Hola sempais que se han tomado la molestia de abrir la historia :D, Mary los saluda desde su computadora. En realidad, creo que mi cabecita está un poco trabajadora y quiere ariesgar esta idea con el SasoZetsu, aunque sé que no a muchas les gustaó entiendes esta pareja y tiene muy pocas admiradoras que a veces no se dejan un reviw u-u, pero el día de hoy, creo que no me importa. ¡Me he unido al proyecto SasoZetsu! (Echenle la culpa a Deidara-Inuzuka: sempai de esta pareja ¬w¬) Y me he propuesto con ella ha realizar una especie de... ¿reto? (lo llamarían así =w=?) de intentar hacer del SasoZetsu una pareja más romanticona que inocente, como lo es el SasoDei owó, así que espero que este nuevo fic ayude a dar conocer esta pareja, intenté hacerlo lo más apegado a la idea que se toma en los fics de los artistas sobre su amor, pero hasta ahora esto es lo único que ha salido =w=U

Capítulo dedicado a Deidara-Inuzuka, espero que te guste owo es mi intento de lo que acordamos ayer x3 (ya trabajo en la conti del otro, pero no me quería contener a dejar este ^w^U)

Naruto no me pertenece, es de Masashi Kishimot. Si mío fuera,... Ninguno de mis sempais habría muerto y de hecho, ellos serían los importantes ¬¬##. ¡Pero eso qué! ¡Kishimoto es el mejor por haberlos inventado siquiera x3!


((*La flor del desierto rojo*))

"Amantes por ahí, yo muchas veces vi: De noche alegres caminar y extraño brillo los rodeaba, y parecía luz celestial. Pensaba entonces yo, que ese hermoso amor no habría de conocer jamás. Nunca en mi cara tan horrible, podría brillar luz celestial. Más de repente un ángel sonrió hacia mí, beso mi feo rostro sin temblar. Me atrevo a decir que está pensando en mí, ó en las campanas al sonar. La oscura nube hará brillar y debe ser luz celestial…" Disney: El jorobado de Notre Dame I.

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1.

Los Ojos Dorados.

"Casi todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar. Es que amar y querer no es igual: amar es sufrir, querer es gozar…" Kalimba, Amar y Querer.

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De un grifo sucio y prácticamente oxidado, escurría una gota y caía al lavabo, seguida de otra y otra. El sonido que producía era un poco consolador, teniendo en cuenta el horrible silencio que había durante esos pocos minutos. Parecía una pequeña bendición, porque los gritos cesaban durante unos instantes. Aunque tampoco era demasiado preferible, porque era entonces en que los esbirros de aquel hombre, alejaban a la antigua víctima y buscaban otra. Cualquiera temía lo que pasaba en aquel laboratorio de mala muerte, si bien lo único que podían repetir una y otra vez en su cabeza era la idea de que, no podían haber hecho algo tan malo para merecer esto. ¿Ó sí lo habían hecho?

Muchos perdían la cordura y se limitaban a mecerse de adelante hacia atrás susurrando cosas. Ellos pronto saldrían de aquí, porque eran ratas de laboratorio que no habían pasado la prueba, aquí volverse loco equivalía a morir, así que tendían a deshacerse de ellos. La cuestión es si los dejaban vivos o muertos.

Dos hombres arrastran un peso muerto que deja rastros de sangre en el suelo. Por entre los oxidados barrotes, los prisioneros miran, acurrucados hasta la pared húmeda y fría. Esperaban el sonido de una puerta abrirse, que no fuera la suya. Su corazón latía con fuerza.

Por fin, vieron como lanzaban el cuerpo del hombre a una celda, escucharon el golpe sordo de aquel cayendo sobre los ladrillos del suelo y luego la puerta cerrarse. Se escuchan los pasos de quienes supervisan y caminan hacia la siguiente celda, el rasgueo de una hoja de papel los acompaña. ¿Quién es el siguiente? Por fin ambos se paran frente a una víctima y sonríen. Es el ahogado sollozo de una chica. Abren su prisión y se acercan a agarrarla, mientras ella grita y suplica que no le hagan otra cosa. Pero pese a su lucha, logran sacarla de la jaula y la arrastran por el suelo.

La llevan a rastras hasta la puerta blanca, ella se retuerce de un lado a otro gritando. Uno de los hombres, cuyo rostro ha sido oscurecido por las interminables lámparas blancas de las que ella por más que levanta la vista la dejan encandilada, se adelanta y abre la puerta blanca. Ante los tres aparece la camilla y mesas donde se dejan los instrumentos. Una lámpara blanca se inclina hacia la camilla, mientras que otra, igual de blanca que las del pasillo iluminan el cuarto.

