Disclaimer: Santa Meyer los cria y ellos se juntan. De hacerles pasar un rato de miedo, soy yo la responsable.


Recomendación musical: Breaking Benjamin-Diary of Jane.

Iko- Heart of Stone.

The Cure- Lullaby.


Advertencia de la autora: Todo relato de terror que se preste, tiene que tener sus dosis de escenas desagradables y sangre. Si estás aquí porque ves que es un twoshot M, no te equivoques por esa letra. Si eres muy sensible y crees que no podrás soportarlo, avisada estás (no lo veo para tanto, pero las advertencias están ahí)


Dedicatoria de la autora: A mi Isuky por la asesoria de imagen (aún no tengo la portada, pero confio en ella y sé que será genial), y a mi Beckyabc2 a la que prometí dedicarle este fic por un regalo que me va a hacer, y, ¿por qué, no? Porque me alegra las jornadas de FB. Esto va dedicado a vosotras, preciosas. Espero que sea de vuestro gusto ^^)


Antes de empezar a leer el fic, explicaciones que pueden no interesar a nadie:

¿El porqué un fic de halloween en estas fechas tan tardias? Muy sencillo. Servidora no tiene un giratiempos y, todo y escaso, tiempo que tiene lo saca para estudiar. Espero que en enero todo se normalice y pueda actualizar regularmente. Crucemos los dedos. En enero volveré con los fics que tengo en activo: Underneath, whisper of a thrill y shooting your heart (para las que no los leiais, estais invitadas a ello, por supuesto ^^) )

¿Por qué un two-shot en lugar de un OS? Juro solemnemente que mi intención era hacerlo de la ultima manera. pero para que quedase bien, tenía que ser muy largo, y he decidido que los sustos de uno en uno. No os preocupeis porque penseis que teneis que esperar mucho. La segunda parte está muy adelantada, y también dependiendo de como os comporteis, subiré en una semana (lo intentaré). Así que el truco es: Vosotras dejais un bonito rr para saber cual es el final, y yo hago el trato de no mandaros a Jane para torturaros.

En fin, os dejo disfrutar y espero vuestras opiniones. Y lo siento más que vosotras. Yo disfruto mucho con el Halloween. Este año no pudo ser...

Espero que hayais disfrutado de la pelicula de BD tanto como yo. ^^)


The darkest night


"Tranquilo, quédate quieto mi niño precioso

No te resistas así, o solamente te amaré más.

Es muy tarde para escapar o encender la luz.

El Hombre Araña va a cenarte esta noche"

Lullaby — (The Cure)


No puedes estar hablando enserio, Ed—Jane se levantó del tocador furiosa hacía Edward.

Éste, sin moverse del umbral, suspiró resignado, esperando la reacción violenta de su novia—ahora ex novia—, pero decidió mantenerse firme en su postura.

Desde el principio de la relación, siempre había intuido que Jane no era la indicada. Sólo había accedido a salir con ella por la presión de su padre. Su abuelo, el hombre más rico de Forks, era uno de los mayores accionistas del hospital y había presionado a Carlisle para que Edward saliese un par de veces con ella, dándole una oportunidad. También había habido cierta compasión hacia la joven; había perdido a su hermano gemelo hacía pocos meses y tal vez necesitase una especie de hermano mayor para amortiguar el dolor. La primera cita salió bastante mejor de lo que esperaba. Le había conseguido deslumbrar. No solo por tratarse de la nieta de alguien influyente; Jane tenía una personalidad magnética, capaz de atraer la atención de cualquier persona con su melosa voz y su conversación atrayente.

Y por no desdeñar en absoluto el físico. Aun siendo demasiado pálida de piel—incluso más que su mejor amiga, que se había declarado albina; o él mismo, que había sufrido la ausencia del sol debido a su infancia en Alaska—, y bastante baja y menuda, aquello le daba un cierta delicadeza infantil similar al de una muñeca de porcelana.

Pero pronto se dio cuenta que se trataba de la belleza de una muñeca salida de un relato de terror. Pasando el tiempo, Edward comprendió que la mente de Jane estaba distorsionada. No de la manera de estar trastornada por la pérdida de un ser querido, o sencillamente, estar desequilibrada.

Ella, sencillamente, era maldad pura.

Edward creía que si alguna vez había tenido un pensamiento bueno y se había mostrado empática con alguien, debía ser por un fallo en su sinapsis nerviosa. Aquello era incompatible con su ser.

Él intentó ser paciente y comprensivo, pero a medida que se iba adentrando en el siniestro mundo de Jane, más aterrado estaba y más difícil le resultaba ver lo hermoso y lo bueno que Carlisle y Esme le habían transmitido.

Le gustaba la luz que daba la vida, y las lágrimas que Jane le hacía brotar de los ojos tergiversaban aquella realidad en torbellinos de sombras tenebrosas.

Cuando ya no tuvo esperanzas que ésta cambiase y se veía arrastrado hacia aquel de maldad y tinieblas, Edward decidió decir basta salir de todo aquello. No quería cambiar por nadie, y mucho menos a peor. Estar con aquella loca le hacía sacar su lado más oscuro y él no quería eso. Sencillamente, pretendía ser el mismo chico de diecisiete años alegre y deportista, amigo de sus amigos y tenía intención de ir a Harvard para seguir los pasos de su padre y convertirse en alguien como él era con sus pacientes.

Jane era un lastre para sus planes.

Incluso en sus pensamientos no se atrevía a dibujar la imagen de la persona por quien se atrevía a cortar aquel hilo. Desde hacía semanas, se había dado cuenta de lo que significaba para él, y por temor a las represalias que Jane, no lo había confesado.

Primero tendría que romper cada uno de los tenues hilos que le unían con Jane.

Jugueteando con la pulsera de cuero negro que había rodeado su muñeca desde su decimocuarto cumpleaños, Edward reunió todas sus fuerzas y se enfrentó a Jane.

Como se imaginó, ésta no le puso las cosas fácil. Desde el primer minuto que le anunció su ruptura, Jane, furiosa se abalanzó hacia él, golpeándole el pecho con tanta violencia que Edward, siendo un chico de complexión atlética, se imaginó los cardenales que le saldrían.

¡No lo harás, Edward! ¡No te atrevas!—le amenazó mientras le golpeaba.

