Disclaimer – HP pertenece a J.K. Rowling y la trama me pertenece a mí. Intento mantenerme siempre dentro del canon, por lo que los padres de Lily carecen de nombre.
Quiero hace un mini-fic de cuatro o cinco capítulos sobre cada pareja que tenga un padre (o hermanos) celosos, y tengo previsto, para cuando termine los capítulos sobre mi pareja favorita, hacerlos sobre Rose y Scorpius, y más tarde, sobre Ginny y Harry.
¡Disfruten de la lectura!
Papá, te presento a mi novio
El señor Evans
Lily había vuelto a su casa al fin. El último curso de su hija en aquel extraño y mágico internado había concluido. Pero, lejos de lamentarlo, quería hacer algo útil por la comunidad mágica, en sus propias palabras, y quería seguir estudiando.
El señor Evans estaba muy orgulloso de su hija. Era una muchacha preciosa, estaba en la flor de la vida y, lo más impresionante, practicaba la magia. Había visto a su Lily ayudar a su madre con las tareas domésticas, y se asombraba al ver como todo se arreglaba con solo agitar la varita.
Pero, además de sentirse orgulloso, estaba algo triste. Los intereses de su hija eran ya algo incomprensible para él, por mucho que tratara de entenderlos, y a veces hablaba de cosas que le resultaban desconocidas o extrañas. Además, su hija mayor, Petunia, y su hija menor estaban muy unidas de pequeñas, pero ahora parecían haberse separado de repente, coincidiendo con la entrada de su pequeña en el internado.
Tenía la esperanza de que todo se arreglaría. Su pequeña familia era especial, y eso era lo que contaba. Era especial porque era suya.
Suspiró con satisfacción al mirar las flores de su parterre, recién podadas y replantadas. Amaba las flores, al punto de poner nombres de flores a sus hijas, dando la casualidad de que su mujer también llevaba el nombre de una flor. Rose, Petunia, Lily...
Las gardenias estaban creciendo de maravilla, y también las prímulas y las rosas. Volvió a suspirar y entró en su casa.
Oyó a su mujer y a Lily hablando en la cocina. Se acercó silenciosamente, sonriendo...
–Hija, se lo tienes que contar a tu padre...
¿Qué? ¿Qué era lo que Lily tenía que contarle? Pegó su oreja a la puerta con disimulo y siguió espiando la conversación.
–Lo sé, mamá, pero tengo miedo de su reacción...
Malo. Muy malo. Su hija nunca había tenido reparos en contarle nada, ¿por qué iba a ocultarle algo ahora? ¿Por qué parecía tan nerviosa? Su sonrisa desapareció de inmediato.
–No tienes que tener miedo, Lily. En el fondo, no es tan malo.
Oh, Dios Santo. Que sus sospechas no fuesen ciertas, que no lo fuesen, que no lo fuesen...
–Sí, pero ¿y si entonces no lo quiere?
–Seguro que es encantador, y tu padre lo querrá de inmediato. No tienes que preocuparte –¿Encantador? ¿Quererlo?–. Estoy segura, lo querrá como si fuera hijo suyo.
Al señor Evans estaba a punto de darle una aploplejía...
–Pero...
–Será peor si lo ve llegar de repente, Lily. Tienes que contárselo a tu padre.
–Sí, mamá, se lo contaré. James...
¡¿James? ¿Había un chico implicado? ¡Eso sí que no! ¡No, señor!
Entró corriendo en la cocina donde estaban sentadas su hija y su esposa. Estas lo miraron estupefactas y no era para menos. El señor Evans tenía la cara tan roja como el pelo que le quedaba, estaba furioso y le temblaba la barba. Corrió a abrazar a su hija y gritó.
–¡¿Quién se ha atrevido a tocar a mi niña? ¡Espero que esté bien preparado, porque lo voy a matar! ¿¡Quién es ese ''James''!
Sujetó a su hija por los hombros, que lo miraba con los ojos abiertos de par en par.
