Disclaimer – SCC pertenece a CLAMP y... lo de la trama es complicado. En un principio, este fic iba a ser una adaptación del fic de amatista1986, pero no ella no quería que copiara y pegara su fic, así sin más. Acordamos que yo redactaría a mi manera el fic, añadiendo detalles propios, pero la idea básica es suya.
¡Disfruten de la lectura!
Capítulo I - La mujer que habita en mis sueños
Edward abrió los ojos sobresaltado. Miró el reloj, cuyas manecillas le indicaron que faltaba aún más de una hora para que empezaran las clases. De todos modos, un tímido rayito de sol entraba por la ventana, iluminando tenuemente la habitación. Era un fenómeno muy, pero que muy raro en Forks, pero el joven tenía preocupaciones más importantes que no tenían nada que ver con los fenómenos atmosféricos.
Había vuelto a soñar... No sería nada extraño si no fuera porque siempre soñaba lo mismo, una y otra vez.
Se percató de que tenía un peso muerto sobre las piernas. Su perro, Jacob, había vuelto a subir a su cama mientras él dormía. De hecho, el animal seguía durmiendo.
–Ojalá pudiera dormir como tú, amigo mío –murmuró el joven tocándose las ojeras con la punta de los dedos.
Jacob alzó las orejas, pero no dio muestras de querer abrir los ojos. Resignándose a no volver a dormir, decidió levantarse y prepararse para otro día de instituto. Entró en la ducha y se puso debajo del agua, relajándose totalmente.
Ya llevaba cuatro años en Forks... No le gustaba la bulliciosa vida de Chicago, donde todo el mundo le reconocía por la calle, interesándose sólo en su aspecto, en su vida social, en sus amoríos... Su padre había muerto cuando él apenas contaba con siete años, en una de las últimas epidemias de gripe española que asolaron la ciudad.
Fue un golpe terrible para su madre, Elizabeth, que nunca volvió a recuperarse de la muerte de su marido. Ni siquiera para ocuparse adecuadamente de su único hijo, que siempre estuvo a cargo de severos maestros, cuya función era prepararle para asumir el cargo que había dejado su padre al morir: la dirección de una de las mayores empresas familiares del mundo: Masen's Corporations.
Nunca volvió a tratarle del mismo modo. Nunca volvió a abrazar a Edward con el cariño de antaño. Ahora era todo sobre el futuro de Edward al frente de la empresa, para lo cual le habían preparado desde la muerte de su padre. Su madre se había hecho cargo de la empresa hasta que Edward estuviese preparado. Los maestros eran muy duros, y le exigían cada vez más al niño. A cada exigencia suya, Edward se volvía más y más cerrado en sí mismo. Al final, harto de todo, explotó delante de su madre, negándose a continuar viviendo en Chicago. Elizabeth no le contestó. Cogió su teléfono y arregló el traslado de su hijo, tan fríamente como habría cerrado un contrato.
Edward nunca se quejó de su mudanza. Estaba bien en el pueblo. No podía negar que no se podía guardar un solo secreto, pero vivía en un semi-anonimato, y eso le gustaba. Pero tampoco negaría que empezó a sentirse tan solo que, al encontrar a un pequeño cachorro abandonado en la reserva india, lo adoptó de inmediato.
Salió de la ducha media hora después. Se puso el uniforme. Refunfuñó por lo bajo pensando que era una tontería que al Consejo Escolar le hubiera dado por que sus alumnos vistieran un uniforme, ya que el Instituto de Forks era el único instituto de todo el pueblo. De hecho, desistió de ponerse la corbata: la camisa blanca y los pantalones negros, tan típicos, ya le daban un aspecto bastante estúpido. No hacía falta añadir además una horrorosa corbata verde caqui.
Tomó un desayuno fugaz, a base de tostadas y zumo. Le sirvió la comida a Jacob, que le había esperado con impaciencia, ladrando y agitando la cola.
Comprobó la hora en su reloj: apenas faltaban quince minutos para que empezaran las clases. Cogió su mochila y, cuando apenas había puesto un pie en la acera, dio media vuelta y entró de nuevo en su casa.
Recogió unas gafas grandes, con cristales de culo de botella; las gafas perfectas para un empollón. Él no lo era desde luego, pero había descubierto que, si se ocultaba detrás de unas gafas como aquellas, la gente le dejaba en paz más rápidamente. O que se acercaban con buenas intenciones, o que no se acercaban a él por ser el hijo del fallecido Edward Masen.
–Bueno, yo me voy, Jacob. Cuida bien de la casa.