Tenía un aspecto terrible, pálida por la rabia y sus ojos inyectados en sangre; aun así, Edward la agarró por las muñecas para alejarla de él, no sin antes murmurar entre dientes los más terribles insultos y amenazas.

Era demasiado fuerte para una chica como Jane, por lo que acabó cayendo al suelo, sollozando para intentar llegar al corazón de Edward.

Éste, conociendo sus triquiñuelas, endureció su corazón permaneciendo impasible mientras que su llanto iba aumentando en violencia.

Ya no más, Jane. Tengo que cortar con esto antes de que me absorbas por completo. He intentado que saliese bien y se arreglase, pero empiezo a pensar que tus problemas te sobrepasan incluso a ti. Lo siento, necesitas más ayuda de lo que nuestra relación puede soportar sin que ninguno de los dos caiga en el abismo. Es cuestión de prioridades y no me voy a hipotecar la vida por algo que sé que no va a funcionar.

Sonaba distante y duro, pero sólo era la coraza para protegerse de los reproches hirientes de Jane. Una breve brecha, le serviría para romper todas las defensas.

Efectivamente, después del teatro de los lloros, le miró tan implacablemente que le dolió tomar aire en sus pulmones por haberlo contenido demasiado tiempo.

Se trata de ella, ¿verdad?—Su voz, terrible, no daba lugar a una tregua.

Se permitió una pequeña sonrisa triunfal al ver como la palidez se adueñaba del rostro del joven. Esto y la respiración entrecortada le delataron.

Se trata de mí. No metas a alguien más…—reaccionó demasiado tarde.

Jane cogió un espejo de mano y lo estrelló en el suelo para fragmentarlo en pequeños pedazos. Edward adivinó por donde iba a salir aquello, pero no lo impidió. Estaba seguro que se trataba de un nuevo chantaje emocional. Esta vez no cedería.

—…Es tu ultima oportunidad para pedirme perdón y volver a mi lado—le amenazó mientras colocaba el filo de un cristal en sus venas. —Te perdonaré y nada de esto habrá sucedido. Si no…

Y se cortó un poco de piel produciendo poco profunda pero bastante impactante visualmente. De nuevo, Edward la agarró de las muñecas y forcejeó con ella hasta arrancarle el cristal. Varias gotas de sangre cayeron en su mano.

Acercó su rostro al de la furiosa joven, y enseñándola los dientes, susurró con firmeza:

No hay terceras personas. No culpes a nadie que no pueda funcionar nuestra relación. ¡No, Jane! No hay suficiente amor en mis venas para permanecer a tu lado.

La quemazón de un metal en su garganta le recordó el medallón en forma que ésta le había regalado. Se lo arrancó para cortar todos los vínculos que la unían a ella, y abriéndole la mano, lo depositó en la palma para devolvérselo.

Y antes de arrepentirse decidió darle la espalda y salir de allí.

Incluso permanecer en aquella casa le causaba malestar. Había algo le causaba escalofríos. El miedo a lo desconocido estimulaba su olfato y su instinto le susurraba que algo no iba bien.

Y antes de dar el último paso en aquella casa, oyó la siniestra voz de Jane:

Pero en mis venas sí hay la suficiente venganza para unirme a ti, querido…En la vida y la muerte…

Su risa congeló la sangre del joven.

.

.

.

Cuando el agua rebosaba el borde de la bañera, metió la mano para comprobar la temperatura. Estaba perfecta para su último baño con aquella envoltura de mortal.

Se dirigió hacia el tocador para mirarse por última vez. Suspiró ante su imagen, aunque sus ojos perversos estaban oscurecidos. En ellos la vida se había esfumado.

Se permitió un suspiro de pesar. Aquella vez, sólo se le había permitido vivir diecisiete años y se había encariñado con aquel aspecto. Además, Edward le había impresionado más de lo que quería admitir.

Pero había cometido el imperdonable error de preferir a una insignificante niña antes que ella.

¡Ella, que podría haberle hecho feliz concediéndole todos sus deseos!

Apretó el medallón, que éste había tenido la osadía de devolver, jurando con la sangre y el odio que cumpliría con la misión que su abuelo le había encomendado, tal como su hermano Alec había hecho meses atrás.

Había perdido un novio mortal, pero conseguiría un alma pura para la colección de su querido abuelo.

La maldad de su sonrisa desdibujó los rasgos infantiles, cogió una cuchilla de una maquinilla de afeitar, y desabrochándose la bata, se quedó desnuda ante el espejo, despidiéndose de su envoltura mortal.

"Dentro de cien años, espero tener más suerte", pensó.

Se metió en el agua, y acomodó la cabeza en el borde, intentando buscar la postura más cómoda como si quisiese tomar un relajante baño.

Duérmete, duérmete, lindo pajarito. Duérmete en tu nido hasta que el cuervo venga a buscarte, desgarre tu carne y se lleve tu alma…—canturreaba dulcemente la nana que su abuelo la cantaba todas las noches antes de dormir.

Y ella iba a dormir el sueño eterno…de nuevo, y la cuchilla sería su pasaporte.

Estiró su blanco brazo y empezó a producirse cortes en la piel aumentando la profundidad de éstos a medida que iba buscando las venas.

A medida que el agua empezaba adquirir un tono escarlata oscuro, y la habitación se llenaba con el olor de la sangre, la nana de Jane se iba debilitando y su brazo quedaba tatuado con un nombre…

E

D

W

A

R

Las fuerzas empezaban a flaquearse, pero tenía que terminar de tatuar aquel nombre a base de piel desgarrada y sangre antes de que la noche empezase para ella.

Cuando terminó con la D y sus ojos se cerraron para la vida…

y la noche más larga iba a empezar para Edward Cullen.

.

.

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.

.

.

.

Nuestro sino siempre había consistido en no ver las señales que nos enviaban para leer el futuro. Éste siempre había estado delante de nuestras narices y, por no estar atentos a un mínimo, no se pudo evitar los acontecimientos que ahora puedo narrar.

Nunca me imaginé que Billy Black y sus leyendas sobre espíritus colgantes y coleccionistas de almas pudiese estar la clave de todos los acontecimientos ocurridos.

Y sin embargo, me encontraba al amor de una hoguera junto a mis mejores amigos del colegio y de La Push—la reserva india famosa por sus playas, uno de los recursos turísticos de los que contaba aquel pueblecito perdido de la mano de Dios llamado Forks—, escuchando las leyendas ancestrales de los quileute.

