Disclaimer: La historia le pertenece a Ai-08 (también autora de "Querido Diario"). Los personajes le pertenecen a Himaruya. La traducción es mía.

OXOXO

CAPITULO UNO

Alfred abrió la puerta frontal de su casa tan silenciosamente como pudo y asomó la cabeza para ver si no había moros en la costa. Mientras hiciera los cuatro o cinco pasos que separaban la puerta de la escalera, sería libre y nadie se enteraría de que se había pasado dos horas de su toque de queda. Miró de derecha a izquierda.

La luz de la sala estaba encendida, pero no había nadie allí. Escuchó suaves voces provenientes de la cocina, pero estaba seguro de que si era lo suficientemente callado y rápido, no lo atraparían.

El adolescente respiró profundo y abrió la puerta lo suficiente como para pasar a través. Dio un paso, entonces otro; ¡Ya estaba a medio camino! ¡Dos pasos más y sería libr-!

—¿Dónde demonios has estado por sólo Dios sabe cuántas horas?

Mierda. Alfred puso su mejor cara de "no sé de qué estás hablando" y le sonrió a su padre.

—¡Hey, papá!, lo siento por llegar tarde. No pasará de nuev-.

—Soy muy viejo como para caer en tu historia de gallos y toros, muchacho —le cortó Arthur. Vigilándolo desde lo bajo para obtener una mejor perspectiva de él, le dio una última mirada a su hijo —. Has estado bebiendo —con evidente disgusto en su voz.

No era una pregunta y Arthur no dejó lugar para discusiones, silenciando así cualquier excusa que pudiera haber dado el joven.

—Aun tengo mis contactos —dijo el mayor —. Sube las escaleras y ve a la cama; discutiremos esto en la mañana.

—¡No es como si la escuela estuviera tan cerca! —Alfred rodó los ojos.

—Dije que los discutiríamos en la mañana —dijo Arthur, poniéndole fin a la conversación. Alfred se dio la vuelta y empezó a subir las escaleras —. Y no te atrevas a golpear la puerta —le dijo al final.

Alfred le dio vuelta al pomo y cerró con un portazo, sólo para molestar a su padre. Suspirando, se sentó en su cama, pateó sus zapatos para quitárselos y arrojó lejos su abrigo, sin importarle donde aterrizarían.

—¿Por qué debería escucharte? —se las arregló para balbucear antes de quedarse dormido —. No es como si fueras mi verdadero padre…

OXOXO

Alfred despertó a las ocho am de la mañana siguiente (gracias a su despertador) con un leve dolor de cabeza y la boca extremadamente reseca. Se había dormido con las gafas puestas (de nuevo), pero por suerte estas estaban ilesas, lejos de él. Se las puso y, dándose cuenta de que se había dormido con la ropa de ayer, buscó una camiseta limpia y unos bóxers.

A las ocho con cinco minutos ya caminaba hacia las escaleras y casi tropezó con el muñeco de peluche en forma de pez de su hermana pequeña. Lo cogió por una de las deshilachadas aletas y se lo llevó con él hasta la cocina, donde, a juzgar por el olor a té y crepes, estaban sus dos personas menos favoritas.

—Marine —dijo mientras le ponía el juguete en las manos a la pequeña —. Tienes que parar de dejar tus mierdas en la escalera. Casi me matas, niñita.

Marine se rió y se disculpó, abrazando el muñeco de peluche contra su pecho.

—Vigila tu lenguaje cerca de tu hermana —le reprendió Arthur detrás del periódico, sin molestarse en apartar la vista del artículo que estaba leyendo para saludar apropiadamente a su hijo. Alfred rodó los ojos.

—Buenos días a ti también, anciano.

Ante la insolencia, Arthur cerró el periódico y le lanzó al menor una mirada de advertencia.

—Estás ya en agua caliente, muchacho. Rompiendo el toque de queda y regresando a casa… —le echó un vistazo al miembro más joven de su familia y se detuvo antes de decir "borracho". Se aclaró la garganta y siguió —. ¿De verdad quieres agregar la falta de respeto a tu larga lista de delitos?