Ahí solo hay dos hombres con bata. Nunca se dignan a mirar a los pacientes antes de empezar. Pero ella ya ha visto sus rostros, lo que, al contrario, no ha hecho con el suyo.

Cuando pasan al lado de un espejo y ella se mira se horroriza de lo que ve: Una chica delgada y menuda, vestida con una especie de camisón largo y blanco –ya raído y manchado de sangre en ciertos puntos–, con unos ojos tan dorados como el oro, el largo cabello verdoso que le caía enmarañado sobre parte del rostro y hasta la cintura. En realidad, no se culpaba por lucir así después de todo lo que le habían hecho, pero no pudo evitar lanzar un grito ahogado cuando reparo en su piel ahora tan peculiar, pues de un lado era completamente blanca y del otro completamente negra –del lado negro, ella ya no tenía ceja–, además de que la mitad del rostro, desde el nacimiento del pelo hasta la frente y del labio inferior hasta la barbilla parecía que le habían atornillado el rostro. Era la fealdad en persona, y durante aquellos segundos –que se le antojaron como una eternidad– dejo de forcejear e hizo más fácil el que los dos hombres pudieran subirla a la camilla y empezar a atarla de manos y pies con sujetadoras de cuero.

En cuanto sintió que se ceñían a su cuerpo, recupero la consciencia y gritó. Pero sabía que nadie podría escucharla además de ellos. Los hombres sonrieron y se burlaron de ella.

–¿Recuerdas cuando era tan bonita que te provocaba cogértela?– preguntó uno de ellos y el otro asintió.

–Ahora es solo un esperpento– y seguido lanzó una carcajada limpia.

–Basta de decir tonterías– soltó la aguda voz del temerario doctor principal, mientras se acercaba con una guja y apartaba a los otros dos. El cabello negro le caía sobre el rostro pálido como una hoja de papel y unos lentes oscuros le cubrían los amarillentos y escalofriantes ojos de serpiente –Ya lárguense, porque debo trabajar.

–Sí, lord Orochimaru– dijeron los dos al mismo tiempo y se alejaron cerrando la puerta tras de sí.

Ella miró al hombre, suplicándole con la mirada que no le hiciera nada. Cuando estaba frente a ese hombre, se le ahogaba la voz y se quedaba muda. Orochimaru preparo la jeringa, extendiendo una sonrisa pos sus labios.

–Tranquila Zetsu– le dijo, mientras le apuntaba con ésta y ella sentía como el chico de cabellos blancos y ojos negros le sujetaba de los hombros e impedía que se moviera –Ya casi resuelvo todo contigo.

Ella se removía de un lado a otro, pero fue imposible evitar que Orochimaru inyectara en sus venas un líquido espeso y de color plateado, que era como si le estuvieran acuchillando por dentro, pues recorría con dificultad y lentitud su interior.

Logro gritar antes de retorcerse de un lado a otro, mientras rogaba morir en ese mismo instante, para acabar con aquel suplicio.

Dos horas más tarde, aquellos hombres volvían a arrastrarla por el pasillo. Zetsu continuaba viva, y miraba a todas partes como si se encontrara en una especie de juego giratorio. Todo eran luces de colores y destellos de un extraño matiz rojizo. La arrojaron dentro de la celda y se volvieron a burlar de ella. Zetsu se acomodo de costado, dándoles la espalda y con la mirada perdida en la distancia, escucho como ellos se alejaban. Otra vez el rasgueo de la hoja de papel, y luego una celda abrirse. Gritos y algunos golpes, y para otro la historia de ser un experimento se repetía.

Zetsu decidió dejarse de la importancia de esos momentos, ya no era ella a la que torturarían y no tendría que ponerse tensa al escuchar al hombre, porque en un día no volvían a usarte dos veces. Estaba realmente adolorida y le martilleaba el cuerpo como si ahora mismo le clavaran cuchillos por cada centímetro de su peculiar piel. Las lágrimas se aglomeraron en sus ojos y empezaron a correr, calientes y dolorosamente sobre su rostro. Su horrible rostro.

La noche se pasaba de un modo frío y por fin, sin gritos. Ni siquiera Orochimaru, podía trabajar más de doce horas. A las once de la noche las luces del laboratorio se apagaban y todo quedaba en absoluto silencio. Unos cuantos hombres se quedaban a vigilar las celdas, postrados en aquella construcción en forma de caracol que tenía la prisión.

