Salgo del ascensor y el portal está en silencio. Miro a todas las paredes, y en ellas está tu recuerdo. Salgo sola, sin alguien que me hable. Sin alguien que me distraiga el pensamiento. Como si fuera una maquina, me subo en mi Corvette y emprendo el pequeño viaje hasta la oficina.

Al bajarme del coche, camino mirando hacia el suelo. Espero verte en la entrada del edificio, con tu sonrisa marca registrada, esperándome a mí, y solamente a mí. Levanto la vista y contemplo entre la gente, que sé que al verme de frente ven lo que estoy sufriendo. Pero no me importa lo que piensen, todo me da igual.

Sé que estarás, en alguna parte. Te dará por hablar. Hace tiempo que dejé de contarte entre mis amigos, pues ellos son mi hombro donde llorar, pero tú eres mi corazón. Nunca te lo dije, y ahora sé que nunca podré hacerlo.

Nada es comparable a ti. Lo tengo claro. Muchos podrán imitarte, pero no llegarán a la suela de tus zapatos. Sigo creyéndolo, nadie es comparable a ti. Pero, si alguien lo fuera, y por el muriera, es porque soy igual a ti.

Aquí estoy, delante de mi escritorio, sentada, observando la vela que le he puesto a los santos. No soy creyente, pero prometí serlo si ellos te atraían a mí. Me acerco despacio y la soplo, pidiendo que vuelvas.

Al salir, cuando he llegado a mi apartamento, no es evitable que camine por la calle, donde me acuerdo de todos tus besos. Hoy es el día que nos conocimos. Hoy hace cinco años de aquel encuentro en el jardín de la Casa Blanca. Nuestro primer intercambio de palabras, nuestro primer contacto, rodeados por una multitud de rosas. Hoy se cumple nuestro quinto aniversario, de ser amigos, y simplemente, no es un buen momento.

Mientras camino, cuento las baldosas de la calle. Son impares y rojizas. Es deprimente ver como paso el tiempo, desde que tú no estás conmigo. Te perdí. Fui estúpida y por ello, ya no podré hablarte nunca más. Intento no pensar en ti, pero cada cosa que encuentro me provoca un recuerdo tuyo. Es imposible.

Ya en casa, a solas, en la oscuridad de mi salón, suelto todas las lágrimas que me guardo, y lloro tu pérdida. Lloro desconsoladamente. Siento que nadie podrá curar esta herida que estará abierta eternamente.

Allí, en soledad, empiezo a pensar. Pienso en que alguien reinventasen los domingos, y que no estuvieran creados para el amor. Recuerdo todos esos domingos en los que íbamos a volar, o simplemente estábamos en el apartamento del otro, haciéndonos compañía.

Un cine a las nueve, los días que llueven, las cenas, los bailes, las misiones,… son páginas de nuestro amor. Un amor que ambos sentíamos por el otro, y ninguno fue capaz de admitir. Como podría olvidar que el aniversario de nuestra amistad, es hoy.

Suena el timbre de mi apartamento. Limpiándome las lágrimas, camino hasta la puerta. La abro sin mirar quien está detrás, y me sorprende un gran ramo de rosas rojas. Intento pensar en quien podría ser, cuando el portador de las flores asoma su cabeza por un lado, con una gran sonrisa en su rostro. Le devuelvo la sonrisa, y cojo el ramo.

Mientras lo coloco en un jarrón con agua, su propietario a caminado detrás de mí y ahora, me abraza por la espalda. Deposita leves besos en mi cuello, y con sus manos acaricia mi vientre.

H: Espero que puedas perdonarme, Sarah. No debí volver a volar, fui un idiota.
M: Estás perdonado, chico del aire. –Me doy la vuelta, y le beso-. Pero, no te marches nunca más, por favor.
H: No pienso volver a abandonarte. Te quiero, Mac. –Me devuelve el beso-.
M: Yo también, Harm. –Le acaricio la mejilla, y sonrío-. Me alegra que confiaras en mí. Cuando soñé que tú te caías al mar… entendí que no sería feliz con Mic… le dejé.
H: Lo sé. Por eso estoy aquí. Gracias a ti, Sarah.