El perro agitó la cola, soltando un ladrido para indicar que ya le había escuchado. Edward sonrió de lado y cerró con llave. Caminó con lentitud hacia el instituto. Al llegar a la siguiente calle se encontró con su vecina, una mujer ya mayor, amable y sincera.
–¡Oh, Edward! –rió alegremente la señora al verle–. Qué gusto verte. ¡Hacía ya tiempo que no te veo por aquí!
–Buenos días, señora Weber.
La señora Weber estudió con atención las ojeras de Edward.
–Tienes muy mal aspecto, jovencito. ¿Tienes problemas para dormir?
–No es nada, se lo aseguro. Simplemente estoy sufriendo algo de insomnio.
La mujer empezó a reírse disimuladamente.
–Oh, ¿es por alguna muchacha?
–No, en absoluto –mintió Edward con ligereza–. La veo otro día,
''Si supiera lo acertada que está'' pensó el muchacho alejándose de su vecina.
En esos momentos era cuando echaba de menos a Eleazar, el novio de su prima Carmen. Había sido su mejor amigo desde que eran pequeños, pero tras su mudanza se habían distanciado. De hecho, echaba de menos a todas sus primas: Tanya, Kate, Irina y Carmen. No tenía hermanos ni hermanas, y desde siempre se había unido mucho a ellas, ya que todos eran de una edad parecida. Tanya, Kate e Irina era trillizas y habían nacido un año después de él. Carmen era tres años menor que Edward, pero Eleazar, su novio desde los quince de ella, tenía un año más que él. Los tíos de Edward no estaban muy contentos, pero no les quedaba más que confiar en el criterio de su hija (sólo Edward sabía que, en la charla privada que sostuvieron, Carmen amenazó con irse de casa si no la dejaban en paz).
Se visitaban en las fechas más importantes del año: Navidad, Pascua, en los cumpleaños... Pero aún así los echaba de menos. A su madre la veía aún menos, pero no se quejaba. Desde la muerte de su padre no habían vuelto a comunicarse abiertamente, sin barreras de por medio, exceptuando su explosión de rebeldía, claro.
Llegó al instituto más temprano de lo normal. Entró en clase y se sentó en su sitio, al fondo de la clase, en una de las esquinas.
Una mano se posó en su hombro.
–No has dormido bien esta noche, ¿me equivoco?
–No, amigo, no te equivocas –suspiró Edward cansado.
Se trataba de Jasper Whitlock, su único amigo en el pueblo. Era algo más alto que Edward, muy rubio y pálido. Era muy albino, pero sus ojos eran de color negro, contrastando con el resto del conjunto.
Al momento entró una muchacha saltarina, con una amplia sonrisa. Tenía el cabello negro, peinado de forma casual, con todas las puntas hacia un lado. Sus ojos azules brillaron al ver a sus amigos.
–¡Hey! Buenos días. Hola, Jazz. Hola, Eddie.
–No me llames Eddie, Alice –suspiró el aludido frotándose el puente de la nariz.
–Vaya. Estás muy cascarrabias esta mañana –la muchacha se puso un dedo en la barbilla y fingió pensar–. ¡No me lo digas! Has vuelto a soñar con la chica misteriosa, ¿verdad?
Edward miró con sorpresa a Alice.
–Voy a empezar a plantearme seriamente la posibilidad de que seáis adivinos.
–Ya sabes, Eddie: tengo un don –susurró Alice misteriosamente, pasando de la alegría a la seriedad en apenas segundos.
Los tres amigos continuaron hablando de naderías, hasta que un grupo ruidoso y grosero entró en el aula. Los dirigía un joven alto, muy musculoso, que a todas luces tomaba esteroides. Reía con fuerza de la gracia de uno de sus ''acompañantes''. Ninguno de ellos llevaba el uniforme reglamentario, sustituyéndolo por cazadoras de piel y botas de cuero negro. Más de uno llevaba tatuajes y pendientes.
–¡Mirad, chicos! ¿Sabéis quién está ahí?
–Oh, pobre Edwardcito. ¿Hoy no ha podido esconderse detrás de mami?
Las risas estallaron detrás del que parecía ser el cabecilla. Éste se acercó a Edward y le sonrió ferozmente, apoyando se codo en el hombro del joven.
–Aunque quizás sea porque su mami no quiere a semejante mierda cerca de ella.
Edward miró con frialdad a Emmett McCarthy, el único ''pero'' en aquel pueblo. Parecía que necesitaba alguien a quien molestar. Le ignoró olímpicamente.
Alice no era ni de cerca tan tranquila como su amigo.
