CASPIAN

Estaba solo sentado en su despacho poniendo orden a los asuntos de su reino. Caía la noche, el cielo estaba despejado y desde una de las ventanas se podía apreciar con claridad como el sol desaparecía tras las montañas. Tenía que darse prisa, ya casi era la hora de la cena y debía reunirse con sus pequeños. Sonrió al imaginarselos corriendo por los pasillos del castillo, o trepando por una de las paredes de la muralla que lo cercaba, o tomando comida a hurtadillas de la cocina, o en las caballerizas dándole de comer a los ponis. Debía frenarlos de alguna manera, ya se habían fugado dos veces del castillo, y les había costado media tarde a él y a diez hombres más encontrarlos, para que al final estuvieran con el panadero ayudándole a hacer pan.

Volvió a sonreír.

Era incapaz de decirles algo, ni siquiera de levantarles la voz. Solo era cuestión de que la niña pusiera cara de borrego triste, lo mirara con sus profundos ojos verdes y dijera —Solo fue un ratito, no pensamos preocupar a nadie.

—Janya, Janya, Janya —murmuró para sí mismo. —¿Qué voy a hacer contigo mi niña?— terminó de vaciar un poco de cera roja en los pliegues del pergamino que acababa de doblar e inmediatamente después colocó el sello de Narnia sobre ésta. —Y Caspian, no ayudas mucho chiquillo —rió.

Su hijo odiaba que lo llamara chiquillo y cada vez que lo hacía, decía «no soy un chiquillo padre, pronto me convertiré en un hombre.»

«Claro que sí» le respondía él mientras revolvía su cabello. «serás un gran hombre y un gran rey también.»

Salió de sus recuerdos cuando alguien llamó a la puerta.

—Pase— dijo mientras apilaba los sobres listos en una de las esquinas de su escritorio.

—Mi Lord —saludó una señora de aproximadamente sesenta años. Su blanco y lacio cabello estaba atado en un pulcro moño —, el joven príncipe lo espera en el comedor.

—¿Solo él? ¿Dónde está Janya? —preguntó el rey.

—No la han visto desde la tarde —contestó la ama de llaves.

—¿Caspian no estaba con ella?

—Al parecer no.

—Manda a buscarla por favor, ya no tardo, en unos minutos iré a cenar.

—Por supuesto. Y señor... —añadió un tanto nerviosa —llegó está carta de Calormen —la señora se acercó a su escritorio y le entregó un sobre con la cera intacta.

Caspian tomó la carta y temiendo la respuesta miró a la señora. Ella solo negó con la cabeza y se encogió de hombros con un poco de preocupación en los ojos.

Su corazón empezó a palpitar tan rápido que creyó que saldría de su pecho. Las manos le temblaron al romper la plateada cera y leyó la carta con las manos sudorosas.

—No... no, no, no. —murmuró Caspian —¡eso no puede ser! –el joven rey se alborotó el cabello y cubrió su cara con ambas manos, se negaba rotundamente a creer lo que acababa de leer. La vista se le nubló y una lágrima le mojó la palma de las manos.

Ya no se podía hacer nada.


RYNELF

El visir Jeffraak salió de la habitación. No tenía buen aspecto y la gruesa cadena que llevaba en el cuello estaba empapada de sudor.

—¿Y bien? —preguntó Rynelf. —¿Cómo está?

El hombre no tuvo la fuerza para mirarlo a los ojos.

—Le queda una semana como máximo. —dijo tristemente el visir. —Lo siento mucho.

A Rynelf se le cayó el alma a los pies, estaba completamente destrozado. Celinne era una chica hermosa, inteligente, valiente y tan bondadosa con las personas que no merecía estar pasando por aquello.

—Tiene que haber una manera —dijo. —lo que sea pero ¡ella no puede irse!