–¡¿Te ha hecho daño? ¡¿Ha hecho algo que tú no quisieras? ¡¿Te ha dejado embarazada? –soltó a su hija y empezó a dar vueltas como un león enjaulado–. Podemos poner una denuncia, tú tranquila, todo se arreglará... Ese James me las va a pagar todas juntas... ¡Le voy a estampar mi pala en la cabeza!
Madre e hija se miraron sorprendidas.
–Pero, papá...
–¿Qué ocurre, mi niña? ¿Quieres decirme algo?
–Emmm... Pues resulta que sí. Tres cosas. ¿Me escucharás y no me interrumpirás hasta el final?
–Sí, mi niña, sí.
–La primera: NO estoy embarazada. No sé de dónde has sacado tamaña tontería, pero te aseguro que no estoy en estado. Lo segundo, James no es un violador ni nada similar. Es, de hecho, un muchacho muy amable y cariñoso, que no ha hecho nunca nada en contra de mi voluntad. Y lo tercero... esto... Papá, James es mi prometido y nos vamos a casar en unos meses.
Un silencio se instaló profundamente en la cocina. La señora y Lily se quedaron donde estaban, contemplando con asombro la reacción del padre de familia.
Su rostro dejó de estar rojo para pasar a su color normal. Se mantuvo por unos momentos... hasta que Lily comentó quién era James. Su rostro enrojeció rápidamente, pasando a un tono violáceo nada saludable. Después se puso verde, y más tarde amarillo y hasta acabar más pálido que la cera misma.
–Llega hoy para conoceros –musitó Lily débilmente.
El silencio persistía en la cocina. Lily oía los latidos de su corazón golpeando en su oído y su madre tenía las manos sudorosas sobre las de su hija. Ninguna de las dos mujeres despegó la vista del hombre, que aún estaba sentado en la silla donde se acomodó para escuchar a su hija.
Un portazo se escuchó en el pasillo.
–¡NO! ¡Nadie me va a quitar a mi hija! ¡¿Lo entendéis? ¡NADIE! –explotó de repente el señor Evans.
Una voz femenina se oyó desde la entrada.
–¿Qué pasa? ¿Qué son esos gritos? ¿Papá? –preguntó Petunia extrañada al ver a su padre.
La hermana de Lily acababa de volver de una cita con su nuevo novio, Vernon Dursley. A opinión de su hermana menor tenía un gusto francamente horrible. Llevaba una gruesa cinta en el pelo rubio, de vistosos colores y brillos innecesarios. En vez de llevar una camiseta, lucía un top que dejaba al aire todo su abdomen, de color amarillo canario y tenía puesta una minifalda de tela vaquera sinceramente horrible. Era alta, pero se plantaba encima de unos tacones aguja de diez centímetros con valor.
A opinión de Petunia, era su hermana la que tenía un gusto anticuado y pasado de moda. Lily, a pesar del calor, llevaba una blusa de color azul claro, arremangada hasta los codos, con los dos primeros botones de delante abiertos. Ésta se fruncía debajo del pecho y el resto de la blusa flotaba libremente, sin dejar nada al aire. Lucía, además, unos sosos pantalones cortos de color blanco y unas sandalias planas de cuero. Se había recogido el cabello en una trenza desaliñada y no se había maquillado. Francamente horrible, pensó Petunia con desprecio.
–Hola, Petunia –saludó Lily con suavidad.
Su hermana la ignoró olímpicamente y miró a su padre, que resoplaba como si fuera un toro. Explotó de nuevo en la pequeña cocina.
–¡Ese James no sabrá apreciarte! ¡Nadie lo hará! ¡Nadie te merece lo suficiente como para dejar que te cases! ¡Eres una niña! No tienes ni los veinte siquiera, ¿y ya quiere casarse contigo? ¡¿Qué clase de loco haría eso?
–Lo haría un loco enamorado –contestó Lily– al que le corresponde otra loca enamorada. Lo quiero, papá. No quiero casarme con nadie más.
–¡Pues no te cases!
Lily negó con la cabeza.