–¡Déjalo en paz, McCarthy! –masculló enfrentándose al muchacho.
El aludido la miró con burla. Él medía un metro y noventa centímetros, y Alice a duras penas le llegaba al pecho. Para verla tenía que agachar la cabeza, incluso. Le puso una mano en la coronilla y empezó a reírse quedamente.
La pálida piel de Alice empezó a teñirse de rojo a una velocidad alarmante. Empeoró en cuanto Emmett abrió la boca.
–No sabes lo que te estás perdiendo al estar cerca de esos raritos, preciosa. Si vinieses a la fiesta que tengo preparada para mañana... te podría presentar a algún que otro conocido. ¿Qué me dices? –dijo pasando un brazo por los hombros de Alice.
–Que tu oferta es muy amable, pero la voy a rechazar –le espetó la chica con violencia.
Emmett se encogió de hombros y se marchó a ocupar su lugar en la clase.
–Edward –empezó Alice en cuanto el causante de su enfado se alejó un poco–. Tienes que parar todo esto. ¡Debes imponerte sobre ellos!
Jasper intervino con voz suave.
–Ya sabes que no soy partidario de la violencia, pero opino lo mismo que Alice. Ya sabes que esto puede llegar demasiado lejos.
–Hasta ahora me he defendido bien, ¿no? –se encogió de hombros.
–Eres demasiado pasota, Edward –se quejó Alice.
Lo cierto era que había aprendido defensa personal antes de llegar a Forks. Había entrenado duramente desde pequeño para saberse defender a sí mismo y a los demás, pese a que era demasiado pacifista para golpear a nadie.
El profesor entró y dieron comienzo las clases.
Edward sobresalía en todas las asignaturas, para gusto y placer de los profesores, pero se le daba especialmente bien las matemáticas. Las horas pasaron rápidas para él y llegó la hora de marcharse.
Una chica alta, subida a unos tacones de diez centímetros se acercó a Edward con paso felino. Era hermosa, de cabello rubio y ojos azules. Llevaba el uniforme con un estilo muy... propio (''De zorra'' solía decir Alice). La falda apenas le cubría las nalgas y la camisa le apretaba fuertemente Pero el ojo experto de Alice, había detectado que en realidad se había teñido el pelo y que se había sometido a una cirugía estética para arreglar el tamaño de sus senos.
–Hola, Masen.
–Bu-buenas tardes, Mallory –saludó Edward, sonrojado Se apresuró a subirse un poco las gafas.
–Ya sabes que para ti soy Lauren –sonrió pestañeando con exageración.
Alice los observó desde lejos, sin intervenir, pero frunciendo el ceño con suspicacia. Conocía de sobra a esa zorra, y no podía ser nada bueno que hablara con su amigo.
–Sí, bueno, sí, Lauren...
Edward estaba nervioso. ¿Y si Mallory descubría que era en realidad hijo de Elizabeth Masen, la actual presidenta de Masen's Corporations? Había calado bien a esa chica, y sabía que si lo descubría, no le traería más que problemas. Sabía que volvería a pedirle que le dejara copiar sus deberes, pero ¿qué opción le quedaba sino aceptar?
–¿Tú has entendido algo de lo que ha explicado el profesor de Matemáticas? Porque yo no. –Lauren hizo un puchero que se suponía que era adorable, pero Jasper se retorció de asco con disimulo detrás de Edward–. Y esta tarde tengo que salir de compras con unas amigas...
Alice frunció el ceño profundamente al comprobar por dónde iban los tiros. Esa zorra... Un día de éstos me las paga todas juntas, pensó.
–... y, bueno, pues me preguntaba si me podrías dejar tu libreta para que copiara los ejercicios.
La amiga de Edward miró al aludido con fiereza. Iba a acceder, estaba segura. Tan segura como que se llamaba Alice Brandon.
–Sí, claro.
Jasper se cubrió los ojos con la mano, negando resignadamente ante la actitud de su amigo. Alice fulminó con la mirada a Lauren mientras ésta se marchaba contoneando las caderas y apretó ambas manos en pequeños puños, consiguiendo que sus nudillos adquirieran una peligrosa tonalidad blanca.
–Lo sabía, lo sabía, lo sabía... Esa zorra no traía nada bueno. ¿Por qué has accedido, Edward? –ladró la muchacha con enfado.
Haciendo gala del más absoluto pasotismo, Edward se encogió de hombros. Su amigo estaba a punto de echar humo por su negra cabellera, pero a él le importó más bien poco. Jasper sonrió un poco y le comentó a Edward.