—En verdad lo siento mucho —lo cortó Jeffraak. —Pero hice todo lo posible por mantenerla con vida. Las fiebres son muy altas y ya no puedo apaciguarlas. Apenas me dijeron que una de las sirvientas comenzó a tener los síntomas, usted hizo bien en sacar a la princesa de este lugar.

—Si... también la perdí a ella. —murmuró Rynelf con un deje de tristeza.

—Eso no es cierto mi Tisroc, que viva eternamente —exclamó el visir. —Puede mandar una carta al rey Caspian y pedirle que la traiga de vuelta.

—No es tan fácil como usted cree —respondió el Rey. —No sé si Caspian pueda traerla, creo que ya se ha encariñado mucho con los Telmarinos y a demás... está muy pequeña como para perder a su madre.

—Piénselo bien su alteza, aún está a tiempo para que la reina vea a su hija por última vez. —le aconsejó Jeffraak.

—Lo consultaré primero con ella —contestó Rynelf señalando la puerta que tenía a su espalda. —Puede retirarse.

—Escucho y obedezco, mi Lord. Si me necesita estaré en la biblioteca. —le dijo el visir.

—Seguro, y gracias por... todo.

El visir asintió un tanto sorprendido, era raro que un Tisroc diera las gracias por algo.

Rynelf esperó a que Jeffraak doblara la esquina para dejar escapar un largo suspiro. Se frotó las sienes, se mordió los labios varias veces y secó de inmediato la lágrima que resbaló por su rostro.

¿Por qué siempre le arrebataban su felicidad? Estaba consciente de que Celinne no era el amor de su vida, pero cuando se dio la oportunidad de conocerla se dió cuenta lo maravillosa que era esa mujer. La consideraba parte de su familia y más que una esposa, para él era una amiga y consejera en la que podía confiar plenamente. Le dolía en el alma verla tan débil y frágil, pero aún así se armó de valor y entró en la habitación.

La estancia era bastante grande y lujosa, un enorme tapate con detalles en hilo de oro cubría el suelo por completo, un escritorio de ébano se encontraba en uno de los extremos de la habitación y estaba lleno de sobres sin abrir, sobre la cama con pilares postrada en una pedestal circular en medio de la habitación, se encontraba una mujer de cabellos dorados que a pesar de ser muy bella se le veía demacrada y frágil. Rynelf se acercó hasta el pedestal, le dio vuelta al gran reloj de arena situado a un lado del buró y subió los tres escalones que llevaban a la cama de la mujer. Se sentó en la cama y la tomó de la mano, no le sorprendió sentir que la pálida piel de su esposa estaba helada.

—Hola Cel —la mujer se revolvió en la cama y giró su vista hacia él.

—Hola —respondió la mujer con la voz ronca.

—¿Cómo te sientes? —preguntó el Tisroc frotando su mano. Sabía que era una pregunta bastante tonta pero necesitaba reunir fuerzas para decirle lo que se avecinaba.

—Cansada —respondió su esposa. —¿Qué te dijo Jeffraak? ¿cuánto tiempo me queda?
Rynelf se tensó. Celinne no era para nada tonta y estaba consciente de su condición pero... ¿cómo podía decirle que le quedaban siete días de vida? ¿que jamás volvería a pisar su tierra y no volvería a ver a su familia?

«¿Qué más da?» dijo una voz dentro de su cabeza. «Sólo quedan siete días y después podrás rehacer tu vida con Dathreyn, criar como siempre quisiste a tu hijo, sin nadie, absolutamente nadie que se cruce en tu camino. ¿Por qué mentir? tu padre fue muy directo cuando te obligó a casarte con aquella chica blanca de tierras más allá del gran desierto»

¿Cómo podía pensar eso? Celinne no era la mujer de su vida, pero era la madre de su hija, de su linda y adorable hija.

—Nada, dijo que estarás bien —contestó Rynelf con una falsa sonrisa. Celinne soltó un bufido.

