Cuando Vanitas se dio cuenta de que su familia estaba rota, todavía no era demasiado tarde. Al menos, no para Sora
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—¡Vanitas!
Las cortinas negras de su ventana se abrieron de par en par, dejando entrar el sol del mediodía a la cueva que solía llamar su habitación. Los platillos dorados de su batería brillaron opacos, al igual que las piezas que la ensamblaban, el alacrán mascota que tenía encerrado en un terrario sobre su escritorio corrió hacia un rincón oscuro, y la enorme sonrisa de su hermano menor que le mostró cuando fue capaz de abrir los ojos entre tanta luz, hizo que le dieran ganas de taparse con los cobertores y no volver a salir jamás
—Despierta de una vez, ¡hoy es un día importante!
—Sora, nada es lo suficientemente importante para levantarse a las... —le dio una rápida mirada a su reloj digital, marcando la hora en su mesita de noche— ocho con cinco en sábado
El castaño menor parpadeó un par de veces, bastante confundido
—¿No sabes qué día es hoy?
—¿Navidad? —bufó sarcástico
Hubo un ligero silencio, donde Vanitas aprovechó y cerró las cortinas, haciendo regresar a su querida oscuridad
—¡Mira la fecha! —exclamó entonces
Rodó los ojos, si estuviera lo suficientemente despierto, ya lo hubiera sacado a patadas. Sin embargo, por alguna razón, hizo caso y consultó la fecha de ese día en su celular. Noviembre 13
—¿Y bien?
Miró a su hermano menor, sin comprender aún lo que quería decirle
—¿Y bien qué?
Sin piedad, Sora lo tomó de los hombros y comenzó a sacudirlo frenéticamente
—¿¡Y el hermano idiota era yo!?
—¡Suéltame!
Tuvieron una pelea, que terminó con Vanitas sometiendo a Sora bocabajo en su cama, con una vena palpitando en su sien y la sonrisa más tétrica que era capaz de poner
—Tú lo que quieres es morir ¿verdad enano?
—¡Idiota! ¡Idiota idiota idiota! —gritaba, pataleando
—¡Maldito mocoso!
Luego de un par de golpes y jalones de cabello, lograron -de alguna manera- tranquilizarse lo suficiente para sentarse en el suelo a hablar como gente civilizada
—¿De verdad lo olvidaste? —frunció el ceño
—Si, lo olvidé, sólo dime de qué mierda hablas y déjame volver a dormir
—Noviembre. Noviembre trece. Trece de Noviembre
—¿Qué con eso?—bufó
Sora se tiró al suelo, soltando un gruñido de exasperación
—¡Tu cumpleaños!
Vanitas parpadeó un par de veces. Si no fuera por sus ojos dorados y cabellos castaños casi tan oscuros como la noche, cualquiera podría decir que su imagen se trataba del reflejo de Sora sin su ceño fruncido tan habitual en él. De vez en cuando, compartían ciertos rasgos
—¿Era hoy?
—Es oficial, desde hoy yo soy el hermano inteligente
—¿Cuánto es nueve por ocho?
—¡Tu sabes que jamás me aprendí la tabla del ocho! —negó con la cabeza. Vanitas soltó una ligera carcajada— ¡Y no estamos hablando de eso! —hizo un puchero—. ¿De verdad jamás te acordaste?
—Sabía que era pronto... pero no tan pronto
Y no mentía. Su cumpleaños nunca fue una fecha importante para él, pero en años pasados al menos lo recordaba. No estaba tan viejo como para empezar a olvidar cosas ¿verdad?
Sora soltó una risita, sentado de nuevo y sonriéndole a su hermano
—Como sea. ¡Feliz cumpleaños! —exclamó
—¿No estabas molesto antes...?
—Hoy yo hice el desayuno —presumió orgulloso, ignorándolo y golpeándose el pecho con su puño—. Sin quemar nada
—Bueno, tengo que admitir que eso es nuevo
—YouTube hace magia
—Magia negra
—Hey ¿Qué significa eso?
Vanitas soltó una ligera carcajada, poniéndose de pie para luego alborotar el cabello de Sora cariñosamente. El castaño menor sabía, gracias a la experiencia, que esa era su manera de agradecerle
—Que si no está tan bueno como lo hace Tifa, lo repetirás hasta que te salga
—¡¿Ah?! ¡Demonio!
—¿Te duele mucho?
Vanitas, a sus diez años de edad, había sufrido tantos malos tratos que el brillo inocente en los ojos de su hermano menor le parecía el mejor de los alivios. Hoy su padre se había pasado de la raya; esa fue la primera vez, y no quería ni imaginarse lo que le esperaba en el futuro. Su cuerpo le dolía, la cabeza le daba vueltas, las piernas no le respondían. Ya ni siquiera recordaba qué fue lo que desató la ira del hombre, quizás no obedeció a la primera, o quizás le respondió. En realidad, ya no le importaba. Tenía sueño
—Creo que papá olvidó tu cumpleaños... —dijo Sora, con seis años, sin comprender del todo lo que estaba pasando
Ah, ahora recordaba. La idea que Sora le dio, sobre su cumpleaños, sobre algo especial que se hacía en él. ¿Celebrarlo? Prefería no volver a hablar del tema
