Toc, toc.

Dos golpes en la puerta bastaron para que Kinana se levantara como un resorte del sofá en el que estaba tranquilamente leyendo. Había sido un enorme acierto haberse pedido el día libre en el bar, pues de otro modo su relajada tarde no habría podido llevarse a cabo. En realidad, ella misma no había sido la artífice de la idea, sino su compañera Camille. Ésta se había acercado hasta ella el día anterior y le había sugerido el plan mientras Kinana aprovechaba para limpiar una de las mesas del local.

"Nunca has faltado al trabajo, ni un solo día" le había asegurado Camille, con una mirada suspicaz posada sobre el rostro de Kinana.

"Ya..."

"Ni siquiera cogiste vacaciones cuando el resto de nosotros sí lo hizo", insistió.

"Alguien tenía que quedarse cuidando de ésto. Y a mí no me importaba en absoluto"

"Eso está muy bien, pero ¿no crees que es agotador, Kinana? Por mucha dedicación y muchas ganas que le pongas al trabajo, bueno, yo al menos estaría agradecida de tener algún que otro día libre de vez en cuando"

"¿Insinúas que debo hacerlo?"

"Por el cielo, ¡sí! Desde luego que sí. Además, mañana es 14 de febrero, creo que sabes lo que eso significa" dijo la mujer, guiñando un ojo a la otra camarera.

"Sí. ¿Y qué?"

"¿Cómo que 'y qué'? Pues que qué mejor ocasión que esa para tomarte un día de descanso"

"Es un día como otro cualquiera" contestó Kinana, poniendo los ojos en blanco.

La camarera de mayor edad se interpuso delante de ella y la obligó a tirar el paño que la maga tenía en la mano. El trozo de tela cayó rápidamente al suelo, lanzado con fuerza.

"Puede que sí. Pero para una chica joven y guapa como tú no creo que lo sea. ¿No tienes a alguien especial con quien te gustaría pasar el día?"

La telépata lo había pensado detenidamente. Sí que lo tenía, aunque en el fondo odiara reconocerlo. Era alguien más que especial para ella, pero no lo quería admitir delante de su compañera. Y ya hacía tiempo que no le veía, para ser sinceros.

"Supongo que... sí. Pero a esa persona el día de mañana le trae sin cuidado, casi tanto como a mí"

"Bueno, no tenéis por qué hacer nada especial. Simplemente pasad tiempo juntos. Te mereces un día sin trabajo, Kinana. Y seguro que él lo agradece también"

"En el caso de que consiga verle, dirás. Suele estar..." recapacitó Kinana, buscando una palabra lo bastante adecuada "... ocupado".

"Si le importas, seguro que puede quedar contigo" la animó Camille, rodeándola con un brazo.

"¿Y qué hay de ti, Camille? ¿Tú no tienes a nadie con quien te gustaría celebrar el día de mañana?"

La vieja camarera emitió una sonora carcajada, sincera pero algo ronca para su gusto.

"No te preocupes por eso, Kinana. Las mujeres como yo ya no tenemos remedio" expresó, sin apartar de ella la discreta sonrisa que permanecía en sus labios.

De forma que al final había accedido a la recomendación de su compañera y se había pedido el día libre. Para su sorpresa, hasta su jefe se había mostrado encantado de concedérselo, lo cual la había dejado completamente descolocada. Parecía que todos los que la rodeaban sentían lo mucho que necesitaba Kinana un descanso del trabajo.

Pero sus responsabilidades eran lo que conseguía despejarla de sus pensamientos, lo que impedía que la joven se abstrayese y pudiera pasarse las horas muertas recordando sus momentos de gloria y el calor que le otorgaban sus amigos de Fairy Tail. Por eso se tiraba la mayor parte del día trabajando, o leyendo, o viendo películas o series. Y cuando tenía aún más tiempo libre, se podía pasar las horas muertas tocando su amado piano. Lo que fuera para evitar que su mente trabajara en exceso. Y era precisamente esa razón la que no podía contarle a Camille o a cualquier otra persona que se preocupara por ella. Habrían tratado de animarla de otra manera, y solo habrían conseguido empeorar las cosas.

Echó un vistazo a través de la mirilla de la puerta, insegura de quién estaría al otro lado. Hacía milenios que nadie llamaba a su puerta, de modo que igual la visita que recibía no era tan agradable como ella había esperado. Pero cuando vislumbró un rostro enmarcado por mechones de pelo granate lacios y goteantes, se apresuró a quitar el pestillo y dejar pasar al visitante al interior de la casa.

