Takeru, Hikari y todos los demás personajes no me pertenecen, son propiedad de TOEI Animation.
Regalo de cumpleaños para HikariCaelum.
Espero te guste.
El principio
.I.
Takeru a veces se preguntaba cuando había sido el momento exacto en que habían cambiado las cosas.
Estaba seguro de que no había sido así al principio, pues la había conocido mucho antes de que las chicas ocuparan un lugar significativo en sus pensamientos.
En aquel entonces, Takeru tenía tres grandes pensamientos, siempre dando vueltas en su cabeza: sus videojuegos, su hermano y la posibilidad, muy remota, de que sus padres se dieran cuenta de que había cometido un error al divorciarse y volvieran a estar juntos. Todos, los cuatro, juntos como una familia.
Ahora, mientras la veía avanzar lentamente en la hilera de la pequeña cafetería de la facultad, intentaba explicarse a sí mismo cuando había dejado de verla como una amiga.
¿Cuándo había sido la primera vez que, al sujetar su mano, sintió aquella corriente eléctrica calentando sus dedos?
Ella levanta la mirada, sus ojos son de un castaño rojizo y se iluminan cuando se encuentran con los suyos.
Takeru siempre había pensado que no había nadie con un emblema tan perfecto para su personalidad como el que había recibido Hikari. Los demás estaban bien, por supuesto. Taichi era el valor personificado y Yamato, a pesar de las dificultades, había logrado interiorizar profundamente la amistad que tanto le había costado aceptar. Incluso él mismo, con el emblema de la esperanza, se sentía a gusto. Pero Hikari era realmente especial, porque no importaba en donde se encontrara siempre parecía refulgir, como si debajo de su piel estuviera encendida una vela.
La luz vivía dentro de ella y tal vez por eso la oscuridad siempre parecía querer perseguirla.
Takeru reacciona cuando una pálida mano se agita frente a sus ojos. Se sonroja un poco, porque ella lo ha pillado mirándola sin discreción alguna.
—¿Hola? ¡Tierra llamando a Takeru! ¿Estás ahí, Takeru? —bromea ella mientras sujeta una bandeja de color azul con su mano libre.
—Lo siento— se excusa él—. Estaba algo distraído— admite.
—Ya me di cuenta. ¿Te encuentras bien?
Él asiente.
—¡Qué bueno! — responde con una amplia sonrisa—. ¿Vas a comer?
Él le lanza una mirada desanimada a la larga fila.
—Hummm… creo que no. Tengo una clase en — consulta su reloj con un gesto distraído— veinticinco minutos. Creo que no podría conseguir comida antes de eso.
—Menos mal que tu mejor amiga es una chica previsora ¿no crees? —responde ella pasándole una bandeja con demasiada comida para ella sola.
—¿Compraste eso para mí? —pregunta él sorprendido mientras sostiene la bandeja con ambas manos.
—¿Con quién más podría compartir mi almuerzo? —pregunta ella enroscando un brazo alrededor del suyo, obligándolo a caminar para buscar una mesa — ¿Verdad que soy fantástica? —bromea mientras se sienta—. Además, es tu primera semana de clases desde que regresaste. ¡Aún tenemos mucho de qué hablar!
Takeru pensó en decirle que estaba en lo cierto y que, definitivamente ella era absolutamente fantástica, sin embargo se mordió la lengua, le dio una suave sonrisa y empezó a contarle lo poco que ella desconocía sobre su viaje.
Deseando en su interior reunir el coraje para decirle lo que sentía.
.II.
Él había estado estudiando en Europa durante un año, en cuanto concluyó su primer año como estudiante de Literatura, pero nunca habían perdido el contacto.
Ella se lo había exigido así el día en que le había contado sobre la beca que había recibido para estudiar, durante dos semestres, en uno de los más prestigiosos programas de literatura de Europa Occidental. A Takeru le había sorprendido un poco su reacción, ligeramente molesta al principio, cuando le había confesado que pasaría un año entero lejos, pero ella había controlado tan rápidamente su expresión que a él casi le parecía haberse imaginado la chispa de tristeza que brillaba en sus ojos. Después de eso ella había sonreído y lo había abrazado, con alegría, prometiéndole que lo haría genial.
Así que habían quedado en escribirse tanto como pudieran.
Takeru se habría conformado con los largos emails que intercambiaban prácticamente a diario pero, para ella, resultaban demasiado impersonales.