–Edward, ¿recuerdas que te pedí que me hablaras de la chica de tus sueños?
Edward hizo memoria, y su mente viajó a la clase de arte, una semana atrás.
–¿Edward?
–¿Sí? –respondió el aludido, muy frustrado.
–¿Crees que podrías describirme a la chica? ¿A la de tus sueños?
Edward lo miró sorprendido.
–¿Por qué?
–Oh, ya lo verás, querido Eddie –rió Jasper–. Ahora dime cómo es la famosa mujer con la que has estado soñando los últimos días.
Edward hizo memoria sin apenas esfuerzo.
–Está... en una especie de claro, en medio de un bosque. Se parece a los bosques de Forks, ¿sabes a cuáles me refiero? –Jasper asintió–. Lo ilumina un rayo de sol, y, justo en el círculo de luz está la mujer.
–¡Qué bonito! –exclamó Alice extasiada.
–Continúa, Edward –pidió Jasper esbozando algo con rapidez en su lienzo.
–La mujer está de perfil, es ligeramente menuda. No creo que sea muy mayor, más bien es joven. Su pelo le cubre la cara totalmente, es muy largo.
–¿De qué color es?
–Caoba, creo. Tenía unos destellos rojizos y es ondulado. Le llega hasta la cadera.
Jasper le interrumpió de nuevo.
–¿Cómo va vestida?
–¿O es que acaso no lo está? –intervino Alice pícaramente.
–¡Claro que sí! –repuso Edward con energía, sonrojándose–. Lleva un vestido blanco, muy sencillo.
Alice le miró alegremente.
–¡Más detalles, Edward!
El aludido la miró con enfado.
–Es corto, hasta la mitad del muslo. Es abierto por la espalda y tiene muchos pliegues; parecía un vestido como el que llevaban en la Antigua Grecia, pero no estoy seguro. El pelo lo tapaba todo –contestó–. ¿Ha terminado el interrogatorio?
Jasper y Alice se echaron a reír al notar la incomodidad de su amigo.
–Es verdad. Lo pintaste en un cuadro, ¿verdad?
–No se te escapa ni una, amigo –sonrió Jasper–. Vamos al taller de dibujo, te lo voy a mostrar.
Jasper pensó que era realmente extraño que Edward siempre supiera lo que la gente pensaba o quería hacer. No fallaba ni una. Era muy, pero que muy raro. Su amigo insistía en que era un rasgo heredado de sus padres, porque la empatía era un rasgo muy importante para los negocios. Pero era algo más, de eso estaba seguro. No era normal.
Llegaron a su destino y Jasper les mostró un cuadro cubierto con una tela blanca. Teatralmente, haciendo una reverencia, destapó el cuadro para sus amigos.
A Alice le empezaron a brillar los ojos y Jasper casi ve cómo los ojos de Edward rodaban por el suelo. Decir que su amigo estaba boquiabierto era poco, pero a él le complacía la reacción de sus amigos. En verdad era su obra maestra. Había dibujado con pinturas todo lo que le había descrito su amigo y el profesor había quedado impresionado con la pintura también.
–Es... es...
–¡Impresionante, Jazz! De verdad, es magnífico, precioso. ¡Me encanta! –chilló Alice.
Jasper sonrió con ternura. Cogió el cuadro y se lo ofreció a Edward, que lo tomó atónito.
–Es para ti. Ojalá te ayude a aclarar las ideas.
–Yo, Jasper, esto... –se turbó.
–Un simple gracias es suficiente –sonrió su amigo con arrogancia.
Edward sonrió también.
–Gracias, Jasper.
Edward estaba de nuevo enfrente de su casa, con el cuadro debajo del brazo, bien metido en una caja plana. Intenta hacer malabares con la compra, las llaves, la mochila y el cuadro, consiguiendo con éxito meter las llaves en el cerrojo.
–¡Hola, Edward!
Se dio la vuelta. Era la señora Weber de nuevo, que había pasado por allí con el carrito de la compra.
–Buenas tardes.
–¡Oh! ¿Qué es eso que llevas allí, querido?
Señalaba el cuadro. Edward lo vio casi inmediatamente: quería que le enseñara el contenido de la caja. Poco dispuesto a alargar más la conversación, dejó el resto de sus bolsas en el suelo y abrió la caja.
–¡Es precioso! ¿Quién lo ha pintado? –preguntó la señora agradablemente sorprendida.
–Mi amigo Jasper.
–Sí, ése es un muchacho de buena familia, la recuerdo. Estoy contenta de que tengas tan buenos amigos. ¡Es un cuadro precioso! Míralo, solo falta que tenga alas para parezca un auténtico ángel.