Mi mejor amiga, Alice, fascinada con todos los cuentos de terror—como definíamos a las leyendas—no había querido perderse la historia que el viejo jefe de la tribu iba a contar aquella noche.

—Hoy es día treinta, Bells. ¿Sabes qué significa eso?—Me había dicho entusiasmada.

Pensaba que el día treinta de abril era uno más en el calendario, pero el frenesí de Alice era tan contagioso que ni Jasper ni yo pudimos decirle que no. Emmett tenía más mano izquierda para manejar a su hermana pequeña y su novia, Rosalie, daba un buen gancho de derechas para frenar cualquier intento de fastidiar sus planes románticos.

Adoraba a mi amiga, pero ni siquiera por ella podía evitar estar taciturna, fijándome en el baile de las llamas, mientras mi mente se dispersaba y mis pensamientos rodeaban a la persona por la que pondría la mano en el fuego con tal que estuviese a mi lado. En condiciones normales, hubiese hecho caso al pobre Jacob Black que estaba a mi lado, anhelando una palabra por mi parte.

No, yo no era su amor platónico, por lo tanto no le rompía el corazón con mi indiferencia, pero sabía que le haría ilusión tener noticias de mi prima Nessie de Phoenix—quien sí era su amor platónico—, haciéndole más insoportable la tortura de la distancia.

Ness me había mandado un mensaje para Jake, pero si no podía tener conmigo a la persona que más quería, no iba a soportar a un enamorado feliz. Absorbida por mi pena, me molestaba la felicidad de los demás.

Pero ni siquiera mi melancolía me hacía inmune al dolor, por lo que cuando noté un pellizco en mi brazo, di un fuerte respingo que obligué a interrumpir el relato de Billy.

Con todos los ojos fijos en mí, furibundos por haber interrumpido a Billy, bajé los ojos a modo de disculpa y me volvía a sentar, no sin antes fulminar a la culpable.

Alice me devolvió la mirada sin miedo.

—Bells, deja de hacer niebla con tu vaho. Eres más deprimente que el clima de este pueblo—me pidió.

La miré emitiendo un suspiro y por mi cara de pena—de dar lastima—comprendió que me ocurría. Sonrió tristemente mientras intentaba consolarme sin perder los pies con la realidad.

—Será mejor que disfrutes del día, cariño. No va a venir. La bruja le tiene cogido por los…

Jasper la interrumpió poniendo su dedo en los labios, indicándola que se comportase.

—Lo intento…—susurré.

—Pues inténtalo con más fuerza, Bells. El abuelo de la bruja no le permite pisar la tierra de los quileutes y mi hermano no le queda otra que obedecer. Ya sabes cómo le ha comido el coco la muy…

—Sí, Allie, tienes razón—la corté antes que empezase a despotricar contra la novia de su hermano. —Quiero no sentirme mal pero le echo de menos. Las noches de leyendas a la luz de la hoguera no es lo mismo sin él.

Sin esperar una respuesta de Alice, me volví hacia la llama, aovillándome para no perder el calor de mi cuerpo. Me daban ganas de darme de tortas en mi fuero interno.

Chica nerd y ratona de biblioteca enamorada del alumno estrella del instituto. Aunque nosotros éramos lo suficientemente complejos para encasillarnos en aquel estúpido estereotipo. Nunca podría haber amado a Edward si se hubiese cumplido en su caso.

No sólo era guapo, rico y brillante. Él había sido la primera persona que me había acogido en Forks, porque comprendía el significado de ser un extraño—aunque el cambio de Alaska no era tan contrastado como el mío desde Phoenix—, y nuestras semejanzas y la manera de complementarnos nos había convertido en el mejor equipo posible.

No podía culparle por amarle como lo hacía, aun no siendo él consciente de mi sufrimiento.

Incluso sin ser correspondida, me hubiese alegrado por él si hubiese encontrado a la encantadora y dulce chica que se merecía, pero que estuviese saliendo con Jane Vulturis era la gota que colmaba el vaso.

Como bien la definía Alice, que la detestaba con todas sus fuerzas al igual que el resto de los hermanos y amigos de Edward, era una arpía con cara de niña. Nunca comprendimos que era lo que retenía a Edward a su lado—sin entrar en la teoría del encantamiento de Alice—, pero sabíamos que su relación no le aportaba nada positivo.

Desde que salía con ella, Edward se había alejado de nosotros, sus notas empezaron a bajar y se le veía triste y taciturno. Posiblemente, su sonrisa fuese igual de deslumbrante, pero sus ojos no llegaba el brillo de la alegría autentica y permanecían opacos y oscuros.

Y sobre todo, para protegerme de los ataques de su querida novia—quien me detestaba y no desaprovechaba oportunidades para demostrármelo—, se había alejado de mí.

Y por esa serie de fatales circunstancias, aquella noche en La Push la ausencia de Edward era notable.

El pequeño de los Clearwater, Seth, le adoraba, y me había roto varias veces el corazón cuando vi su cara de desilusión al explicarle que no podía venir. El mismo Billy Black le había dicho que, si bien Edward era más que bien recibido en su casa, su novia no podía poner un pie en un solo acre de su tierra. Nunca comprendería aquella estúpida prohibición, más propia de leyendas que de la realidad, aunque el abominable abuelito de la criatura se había puesto de acuerdo con Billy y nadie tenía nada que objetar. Sencillamente, necesitábamos un entorno libre de la pequeña bastarda de Satán—otro calificativo que le había otorgado Alice—, por lo tanto, era ver el vaso medio lleno. Jane no pisaría aquellas tierras sagradas con el alto precio de no hacerlo tampoco Edward.

Si me dejaba hundir por la pena, jamás saldría de ella y lo que menos quería en estos momentos es la compasión de nadie. No podría perdonarme nunca fastidiar las jornadas de Alice y su fascinación por los cuentos de terror que Billy le contaba. Conté hasta diez e hice el esfuerzo de abrir mis oídos a la historia.

Pronto me aburrí. Nunca añadía nada nuevo desde que yo tenía nueve años e iba a acompañar a mi padre a pescar a estas costas.

Espíritus errantes y el Coleccionista de almas… ¡Bla, bla, bla!