—Sabes que no me gusta que mientas, se te da pésimo. Sólo quiero saber si puedo ver a mi hija otra vez.

—Cel, estás bien, no necesitas verla.

—Rynelf, no sé por qué no lo quieres admitir, pero yo lo sé y estoy consciente de ello –le dijo su esposa mirándolo directamente a los ojos. —Me estoy muriendo y quiero ver a la niña antes de que eso pase.

—No creo que sea buena idea. –contraatacó el Tisroc.

—¿Por qué no?

—Porque es muy pequeña, no lo soportaría.

—¿Y qué hay de mi? —preguntó la reina con un nudo en la garganta. —¿Moriré sola? ¿cuándo pregunte por su madre que le dirás?

—Cel, no hagas esto más difícil.

—¡Sólo quiero verla! —gritó Celinne exasperada. —por favor —susurró.

—De acuerdo —contestó el Tisroc después de unos segundos. —Si eso es lo que deseas, enviaré un par de cartas para que la puedan traer en cuanto antes, pero necesito que me prometas que descansaras hasta que ella llegue.

—Te lo prometo.

—Descansa Cel —Rynelf se inclinó y le dio un beso en la frente, se levantó y antes de salir tomó las cartas que se encontraban en el escritorio.

—No —escuchó decir a Celinne. —Yo las atenderé.

—No estás en condiciones Cel.

—Lo haré —repuso la reina —, sólo déjalas ahí.

A pesar de que a Rynelf no le agradaba la idea dejó todas las cartas en es escritorio, dio media vuelta y salió de la habitación.


JANYA

Estaba sentada en el borde de la torre más alta del castillo. Le encantaba ese lugar porque se podía ver todo el reino desde ahí, desde el muro que sitiaba el lugar hasta el inicio del bosque, incluso en lo más alejado del panorama se alzaba el Monte Pire con su doble punta tan blanca y nevada que de tan solo mirarla le daba frío.

Su lindo cabello dorado se agitaba al compás del viento mientras que ella mantenía la vista fija en el cielo. Marella les había dicho a ella y a Caspian que esa noche sería hermosa, puesto que se presenciaría un eclipse que tardaba años e incluso una vida entera para que volviera a aparecer.

Llevaba cerca de dos horas en el borde de la torre, no había rastro del eclipse y comenzaba a aburrirse. Normalmente Caspian subía con ella y se la pasaban platicando de cosas de niños hasta que se cansaban o llegaba la hora de cenar. Pero en esa ocasión no fue así. El niño se había mostrado muy raro desde el día en que su tío Miraz lo había llevado con él a dar una vuelta por el pueblo. Ya ni siquiera hablaba con ella, todo el tiempo estaba distante y se la pasaba pegado a su padre o a su tío. Janya no lo quería admitir pero lo extrañaba.

Finalmente escuchó que unos guardias unos pisos más abajo la estaba buscando, así que decidió despedirse del hermoso cielo estrellado y se volvió para abrir la puerta que conducía a la escaleras cuando chocó con una brillante armadura. Se sobó la frente y alzó la cabeza para ver al hombre que la portaba.

—La buscan en el comedor, majestad. —dijo Lord Glozelle.

—S... si, ya iba para allá. —contestó Janya nerviosa. Ese hombre siempre le ponía los pelos de punta. El general se movió para dejarle el paso libre y la niña echó a correr escaleras abajo rumbo al comedor.

Cuando llegó se disculpó por la tardanza y corrió la silla que estaba enfrente de Caspian.
La cena transcurrió en silencio, solo se escuchaba el chocar de los cubiertos con la loza y eso comenzó a incomodar a Janya puesto que en la cena su tío siempre hablaba, pero en esa ocasión se notaba distante, seguramente había tenido un día agotador así que decidió iniciar una conversación.

Gran error.

—Marella se equivocó, no hubo ningún eclipse. —dijo con un poco de tristeza.