Después de ver lo increíble que podía ser el mundo digital, un universo alternativo lleno de magia, vida y color, un montón de ceros y unos que en el orden correcto podían formar palabras, le parecían completamente deficientes a Hikari. Por eso ella decidió encontrar otras formas de estar en contacto, aunque finalmente accedió a utilizar también el email porque, de otra forma, tendrían que confiar en el sistema de correo de dos países y eso era dejar demasiadas cosas al azar.
No soportaban la posibilidad de tener que esperar días y hasta semanas enteras para hablar con el otro.
.III.
Hikari siempre encontraba nuevas maneras de sorprenderlo.
Sin ir muy lejos, el día en que Takeru llegó al apartamento, en medio de una ciudad francesa que se encontraba a varios cientos de kilómetros de la casa de sus abuelos, ya tenía correo esperándolo.
Una postal, con una fotografía de la torre de Tokio y, en el reverso, una corta nota de parte de ella:
No quiero que empieces a extrañar tú casa antes de tiempo, pero tengo la esperanza de que, si lo haces, volverás pronto.
Con cariño, H.
Ella posiblemente no sabía lo mucho que se había arrepentido Takeru entonces de encontrarse tan lejos de casa o, en su defecto, tan lejos de ella.
Takeru empezó a recibir más o menos una postal por semana. Él también le escribía, por supuesto. Iba a un café una calle más abajo y compraba las postales, eligiendo las que creía que a ella le gustarían mientras coleccionaba las que ella enviaba.
Su compañero de piso se quejaba por el hecho de que él las pegaba en el refrigerador, utilizando los pequeños magnetos con forma de frutas, pero dejando a la vista no las hermosas fotografías, algunas de ella fotos de verdad, tomadas por Hikari, sino los mensajes, a veces largos y otras cortos, que enviaba ella escritos en japonés, de manera que su compañero, procedente de Estados Unidos, no los entendía en lo absoluto.
A Takeru, por algún motivo, eso le sentaba bien. Era como si ambos, a pesar de encontrarse a miles de kilómetros de distancia, compartieran una broma privada. Hacía que la sintiera cerca.
Una vez recibió una cinta. Una de esas que ya nadie usaba. Tardó tres días en conseguir una grabadora en préstamo para poder reproducirla.
Sospechaba que Hikari había usado aquel formato a propósito, solo para hacerlo morirse de la curiosidad por un rato.
Cuando al fin pudo reproducirla, encontró una serie de canciones grabadas en ella. Algunas eran muy viejas. Otros eran temas de éxito del momento. Entre cada canción Hikari dedicaba exactamente diecisiete segundos para hacer un comentario —Takeru los había contado, ayudándose con el cronómetro de su reloj— sobre lo que había pensado o sentido la primera vez que la había oído. Lo que estaba haciendo un día cuando la pasaron por la radio, la estación en que se encontraba cuando había empezado a sonar a todo volumen dentro del tren…
Ella incluso había metido el nuevo sencillo de su hermano "Lobo solitario" en su compilado. Sin duda le había tomado tiempo. Takeru la imaginaba por las noches, después de sus clases de fotografía, quitándose la bufanda— pues en Japón estaban en pleno invierno— y sentándose frente a una vieja grabadora para hacer la mezcla. Tal vez Miyako la había ayudado, pues Hikari no era particularmente buena con la tecnología.
Imaginarla pidiendo ayuda para hacerle un regalo lo hacía sonreír.
.IV.
Takeru decidió que quería hacer algo parecido por ella, así que empezó a reunir materiales: las entradas para la ópera que había ido a ver con su clase, la fotografía del artista callejero que tocaba su violín sobre la avenida, la etiqueta de la nueva soda italiana que estaban sirviendo en la cafetería estudiantil, el recibo de un café demasiado cargado que había tomado mientras intentaba llenar la libreta que le habían asignado como tarea… Tardó exactamente veintitrés días, en los cuales recibió decenas de correos de su parte, preguntándole si le había gustado la cinta, antes de poder enviar el paquete. Lo pegó todo en un cuaderno de dibujo con una hermosa portada que mostraba a la Torre Eiffel en primavera, pintado en lo que parecía ser una acuarela. Lo envolvió en papel de seda y lo metió en una caja de cartón.
Rezó para que el paquete llegara intacto hasta Japón.
Takeru supo el momento exacto en que lo recibió porque ella lo llamó por teléfono.
Era raro que ella lo llamara y esta era una llamada muy cara, además —pensó sorprendido mientras oprimía el botón para responder—.
—¿Hola?
—¿Te encantó mi cinta?
Él se echó a reír.
—¿Por qué lo dices?
—Es una corazonada— replicó ella—. ¿Cuánto tardaste en hacer esto?