Y lo peor de todo era con la seriedad que lo contaba. Parecía la charla que nos echaban todos los años de accidentes en la carretera y como evitarlos.

Intenté ocultar una sonrisa al imaginarme a Billy dándonos la charla en una clase, con su gesto severo, y su mirada petrificante desde su silla de ruedas.

"¡Tened cuidado con los espíritus errantes! Si no estáis alertas, se os pegaran como lapas a vuestra espalda y no se irán de vuestro lado hasta que consigan llevaros a su oscuro mundo…"

Cuando oí un grito procedente de Alice se convirtió en el momento más aterrador de la noche. Creí que mi corazón se había paralizado y no me atreví a mover un solo músculo. Sería la primera vez que me tragase aquellos cuentos.

Después, oí unas risas—música para mis oídos—y un "¡Boo!", me atreví a darme la vuelta y mi corazón volvió a latir con fuerza cuando vi a un bromista Edward riéndose a costa de su aterrada hermana. Jasper compartió las risas con él y chocaron los cinco.

Una vez recuperada, les dio una buena colleja a los dos, primero a Edward, después a Jasper y a mí por reírme, aunque, finalmente, se permitió una sonrisa feliz de ver allí a su hermano sin la compañía de la novia satánica.

Antes de sentarse, me tendió los brazos y me abrazó con fuerza. Demasiada. Era como si quisiese protegerme de una amenaza invisible. No quise percibirla. Sencillamente, me encontraba en el único sitio donde no quería que me arrancase.

Oímos un carraspeo de desaprobación, y Edward, sin llegar a separarme de sus brazos, miró Billy con una encantadora sonrisa de disculpa.

—Me alegro que estés con nosotros, joven Cullen—le dio la bienvenida como si hubiese recuperado un soldado para su causa.

Una vez sentado a mi lado, y poniendo su brazo sobre mi hombro para atraerme a su lado y dejándome apoyar la cabeza sobre su hombro. Era un gesto de camarería que nos habíamos permitido el uno con el otro antes de que Jane irrumpiese en nuestra apacible existencia. Lo que me extrañó, es como éste distraído con las llamas, acariciaba mi pelo y enredaba sus dedos en los mechones.

Me preguntaba dónde estaría Jane y si esta clase de intimidad era correcta.

Mi cuerpo debió de delatarme porque Edward apoyó sus labios sobre la parte más alta de mi frente, y antes de depositar un beso en ella, me susurró:

—Jane no me dirá lo que tengo que hacer nunca más. No va a formar parte de nuestras vidas.

.

.

.

Apoyé la cabeza en el cabecero del copiloto, haciendo de nuevo mi olfato al delicioso olor del cuero impregnado con su esencia. A mitad de la noche, ni Edward ni yo aguantábamos más, y como un príncipe azul, me ofreció llevarme a casa, ya que Alice y Jasper tenían la intención de seguir con su sesión de cuentos de terror.

Se había inventado la excusa de querer enseñarme algo, sin embargo, hubiese ido si tan solo me lo hubiese pedido.

Al llegar a casa, abrió la puerta del copiloto y cogiéndome de la mano, corrimos hasta el porche para no mojarnos, acompañados por nuestras risas.

No había peligro de tener que explicar a Charlie la presencia de Edward. Tanto él como Alice y el resto de los chicos eran unos asiduos habituales en aquella casa, y viendo como mejoraban mis dotes sociales, mi padre les invitaba a quedarse. Además, tenía el turno nocturno por lo que estaría más tranquilo si supiese que había alguien conmigo. Parecía no preocuparse de lo que pudiese estar haciendo con algún chico. Me consideraba una chica más madura que la media pero yo confiaba más en el hecho que su pistola guardada en su mesilla de noche era un mejor argumento disuasorio.

Al llegar al comedor, y sin saber realmente que hacer o decir, le ofrecí quitarse la chaqueta y la blusa que tenía empapada y traerle una toalla para secarse el pelo. Se quedó con su camiseta de tirantes negra que tan bien se le ajustaba al cuerpo.

Mientras se secaba el pelo, hizo un gesto con los hombros al ver cómo me quedaba mirándole como una completa estúpida. Retiré la vista, avergonzada, mientras le oía reírse entre dientes y yo también me quité la camisa al darme cuenta que la tenía empapada.

—Y bien—decidí romper el hielo—, ¿qué era eso que ibas a mostrarme, Edward?

Puso un dedo en su boca, intentando recordar que le había traído hasta aquí. Se volvió a reír y sacó un pendrive de su bolsillo.

—Trae el portátil, Bells. Esta semana he tenido tiempo para componer algo…

Me sentí realmente feliz después de un largo periodo de felicidad. Edward era un pianista consumado y, si hubiese sido su intención, podría haber entrado en las grandes orquestas del país. Él se había decidido por hacerlo una pasión más privada y compartir su don con la gente más allegada.

Enganchó el pendrive donde llevaba sus composiciones y lo conectó con el ordenador.

No era lo que esperaba oír. Sonó una canción un tanto tétrica cuya letra y ritmo hicieron que el vello del brazo se me pusiera de punta. Y para darle más ambiente, algo golpeó con fuerza el cristal de la cocina y chillé asustada. Luego, dándome cuenta de mi estupidez, vi que la rama del árbol batida por el viento era el causante de mi estado de terror actual.

Fulminé a Edward cuando éste empezó a reírse de mí.

— ¡Muy gracioso, Cullen! Pero mi umbral de aguantar esta clase de sustos es muy estrecho. Uno más y no lo aguantaré. Y más si pones esa canción… ¡Hum!

— ¿No te gusta?—Arqueó las cejas.

—Desde luego tiene tu firma, pero es demasiado… ¡Hum!...da miedo, Edward. ¿Era eso lo que habías compuesto?

—Sí, esto lo he compuesto yo, pero no era eso lo que te quería enseñar—torció la boca. —Era para Jane. Le gusta este tipo de canciones…

La verdad que aquello decía mucho de Jane. Desde luego me imaginaba algo parecido—aunque bastante menos siniestro—para aquella pequeña sádica.

Por el gesto que había puesto Edward al hablar de ella, me dio a entrever que su relación con ella estaba en un gran pico descendente. Antes de ponerme a dar brincos de alegría, tenía que asegurarme que las cosas en su pequeño paraíso gótico no funcionaban, y lo más importante, que Edward no saliese herido.