—Te lo dije, son idioteces. —le respondió de pronto Caspian. La chica dejó caer el tenedor sobre la mesa.

—No lo son. –exclamó rotundamente. —Y yo creo fielmente en lo que dice Marella.

—Pues ya ves que no todo lo que dice una persona que también afirma que existieron criaturas parlantes es cierto. —se jactó Caspian con un deje de superioridad.

—¡Retractate! —amenazó la niña.

—¡Oblígame!

—¡Eres un alzado!

—¡Mentirosa!

—¡Tonto!

—Niños ¡Basta! —gritó el rey mientras golpeaba la mesa con una mano.

Janya abrió mucho los ojos y Caspian detuvo en el aire la mano llena de pasta que estaba a punto de aventar a la niña.

—¡¿Qué les pasa?! —preguntó el rey. —¡Caspian, bájalo ya! ¿En serio ibas a hacer eso? Y Janya, créeme que no hay necesidad de gritar en la mesa.

—Él también lo hizo —acusó la menor señalando al niño.

—Sí, pero tú empezaste —afirmó el rey.

La niña bajó la mirada.

—Perdón, me retiro –se levantó de la mesa y comenzó a caminar.

—No, Janya —advirtió el rey —, necesito hablar contigo.

—¡No hice nada! Lo juro —se defendió la niña volviendo en sus pasos.

—Yo nunca dije que hiciste algo.

La rubia ladeó su cabeza con la mirada en el suelo y comenzó a juguetear con su blusón.

—No hiciste nada, ¿verdad? —preguntó el monarca con aire cansado y como si ya supiera la respuesta.

—¿En serio le preguntas eso a ella? —escupió su hijo.

—¡No fue mi culpa! —contestó la niña al príncipe enojada. —Cuando llegué ya estaba así.

—¿Qué cosa? —quiso saber el rey.

—Los establos —respondió Janya en un susurro.

—¿Qué pasó ahí? –preguntó el rey.

—El potro que nació hace unos días se escapó.

—¡Era mío! —repeló el joven.

—Caspian, silencio —le pidió su padre.

—Pero es que...

—Deja que Janya termine de hablar —pidió el Rey y con un levantamiento de cejas incitó a la niña que terminara su relato.

—Yo solo iba pasando por ahí y vi que el potro se había salido de su corral.

—¿Se salió o lo sacaste? —preguntó Caspian molesto.

—¡Se salió! ¡Ya te lo dije! —le gritó la niña con los puños cerrados y los ojos llorosos. —¡Yo nunca haría algo así!

—¡Tu siempre causas problemas! —escupió el príncipe.

Janya se paralizó y las lágrimas corrieron por su cara.

—No es cierto —susurró mientras retrocedía y negaba con la cabeza. —¡No es cierto!

—¡Janya! Claro que no es cierto —dijo el monarca tratando de calmar a la niña.

—¡TE ODIO! —le gritó la rubia a Caspian. Y acto seguido salió corriendo del comedor con el rey detrás de ella.

—¡JANYA ESPERA! —escuchaba que gritaba su tío mientras corría por los pasillos tratando de alcanzarla.

La niña ubicó el corredor de su escape a la derecha y redujo el paso, a pesar de que habían antorchas iluminando su paso la visión se le dificultó y tanteó la pared hasta encontrar el del tapiz de Caspian I "el conquistador". Corrió la imagen y dejó a la vista la puerta que conducía a la torre en la que se encontraba minutos antes. Subió a toda prisa los escalones, salió al oscuro cielo nocturno cerrando la puerta tras de sí y rompió a llorar.

¿Por qué Caspian se comportaba así con ella? Odiaba tanto sus bromas y sus burlas. Odiaba tanto a Miraz por habérselo llevado ese día y cambiar al hermano que siempre tuvo y dejarle un completo desconocido en su lugar. Odiaba que pensaran que era un completo desastre y que la trataran como una niña que necesitaba mucha atención. Quería que todo volviera a la normalidad.