Alfred estuvo a punto de replicar con algo parecido pero Francis le cortó.

—¿Tiene que empezar el día siempre de esta misma forma? —suspiró Francis mientras ponía un plato en el centro de la mesa.

—Bueno, tal vez si él dejase de ser un…

—Si Alfred aprendiera a respetar aunque sea un poco…

—¿Podrían los dos fermes les bouches y comer? —protestó entre dientes. Cada mañana era lo mismo. Por supuesto que Arthur y él tenían disputas, pero al menos ellos esperaban hasta que el desayuno hubiera acabado—. Son de melocotón y moras —señalando las crepas —, ahora coman.

Arthur miró con desprecio las deliciosas crepas.

—No veo por qué debería ser forzado a comer esta basura cada fin de semana, frog.

—Ah rosbif… ¿No nos habíamos puesto de acuerdo ya para no pelear frente a les enfants?

Marine tiró la manga de la suave camisa de seda de Francis.

—¿Qué pasa, ma coeur? —preguntó con dulzura.

—No podemos comer aun, papa. Mattie no está aquí.

Arthur y Francis parecían conmocionados con esta noticia y miraron alrededor, ambos haciendo conteo mental.

—Se buena y ve a buscar a tu hermano, querida —le ordenó el inglés.

Marine se fue dando saltitos fuera de la cocina, llamando a Mathew con todo el poder de sus pequeños pulmones.

Alfred puso los ojos totalmente en blanco. Si no hubiera llegado tarde al desayuno, no se hubiera quedado a escuchar el final de la misma. No es que estuviera celoso de Mathew, pero parecía como si su hermano tuviera la habilidad para salirse siempre con la suya. El que a Arthur no le importara, y mucho menos que no se diera cuenta que Math rompió el toque de queda (algo que nunca había hecho)… Simplemente era injusto.

—Entonces, ¿Cuál es mi castigo? —preguntó el de anteojos con fingido interés. Tomó dos crepes y se metió un gran bocado, esperando a que Arthur le contestara.

El mayor tomó un sorbo de su té, mientras le lanzaba a su hijo una mirada mitad irritación, mitad dececpción.

—Alfred —empezó—, te falta humildad y respeto…

—Aprendí del mejor —intervino el menor con una sonrisa arrogante bien puesta.

—No te estás ayudando, cher —dijo el galo aunque no pudo suprimir una pequeña sonrisa divertida. Esos dos eran exactamente iguales, que de hecho, era una lástima ya que esto provocaba que no se pudieran llevar tan bien. El rostro de Arthur empezó a ponerse rojo de ira.

—No voy a soportar más tus insolencias, Alfred —advirtió el inglés —. Hasta que decidas crecer y dejar de comportarte como un niño voy a seguir…

—¿Qué? ¿Castigándome? —resopló. Había escuchado ese discurso tantas veces que ya podía recitarlo de memoria —. "Alfred, eres una decepción. Alfred, eres un inmaduro. Alfred ¿por qué no puedes ser como tu hermano? Alfred, no sabes escuchar. Hasta que aprendas la lección estarás castigado, young man".

Arthur sonrió ante la imitación.

—No, no te estoy castigando, ya que eso nunca funciona contigo.

Alfred levantó una ceja ante ese comentario, intentando mirar al anciano como si todo esto le causara gracia, pero sintió como se le apretaba el estomago. Esto era nuevo ¿qué estaría planeando Arthur? Por la mirada es su rostro, no era algo bueno.

—Hasta que aprendas un poco de respeto, confiscaré todos tus videojuegos y consolas —impuso. Alfred rodó los ojos, seguro iba a ser un asco, pero siempre podría ir donde Kiku y… —. Y voy a llamar a la señora Honda para hacerle saber que no tienes permitido jugar videojuegos por el momento.

Alfred se levantó de la silla de un salto.