Siguió buscando hasta que dio con lo que quería.

—…Tú me dirás. Vas a ser la primera persona que vas a oírla. Por lo tanto, tu opinión es vital para mí.

—Edward, siempre he sido la primera persona que te he dado opinión de tus composiciones—dije confundida.

—Esta vez es diferente—me contestó con un matiz especial en la voz. —Tú me has inspirado para ésta.

Antes de poder reaccionar ante aquellas palabras, la música estaba sonando.

Desde una primera nota, mi garganta se hizo un nudo debido a la emoción, que me dejó incapacitada para poder pronunciar una sola silaba. Sólo mis lágrimas podían describir lo que sentía. Incluso, mi corazón se había parado para poder concentrarse en cada una de las notas.

No podía comprender como lo había conseguido, pero en aquella canción se expresaba todo lo que sentía por Edward…y desgraciadamente, él no sentía por mí…

—…Corazón de piedra (1)…—susurré.

Era lo que me estaba diciendo la canción.

— ¿Cómo dices?—Preguntó Edward en el mismo tono.

Me puse las manos en el pecho, conteniéndome, y volví a susurrarlo:

—…Corazón de piedra.

Mis lágrimas formaron una cortina que me impidieron ver como Edward se iba acercando a mí, hasta el punto de abarcarme entre sus brazos. Mi voluntad se había reducido a la nada, y aunque intensase salir de aquel círculo, no tenía fuerzas ni ganas de hacerlo.

Con delicadeza, cogió mis muñecas y posó mis manos sobre mi pecho.

— ¿Puedes sentirlo?—Me susurró al oído mientras cogía un mechón y me lo colocaba detrás de la oreja. —Puede ser de piedra pero late por ti. Pongo mi corazón en tus manos, Bella. Es tuyo…

Mis labios temblaban regados por las lágrimas, sintiéndoles desnudos, con la sensación que me faltaba algo. Como si Edward pudiese adivinar mis pensamientos, se acercó lentamente, vacilante, calculando el tiempo que necesitaría hacerme a la idea de lo que pronto sucedería. Aun así me pareció demasiado pronto para asimilar que me estaba besando. No así mis labios que se amoldaban a la perfección a los suyos, haciendo que la sangre me hirviese y se condujese por todo mi cuerpo hasta llegar al corazón y empezase a latir con una violencia desconocida para mí hasta entonces.

Entre sus brazo me sentía reconfortada y segura, muy lejos del mundo, incapaz de distinguir lo que estaba bien o mal; me importaba muy poco el daño que pudiese hacer a Jane—o a su amor propio—; este instante nos pertenecía a Edward y a mí.

Era como si me hubiese salido de mi cuerpo, aun sintiendo cada caricia y beso que él me iba regalando. No me di cuenta que había levantado los brazos para ayudarle a quitar la camiseta y yo repetía la acción con él.

Apoyé mi cabeza sobre su pecho para oír los fuertes latidos de su corazón.

—Es tuyo—me dijo. —Eres la dueña absoluta de cada latido.

Posó su mano sobre mi barbilla y me la levantó para que le mirase y, después de dedicarme su absoluta adoración, volvió a besarme con la misma intensidad, mientras una oleada de caricias de cáliz más íntimo invadía nuestros cuerpos, consiguiendo de aquella forma eliminar más molestas capas de ropa y quedarnos tan sólo con la ropa interior.

Era tan cariñoso y tierno que se tomaba su tiempo para que me sintiese a gusto entre sus brazos. Su cuerpo, no obstante, le traicionaba y pronto empecé a sentir su erección presionando la parte más baja de mi vientre.

Con mucha delicadeza, rompí el beso y le indiqué con la mirada las escaleras. Echó un vistazo y comprendió lo que quería decir.

Le cogí de la mano y le arrastré hacia éstas entre risas y juegos. En el segundo escalón, chillé cuando me agarró y me cogió entre sus brazos, subiendo hasta la habitación de Charlie.

Con cuidado, me depositó en la cama, y después de admirar mi cuerpo, me interrogó con la mirada, adivinando enseguida lo que quería. Le señalé un cajón de la mesilla, confiando en que Charlie y Sue—su no oficial pero reconocida pareja—cuidasen ese aspecto de su relación.

Sonreí aliviada cuando sacó un preservativo, para después cerrar los ojos cuando se empezaba a quitar el bóxer y empezaba a colocárselo. Tontamente, pensaba que aquello le daría un poco de intimidad.

Oí el sonido de su risa como parte de la melodía.

—Mi tonta y adorable Bella.

Contuve el aire hasta que los pulmones empezaban a quemarme y lo solté al sentir sus dedos delineando mi piel, haciéndome reír cuando jugó con mi ombligo, y temblar de emoción cuando se enredó entre la goma de mis bragas y empezó a deslizarlas desde mis caderas hasta llegar a mis tobillos y tirarlas en el suelo.

Debatiéndome entre el deseo y la vergüenza, acabé por abrir los ojos y encontrarme con un Edward, en toda la plenitud de la belleza masculina, sentado a mis pies y ofreciéndome su mano para acudir a su regazo.

No había espacio para las dudas y le tendí la mano segura de querer llegar hasta el final. Delicadamente, me colocó a horcajadas sobre él, sintiendo su miembro demasiado cerca de mi intimidad, provocándome un cosquilleo bastante placentero.

Apoyé mis manos sobre sus hombros, elevándome levemente para calcular la posición más adecuada hasta que su punta rozó una de mis zonas más sensibles y lo cual interpreté como que ya estaba lista. Lentamente, fue deslizando su miembro hacia dentro, notando un camino demasiado doloroso como para ser calmado por promesas y besos en todas las partes de mi cuerpo que sus labios pudiesen alcanzar.

Poco a poco éste fue cediendo a la sensación de tener una gran burbuja en el estómago que me impedía flotar en un mar de placer hasta que hubiese estallado del todo. Mis piernas se enredaron con más fuerza a la cadera de Edward y el contacto hizo que, poco a poco, estallase y en el mismo lugar donde se extinguían las últimas notas de piano, se prolongaba nuestro éxtasis.

.

.

.