-Podrías haber tardado más en abrir -se quejó, a modo de saludo.

-Lo siento -se disculpó Kinana mientras cerraba la puerta-. No sabía que fuera estuviera lloviendo.

Cobra deslizó su mirada hasta la ventana más cercana, la del salón, para evaluar el cielo encapotado y realmente oscuro que reinaba en el exterior. Como si fuera evidente que no era muy difícil averiguar el tiempo que hacía en la ciudad de Hargeon.

-¿Sabes? Creo que esta es la primera vez que llamas para entrar -comentó la maga, acercándose hasta donde estaba el Dragon Slayer para quedar enfrente de él-. Ha sido por eso que me haya tomado mi tiempo para abrirte.

Aquello era cierto. Las veces que se presentaba en su casa, el joven siempre aparecía de improvisto en cualquier rincón de la misma. Apostillado en la puerta de su habitación, apoyado despreocupadamente en la encimera de la cocina, sentado en el sofá del comedor. Incluso alguna vez le había encontrado recostado en su propia cama, cuando se disponía a dormir plácidamente. No hace falta decir que, en esa ocasión, el sueño no había podido alcanzarla como a ella le hubiera gustado.

El Dragon Slayer se giró para mirarla a los ojos, antes de encogerse de hombros. No quería darle más importancia a un detalle como ese, insignificante.

Después se quitó la capa blanca que siempre llevaba consigo, a donde quiera que fuese, a la vez que Kinana le ofrecía ropa limpia y seca. Su vetimenta había quedado empapada sin lugar a dudas, de modo que no tenía muchas más opciones que aceptar el ofrecimiento, aunque supiera que con cualquier cosa que ella le dejara estaría completamente ridículo. Pero era preferible provocar las carcajadas de burla de la maga que permanecer con unas ropas mojadas en una casa ajena.

Cuando se hubo cambiado regresó al salón donde aguardaba Kinana. Al verle, su cara se iluminó con el sospechoso brillo de la burla, y tuvo que contener su risa al ver la cara de fastidio del mago oscuro.

-Estás divino -comentó, ocultando su boca entre sus manos. Entre sus dedos se filtró el burbujeante sonido de una carcajada.

-Al menos me vale -contestó, sin dejar que la vergüenza hiciera mella en él-. Es sorprendente teniendo en cuenta tu tamaño y tus medidas.

Kinana abrió la boca para rebatir, pero al cabo de un rato la volvió a cerrar. Tenía razón, aunque no le gustaba el modo despectivo en el que lo había dicho. No era fácil que algo de lo que tuviera en su armario le sirviera, y debía reconocer que aquella camiseta larga y ancha y esos pantalones de chándal no le quedaban mal del todo. Eran lo más decente y grande que había encontrado entre sus ropas, y aún así la camiseta estaba bastante ceñida al torso de joven y los pantalones no llegaban hasta sus tobillos, sino que se quedaban a la altura de la espinilla. Lo más humillante del asunto era que a Kinana esos pantalones le quedaban bastante grandes y largos, y tenía que arrastrarlos bajo sus pies cada vez que se los ponía, pero no le iba a dar a Cobra la satisfacción de saber este último dato. A menos que él mismo lo pudiera escuchar en su mente, en cuyo caso ya no habría manera de impedirlo.

-¿No has trabajado hoy? -se interesó el mago oscuro, tomando asiento sin pedir permiso en el sofá.

Kinana negó con la cabeza.

-Me han dado el día libre.

-¿Y eso?

-Me convencieron para tomarme un descanso. Y más en el día de hoy...

El ojo de Cobra se abrió repentinamente ante la respuesta de la joven.

-¿El día de hoy? ¿Qué tiene de especial? ¿Es tu cumpleaños o algo?

-No, no -contestó Kinana, riendo-. Nada de eso. Es una tontería, en realidad. Hoy es 14 de febrero.

El mago siguió mirándola del mismo modo inquisitivo, como si la fecha no le dijera nada en particular. Y, por lo que ella podía ver a través de su mente, de verdad no lo hacía.

Kinana estuvo tentada de reírse de nuevo. El joven estaba reaccionando exactamente como ella pensaba que lo haría al decirle qué dia era. Posiblemente, debería estar asustada de conocerle tan bien, pero a estas alturas ya poco de lo que hiciera o le dijera Cobra la pillaría desprevenida. Tal era el grado de confianza entre ellos.

