- ¿Un terremoto? - inquirió Emma con más sorpresa que burla en la voz.
Había entrado sin llamar, por supuesto. Por lo visto, ser La Salvadora venía con ciertos extras además del derecho a vestir cuero rojo. Le habría molestado la intromisión de no ser por Henry. El dolor de haber recuperado a su hijo para sentir en sus ojos la indiferencia de quien no te reconoce corría por sus venas como lava hirviendo. Necesitaba que la recordase y lo necesitaba ya.
- Tenía que hacer una declaración. - se detuvo un largo instante para analizar a su interlocutora de abajo a arriba. -Y estáis bien.
Emma pareció sentirse levemente intimidada. "No sólo tú puedes hacer una entrada brusca", se felicitó Regina antes de hablar.
- ¿Crees que se lo han tragado?
- Sí. Creo que sí.
- Bien. - sentenció mientras se acercaba a la rubia con paso decidido. Se detuvo al escucharla.
- Buen trabajo. Ahora averigüemos quién ha maldecido realmente esta ciudad.
Miró a Emma con una renovada admiración. Era justo reconocer que la chica tenía talento para el teatro. Realmente le había hecho dudar durante su pequeño paripé frente al resto de habitantes de Storybrooke. Por un momento pensó que la Salvadora estaba de parte de todos aquellos que le atribuían la autoría de la maldición y, durante ése instante de duda, sintió el arrebato de rabia que había inspirado finalmente el terremoto. Hubiese sido una terrible decepción.
- ¿Pasa algo?
Emma había reparado en su ceño fruncido.
- No. Tenemos trabajo que hacer. - Dijo clavándole la mirada.
La Salvadora abrió la boca para decir algo. Probablemente no le había convencido la respuesta. Pero en lugar de éso se giró con un suspiro inaudible y cerró la puerta del despacho tras comprobar que no quedaba nadie en los pasillos.
- ¿Cuánto tiempo crees que tenemos? - preguntó Regina sacando del armario su instrumental de análisis.
- Hasta quienquiera que haya maldecido la ciudad se dé cuenta de que no estás huyendo de mí.
- Pero hasta entonces nadie se espera que estemos trabajando en ésto juntas.
Más que el hecho en sí, le sorprendió lo natural que parecía colaborar con ella. Lo fácil. Se obligó a recordar quién era, por si cambiaban los vientos y su pequeña nueva alianza caía en pedazos. "No confíes", se dijo. Y sin embargo, resultaba tan sencillo...
-Veamos. - Dijo tomando con decisión el frasco con la poción para recordar que le tendía la ex sheriff.
- ¿Será suficiente? - dijo Emma tomando asiento mientras la otra examinaba el contenido alzando las cejas.
- Para usarla... no. Para copiarla creo que sí.
- Podemos empezar a despertar a la gente y averiguar que ha traído a todo el mundo de vuelta aquí.
- Y puedo hacer que Henry me recuerde. - susurró casi para sí misma.
Por un segundo, olvidó que había alguien más allí y se permitió sumergirse en su dolor. No notó la mirada de Emma, que acababa de dejar sus guantes sobre la mesa y parecía estar a punto de cogerle la mano en señal de apoyo. Volvió a la realidad con firmeza y miró a la única persona que había creído en ella.
- Gracias.
- ¿Por qué? Aún no hemos hecho nada.
- Ya has visto lo rápido que esta ciudad me ha echado la culpa. Pero tú... - la voz volvió a quebrársele un instante al encontrarse con sus ojos claros. Ahora parecían casi verdes. - Tú no crees que yo haya lanzado esa maldición.
Emma sonrió apartando la mirada.
- Sé que no ha sido fácil para ti - continuó Regina.
- Claro que sí. - Interrumpió la rubia alzando nuevamente el rostro. - Sabía que decías la verdad.
- ¿Después de todo lo que ha pasado y pones a Henry junto a mí? Quizá es todo parte de un ingenioso plan super complejo. - dijo entre la ironía y la desconfianza real.
- No lo ha sido. - Cortó nuevamente La Salvadora. - Mi "superpoder" igual no es perfecto, pero contigo... Regina... siempre sé cuándo mientes.
Regina le trasladó toda su atención. "Sé cuando mientes", valoró. "¿Qué más puedes notar?", estuvo a punto de inquirir. Algo le impidió abrir la boca. Continuó mirándola en silencio mientras pensaba cómo era capaz de discernir sus mentiras cuando había gobernado un Reino entero sin que nadie las hubiera puesto en duda. Aquello le irritaba y, de alguna forma, le hacía sentir cómoda al mismo tiempo. Le ponía nerviosa la seguridad con la que Swan se movía por su vida, por todo su mundo, como si siempre hubiera estado allí. Como si le perteneciera.
- ...y ésta vez no estás mintiendo. No has sido tú. - Concluyó Emma.
- Aunque sabes que no puedo vivir sin él.
"Otra vez. Otra vez soy débil ante ella. Me expongo."
- Ahí está. Otra vez diciendo la verdad. - coronó su veredicto con una sonrisa sincera.
"Ha nacido para que confíen en ella", pensó Regina. "No se puede no confiar en esa sonrisa. Incluso yo... Incluso ahora que me lo juego todo. Henry. Incluso con mi vida entera en un hilo me pongo en sus manos...". Miró las manos de la Salvadora. Una de ellas descansaba sobre su muslo y la otra estaba sobre la mesa, a menos de un paso de donde se encontraba Regina. Se sintió tentada de recorrer aquella distancia. Pensó en expresar de nuevo su gratitud. Y un tercer pensamiento, mucho más inquietante que los otros dos, cruzó su mente antes de devolverle la más franca de sus sonrisas.