–Ya no hay nadie. Debo de dormir– se susurraba a sí misma para arrullarse, aunque nunca lo lograba. Las manchas oscuras bajo sus ojos eran más que pruebas suficientes de ello –No seas tonta. Una vez te duermas ellos entrarán y te harán algo malo– se contradecía a sí misma. Zetsu estaba completamente segura de que antes de que la secuestraran en esa camioneta, no era bipolar. Pero llevaba un par de semanas ahí y se estaba convirtiendo en una más de los locos. –Debo de dormir, tengo sueño. Entiende que estos estúpidos te lastimarán si duermes. Además, si lo haces habrás desobedecido a Orochimaru (ese bastardo) y te castigará. ¿Me castigará? Como lo ha hecho, ¿no te acuerdas ya?...– se hizo una pausa entre aquella "discusión" –No… me importa…

Zetsu cerró los ojos y se durmió. Tuvo una pesadilla de la que no podía despertar, y para cuando abrió los ojos pareciese que ni había descansado un poco.

–Hey, mira– dijo la voz de un hombre a sus espaldas –Pronto se va a morir. ¿Cuánto crees que le quede?

–No mucho, tío– respondió burlón el otro. Zetsu, que seguía a sus espaldas se fingió la dormida.

–¿Cuánto crees que valga si puedo decir que me cogí a una subnormal como ella?– el sujeto se acerco peligrosamente a Zetsu, ella se tenso ligeramente al sentir la mano de aquel ceñirse sobre su hombro hasta el punto de que quiso chillar, pero no lo hizo, porque por el rabillo del ojo vio que éste tenía sujeto a su cinturón una pistola eléctrica. Se mantuvo quieta. –¿Eh? Ahora mismo no me importa darle una lección. Ya sabes. Por aquella primera vez que me pego en los bajos. Ya desde ahí me anda que ésta quiere acción. ¿Tú qué dices?

–Pues que le vayas dando. Apuesto a que se muere por…– antes de que el chico terminara su oración Zetsu se giraba y tomaba la pistola eléctrica del cinturón y la usaba en el cuello del que estaba más cerca. Éste se retorció antes de caer sobre el suelo, tantito encima de ella. Zetsu lo empujo con las piernas y se puso de pie. El otro la miró con sorpresa, levantando un bate de acero que hasta antes había tenido sobre la espalda –Oh, eres una zorrita muy tonta.

Zetsu echó a correr antes de que el chico pudiera cerrar la puerta y con inusitadas fuerzas le pego en la entrepierna y cuando él se doblo por la mitad le hundió la pistola en la nuca y le electrocuto. Se sintió bien al poder estar libre, y con los pies descalzos empezó a correr.

Los otros prisioneros le gritaban que los liberara, pero ella siguió andando, con lágrimas en los ojos, pidiendo perdón por no poder hacer nada. Ella solo quería salir.

–¡Por favor!– gritaban. Zetsu se detuvo y se mordió el labio. Corrió hacia atrás y tomo las llaves del segundo al que había electrocutado, (se percato de que ya no respiraba y se le hizo un nudo en el estómago) y luego empezó a abrir las otras jaulas.

Unos minutos después, treinta hombres y mujeres –con todo tipo de deformaciones, aunque unas más severas que otras– corrían por la bajada, golpeando ó esquivando a los demás esbirros de Orochimaru, dispuestos a salir. Entre dos hombres empujaron la puerta de acero y salieron en dirección a la calle.

Zetsu tomo nota mental de que estaban en una cárcel y que debían de cruzar los muros y las vallas que habían puesto los científicos para que no escaparan. Zetsu, sentía como los pies le dolían al enterrarse en su piel desnuda las piedras e intento no tropezar. Saltó un muro de ladrillos mientras en ese preciso instante se sonaba una alarma. No pudo pensar en mucho mientras se escuchaban los hombres gritar y preparaban sus armas para comenzar a asesinar sin piedad, con la ayuda de enormes luces blancas que dirigían cuando veían pasar a los prisioneros como sombras fugaces.

Los disparos se efectuaron justo cuando Zetsu cruzaba el muro y se cubría las orejas con las manos, para no escuchar nada. Cerró firmemente los ojos, pensó en no avanzar más. Pero una parte de ella, la que últimamente le llevaba la contraria le hizo abrir los ojos y arrastrarse a través de la tierra hacia la valla. ¿Estaría electrificada?