—¡Eso es completamente injusto! —gritó — ¡Nunca le haces esto a Math!

Como si una señal fuera, Mathew y Marine aparecieron en el pasillo hacia la cocina. Francis, que fue el único en verlos, sacudió la cabeza. Mathew se mordió el labio, mirando a Arthur y a su hermano. Suspiró y se llevó a Marine antes de que pudieran llegar a la estancia.

—Siéntate, Alfred —ordenó Arthur pero este no se movió —. Siéntate —repitió amenazadoramente.

Cher, escucha a tu padre —pidió Francis con dulzura.

Pasó un largo momento hasta que Alfred escuchara. Se sentó de nuevo y deliberadamente apartó la cara de los dos hombres frente a él, cruzando sus brazos con fuerza contra su pecho.

—Me doy cuenta de que tus problemas de conducta son en gran parte por mi culpa —prosiguió Arthur —, por eso, de ahora en adelante voy a tomar un papel más activo en tu vida.

Alfred resopló.

—Ajá, como si tuvieras tiempo para eso…

Pero Arthur continuó hablando como si no le hubiese escuchado.

—Todos los días después de la práctica de futbol vendrás a la oficina a hacer tu tarea y a ayudarme. Esto no es parte del castigo, Alfred —añadió, hablando con suavidad —. Es para que desarrolles tu sentido de la responsabilidad. Of course, también vas a recibir un pago…

Alfred se puso de pie de nuevo, sin escucharle más, molesto. Su silla se tambaleó por un momento antes de caer hacia atrás mientras el menor salía de la cocina y subía las escaleras. Se puso ropa, un abrigo pesado y tomó sus llaves. Cuando se dirigía a la entrada principal se encontró con un avergonzado Mathew.

—Saldré por un momento —le murmuró —. No me llames.

OXOXO

Media hora más tarde, Alfred se encontraba en la carretera hacia la ciudad. Sacó su móvil para fijarse en la hora (la hora en su auto nunca estaba bien) y notó que tenía cinco llamadas perdidas y dos mensajes de voz, todos ellos de su casa. Puso en teléfono en altavoz y reprodujo los mensajes.

Alfred, entiendo que estés enojado conmigo —se escuchó la cansada y agraviada voz de Arthur. Hubo una pausa larga —. Mira, entiendo que las cosas entre nosotros no han sido grandiosas. Pero créeme que soy… que lo intento. Tal vez he sido demasiado duro… —otra pausa —. Alfred, vuelve a casa. Necesitamos hablar.

—No tengo que decirte ninguna maldita cosa —dijo el chico en voz alta. El siguiente mensaje empezó.

¡Alfred, si no vienes a casa en este mismo instante haré mucho más que quitarte tus videojuegos! ¿Entiendes? Estoy harto de tu desobediencia y temeridad. Trae tu trasero a casa. ¡Ahora!

—Muérdeme —le dijo a su teléfono y eliminó los mensajes.

Miró de nuevo la hora. Eran casi las diez de la mañana. Seguramente alguno de sus conocidos estaría ya despierto. Sin prestar atención al camino, se puso a revisar sus contactos… Y en un instante había chocado a alguien por detrás.

No se había pasado de 25 millas por hora (gracias a dios), pero el impacto había sido lo suficientemente fuerte como para accionar la bolsa de aire.

—¡Hijo de puta! —maldijo empujando la bolsa de aire. Finalmente se deslizó hacia abajo y miró por la ventana para evaluar los daños. Su camioneta se veía ok, pero no podía decir lo mismo del pequeño convertible frente a él.

De repente se escuchó un tap tap distintivo en la ventana más lejana a su lado y cuando se volvió hacia ella se encontró cara a cara con un hombre terriblemente alto en traje de negocios, estaba sonriéndole.

Tragó saliva y le miró, dándose cuenta de que ese era el dueño del auto que había golpeado. Desvió la mirada al convertible y tragó saliva otra vez. Era el dueño del auto súper caro que había golpeado.

El tipo le indicó que rodara la ventanilla y este lo hizo de mala gana.