–Yo quiero casarme, quiero una familia, pero no la quiero con nadie que no sea James, papá. Como tú mismo has dicho, soy una niña, pero soy una niña que sabe lo que quiere. La situación es inestable en el mundo mágico, papá... Mañana podría pasar cualquier cosa, y no quiero arrepentirme de nada antes de morir –al ver que su padre la iba a interrumpir alzó la mano–. No quiero pensar en el hubiera...
–Tú no vas a morir mañana –gruñó su padre.
Lily se puso de pie y tomó las manos de su progenitor.
–Espera a conocerlo para hacerte una opinión suya, ¿vale?
Miró a los ojos castaños de su padre y éste supo que no iba a convencerla de lo contrario. Era decidida, y su hija estaba determinada. Si algo sabía, era que Lily no iba a cejar en su empeño. Se casaría quisiera él o no.
Asintió secamente y salió de la cocina, dejando a su familia un momento.
Su niña, su Lily, su hija... Ya no era su niña. Había dejado de serlo. Ahora era una mujer, una mujer de armas tomar, fuerte y valiente. Siempre se había sentido orgulloso de su pequeña, de su hija segunda. Petunia nunca le dio tantas satisfacciones como su Lily. Daba problemas y se quejaba de todo. Pero Lily no era así. Era amable, cariñosa, inteligente, hermosa... mágica.
Y ahora se iba a casar. No había terminado los estudios y quería casarse ya. No sabía cómo ni quién era ese James, pero sí sabía que no merecía a su pequeña. Nadie lo hacía.
Recordó el día del nacimiento de su pequeña. Estaban en el colegio de Petunia, celebrando el día Escolar de la No Violencia... y su mujer había entrado en parto. Su Lily... nada más nacer había sonreído, y el médico la había mirado con asombro... Los bebés no solían sonreír hasta el tercer mes, y Petunia misma había tardado tres meses y medio. Supo que su pequeña era especial. Casi nunca lloraba, y al año ya sabía hablar.
Aunque lo peor llegó cuando su hija cumplió seis años. Pasó el peor susto de su vida. Recordaba haber visto a Lily asomada en la ventana del ático, riéndose, saludándole con la mano al llegar del trabajo... Y, de repente, se cayó. Él aún estaba en el coche y se quedó paralizado al ver cómo su pequeña gritaba y empezaba a caer. Se horrorizó. Repentinamente, su hija se paralizó en el aire y empezó a descender con suavidad.
Cuando recobró el control de sus miembros, corrió hacia donde estaba su hija, que se miraba las manos con asombro. La llevó al hospital inmediatamente, pero el médico le tuvo que repetir una y otra vez que Lily estaba en perfecto estado.
Fueron muchas cosas más. Se trataba sobre todo de detener objetos en el aire. La azucarera que se caía llegaba al suelo limpiamente y con todo el azúcar en su interior. Un paso mal dado, un pequeño tropezón, y, al caer, se detenía en el aire. El agua que se derramaba volvía a su recipiente automáticamente.
Se acostumbró. Todo cobró sentido con la visita de la profesora McGonagall cuando su Lily cumplió 11 años. ¡Su hija era bruja!
Empezó a ir a ese extraño colegio, y volvía cada verano alegre y llena de vida. Sus notas eran brillantes, las mejores de su clase, y todo parecía indicar que le esperaba un buen futuro por delante. Petunia, mientras su hermana se esforzaba por estudiar, salía de fiesta, fumaba y gastaba todo el dinero que le daban, sin control.
En la vida hay muchos peros, mas este fue uno de los peores. Con quince años, su hija volvió después de hacer los exámenes. Les habló de que había dejado su amistad con Severus Snape. Estuvo triste varios días, pero después ocurrió.
Llevó a Lily de compras con él. Estaban en un supermercado, a plena luz del día. No creyó que fuera a ocurrir nada importante. Llegaron magos y brujas con grandes máscaras negras, atacando a su hija mientras él se quedaba en la retaguardia sin poder hacer nada.