En medio de la duermevela, sin poder abrir los ojos o completamente sumergida en la oscuridad, una siniestra voz salida de la nada, canturreó una nana:

"Duérmete, duérmete, lindo pajarito. Duérmete en tu nido hasta que el cuervo venga a buscarte, desgarre tu carne y se lleve tu alma".

Abrí los ojos como platos, aun sin poder mover un músculo, mientras seguía oyendo el horrible estribillo de aquella canción de cuna.

Tardé un minuto en procesar mi mente y reconocer a la dueña de aquella voz. La voz más desagradable y siniestra que yo había oído a alguien.

No podía ser. Debía tratarse de una jugarreta de mi subconsciente. Al fin de cuentas, podría tener remordimientos por haber hecho el amor con su novio.

Pensando en Edward, giré la cabeza hacia el lado derecho y me encontré, aovillado sobre sí mismo, durmiendo plácidamente. No iba a durar mucho.

Sobre su espalda desnuda empezaron a aparecer unos arañazos hechos con un objeto invisible, marcándole la piel, con más profundidad cada vez que iba avanzando sobre ésta. Aun sin despertarse, se revolvió y siseó de dolor cada vez que en su espalda se iba formando letras. Aquella tortura acabó cuando leí entre los jirones de su piel y sangre:

Mío.

Antes de que el pánico se adueñase de mí y salir de la cama corriendo, tenía que libar a Edward de aquella tortura.

— ¡Edward, Edward, Edward!—Chillé mientras le agitaba con violencia tratando de despertarle. — ¡Por favor, despierta! ¡Despierta!

Se levantó sobresaltado, y después de mirarme fijamente e intentar ubicarse, arrugó el ceño, extrañado, preguntándome que me pasaba.

Para responder a su pregunta, le giré bruscamente buscando las heridas que habían aparecido de la nada, con la sorpresa que en su fuerte espalda no había un solo rastro de aquella horrible carnicería que había visto. Ni siquiera las sabanas se habían manchado de sangre.

Derrotada, me eché las manos a la cara, sin poder creerlo. Había sido tan real.

—Bella—me acarició la piel del brazo—, has tenido una pesadilla.

Meneé la cabeza, completamente convencida de lo que había visto.

—Ella estaba aquí. La he oído como te estoy oyendo a ti—musité aún aterrada.

— ¿A quién, Bella?

—A Jane. Estoy segura que ella lo sabe y, de alguna manera, ha estado aquí—respondí.

Se incorporó levemente, sentándose en la colcha, resopló resignado.

—Si lo supiese, ella no podría hacer nada—me contestó rotundo. Después, cogió mi rostro entre su mano para obligarme a mirarle y me dijo con firmeza: —No la des más poder del que tiene. No voy a permitirle que nos haga daño. Que te haga daño. Lo que suceda a partir de ahora ya no le concierne.

Me atrajo hacia sus brazos y me estrechó protectoramente hacia su pecho. Ya lo había hecho más de una vez, cada vez que me quería proteger de algo que me hiciese daño, sólo que aquella noche, aquel gesto adquiría un significado más profundo. Una vez más, oír su fuerte latido cardiaco, me producía el mismo efecto que la nana que me había dedicado.

—Vamos a levantarnos y ver una película—me sugirió. —Además, quiero contarte algo. Pero, antes, quiero que te quede clara una cosa…

— ¿Cuál?—Murmuré algo más tranquila, convenciéndome que aquello había sido una macabra broma de mi estado onírico.

—Mi corazón es tuyo.

Después de una breve sesión de besos, caricias y juegos más propios de adultos que de los adolescentes que supuestamente éramos, decidimos que sería una buena idea levantarnos y ver una película.

Aún faltaban varias horas antes del amanecer y eso nos daba tiempo a amortiguar el fuego interior que habíamos encendido, y relajarnos antes de que viniese Charlie y se diese cuenta de lo que había pasado.

Cambiamos las sabanas y borramos cualquier vestigio que le hiciese sospechar. Después bajamos al comedor, y pusimos una película tipo American Pie una vez nos hubiésemos vestido y relajado en parte.

A pesar de lo mucho que nos estábamos riendo y disfrutando de la compañía del otro, una sombra se había quedado aparcada en mis pensamientos y no acababa de irse.

Cuando Charlie llegó a casa varias horas antes de que terminase su turno, sólo hizo más que aumentar mi malestar.

No se sorprendió de verme allí; se limitó a sonreírme sin que la alegría llegase a los ojos, y cuando Edward le saludó adecuadamente, su semblante se oscureció.

Suspiró pesadamente y le dijo a modo de saludo:

—Me disponía a llamar ahora mismo a tu casa, hijo. Quería que te enteraras por mí antes de que se hiciese oficial y todo fuese más duro para ti. Me has ahorrado el trámite.

Edward, asustado, tragó saliva.

— ¿Ha ocurrido algo a alguien de mi familia, Jefe Swan?

Charlie le invitó a sentarse y le tranquilizó respecto de algún miembro de la familia Cullen.

—No se trata de tu familia, Edward. —Sus palabras me tranquilizaron en parte. No me hubiese imaginado que algo malo le hubiese ocurrido a los Cullen. —Es Jane. Esta noche nos ha llamado su abuelo. Ella ha hecho algo…La hemos encontrado en la bañera con las venas cortadas.

No quise mirar a Edward, pero si estaba la mitad de impresionado que yo, en aquel instante, cuando fuese capaz de reaccionar, saldría corriendo de aquella habitación hasta el cuarto de baño y vomitaría hasta que el sabor de la bilis se quedase en su paladar.

Por lo menos, yo sí lo hice por él.

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El día del velatorio, mis piernas fueron incapaces de dar un paso más hacia el umbral de la puerta.

Desde que tenía memoria, aquella casa me había dado escalofríos con tan solo verla de lejos. El límite del miedo no incluía la opción de entrar allí. Estaba segura que era una de las puertas que te conducían al infierno. Sí, eso, y que pasaba demasiado tiempo con Alice.

Sólo el pensamiento de apoyar a Edward en aquel trance me convenció para adentrarme allí, aunque Charlie me empujaba sutilmente para que dejase de estar en medio y la gente pasase.

Ninguno de los asistentes lo sentían de verdad, sencillamente habían acudido por el temor que sentían hacia el verdadero dueño del pueblo.