—Tal vez si no hubiera estado tan ocupado enviando mensajes de texto se habría fijado en la luz roja, da? —amenazó el hombre disfrazándola de pregunta, su profunda voz tenía un marcado acento ruso.

Alfred puso su mejor sonrisa.

Man! ¡Lo siento mucho! Tienes razón, fue totalmente culpa mía, ¡voy a pagar todos los daños! —a pesar de la sonrisa, internamente estaba sobrecogido. Nunca llegaría a escuchar el final del sermón de su viejo…

El rostro del desconocido permaneció fríamente alegre, esto hizo que el estomago de Alfred sufriera un vuelco. El ruso se echó a reír.

—Es una lástima porque yo sé que no puedes permitirte el lujo de pagar el reemplazo de mi parachoques, ya que el artefacto que estás conduciendo parece ser más oxido que cualquier otra cosa.

Alfred tomó eso como la máxima de las ofensas. Había trabajado dura y arduamente en su camioneta, eligiendo cuidadosamente las piezas correctas y ensamblándolas amorosamente él mismo. La había construido de abajo hacia arriba, y nadie, ni siquiera ese hombre que se había encontrado, iba a hablar basura de su bebé.

—Tal vez si dejaras de gastar tu dinero en porquería extranjera y consiguieras un buen auto americano, no estaríamos en "un problema" —él le hacía ponerse furioso. El mayor se rió de nuevo.

Da, pero los autos americanos son feos, y además, eso no te hubiera impedido destruir la parte trasera del auto ¿Verdad, niño tonto?

La luz del semáforo se puso en verde y los conductores a su alrededor empezaron a sonar las bocinas y a rodearlos. El rostro de Alfred estaba enrojecido por la ira y la vergüenza; podía sentir a todo el mundo mirándolos, y si el estúpido chico extranjero no había llamado ya a la policía, estaba seguro que alguien más sí por no salirse de la carretera.

—Estamos bloqueando el tráfico —dijo Al, tratando de mantener la calma.

El mayor lanzó una mirada sorprendida alrededor, como si hubiera notado ese hecho por primera vez.

—Lo estamos haciendo —se rió.

El menor tuvo la clara necesidad de estrellarle el puño en la cara, tal vez así cambiaría de expresión.

—Así que, ¿vas a llamar a la policía o no? —preguntó bastante fastidiado.

El hombre se dio unos golpecitos en la barbilla con el dedo, pensando.

Net, creo que no será necesario —le respondió —. Pero me gustaría muchísimo echarle un vistazo a tu licencia de conducir.

Alfred rodó los ojos, pero metió la mano en su bolsillo trasero y sacó su billetera. Se deslizó fuera del auto y se la entregó al ruso. Este lo miró por un segundo y se lo metió en el bolsillo.

—¡Eh! ¡No puedes simplemente-! —empezó a protestar pero el ruso no le prestó atención, regresando a su auto y poniendo en marcha el motor.

Alfred no tuvo más opción que seguirlo.

OXOXO

El americano sintió como si hubiera estado en una persecución inútil. El auto del estúpido ruso, obviamente, no estaba tan golpeado (ok, la defensa sí que había quedado doblada y torcida, pero no es como si le hubiera sacado chispas al hacerlo volar sobre la carretera o algo), estaba en las perfectas condiciones para volver al camino.

Tres salidas, dos luces rojas y un giro a la izquierda, y Alfred se encontró en el estacionamiento casi vacío de un restaurante. Él no era un chico muy observador, pero sabía que algo no encajaba en esta situación. ¿Qué clase de hombre tomaba a un chico para ejecutarlo en el parqueo de un restaurante?

—¡Un asesino en serie! —exclamó —¡Oh dios mío, le choqué el auto a un asesino en serie!