No pudo evitar admirar a Lily. Se defendía y atacaba con rapidez, con maestría. Todo acabó con la llegada de los guardias del ministerio. Pasó mucho miedo por su hija, aunque al final no hubo que lamentar nada.
Fue el principio del fin. Cada mes se hablaban de extraños ataques y Lily volvía del colegio frunciendo el ceño con preocupación. Y ahora le hablaba de morir...
¿Cuándo había madurado su hija y dónde había estado él entonces?
Decidió que lo del novio no estaba tan mal. Esperaría a conocerlo, como dijo su hija, y, si todo iba bien, sería un muchacho que no la merecería, pero que sería capaz de protegerla, al menos.
–Papá.
–¿Sí? –contestó el señor Evans sin mirar a su hija.
Lily se acercó a él y se acurrucó en el sofá junto a su padre, tal y como lo hacía de pequeña.
–¿Estás enfadado conmigo?
Se sorprendió mucho al oír la pregunta de su hija.
–¡No, claro que no! ¿Cómo puedes pensar en eso? –preguntó mirándola–. Estoy enfadado con ese James, no contigo.
–¿Por qué, papá? ¡Si aún no lo conoces!
–Pero ya quiere arrebatarte de mi lado. Nadie me puede caer bien si nada más conocerle sé lo que pasará con él y contigo.
Ahora fue Lily la que le miró con reproche.
–Nunca me van a separar de tu lado, papá. Espera a conocerlo, al menos, y después lo decidiremos todo como la familia que somos.
Miró de nuevo a su hija con orgullo y tristeza. Había crecido tanto...
–Está bien, mi niña. Lo haremos a tu manera.
–¡Gracias!
Lily le abrazó. Le devolvió el abrazo torpemente, y vio que su mujer le sonreía desde la puerta. Había tomado la decisión correcta, se dijo. Haría feliz a su hija.
Pero... encontraría la manera de convencerla de que ese James era un patán y que no le convenía. Después de conocerlo, como le pedía su hija, no podría negarse a aceptar su opinión.
–Solo una pregunta... ¿Es un mago también?
–Sí, papá, está en mi curso en Hogwarts. Vendrá a cenar. Prepárate, papá –le dijo emocionada.
Suspiró. Todo sea por su felicidad, pensó.
Era ya la hora de la cena. Petunia había insistido en traer a su novio para poder presentar a toda la familia. La realidad, era que se moría de celos y de envidia. Su padre no había reaccionado así con su noviazgo; de hecho, solo había asentido con gesto indiferente.
La madre de familia había argumentado que era una cena informal, pero su marido y Vernon Dursley habían venido en traje, tratando de intimidar. Éste último estaba dispuesto a aplastar al novio de su cuñada por el pedido de su novia. Era prepotente y se había tomado la misión muy a pecho.
Petunia también se había decidido a impresionar a su futuro cuñado. Se había puesto un vestido ceñido y corto de brillantes colores. Últimamente se llevaban los colores brillantes y el estilo hippie, pero, todos en su casa pensaban que abusaba... ''un poco''.
Lily estaba muy emocionada y también se había cambiado para su novio. Su padre, al darse cuenta, había fruncido el ceño de un modo muy poco amistoso. Llevaba un vestido con una falda con mucho vuelo, de color blanco con pequeñas flores lilas. Se había marcado un poco los rizos y se había maquillado.
La señora Evans estaba encantada de recibir a un invitado en su casa. Quería conocer al novio de su hija, del que le había hablado tan a menudo Lily en sus cartas. Le había pedido que no se lo comentara a su padre, que se lo presentaría ella en cuanto llegara el verano. No sabía cómo era, pero estaba muy contenta de que su hija fuera feliz.
Recordó las palabras de su hija expresándose de su novio...
''Mamá, es un chico maravilloso, muy perseverante en lo que quiere. Me ha perseguido durante cinco años ya, creo que es hora de aceptar. Si supieras lo que me hace sentir...
Estoy segura de que me quiere, y sé que está nervioso por mi respuesta. Me sigue pareciendo el chico infantil, inmaduro y bromista que siempre ha sido, pero le quiero tal y como es. Te parecerá cursi, pero se me declaró de un modo distinto al de siempre.