Anduve despacio por el pasillo, justo detrás de la señora Cope, agachando la cabeza. Tal como mis pensamientos más negros me decían, había algo en la casa que me ponía los pelos de punta. Y no se trataba de sus sobrio gris y negro de las paredes y adornos, ni de las figuras barrocas que adornaban la chimenea, o que no hubiese una sola lámpara y todo se iluminase con velas. Había algo invisible que mi instinto captaba mejor que mis sentidos, que me hacía quedarme paralizada en el sitio y que mi vello se erizase. Si tuviese que pasar un día en aquella casa, escribiría un bestseller que eclipsaría a los Stephen King.

Al entrar en la sala principal, donde se encontraba el ataúd con el cuerpo de Jane y se había formado una larga fila para presentarle sus últimos respetos, vi a Carlisle y Esme dando el pésame a Aro Vulturis. Cada persona teníamos una manera diferente de sobrellevar el dolor, pero mi primera impresión fue que él no estaba demasiado apenado por el segundo suicidio de un nieto. Aceptaba de manera educada y fría las palabras de pésame y la comida que la gente le iba ofreciendo. No me gustaba pensar mal de él, pero, vestido de un caro traje negro y sentado en un sillón semejante a un trono, Aro parecía feliz de ser el centro de atención. Incluso no estaría demasiado equivocada si pensase que se estaba burlando de nosotros.

Edward, pálido, aguantaba estoicamente el tirón mientras la inquisitoria mirada del reverendo Webber y su mujer se dirigía a él.

Apreté los puños, enfadada. Estaba segura que Aro pretendía culpabilizar a Edward por el suicidio de su nieta…

¡Y lo estaba consiguiendo!

El semblante de mi mejor amiga cambió al verme y se permitió una pequeña sonrisa antes de venir a abrazarme.

—Gracias por estar aquí—me susurró. —Edward nos necesita.

Asentí mientras le daba una palmadita y nos poníamos a la cola. No estaba segura de ver aquella cara aun sin vida, pero, ahora mismo, yo era la más cuerda de las dos.

—Tranquila—me aseguró con una sonrisa mordaz—, no me he traído ni la estaca ni una espada para asegurarnos que la pequeña demonio vuelve a su auténtico hogar. Pero me lo hubieseis agradecido.

Jane permanecía en su ataúd apaciblemente como si la muerte no se hubiese adueñado de ella. Se la hubiese podido confundir con una persona que dormía felizmente si no fuese por los horribles cortes que tenía en su brazo, el cual estaba bastante resaltado para que no hubiese duda de a quien debían culpar por lo sucedido. Irregularmente, en su piel, se había escrito un nombre.

EDWARD…

Apreté los puños indignada y noté la sangre en el paladar por la fuerza con la que me mordía los labios. Aquella pequeña zorra intentaba emponzoñar desde el más allá. Deseaba tener un cuchillo y empezar a mutilar aquel cadáver hasta asegurarme que no quedaba nada de ella.

Esta vez fue Alice la que contuvo mi impulso asesino y sonrió con cierto sarcasmo.

—Aún es pronto para jugar a su juego, Bella—contestó misteriosamente. —Primero veamos como mueven las piezas y ya planearemos nuestra estrategia.

Dejándome como un mar de dudas, se fue a reunir con Jasper. Salí de la cola para buscarla cuando me fijé que Edward estaba dando el pésame a Aro.

Mis presentimientos se quedaron cortos y se me heló la respiración en la garganta.

Los ojos oscuros y traslucidos—a consecuencia de las cataratas—brillaban maléficamente cuando estrechó sus delgadas manos entre las de Edward.

—Hijo mío, en este día de pesar para mí, no tengo palabras para expresar el agradecimiento por encontrarte aquí compartiendo mi dolor por la muerte de mi dulce Jane—sus palabras sonaban tan sinceras que era incapaz de creérmelas.

No oí la respuesta de Edward pero él sí parecía lamentarlo profundamente, y como lo conocía demasiado bien, me imaginaba que se sentía responsable de lo ocurrido. Se iba a llevar un gran sufrimiento a sus espaldas por algo que no había hecho.

No era por hablar mal de los que ya no estaban vivos pero deseaba que aquella zorra con ademanes de niña buena se pudriese en el infierno y sufriese diez veces más por cada pensamiento de pena que Edward le dedicaría.

— ¡No, hijo mío!—Se lamentó el hipócrita. —No puedo culparte por lo que le ha ocurrido a mi nieta. Nunca sabremos lo que se le pasó por la cabeza para hacer semejante locura. Ella tenía muchos problemas. Soy yo el que se siente mal por no haber podido ayudarla más. Fuiste un alivio durante un tiempo y a ella le hubiese gustado que tuvieses eso.

Le mostró el colgante que antes tenía Edward en el cuello. La noche que estuvo en mi casa no lo llevaba. Debieron tener una fuerte discusión y si Charlie no hubiese vuelto antes, Edward me lo hubiese contado.

El hecho fue que Edward retrocedió, asustado, y rechazó el colgante.

—Le agradezco el detalle, pero no creo que sea la persona más indicada para…

— ¡Tonterías, hijo!—No admitió un no como respuesta. —Estoy seguro que Jane querría que lo llevases tú. Considéralo como un regalo de ultratumba.

Me quedé aterrada cuando Edward, venciendo toda su repugnancia, aceptó el colgante y se lo puso en el cuello. Sentía que vencía una deuda con su antigua novia. Parte de su culpabilidad se esfumó al considerar que debía recordar a Jane de aquella manera. Inocente, no percibió lo mismo que yo. Aro sonriendo mientras le dedicaba una mirada perversa.

Uno de los criados del señor Vulturis nos indicó que ya podíamos pasar a la cripta familiar para celebrar el entierro.

Busqué a Alice con la mirada y no la encontré en el salón. Charlie me apremiaba y no pude seguir buscándola antes de entrar. Tenía que tragar saliva y olvidarme de un terror primitivo e irracional que invadía las paredes de mi estómago.

Entonces vi a Alice por una ventana. Se encontraba en el jardín hablando con alguien.

Era la única persona del pueblo que no estaba invitada al funeral. Y la única que no pisaría un solo acre de aquellas tierras si no fuese por una cuestión vital.

Alice estaba realmente muy interesada en lo que Billy Black le estaba contando.