—¿Puedo sentarme? —preguntó una voz e hizo que Janya se sobresaltara. Volteó y vio al hombre que consideraba su padre.

—Eso creo —respondió ella enjuagándose las lágrimas.

—Dime ¿por qué Caspian y tú han estado muy distantes últimamente? —preguntó el rey mientras se sentaba.

La niña suspiró.

—Todo fue gracias a Miraz —susurró Janya.

—¿Miraz? ¿Por qué?

—¿Recuerdas el día que se lo llevó a dar un paseo por el pueblo?

—Si, eso creo —respondió el rey.

—Pues no se qué pasó. Desde entonces Caspian no es el mismo; ya no juega conmigo ni escucha los cuentos de Marella y siempre está tomándonos el pelo —dijo la rubia derramando lágrimas de nuevo.

—Escucha, hablaré con él. No hay motivo para que te deje de hablar de un día para el otro y que sea grosero contigo, así como tú también para con él —le dijo el rey limpiándole las lágrimas.

—Me disculpare por decirle tonto. No quería hacerlo pero a veces me irrita mucho.

—Lo sé Janya, pero debes ser un poco más tolerante. Ambos están creciendo y las personas siempre cambian. Hablaré con él, pero debes darle un poco de tiempo para que asimile las cosas junto con el daño que te ha hecho ¿De acuerdo?

La niña asintió.

—Y después de eso, no te prometo que volverá a ser como antes, pero será mucho mejor que esto, ¿sí?

—Sí —respondió la rubia.

El rey la envolvió en sus brazos.

—Bien y ahora dime ¿Cómo encontraron esta torre? Jamás había subido a aquí.

—Caspian y yo la descubrimos hace unos meses mientras jugábamos. Era nuestro escondite secreto hasta que Lord Glozelle nos descubrió y ahora la usamos para cuando Marella nos lee historias o nos enseña las estrellas.

—Si... las estrellas se ven hermosas desde aquí —dijo el rey levantando la mirada hacia el oscuro cielo.

—Esa constelación de allá se llama "La Nave" —dijo la niña señalando una serie de estrellas con el dedo —, y esa otra de allá es "El Leopardo".

—Son hermosas —susurró el rey —, pero no más hermosa que mi princesa —miró a Janya y esta le dedico una sonrisa. Entonces la cargó lejos de la orilla y comenzó a hacerle cosquillas. La niña reía y se retorcía en los brazos del rey mientras él movía sus manos con rapidez y no la dejaba tocar el suelo.

Era el padre perfecto, siempre la entendía y se preocupaba por su bienestar. Janya solo se había sentido tan a salvo con su madre y con él. Ellos realmente la querían y ella los amaba con todo su ser.

Caspian IX y Celinne eran sus verdaderos padres.

Lástima que nada dura para siempre.


¡Hola!

Pues bien, éste es el segundo fanfic que hago, la verdad lo tengo desde hace muchísimo, muchísimo tiempo (en serio, desde 2014 más o menos), pero no tenía una idea muy sólida de lo que quería lograr.

Éste capitulo ha pasado por cientos de revisiones a lo largo de éstos años y creo que por fin ya está. A pesar de que la redacción no me termina de agradar tanto, no quise escribir el fanfic desde cero (ya tengo gran parte de la historia escrita ( ͡° ͜ʖ ͡°)) porque me gustaría ver el cambio que he tenido y ya en los capítulos intermedios y finales se nota bastante el cambio (creo lol).

Esta historia también se encuentra disponible en Wattped y en Potterfics por si gustan pasar por ella ya que en algunos sitios si se pueden subir imágenes y esas cosas. Les dejo los links abajo y nada! Gracias por leer.

Les quiere,

Daniela

Potterfics: historias/193550

Wattpad: story/136515541-los-pr%C3%ADncipes-forasteros-las-crónicas-de-narnia