas.
Su vestido blanco y cabellos dorados giraron al compás que el Príncipe de Gótica le marcaba, su perfume a lavanda mezclándose con el oscuro que expedía Damian, cuando otras parejas se unieron a la balada, retomaron la charla.
—Digo que no eres mi tipo,
—Según Conner, sólo Titus es de tu tipo. —Damian se divirtió con aquellas palabras, ¿habría algo de veracidad en ellas? Con toda seguridad, no. Pues en sus noches de celo, sólo una mirada y un aroma. Una promesa, era la que lo aclamaba.
—Puede que tu boca crea que no soy de tu tipo, pero el resto de tu anatomía se niega.
—¿¡Que!? —Kara sonrió divertida, aprovechando el cambio de acordes, para abrazarse a su esbelta figura.
—Tu aroma Omega, hueles de lo más delicioso y eso no es algo que los de tu especie, hagan con cualquiera. —Damián sudó frío, las miradas volvieron a estar sobre ellos. Kara lo tenía justo donde quería, ocultándolo con su cuerpo en un abrazo tan íntimo que hasta parecía un beso. Se sintió mareado de pensarlo, ella lo sujetó por el brazo, era fuerte, tanto como diez hombres y podría levantarlo con la misa facilidad que un pañuelo en el piso, Damian se dejó conducir por la Kriptoniana de manera lenta a dónde ella quisiera y ese lugar parecía ser uno de los balcones privados del amplio salón, necesitaban aire y a consideración de Kara, privacidad.
—¿No irás a decirme que eres virgen, verdad? —Damian enfebreció un poco más de escucharla. No hacía caso de ella, ni de su exquisita y frondosa figura, o del vestido transparente que ahora que lo notaba, no dejaba muchas cosas a la imaginación. Estaba aterrado por la posibilidad, de que el recuerdo de ese hombre desatara su celo.
—No te preocupes, si es que lo eres…—concilio superchica, tomándose su tiempo para cerrar la puerta que los dejaría a solas en el balcón. —Sólo basta una marca, para hacerles saber que eres mío…
—No…
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Un beso llegó, mientras la rubia se mostraba desnuda ante él, lo instó con su aroma a que tocara su cuerpo, él se resistió a hacerlo, pero lo que no sabía de Kara, es que era una Alfa de sangre pura, podía tomar a quien quisiera, inclusive a la fuerza y éste se entregaría al placer, cómo si le amara. Damian se derrumbó en el rincón contra la balaustrada, cerró los ojos, mientras sus prendas le eran arrebatadas, el saco negro cortado a la medida, la camisa roja, Kara tanteo su piel, justo por encima del cinturón, el joven abrió los ojos, sus labios sisearon pero no la frenó, no poseía fuerzas, ni tampoco creía, pertenecer a ese lugar.
El cielo que miraba una vez más era negro y la luna en lo alto resplandecía cual lucero, aquella vez, recuerda bien que no había luna en el cielo, sólo la nieve, golpeando su cuerpo y la sangre corriendo…
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Bruce suelta un sonoro gemido al percibir el temor y el celo de su hijo, Selina cae en la prudencia de apartarse y llamar la atención de los comensales con su coqueta figura enfundada en un vestido Halter color madre perla, John llama discretamente a Clark y Diana, éstos se encontraban bailando una pieza lenta, uno enredado en el cuello del otro, Clark, no tuvo que protestar demasiado cuando hizo un escaneo visual y no encontró a su prima.
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Damian pierde el sentido, abrumado por perfumes y sensaciones que jamás ha comprendido porque él prefiere el aislamiento, la soledad y el mutismo, la ultima prenda cae y una vez más está a disposición del mejor postor. Extraña la nieve, su figura alta y atlética, los cabellos negros, el sonido de su voz.
Ahora recuerda que logró escuchar su voz, era gruesa, más no profunda, de un muchacho al igual que lo era él. ¿Si lo escuchara ahora, lograría reconocerlo? ¿Si lo viera ahora…él podría poseerlo? Un sonido externo es el que empata con sus pensamientos, la puerta que separa el balcón del salón principal es arrebatada de sus goznes, Clark Kent lo ha hecho, mientras Bárbara Gordon y Wally West hacen estallar una cacofonía de música electrónica que hace que todos los presentes griten y bailen, las formalidades han terminado, es tiempo de demostrar cómo se divierten los ricos en Ciudad Gótica.