Al instante cerró las puertas. No habría forma de que el asesino ruso lo atrapara, a menos que destrozara las ventanas con bate de beisbol, o algo así. Palideció al instante y se llevó su auto fuera del estacionamiento, con la intención de largarse. Había sido tonto el seguirlo, no necesitaba tanto su licencia. Perfectamente podía haber ido al DMV más tarde y conseguir una nueva y que no lo mataran y todo estaría ok.

Comenzó a conducir con todo esto en mente pero el ruso le estaba bloqueando el camino. Alfred lanzó un (muy varonil) chillido y pisó el freno. El mayor sonrió y le hizo una seña para que rodara la ventanilla. Alfred no supo por qué, pero lo hizo.

—No estabas planeando marcharte, ¿verdad?

El de anteojos le fulminó, mas no le contestó nada. El ruso se acercó al lado del conductor y extrajo de su maletín unos papeles. Se los tendió a Alfred, que los tomó a regañadientes.

—¿Qué es esto? —preguntó mientras pasaba las hojas de una en una, pero habían tantas palabras que no se atrevió a leerlas.

Sin embargo, en la última página, había una firma y debajo de ella un nombre impreso. El nombre era Ivan Braginski.

—¿Eres Ivan Bra-… Brasierloquesea? —preguntó el de anteojos, siempre con mucho tacto. La sonrisa del más alto pareció volverse aun más siniestra.

—Braginski —corrigió con falsa alegría.

—Cómo sea, ¿de qué son estos papeles? —preguntó lleno de curiosidad.

—¡Oh! Si firmas la última página te liberaré de toda y cualquier responsabilidad financiera por el naufragio.

Alfred, desconfiado, frunció el ceño.

—¿Por qué tengo que firmar unos papeles para eso?

Ivan se rió, divertido.

—Es sólo papeleo, aburridas cosas legales. No tienes por qué preocuparte por ello.

El estadounidense pensó en ello por un momento. Era obvio que no era buena idea firmar los papeles que un extraño te había dado, pero si con ello se desenganchaba del problema y no tenía que pagar los daños y no escuchar a Arthur…

—Dame una pluma —pidió, tomando la decisión en dos segundos.

Ivan era más que feliz de proporcionársela. Así que Alfred firmó rápidamente los papeles y se los devolvió. El ruso los guardó con rapidez.

—Así que… ¿Me puedo ir ya? —preguntó el menor, todo sonrisas y feliz de salir de este predicamento a lo Scott-free.

La sonrisa de Ivan no hizo más que ensancharse.

—No lo creo —respondió mientras ponía una mano en la puerta de la camioneta del americano, como para que se mantuviera en su lugar. Alfred sintió los pelos de su nuca erizarse.

—¿Q-qué quieres decir?

—He dicho que estarás libre de toda la responsabilidad financiera —explicó como si estuviera hablando con un niño pequeño —. Pero todavía tendrás que pagarme, da?

Alfred se sintió casi temeroso como para preguntar, pero lo hizo de todos modos…

—¿Cómo? —¿en realidad quería saberlo?

Al principio Ivan no dijo nada. Alfred, casualmente, miró directo a la cara del hombre a su lado y notó, que la sonrisa no llegaba a sus ojos.

Finalmente el ruso le respondió.

—Me hace realmente feliz el que preguntes.

OXOXO

Nota de la autora: Marine es Seychelles. Su nombre significa "del mar" en francés. Con respecto a la personalidad de Arthur y Alfred… Piensen en Arthur en sus días de la colonia, y, bueno, Alfred es sólo un quejumbroso adolescente. No fue lo suficientemente castigado de pequeño, lo juro. Pero no se preocupen, no se va a comportar como un bebé grande por siempre.

Historias de gallos y toros: es una forma de decir que lo que te cuentan no es creíble. Igual a como cuando te sueltan un "Ahora cuéntame una de vaqueros".

En agua caliente: que ya estás en una mala situación y que no te puedes salir de ella.

Fermes les bouches: cerrar la boca, literal.

Bra: Alfred confundió el apellido de Ivan con "bra" de sujetador. Pero al traducirlo se perdía el chiste, así que lo dejé en brasier y no sujetador.