Él siempre está sonriendo, se lo toma todo a broma, pero aquella vez... se puso serio por primera vez en varios años, ¿entiendes?
Le dije que me lo pensaría, y últimamente lleva ojeras, no sonríe, no bromea. Yo tampoco lo estoy pasando demasiado bien, mamá... No puedo dejar de pensar en él...''
Su hija era testaruda, pero no al punto de no admitir lo que siente. Estaba ansiosa por conocer a su novio.
Ahora estaban los cinco, Lily, los señores Evans, Vernon y Petunia en el salón esperando a que llegara James.
Lily estaba mirando por la ventana, feliz y ansiosa. No veía a su novio desde hacía dos semanas y lo echaba de menos. Sus padres estaban sentados en el sofá: su padre fruncía el ceño y su madre sonreía felizmente a su marido. Petunia se agarraba con fuerza al brazo de su novio, pálida.
Lily se puso de pie de repente y salió corriendo al jardín. Le siguió su familia detrás, extrañándose al verla dirigirse al invernadero. Hacía señales con ambos brazos levantados, como si se dirigiera a un avión.
–¡Cuidado con el invernadero! ¡Por aquí, por aquí!
Los demás alzaron la vista al cielo y, efectivamente, allí estaba una gigantesca motocicleta negra, sobre la que iban tres muchachos.
Vernon y Petunia se pusieron pálidos de la sorpresa y los señores Evans retrocedieron con miedo. Lily permaneció en su lugar, agitando los brazos.
La motocicleta pasó rozando la cabeza de la joven pelirroja, despeinándola, Aterrizó con brusquedad sobre el jardin, arrasando los parterres que con tanto mimo cuidaba el señor Evans. Los tres jóvenes salieron despedidos hacia la acera, rodando como pelotas.
–¡Mis flores! –gritó con desesperación el padre de Lily.
Se acercaron corriendo a ellos y el señor Evans los analizó con disgusto.
El más alto de todos ellos se había levantado ya y se miraba el pelo en un pequeño espejo que había sacado del bolsillo. Era apuesto, y acentuaba su aire de casanova con una chaqueta de cuero. Tal vez sería el más agradable de cara, pero supuso que sería egocéntrico, superficial y arrogante. Lily nunca saldría con alguien de esas características, así que ése no era James.
El segundo estaba tirado sobre la acera, con los ojos marrones muy abiertos. Respiraba con irregularidad. No era tan apuesto como el otro, pero también tenía un aire travieso, distorsionado por culpa de una herida cicatrizada en la mejilla. Llevaba una chaqueta marrón de tela, vieja y remendada. Desconfiaba de su cicatriz, pero podía ser un simple corte. Parecía padecer de problemas financieros, pero Lily nunca dudaría en salir con alguien a quien quisiera, por muy pobre que fuese.
El último gateaba inútilmente por el suelo, buscando algo. Se dio cuenta de que buscaba sus gafas, tiradas a un metro de él, con los ojos entrecerrados. Llevaba una chaqueta similar a la del primer gamberro, y también era guapo, con el cabello disparado en todas direcciones. Tenía un aire de haber sido querido y admirado, por lo que supuso que era egocéntrico, como su amigo.
Ninguno de los tres convencía al señor Evans como novio de su hija... Tal vez el segundo...
–¡Sirius! ¡Eres idiota! ¡Mira lo que has hecho!
Su hija llegó corriendo y empezó a golpear al primer muchacho. Su padre la miró con orgullo: sus flores habían valido la pena para ver cómo su Lily era capaz de defenderse y que había heredado su genio.
–¡Ay! ¡Ayyyy! ¡Pelirroja! ¡¿Las vacaciones te han vuelto más violenta o algo así?
Lily miró con furia a Sirius y se agachó al lado de James y de Remus.
–¿Estás bien? ¿Os habéis hecho daño? ¿James? ¿Remus?