De repente, notó que entre aquella había una especie de agujero grande. Avanzo hacia ahí con lentitud y gimiendo tras los disparos y verifico si cabía por aquel hoyo. Estaba claro que alguien había escapado antes por ahí, porque también había rascado la tierra para que se pudiera pasar.

Zetsu era bastante delgada, así que con facilidad logro atravesar la valla. No se quedo a averiguar si alguien más había pasado ésta y echo a correr hacia la mata de árboles oscuros que se amontonaban en frente. Escucho más disparos, y unos muy prontos a darle, pero en cuanto atravesó los árboles y se fue perdiendo entre la oscuridad de aquel bosque, por fin se dio el lujo de suspirar ligeramente de alivio. Sin embargo, se instaba para seguir andando y correr sin un rumbo fijo, siendo arañada por las ramas y jalando de la tela cuanto los pliegues de ésta se atoraban.

Cayó varias veces al suelo, pero se levantó.

Jadeando siguió atravesando el oscuro lugar, sin poder ver donde iba, pues ya había dejado atrás las luces de las torres de aquella prisión y no había luna. A veces, se chocaba de frente con un árbol, y aunque sus adoloridas piernas pedían descansar no les dio la opción y siguió entre la oscuridad y el silencio solo roto por el viento chocar contra los árboles y el crujir de las ramas bajo sus pies.

Corrió hasta que prácticamente el aire le faltaba, y para entonces, ya distinguía las luces de la ciudad. Lejanas, pero ya las veía. No logro evitar una sonrisa de satisfacción. Miró hacia atrás, esperando escuchar que alguien más venía. Pero ni los reos ni tampoco los esbirros de aquel cruel hombre aparecieron. Zetsu apretó los labios en una fina línea al pensar que nadie además de ella había logrado escapar. ¿Sería así, ó habrían tomado rumbos completamente distintos?

Se giro hacia la carretera y corrió hasta ella.

Unas horas después, caminaba tambaleándose sobre la acera, intentando no perder el conocimiento. Había llegado a la ciudad y no importaba nada. Alguna gente gritaba y se alejaba de ella, otros se le quedaban mirando raro pero no importaba nada. Con los dorados ojos oscurecidos por el dolor, se seguía aferrando a llegar a su casa por fin.

La brisa fría le corría por el rostro y le hacía estremecerse hasta que llegó al punto en que parecía que el mismo aire le cortaba el rostro. Pero, ¿qué podía esperarse del invierno?

Anduvo durante otro par de horas antes de postrarse frente a su casa. Nunca se había sentido más llena de vid ay sonrió antes de correr y tocar la puerta con fuerza, llamando a sus padres y derramando lágrimas de alivio por seguir viva, y por ahora estar en su hogar.

–¡Padre, madre!– gritó. Las luces de la casa iluminaban una fachada más bien sencilla, y de pronto se apagaron. Zetsu frunció el ceño, sin perder la sonrisa, corrió hasta la ventana y la tocó, pensando que quizá sus padres habían ido a dormirse y no la habían escuchado. Golpeo con más fuerza –¡Soy yo, Zetsu!

No recibió ninguna respuesta. Así que se metió entre el callejoncito entre las casas y trató de meterse a la casa por la puerta trasera. Cuando logro abrirla, fue recibida por un puñetazo en el rostro que la tiro al suelo con un estrepitoso sonido, no había tenido tiempo de siquiera reconocer a su atacante. Un horrible dolor le corría por la nariz, que creía se había roto.

–No me obligues a golpearte más fuerte, mocosa– dijo una voz tan familiar para Zetsu. Ella levantó la mirada y observó a su padre. Un hombre de ojos dorados y facciones ahora severas, la miraba con odio, como si no pudiera reconocerla –¿Me escuchaste? ¡Vete de aquí, vagabunda!

Hasta ese momento, Zetsu no había recordado que había cambiado completamente. Intentó respirar tranquilamente. De pronto, la cegó una lámpara y le hizo poner el brazo sobre los ojos.

–No la golpees tan fuerte, querido. Quizá solo esté perdida– dijo la voz de su madre. Al mirarla, tanto el padre como la madre de Zetsu soltaron un grito ahogado.

Zetsu se limpio suavemente la nariz, gimiendo de dolor. Los miro con un brillo celestial en los ojos y ahogo una exclamación de placer.

–Padre…– susurro, sonriendo –Madre. Soy yo, Zetsu.

La reacción de ellos no era la que esperaba, ni por asomo. Ambos se asquearon ante tal afirmación.