Nadie más que los líderes de la Liga de la Justicia escucha cuando Clark demanda a Kara que vuelva a ponerse la ropa.
—No te molestaba mi desnudes cuando estábamos en Kriptón, Kal.
—Pero aquí, no es ahí. No puedes tomar a la fuerza a quien quieras, menos al hijo de Bruce.
—¿Por qué, no? Puedo ver en su piel que no soy la primera que lo ha obrado.
Bruce la aparta con un movimiento aireado, cubre al menor usando la capa del Detective Marciano, la marca original, el beso primero, el recuerdo de ese Alfa, permanece intacto en su piel y debe ser aquello, lo que hace que hijo se retuerza y estremezca así. Kara sigue mirando a Kal como si fuera su igual, levanta el rostro y también la voz.
—Somos Alfas, mucho más fuertes que cualquiera de ellos, puedo romperle la espina, en lugar de sólo tomar lo que quiero.
—Porque no es correcto. —interrumpió Diana. —Y si es así como piensas, entonces mis hermanas y yo, no hemos hecho otra cosa, más que perder el tiempo contigo en Temiscira.
—¿Tus hermanas? Crees que aprendí algo de ustedes, malditas guerreras frustradas.
—¡Basta! —Bruce ultima la discusión por todos, su hijo sufre, su cuerpo arde en fiebre, lo toma en brazos y el chico abre los labios, gime dolorosamente, inhala su aroma que desde hace años, ya no lo calma.
John se toma la libertad de colocar una mano sobre la perlada frente del chico, entra en su mente, observa la nieve, lo ve correr en brazos de otro, cuando era un niño y su padre se enfrentaba en bélica danza con otro que demostró ser su igual.
Percibe los latidos de su corazón a punto de detenerse, la ansiedad del Alfa que lo sostuvo, el cuidado con que lo depositó en el piso rodeado de mantas e inclusive siente un bochorno cuando desprende su aroma a fin de lograr despertarlo. Ese Alfa creo un vínculo con él en ese momento, no usando su sangre o penetrando su carne; logró despertarlo porque era demasiado tentadora y cruel, la idea de verlo morir. Lo acomodó en su regazo, luego de encender el fuego de la chimenea, lo estrechó y absorbió su aroma, un perfume idéntico al que John inhalaba ahora: espeso, estimulante y oscuro.
Damian Wayne olía a las flores exóticas del desierto, a arena caliente y su piel morena, sólo reafirmaba este hecho. El Alfa que lo rescató deseó hacerlo suyo, así que mordió su cuello, enterró los dientes en la tierna piel y lo escuchó soltar un débil jadeo, el temor lo embargó de inmediato.
Se sabía torpe de manos y ávido en su instinto. Si llegaba a tomarlo, en su estado, conseguiría matarlo y por eso fue que se apartó.
—¿Encontraste algo que pueda aliviarlo, John? —pregunta Bruce, ahora que Clark y Diana se han llevado por la fuerza a Kara, volando.
—Un viejo recuerdo que quizá, no debería estar tan fresco.
—¿Perdón?
—Tu hijo fue reclamado el día que lo hallaste, por eso no puede aliviarse, debe ser él, ese Alfa de la montaña. Damian quiere que sea así, considera que le pertenece a él.
—No…—Bruce se ve derrotado, mira a su hijo, que parece presa de un terrible designio. —Yo le juré que jamás... —John se hace a un lado para permitir un poco de intimidad, recupera la apariencia humana, por si algún curioso decide echar una mirada. Aclara su garganta y después exclama.
—Si no lo llevas con él, esta escena se repetirá, lo has hecho público, la sociedad sabe que está disponible, además de eso su aroma…
—Sé que es diferente. —reconoce Bruce, aunque en todo este tiempo sigue sin descubrir el por qué.
—¿Su concepción y alumbramiento fueron normales? —Bruce niega, no sabe absolutamente nada de las condiciones en que vino al mundo, porque desde que lo encontró, lo escondió. Thalía lo quería muerto, es así como debía estar, lejos de la Orden de los Asesinos, del crimen en Ciudad Gótica, inclusive de sus conocidos.
—Veo que hay mas de un motivo para que regreses ahí, si te sirve de consuelo, viejo amigo. Ese Alfa pudo tomarlo a la fuerza pero el temor de herirlo, lo frenó.
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