Edward miró atentamente el cuadro y supo lo que quería decir. La chica, de perfil, con la cabeza gacha y apoyada sobre sus rodillas, como si contemplara sus manos reposadas en su regazo, tenía realmente el aspecto de un ángel. El ambiente, rodeado de oscuros árboles, daba pie a esa sensación. La chica estaba iluminada por un rayo de sol, el único que penetraba a través de la vegetación.
–Ciertamente...
–Bueno, no te molesto más. Un día de estos ven a mi casa, te invito a cenar. ¡Mi Ángela también estará allí! –le guiñó el ojo.
Edward sonrió forzosamente y entró en su casa. Jacob salió a su paso, ladrando y agitando la cola con impaciencia. Le siguió mientras él cruzaba la sala hacia la cocina, para dejar todos los paquetes. Empezó a ordenar lo que había comprado mientras su perro seguía esperando a su amo. Cuando terminó, cogió la correa de su mascota y salió a la calle.
Era un día precioso, algo realmente inusual en Forks. Decidió dejar suelto a Jacob para que corriera libremente y le siguió. El perro se metió entre la maleza, yendo hacia el bosque. A Edward no le preocupaba que huyera. Sabía que era un cobarde de primera y que conocía de sobra el camino de vuelta a casa.
Empezó a reflexionar. El verde de los árboles le recordaba al de su sueño...
Llevaba ya dos semanas soñando con lo mismo: una chica, arrodillada en un claro del bosque, que le llamaba suavemente: ''Edward... Edward...'' Lo que le había dicho la señora Weber le daba un nuevo sentido. ¿Y si era un ángel? No, no era especialmente creyente, así que no creía en los ángeles. Después de todo, ¿quién había visto uno? ¿La Virgen María?
Se sentía solo, muy solo... Llevaba cuatro años viviendo solo, sin más compañía que la de su pequeño gran amigo. Jasper estaba siempre ocupado con las cenas con sus padres y no podía invitar a Alice a su casa por miedo a lo que dirían las vecinas de ellos. En su casa en Chicago al menos tenía la compañía de sus primas y Eleazar. Pero no quería volver. No quería dejar atrás la tranquilidad de Forks, ni su amistad con Jasper y Alice.
Jasper y Alice... pensó maliciosamente. Aunque ellos no lo supieran, había una gran realidad que ellos se negaban a ver. Estaban enamorados, o, al menos, se gustaban. Lo había hablado en privado con cada uno de ellos, pero habían reaccionado de una forma totalmente distinta, aunque dándole ambos una negativa.
Jasper lo había negado una y otra vez, aunque con el rostro totalmente sonrojado. Alice se había puesto a gritar, golpeándole sin piedad... también sonrojada.
Sería divertido ver lo que pasara con ellos... pero a la vez tenía miedo de que ellos se juntaran y él hiciera un mal tercio con ellos.
Cuantas veces lo había deseado... y no había pasado. Quería a alguien que le comprendiera, que le acompañara, que le quisiera con él.
''Quiero a un ángel en mi vida'' pensó, cerrando los ojos.
De inmediato se rió de sí mismo. ¡Qué tontería! Nadie le iba a caer del cielo...
Un golpe sordo le sorprendió por un lado. Se oyó un gemido estrangulado. Vaya... no estaban demasiado lejos de la calle. ¿Se habría subido algún niño a un árbol y se habría caído? Mejor sería acercarse a él.
–¡Jacob! –llamó.
Se aproximó hacia un pequeño claro que había cerca, muy brillante. Había una chica sacudiéndose un vestido blanco, farfullando por lo bajo.
''No puede ser...'' pensó sorprendido y boquiabierto.
La chica de sus sueños estaba allí, y era la muchacha más bella que hubiese visto jamás. Llevaba el cabello hasta la cintura, de color caoba, como pudo observar en el sueño, pero tenía reflejos rojos bajo el sol. Era pálida, y era como si su piel reluciera bajo la luz solar. El cabello enmarcaba un rostro perfecto, sin marcas, con ojos de color marrón chocolate y una pequeña boca de color rojo.
''Preciosa...''
La chica se giró y lo vio. Miró a Edward a los ojos. Esmeralda contra chocolate. Edward se sintió encadilado, sumergido en la profundidad de los ojos de la muchacha.
Ésta despegó los ojos y habló:
–¿Eres tú quien me ha hecho caer? –le espetó.
¡Espero que os guste y espero reviews!
Saludos y gracias por leer (los que lo lean) =)
lady Evelyne