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Esme me había invitado a dormir en su casa aquella noche. Mientras me cogía de la mano y me sonreía tan maternalmente como de costumbre, adiviné que su verdadera intención era dar apoyo emocional a su hijo. Pasar por el trago de enterrar a su novia, loca y suicida, no había sido un plato de buen gusto e implorar mi presencia era un grito de auxilio muy sutil.

Alice se mostró muy feliz con la idea. Bromeaba contándome sus maquiavélicos planes para una fiesta de pijamas con Rosalie. Aunque no podía engañarme. No dejaba de comerse la cabeza con relación a Edward y mi presencia en su casa sería una excusa para tenerle vigilado.

La clave me la dio cuando me excusé de sus reuniones de chicas y me fui a la cama. Normalmente, se hubiese agarrado a mis piernas, impidiéndome ir a ningún lado. Aquella vez, se limitó a besarme en la frente y desearme buenas noches.

Entré en mi habitación—había pasado innumerables noches en aquella casa, que los Cullen la habían decorado y dispuesto para mí—, y rebuscando en la mochila mi bolsa de aseo, encontré la pulsera que le había regalado a Edward cuando había cumplido los catorce años.

Recordé el hecho de haberla encontrado en el suelo del salón, y cogiéndola con cariño, la apreté fuertemente contra mi pecho. Me recordaba a la noche anterior, perfecta hasta que Jane se interpuso entre nosotros como de costumbre. Parecía que no iba cambiar ni viva ni muerta.

Pensar en ella, me producía un cansancio mortal y ninguna de mis células podía aguantar que no estuviese en la cama y preparándome para dormir.

Una vez me hube lavado los dientes y cepillado el cabello, cogí con alegría la cama, aunque mis dedos, dubitativos, temblaron a la hora de apagar la luz.

Allí nunca había habido nadie. Y hoy tampoco era la noche. Nada lo indicaba.

La oscuridad invadió la habitación. Había luna nueva, pero no había tormenta y podría pronosticar que se trataría de las noches más tranquilas desde que me había mudado a Forks con papá.

Antes de acostumbrarme a la oscuridad, cerré los ojos y enseguida me hundí en una oscuridad muy diferente a la de la noche.

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"Duérmete, duérmete, lindo pajarito. Duérmete en tu nido hasta que el cuervo venga a buscarte, desgarre tu carne y se lleve tu alma"…

Abrí los ojos en un lugar muy distinto de la segura cama de mi habitación. Tardé en ubicarme y darme cuenta que me encontraba en el jardín que daba con la cripta perteneciente a los Vulturis. Sólo que en la oscuridad mostraba su verdadero aspecto siniestro y terrible.

Mi vista era más rápida que mis piernas, y buscaba, ansiosa, una salida.

Antes de sentir la hierba muerta crujir bajo mis pies, una risa perversa me detuvo. La reconocí al instante y me debatí entre salir huyendo o quedarme y enfrentarme a ella.

Jane, — hermosa y maléfica—, se encontraba sentada en la tumba del ángel oscuro, tal y como la recordaba cuando estaba viva, sólo que con el aire siniestro que sólo la muerte podría conceder.

Me asusté aún más cuando puse rostro a su acompañante.

Edward no se había dado cuenta que me encontraba detrás de él, muda y pálida, cual una visión espectral fuese. En cierto sentido, así era, ya que se movía de manera automática, sin sentido, y cuando besó a Jane, no percibí una milésima de la pasión con la que me había besado la noche anterior.

Aquello era tan patético que hubiese vomitado en una de las esquinas de la tumba si el miedo no me tuviese completamente paralizada.

Satisfecha de ser dueña de la consciencia de Edward, Jane se abrió el escote del vestido hasta dejar al descubierto el valle de sus senos, cogió un cuchillo y empezó a cortar su piel hasta que la sangre se extendió por toda la superficie. Atrajo la cabeza de un hipnotizado Edward y se la acercó hasta sus pechos con la intención que éste bebiese de su sangre hasta saciarse.

Intenté gritar lo repulsivo que me parecía todo aquello pero en aquel lugar el aire no transmitía mi voz y mis acciones eran tan ignoradas como la de un fantasma que no cumplía su función de dar miedo.

Aquel grotesco espectáculo fue interrumpido por el sonido de una campana que salía de ninguna parte, que convocaba a una reunión en el centro de la cripta.

Sombras volantes empezaron a salir de cualquier lugar, y empezaban a tomar las formas de lo que una vez fueron humanos.

En una de ellas me pareció reconocer al gemelo de Jane, Alec, agarrando del brazo a una chica rubia y muda.

Los espectros se congregaron en la periferia del centro de la cripta, dejando paso a una figura encapuchada que parecía ser el líder.

No debió sorprenderme que, al quitarse la capucha, los rasgos de Aro apareciesen notables y terroríficos.

Sonrió satisfecho ante aquella multitud que le admiraba ciegamente, y me enfurecí cuando Edward, al lado de Jane, agachaba la cabeza rindiéndole pleitesía.

Entonces, Aro movió un dedo, señalando a la joven que su nieto tenía a su lado, y la mandó llamar a su lado. Ésta obedeció sin cuestionar, se colocó enfrente y dejó que aquel ser le quitase el vestido blanco y la dejase desnuda sin que la vergüenza se mostrase en su rostro o en sus gestos.

Me dolía más a mí que a ella que Aro le rajase la piel de su pecho e introdujese su mano en la herida para arrancarle el corazón.

Dentro de ser una imagen asquerosa, digna de la mejor de las películas gore, el corazón palpitante que contenía en su mano, era de un luminoso rojo transparente como la textura de un cristal; incluso lo terrorífico tenía cierta estética.

La joven no se desvaneció ni se desplomó. Sencillamente, permaneció en su mismo estado de quietud aunque su color empezó a mudar hasta adquirir la tonalidad gris oscura que no la resaltaba de aquel ambiente de noche eterna.

Alzó una mano y los mausoleos, —que confundían con tumbas—se abrieron y aparecieron miles de corazones latiendo al unísono.

Sus latidos penetraron en mi cabeza y callaron mis gritos de terror.

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(1) Título de la canción de Iko traducido al español. Por supuesto, no es mía, sólo la tomo prestada para esta historia.

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Continuará...