–Estoy perfectamente, Lils –murmuró el licántropo, aún tirado en el suelo.
El señor Evans los miró con desconfianza. Ahora sabía que ese tal Sirius no era el novio de su hija, pero: ¿quién es James y quién Remus?
Lily se agachó y cogió las gafas rotas, sacó la varita y la arregló, ante la mirada atónita de Vernon. Petunia tuvo que empezar a explicárselo todo en voz baja.
–Toma –dijo, tendiéndoselas al muchacho.
–Ay, gracias... Voy a matar a Canuto.
–Tú tranquilo, Cornamenta... Te acompaño a hacerlo –murmuró Remus–. ¡Será un viaje tranquilo, Lun, no va a pasar ''nada''! –imitó–. ¡Nada, su madre! –gritó al final.
Sirius, que estaba levantando la motocicleta, casi la deja caer al oír el grito de Remus. ¡Quién imaginaría que el merodeador más tranquilo también tenía genio!
–¡Y lo ha sido, Lun! ¿Qué habría pasado si hubiéramos aterrizado en el tejado de la casa? ¡Miles de chicas lamentarían la muerte del gran Sirius Black!
Quedaba confirmado para el señor Evans: ese Sirius era un egocéntrico.
–¡Fue muy peligroso, Sirius! ¿Y si os hubieseis matado?
–Pues que mi club de fans tendría que cerrar –contestó el tercero poniéndose las gafas.
Bien. Ya sabía a quién preferiría de yerno, si tuviera que tenerlo. El segundo parecía el más civilizado de todos.
–A veces no sé cómo puedo teneros por amigos... –murmuró Remus, sin saber lo que el señor Evans pensaba de él. Se acercó a éste y le tendió la mano–. Buenas noches, señor Evans. Y supongo que usted es la señora Evans.
–Buenas noches –contestaron los dos.
Sirius apoyó la motocicleta contra una farola, le hizo un encantamiento maullido y le puso una cadena mágica alrededor.
–¿No crees que exageras, Sirius?
–Nunca, pelirroja.
James se había acercado mientras tanto al matrimonio Evans y saludaba a la madre de Lily con mucha educación: se agachó para besarle la mano como un antiguo caballero, mientras el señor Evans se ponía rojo de la rabia. Si ése era James, definitivamente no quería tenerlo dentro de la familia.
–Buenas noches. Supongo que usted será la señora Evans... Es cierto el dicho de que la belleza se hereda –le guiñó un ojo.
La señora Evans se puso roja y soltó unas risitas. Sabía perfectamente quién era James, desde el principio.
Sirius, ciertamente, sólo se había preocupado de su cabello y de su moto, de modo que no se había fijado en Lily (excepto cuando ésta lo golpeaba) y no era posible que la quisiera.
Remus había estado todo el rato tumbado en el suelo, sin levantarse ni siquiera cuando Lily se le acercó y preguntó por él. Un chico que no reacciona cuando la chica a la que quiere está cerca, es que no la quiere.
Y Lily... sólo se preocupó por James. A pesar de haber golpeado primero a Sirius, inmediatamente se había agachado al lado de James y le había ayudado a recuperar sus gafas. Le había mirado preocupada y, cuando al fin recuperó sus gafas, lo primero que hizo el muchacho fue mirar a su novia.
Tal vez su marido no lo viera aún, pero ella sabía que ambos jóvenes se querían y apoyaría siempre a su pequeña.
James le dio la mano sonrientemente al padre de Lily, pero antes de decir nada siquiera, Sirius lo apartó de un empujón y abrazó a los señores Evans, que no pudieron reaccionar debido a la sorpresa.
–¡Encantado de conocer a la familia de la pelirroja! Espero que tengan la comida preparada, porque tengo hambre –gritó.
Saludó con una ancha sonrisa a un morado Vernon y a la pálida Petunia.
–Entremos en casa –sugirió Lily. Sirius asintió excitado y hambriento–, después de que Sirius arregle el desastre que ha hecho –terminó, fulminando con la mirada al joven.