–Sé que he cambiado, cielos. Deben entender, me hicieron cosas…– empezó nuevamente, intentando que comprendieran, pero su padre se acercó y empezó a golpearla.

–¡Cómo osas usurpar el nombre de mi hija, maldita loca desgraciada!– le gritaba mientras le propinaba puñetazos en el rostro (que Zetsu intentaba cubrirse con las manos mientras lloraba y pedía que parara) –¡Asquerosa!

–¡Basta, no la mates, cariño!– gritó, interfiriendo entre su esposo y (sin saberlo) su hija, deteniendo por fin el atraque. Su padre lloraba, igual que su madre, pero él se armo del valor suficiente para escupirle a Zetsu en el cabello.

–Si te vuelvo a ver por aquí, diciendo que eres mi hija, te mataré– le dijo, en un tono ponzoñoso. Zetsu se cubrió la cara con las manos, y se hizo un ovillo entre el pasto en el que siempre le gusto recostarse y sobre el cual ahora sangraba –La reconocería en cualquier parte, y tú no eres ella.

Diciendo esto jalo de la mano a su esposa y la metió a la casa, cerrando la puerta y poniéndole seguro.

Zetsu los llamó entre lamentos, pero solo logro que le cerraran las persianas de la cocina. Cuando escucho a su padre descolgar el teléfono y llamar a la policía se alejo de su casa, cojeando más que antes y sin un lugar a donde ir.

Las lágrimas de su rostro ya se habían secado mientras andaba como un fantasma por las calles, un alma en pena, eso era lo que era.

Los ruidos se fueron alejando y ella entró por fin a lo que parecía ser otro mundo. Sus padres no la habían reconocido y ya no aguantaba las piernas ni tampoco el frío. Sus dientes castañeaban y ese era el único sonido que escuchaba, cuando a las dos de la madrugada –con el cielo aclarándose poco a poco–, cayó de costado.

(0*0*0)

Se pasó una mano por los rojizos y desordenados cabellos, mientras que con la otra se aflojaba la corbata negra. Trabajar por los sábados en aquel bar era muy cansado, sobre todo, teniendo en cuenta de que el domingo no era tampoco un día de descanso. Sin embargo, le favorecía trabajar en los fines de semana. Solo así podía costear el hospedaje sin que sus notas escolares se vieran tan afectadas.

Eran cerca de las tres y media de la mañana y el cansancio era cada vez más palpable en sus finos rasgos. Tenía la nariz recta y los pómulos marcados se le veían afilados. Los adormilados ojos eran lo más llamativo de aquel chico, pues en las sombras se veían de un café grisáceo, mientras que cuando les pegaba la luz, eran de un tono gris con destellos de color miel. Sin duda, muchas mujeres habían caído rendidas tras esa mirada tan penetrante y bella, aunque él siempre se mostrara indiferente a todas las cosas que usaran para impresionarlo.

Él era de la opinión que la belleza no siempre debía consistir en algo material. En realidad, pensaba que eso solo afeaba a la gente, porque la verdadera belleza era sutil y natural. La belleza eterna, como la naturaleza. Como la luna. ¿A caso ellas necesitaban adornarse el cuello con perlas y pintarse los labios? ¿A caso necesitaban un caro vestido que pronto terminaría entre otros tantos porque según las personas, no se podían ver dos veces igual en una fiesta, reunión, en la calle, ó en la misma casa?

No. Ellas se prestaban a verse tal y como eran. Sin mascadas que ocultaran su naturaleza bella.

Siguió caminando por la calle, ligeramente pensativo de por qué estaría ésta tan sola. Normalmente a estas horas veía a chicos meciéndose de un lado a otro ó carcajeando por sandeces gracias al alcohol. El distrito Rukon se prestaba mucho a ello. Pero ahora no había nadie ahí.

No, ya va. Ahí estaba una chica tirada en el suelo, con los cabellos enmarañados. Él agudizo la vista para admitir que era una chica tirada pecho tierra y al parecer inconsciente. Negó con la cabeza y torció los ojos. Apostaba a que la pobre no sabía ni qué había pasado, y ahora mismo debía estar en el país donde los elefantes eran tricolores y que, además, bailaban y cantaban al ritmo de una canción.

Sin embargo, continúo caminando en esa dirección. Quizá pudiera hacer una buena acción y al menos correrla hasta la pared para que no estuviera a media calle, al final decidió que estaba muy cansado y que la pasaría de largo como si nada. Después de todo, a veces, se debía de aprender la lección. Cuando paso a su lado la miro de reojo, sin darle mucha importancia, hasta que reparo en la sangre que la rodeaba. Antes de poder decir nada se agachaba y la giraba hacia él.

