Podría ser tan fácil.

Tomar sus manos y guiarlo hasta su habitación, cerrando la puerta tras él y privarlo de su libertad mientras él, ingenuo, observaba las baratijas regadas en su cuarto de tanto valor monetario para el mundo, pero tan poco importantes para él y su personalidad. Tan diferente al chico rondando en su espacio personal. Tan brillante e inocente. Tan inconsciente de lo que causaba en su mente con una simple mirada, con una simple sonrisa, con un simple toque o un simple murmullo de su nombre.

Podría ser tan fácil. Acorralarlo contra su buró y hacerle sufrir un escalofrío ante la cercanía, porque sabía que, aunque no estuviese atraído a él, aunque no estuviese atraído a los hombres, ese tipo de distancia, íntima y privada, lo pondrían nervioso al punto de hacerlo enrojecer. Así como hacía cada que el aire se le acababa al final de un entrenamiento físico o un combate real contra villanos. Así como hacía cada que su mejor amiga le dedicaba una sonrisa e intercambiaba algunas palabras con él. Así como hacía cada que sonreía de todo corazón con algo similar a cariño.

Podría ser tan fácil. Desaparecer esas encantadoras pecas en sus mejillas tras un rubor intenso. Destellar sus ojos ante un toque en su cadera. Entrecortar su respiración al inclinarse sobre su espacio y rozar sus labios con un dedo. Escuchar su nombre ser murmurado, titubeado con duda, la vergüenza y desconcierto pintando su expresión y nublando sus ojos verdosos.

Podría ser tan fácil sólo hacer que tomara todo lo que él estaba dispuesto a darle. Podría ser tan fácil obligarlo a abrir la boca y recibir sus besos húmedos e incontenibles, forzarlo a abrir las piernas para hacerle espacio, empujarlo a decir su nombre una y otra vez en diferentes tonos: confusión, sorpresa, pena, miedo, deseo.

A ese punto le daba igual. Pero le encantaría saber que lo que siente tan intensamente por él fuese recíproco y haya una respuesta positiva a esto. Un susurro vuelto gemido. Un empujón vuelto jalón. Un sólo recibir vuelto corresponder.

Podría ser tan fácil. Llevarlo a su cama y hacer que ambos lleguen al orgasmo con besos torpes y roces inexpertos. Besarlo tiernamente en el rostro hasta que se quede dormido. Admirarlo en silencio mientras se pregunta si realmente lo merece, si merece tener ese cariño de su parte, si merece su amistad, incluso si merece estar en el mismo lugar en el mundo que él.

Y entonces llegar a la conclusión que en realidad nadie lo merece. Que el mundo, cruel y despiadado, no merece tener a alguien tan fuerte, tan brillante, tan puro y tan hermoso.

Que sus compañeros no merecen su presencia. Que sus amigos no merecen sus sonrisas. Que su madre no merece sus abrazos y besos en la mejilla.

Nadie lo merece. Ni siquiera él.

Pero él puede apreciarlo. Él puede cuidarlo y protegerlo. Él puede hacerse cargo de él y hacer que tenga lo necesario. Él puede ser la única compañía que necesita. La única amistad y el único receptor de su cariño.

Y podría ser tan fácil solamente tomarlo y esconderlo del mundo. Privarlo del dolor en el exterior y de la tristeza de las personas ajenas. Protegerlo de todos porque nadie es digno de él.

Podría ser tan fácil simplemente encadenarlo a su cama y cuidarlo ahí día y noche. Murmurarle pequeños halagos dulces a su oído cada que tiemble en su presencia. Acariciarle cuando que su respiración se entrecorte con un sollozo. Besarle cada que su voz se quiebre con su nombre en una súplica. Quizás de algo tan puro e ingenuo como dejarlo ir, quizás de algo tan tierno y necesitado como ayudarlo a venirse, quizás de algo tan doloroso y punzante como acabar con su vida.

Podría ser tan fácil.

—Shouto...

Alzó la mirada a él, los ojos verdes todavía nublados por el sueño, y la pequeña sonrisa tímida apareciendo en sus labios haciéndole desear besarlos con dulzura.

—Izuku—murmuró contra su piel, acurrucándose en su pecho y suspirando sobre su cuello—. Izuku...

Su risa burbujeó con encanto, rasposa y ligeramente débil, y su mano encontró camino a su cabello partido, acariciándole con tal suavidad que otro suspiro se le escapó de los labios.

—Lo siento.

Sus ojos se abrieron ante la disculpa, separándose de inmediato al querer discutir con ello, la ansiedad carcomiéndole en hacerle saber que no tenía nada por qué disculparse.

—Me quedé dormido.

Se quedó completamente quieto, mirándolo desde arriba y encontrando su expresión volviéndose de felicidad silenciosa a confusión.

— ¿Shouto?

Sacudió la cabeza y se inclinó hacia él un poco más, desconcertado.

— ¿Por qué te disculpas por quedarte dormido?

Sus labios se abrieron y volvieron a cerrarse, sus ojos verdes observándolo y luego desviándose a un costado con el rostro enrojecido.

—P-porque fue... después de... que...

Parpadeó ante su frase incompleta, y tomó su barbilla con cuidado, girándola para que volteara a él y sus ojos se encontraran otra vez.

—Nosotros...

Lo besó con lentitud, disfrutando el pequeño ruido de sorpresa contra su boca, y se acurrucó en su mejilla, besándola también.

—No te disculpes.

Le escuchó tomar aire con profundidad, su aliento entrecortado pegándole en la oreja en una risa llena de suspiros, y lo aprisionó en la cama con su peso, sus manos paseándose por sus costados y sintiéndolo temblar con suavidad, sus propios dedos sosteniéndole la espalda débilmente y presionando las puntas en sus músculos cada que besaba su piel.

Y mientras sus pulmones comenzaban a pedir más oxígeno y sus toques se volvían más codiciosos, escuchar su nombre ser gemido en su oído y sentir sus manos intentar aferrarse a él, causó toda una inundación de pensamientos posesivos en su cabeza.

Y atrapando sus muñecas contra el colchón en un movimiento, su voz con un tinte de consternación pronunciando su nombre, sus ojos verdes todavía brillando por las caricias pero comenzando a enfocarse en desconcierto, llegó a la conclusión rápidamente.

Podría ser tan fácil.