El muchacho refunfuñó, pero sacó la varita con gesto desdeñoso y movió el brazo, como si dibujara un amplio círculo.
Las flores volvieron a su posición original, en sus recién arregladas macetas y toda la tierra y los cachivaches del señor Evans volvieron a su sitio. Sirius asintió satisfecho al contemplar el resultado de su encantamiento, pero Vernon y Petunia se abrazaban, aterrorizados.
Entraron en casa y se sentaron en la sala. James y Sirius ocuparon inmediatamente un sillón, pero Remus fue lo suficientemente educado como para esperar a que le ofrecieran un asiento. Una vez sentados, la madre de Lily se levantó para ofrecerles un té y Petunia salió murmurando que tenía que ayudarla. Vernon se fue detrás de las mujeres agitándose como un pato.
Se quedaron solos los merodeadores, Lily y su padre.
–¿Por qué no ha venido Peter con vosotros? –preguntó Lily.
–Parece que su madre se ha puesto más grave y necesita ir a verla –explicó James restándole importancia.
Le encantaría abrazar y besar a su novia, pero su futuro suegro estaba delante y quería hacer las cosas bien. Además, no quería que Lily se disgustara. No cuando le había llevado tantos años conquistarla.
El señor Evans carraspeó sonoramente.
–Ya es suficiente. ¡Necesito saber quién de vosotros dos es James! –exclamó agitado, señalando a Remus y al aludido.
Ambos se miraron sorprendidos y soltaron una carcajada, aunque ninguno tan fuerte como Sirius, que se revolcaba por el suelo, sujetándose el estómago. Hasta Lily soltó unas risitas. Los que estaban en la cocina entraron al salón corriendo, asustados de la repentina explosión de carcajadas.
Remus logró tranquilizarse para explicar.
–Lo siento, señor Evans, pero imaginarme a mí, ¡a mí! como James Potter, es imposible. No podríamos ser más opuestos.
El señor Evans se lo tomó bastante mal.
–Entonces, ¿quién demonios es cada uno?
Remus sonrió ampliamente, mientras Sirius intentaba sentarse de nuevo en el sofá y James se limpiaba las lágrimas de la risa. La señora Evans se retiró de nuevo a la cocina, soltando risitas, y le siguieron Petunia y Vernon, aún boquiabiertos.
–Me llamo Remus Lupin, Lunático para los amigos, señor Evans.
–¿Lunático? –preguntó el señor Evans perplejo.
–No preguntes, papá. Se hacen llamar los Merodeadores y tienen los apodos más raros y estúpidos de todo Hogwarts.
Sirius fingió indignarse, aunque sabía que Lily lo decía con cariño.
–¡Hey, pelirroja, no nos insultes! Nuestros apodos tienen mucha historia –arguyó–. Por cierto, yo soy el gran, el famosísimo Sirius Black, Canuto para los amigos. Estoy seguro de que su hija le ha tenido que hablar de mí.
Sirius Black... Sí, el nombre le sonaba mucho... ¡Ah, claro! Su hija le había hablado de él nada más bajar del tren con el pelo azul.
–¿No me decías que era un asqueroso patán al que ibas a matar en cuanto lo volvieras a ver? –preguntó girándose hacia su hija.
La aludida enrojeció hasta la raíz del cabello y Sirius cayó sentado en el sillón, como fulminado.
–¿En serio hablas tan mal de mí cuando no estoy delante?
–Estaba enfadada... –murmuró Lily, encontrando de pronto que sus sandalias eran sumamente interesantes.
El señor Evans se sintió un poco avergonzado al comprobar que había dejado a su hija en una posición incómoda. Pero había un tema mucho más urgente que tratar (en su opinión).
–Entonces, ¿tú eres James?
El chico de las gafas asintió risueño.
–Encantado de conocerle.
El señor Evans le respondió con voz seca.
–Qué lástima no poder decir lo mismo.
Este ha sido mi primer intento de humor. ¡Espero que os guste!
Saludos,
lady Evelyne
P.D.: Sed buenos y dejad comentarios, por favor.