Se sorprendió al mirar ante él la cara magullada y sangrante –además de peculiar– de Zetsu y se espantó al ver que ella no reaccionaba. La miro de arriba abajo, interrogándose sobre la peculiar apariencia de ella, y la razón de llevar puesto algo que no era más que un blusón tan raído en estos días tan fríos. Los labios de ella ya estaban ligeramente morados, pero al parecer, seguía respirando.

–¡Oye!– le grito, esperando ser escuchado. Al no recibir respuesta, le dio unos ligeros cachetes para ver si reaccionaba, pero Zetsu no abría los ojos ni decía nada. Él miró de un lado a otro, esperando encontrar a alguien con quien contar de ayuda, pero seguía sin haber nadie. Se volvió a Zetsu –¡Hey, despierta, por favor!

La dejo en el suelo y se quito la chaqueta que llevaba y se la puso a ella alrededor de los brazos desnudos y empezó a frotar con sus manos, para darle calor. La brisa le acaricio con más fuerza y lo hizo estremecerse.

–Bien…Bien… ¿qué hago?– se repetía él una y otra vez, al borde de la histeria mientras acunaba en su pecho a Zetsu y continuaba frotándole los brazos –¡Vamos, Sasori! ¡Piensa! ¡Piensa!

Normalmente, Sasori se jactaba de saber precisamente qué hacer, pero ahora no se le prendía el foco para nada. Sin muchas soluciones qué formular en su cabeza, se acomodo y levantó a la chica en sus brazos.

–Te pondrás bien– le susurro mientras andaba lo más rápido posible hacia su casa. Cuando estuvo frente a la puerta, la pateo ligeramente, esperando que sus abuelos lo escucharan. Momentos después de seguir pateando, una mujer anciana ya abría la puerta, en bata y con un paraguas en la mano, bastante cabreada, pero al mirar a su nieto con la chica en brazos lo dejo pasar –Gracias, abuela.

–¿Sasori? ¿Qué ha pasado? ¿Quién es ella?– le preguntaba la anciana mientras Sasori dejaba a la chica en el sillón de la sala.

–No lo sé. Estaba tirada en medio de la calle– respondió él, acomodando un cojín bajo la cabeza de Zetsu –No he podido dejarla ahí al ver cómo estaba, abuela Chiyo.

Ella asintió y fue corriendo al teléfono de la casa para marcar al 911. En ese momento, Sasori se reprocho no haber hecho lo mismo, porque llevaba celular. Pero justo después decidió que alguno de ellos habría cogido un buen resfriado, y además, ella no estaba en condiciones de quedarse ahí nada más. Su abuela cruzó unas palabras con el teléfono y luego colgó, alegando que subiría por una manta, pues Zetsu seguía temblando.

Mientras su abuela se iba, Sasori se quedo mirando a la chica. Tenía un rostro muy peculiar, la pobrecita. Seguro despertaba las burlas de las personas, y sin embargo… Zetsu abrió ligeramente los ojos, como si todavía no acabara de despertar de un sueño. Miró a Sasori con sus ojos dorados y él se quedo sin aire. Por un segundo, todo se detuvo. Era una mirada destinada a partirle el corazón a cualquiera, y al mismo tiempo, tan hermosa que Sasori tuvo que parpadear rápidamente para asegurarse de que no estaba soñando.

–No… ¿quién…eres…?– susurro Zetsu con apenas fuerzas, intentando alejarse de Sasori. Él despertó de sus ensoñaciones y la sujeto suavemente de los hombros, apenas rozando su peculiar piel –¿Dónde…estoy?

–Shhh– le susurro, sonriéndole –Mi nombre es Sasori, ¿Puedes decirme cómo te llamas?– Zetsu negaba con la cabeza, como si no terminara de creerse que él no quisiera hacerle daño, pacientemente Sasori le sujeto la cabeza y le acaricio las mejillas con los pulgares –Estarás bien. No te preocupes. No te haré nada malo.

Ella le miró con los ojos anegados en lágrimas que el pelirrojo advirtió casi enseguida.

–Zetsu…– susurro ella, débilmente –Mi nombre… es Zetsu…

Sasori la miró entre curioso y preocupado.

–Zetsu– susurro sin apartar las manos del rostro de ella –Qué bonito nombre.