-San Valentín -explicó, esperando que el chico sí reconociera ese nombre.

Por suerte, esta vez sí lo hizo. Cobra se echó hacia atrás, cruzando los brazos sobre su pecho, separándose de ella.

-Ah. Toda esa basura del amor y mierdas del estilo.

-Sí -accedió Kinana, imitando al Dragon Slayer y dejándose caer en la otra esquina del mueble-. Pero yo no lo he hecho por eso. Supongo que al final todas sus insistencias para que aprovechara un día sin tener que ir a trabajar han dado sus frutos y han llegado a persuadirme.

-Ya... -murmuró Cobra, como si no terminara de creerse que de verdad fuera ésa la razón- ¿Y qué has hecho entonces?

Justo después de haber formulado la pregunta se escuchó un leve "cling" proveniente de la cocina, y Kinana se levantó a toda prisa del asiento, recorrió todo el salón hasta llegar a la otra estancia y abrió la puerta del horno mientras susurraba la respuesta.

-Estás a punto de saberlo.

La joven se entretuvo en la cocina durante un rato más. Su amigo no sabía qué estaba haciendo allí, pero pudo escuchar con nítida claridad el sonido de lo que le pareció una difusión de algo. Y por el dulce olor que llegaba hasta allí supuso que se trataba de nata. Dejó que el delicioso aroma de la nata penetrara en él como si se tratara de una presencia etérea e incorpórea.

Cuando por fin escuchó el plato posarse sobre la mesa de madera, Cobra osó girar su cabeza para observar a su amiga depositar una apetitosa tarta cubierta por una espesa capa blanca, que se retorcía en forma de pétalos de rosa en todos los sitios posibles del pastel.

-Wow -dejó escapar una exclamación el joven, verdaderamente sorprendido.

-Vamos -le llamó Kinana-. ¿O es que la tarta se va a comer sola?

-Podría ser entera para ti -respondió Cobra, que a pesar de todo ya se había levantado y comenzaba a avanzar hasta la mesa.

-Tienes razón, debería ser entera para mí -proclamó, hinchando sus mejillas-. Yo me lo guiso, yo me lo como.

La joven sonrió cuando vio que el Dragon Slayer se sentaba frente a ella. No podía apartar sus ojos de la tarta, redonda y perfecta, y aquello la llenaba de ilusión. Mentiría si dijera que era la primera vez que cocinaba esa tarta: una amiga cocinera le había dado la receta y la había enseñado a prepararla, hacía ya un tiempo. Pero sí que era la primera vez que lo intentaba ella sola. Y parecía que el resultado que había obtenido merecía y mucho la pena.

Cogió el largo cuchillo que había traído hasta allí y partió el primer trozo. Sintió cómo a su acompañante se le hacía la boca agua al ver el interior del pastel, compuesto por un bizcocho rojo del color de los arándanos y atravesado por una línea gruesa aunque no demasiado de chocolate fundido. En realidad, no podía culparle: aquello tenía una pinta deliciosa, y ella había probado de primera mano una verdadera Red Velvet, cocinada por una experta en repostería. Y, con que solo estuviera una décima parte igual de buena que la de su amiga, ya estaba sencillamente genial.

De forma que depositó la porción sobre un plato pequeño y se lo tendió a un anonadado Dragon Slayer, cuyo ojo brillaba entusiasmado.

Éste no esperó ni a coger una cucharilla, y se lanzó a por el plato, pero una rápida Kinana lo retiró a tiempo antes de que el propio Cobra pudiera hincarle el diente. Éste la miró por fin, fastidiado y sorprendido.

-Cambié de planes, ¿recuerdas? -le provocó, con una sonrisa triunfal en la cara- Toda para mí.

-¡No me jo...!

Entonces ella estalló en risas. Le encantaba jugar con el temperamento de Cobra, y ahora entendía por qué a él también le gustaba hacerlo con ella. Pero a pesar de lo divertida de la situación, finalmente depositó el plato en su sitio y le cedió una cuchara, para que tuviera la decencia de comer como las personas normales.

Él la echó un último vistazo por encima del plato para cercionarse de que no se le volvía a ocurrir alguna otra estupidez y quitarle la comida de nuevo, a lo que Kinana le aseguró que esta vez no iba a retirárselo.

-Para ti, señor glotón -dijo, aún sonriendo-. Menudo ansia tienes, madre mía.