Para entonces Zetsu había dejado caer de lado su cabeza y dormía con la respiración más normalizada. Sasori se apresuro a separarse del hechizo que le había causado la mirada de ella y corrió a la chimenea, prendió el fuego y después, con ella todavía en el sillón lo arrastro hasta el fuego y dejo que ella se calentara.

Minutos después llegó una ambulancia y los paramédicos bajaron con una camilla.

–¿Alguien viene con nosotros, es familiar suya?– preguntó uno de ellos. Chiyo negó con la cabeza.

–No es nada de nosotros, mi nieto la encontró en la calle y la ha traído– contestó. Sasori miraba como los hombres observaban horrorizados a Zetsu y la subían a la camilla como si fuera una especie de insecto horrible. Frunció el ceño –¿Estará bien?

–Sí, supongo que sí– contestó el hombre, mirando sobre su hombro a sus compañeros –Haremos todo lo posible por ver quién es y qué le ha pasado.

–Dijo que su nombre era…– Sasori agito la cabeza, cruzado de brazos y se corrigió: –Es, Zetsu.

–Ya veo– dijo el hombre asintiendo –Buscare registros. Nos iremos.

–¡Aguarde!– interrumpió Sasori, dejando caer los brazos a los costados –¿Necesita que vaya alguien? Yo lo hago.

–No es tan necesario. No eres familiar…

–No. Quiero hacerlo– respondió Sasori, firmemente. No sabía por qué lo hacía, pero no soportaba que esos hombres la miraran con asco, no fuera a ser que le hicieran daño al dejarla caer por mantenerse alejados. Miró a su abuela –Vengo al rato.

–Sasori…– susurro Chiyo, sorprendida en demasía por la disposición de su nieto.

–Bien. Vamos– cortó Sasori, dándole una sonrisa a su abuela y caminando hacia la ambulancia, subiendo a ella.

(0*0*0)

Zetsu abrió los ojos nuevamente y miró el techo blanco que estaba frente así. Se removió de un lado a otro, pensando que estaba a merced de Orochimaru, casi podía verlo llegar con una jeringa. Se sorprendió al hallarse libre. Antes de ponerse de pie y echar a correr, una chica de pelo rubio la sujeto y la echó sobre la cama.

–Tranquila, está bien. No pasa nada– le decía en tono tranquilizante, Zetsu gritó, histérica –Tranquila Zetsu chan. Mi nombre es Ino…

Zetsu identifico por fin que el lugar no se parecía en nada al consultorio de Orochimaru y se relajo un poco, aunque todavía respiraba entre cortadamente, se tranquilizo al ver que no estaba atada y que en vez de una mesa con instrumentos filosos, se encontraba una mesa con unas hermosas flores iris azules, que parecían zafiros. Recién las habían bañado con agua y escurrían gotas de rocío. No había visto nunca nada igual.

–¿Ya?– preguntó Ino, sonriéndole amablemente a Zetsu –Está bien. ¿Quieres un poco de agua? Debes estar sedienta.

La chica le ayudo a sentarse erguida y le dio de beber un poco de agua fría. Zetsu la bebió prácticamente de un trago. Ino la miro con una triste sonrisa.

–Bien– dijo mientras Zetsu le daba el vaso y ella lo ponía en una charola –Iré con la doctora Tsunade a avisarle tu mejoría. ¡Uau! Llevas un par de días dormida, se alegrara al verte. También tu amigo– añadió en tono ligeramente cohibido. Zetsu la miró, sorprendida –Ah. El chico que te trajo estas flores– anunció ella con una sonrisa, mientras sacaba de entre las plantas un pedazo de papel que le extendió a Zetsu –¡Está que arde, y es todo un caballero! ¡Tienes tanta suerte! Bueno, tengo que cumplir con mi deber, si necesitas algo puedes llamarme usando este botoncito rojo. Nos vemos.

Zetsu la vio marcharse, y cerrar la puerta. Le prestó atención a la nota que le había dejado en las manos. La caligrafía de quien la había escrito era fina y tipo manuscrita. No tenía borrones y estaba muy elegante. Leyó repetidas veces el contenido.

Espero que se sienta mejor. Es día escolar y no me es posible quedarme mucho tiempo. Le vengo a visitar más tarde a ver cómo sigue. Ojalá le gusten las flores, en realidad, creo que animan esa insípida habitación. Con mis más sinceros deseos de que se recupere: Akasuna no Sasori.

El pelirrojo vino a su mente y se sonrojo violentamente. ¿Era ese chico? ¿En serio? Reparo en el espejo que había frente a ella y su pequeño momento de euforia se destruyo al observar sus horribles rasgos. Las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojos y a derramarse sin control alguno.

Dejó que la nota se perdiera entre los pliegues de las sábanas blancas y se escondió debajo de ellas, avergonzada y deseando que todo hubiese sido un sueño. Recordó cada momento que había pasado las últimas semanas, y creyó que nada podría aliviarle el dolor. Lloro amargamente hasta que alguien llegó.

Sasori iba vestido con un chaleco beige y una camisa blanca de manga larga, un pantalón azul marino y una corbata que igual que antes ya había aflojado. En sus hombros llevaba una mochila negra con rojo, con un peculiar broche de una nube roja sobre un fondo negro.

–Buenas tardes– le dijo la voz serena y tranquila del pelirrojo. Ella ahogo sus sollozos y se escondió más entre la ropa de cama –¿Está despierta? ¿Se siente mejor?

¡Vete! ¡Por favor!le gritó, molesta y con la voz quebrada –¿No ves que quiero llorar, maldita sea?

El pelirrojo arqueo las cejas, sorprendido ante los cambios de tonalidad que sufría la chica.

–Lo siento– susurro, parpadeando rápidamente –Solo he pasado a ver si estaba bien.

¡Yo estoy bien, así que vete, idiota!– le gritó. Sasori la miró ofendido. Justo antes de que se diera media vuelta, ella volvió a decirle con tono suave –¡No te vayas! Lo siento… yo…

–¿Es a caso que eres bipolar?– preguntó él, observándola bajo la mata de ropa de cama, ella se quedo en silencio, lo que él tomo por sí –¡Vaya! Qué interesante.

No es interesante. Es malo. Demasiado, joder. Soy además de subnormal por fuera, psicológicamente. ¡Soy un monstruo! ¿Qué vienes a hacer aquí?

Sasori, no sabía por qué había sonreído. Dejó la mochila en un rincón de la habitación y se sentó en un banco que había por ahí cerca.

–Mi nombre es Sasori. Y fui quien te encontró, ehm… en la calle.

Zetsu bajó las sábanas y lo miró con aquellos ojos. Sasori contuvo la respiración y sintió que todo su ser temblaba de pies a cabeza.

–¿Eres… de verdad el que me mando las flores?– preguntó en un susurro. Sasori asintió –¿Por qué lo hiciste? Yo no te conozco ni nada.

–Creí que sería un lindo detalle– respondió él, sonriendo de lado –¿no lo fue?

Zetsu las miro y se sonrojo violentamente.

–Sí…– susurro.

Hubo un silencio entre ambos. Zetsu no dejo de mirar a Sasori ni él a ella, lo que le producía vergüenza.

–Qué bonito cabello tienes– le dijo de pronto el pelirrojo, en un intento de hacerle sentir segura.

Es una horrible mierda.

–Quizá cuando no estaba peinado. Pero ahora es lacio y brillante.

Pero soy horrible– respondió, metiendo la cabeza en su refugio de tela blanca –No quiero que me veas.

Sasori frunció el ceño.

–¿Te hicieron algo?– preguntó, preocupado. Zetsu se mordió el labio inferior. Al no recibir respuesta Sasori intentó volver a regresar al tema de animarla a salir (se sentía incómodo hablando con lo que uno clasificaría " la pared del hospital") –Y muy bonitos ojos.

Ya déjate de tonterías– fue lo único que respondió ella. Sasori sonrió. Puede que fuera difícil, pero estaba dispuesto a hacer salir a esa chica de esa mata de sábanas así estuviera el resto de la noche ahí.

No sabía por qué le interesaba tanto. Lo único que comprendía, era que no había podido dejar de pensar en ella desde que salió del hospital hacia su casa y a la escuela. Era una extraña sensación cálida y agobiante al mismo tiempo, como si le hubieran puesto un mapache encima del pecho. Había estado sonriendo todo el día, e incluso había espantado a sus amigos –aunque en ciertos momentos se había quedado mudo y serio, pensando en si Zetsu estaría bien–, era ridículo. De verdad que sí.

Pero no le importaba, mientras viera los ojos de Zetsu una vez más.

TO BE CONTINUED.


OwO Este capítulo ha terminado. Espero que haya sido de su agrado y que si les ha gustado dejen un comentario para que la historia no solo siga, sino para que además, apoyen esta noble causa que ha iniciado nuestra sempai Deidara-Inuzuka OoÓ. Sugerencias, comentarios, tomatazos, en un review. Nada les cuesta dejar unas pocas líneas =.=U

Matta ne~