Él no necesitaba verla para saber a qué se refería. Le pareció escuchar el revoloteo de las páginas al pasarse.
—No demasiado.
—He revisado las fechas. Hay tres semanas de historia aquí ¿sabes?
Él se sonrojó.
—¿Te ha gustado?
—Podría decirse, sí— replicó ella mientras se levantaba de su escritorio y empezaba a caminar por el cuarto—. Ha sido casi como si me hubieras contado minuto a minuto lo que has hecho durante tres semanas.
Una sonrisa satisfecha se extendió por su cara.
—Aunque puedes estar seguro de que mi próximo paquete será todavía más impresionante.
—¿Me estás desafiando?
Ella se echó a reír.
—Tal vez.
—Estoy seguro de que yo también puedo ser bastante impresionante.
—Eso ni dudarlo— dijo ella y luego guardó silencio.
—¿Sigues ahí?
—Sí.
—Esta llamada será muy costosa.
—Entonces date prisa y regresa a casa para que no tenga que gastar tanto en teléfono y en estampillas— respondió ella antes de colgarle.
.V.
Algunas semanas resultan más sencillas que otras.
A veces, cuando está en medio de la calle, aún y cuando se encuentre rodeado de personas, se siente terriblemente solo. En días como ese, vuelve a casa tan pronto como puede, enciende el ordenador y le escribe largos correos electrónicos a Hikari.
En ocasiones, a pesar de que tienen una diferencia horaria de siete horas, Hikari responde de inmediato:
Día difícil ¿eh?
H.
¿Por qué lo dices?
T.
Una corazonada.
H.
Podría ser solo porque me conoces bien.
T.
¿Qué habría de divertido en eso?
H.
Miyako se burlaba de ellos de vez en cuando por escribirse correos electrónicos de una sola línea, pero tomando en cuenta que las tarifas para las llamadas de larga distancia resultaban exorbitantes y que Takeru había roto su teléfono un par de semanas antes de llegar a Francia, no tenían otra forma de comunicarse cuando necesitaban hablar uno con el otro urgentemente. Debía conformarse por aquel aparato, grande y pasado de moda, que Yamato le había dado en préstamo para que al menos pudiera llamar a casa cada tres días, con llamadas de menos de veinte segundos, que servían para tranquilizar a su madre.
Takeru trataba de mantener al mínimo todos sus gastos, con la esperanza de poder comprarse un móvil nuevo que le permitiera poder comunicarse con Hikari en tiempo real sin recurrir al método de tener que vender un riñón en el mercado negro.
El ordenador emite un pitido cuando ingresa un nuevo correo:
¿Problemas en el Viejo Continente?
H.
Ha sido un día largo.
T.
¿Quieres hablarlo?
H.
La verdad es que no.
T.
¿Quieres que te cuente lo que hice hoy?
H.
¿Por qué sigues despierta?
T.
Sospechaba que hoy necesitarías hablar conmigo.
H.
¿Cómo?
T.
Takeru se la imaginaba tecleando con una sonrisa en el rostro y el minuto que pasó hasta que el nuevo correo ingresó a su bandeja le resultó eterno:
Una corazonada.
H.
Creo que eso es justo lo que necesitaba. Gracias.
T.
La soledad apesta.
H.
Tengo suerte de tenerte a ti.
T.
La suerte no tiene nada que ver con esto.
H.
Vete a la cama, Yagami.
T.
¿Seguro que estás bien?
H.
Ahora sí.
T.
Buenas noches.
H.
Descansa.
T.
Disfrutaré de mis… tres horas y cuarenta y dos minutos de sueño.
H.
Debe apestar tener amigos tan dependientes. Tener que invertir tu tiempo en contestar correo en lugar de dormir.
T.
No son tan malos.
Con cariño, H.
Takeru bajó la tapa de su computadora, a sabiendas de que ella no le escribiría más por ahora. Respiró hondo al sentirse mucho menos solo.
Una tímida sonrisa elevó los extremos de su boca. Se metió a la cama con un libro y empezó a subrayar las partes importantes, repentinamente energizado.
.VI.
Un paquete llega una semana más tarde y Takeru lo ve con el ceño fruncido cuando lo recoge en la oficina de correos.
No es de Hikari, porque tiene un código local, así que solo puede venir de uno de sus abuelos.
Takeru rasga el papel de embalar y se encuentra con una caja blanca no demasiado grande.
Es un nuevo teléfono móvil que lo hace parpadear y sentirse algo incómodo.
Está seguro de que no ha mencionado nunca a sus abuelos sus dificultades para establecer contacto con sus amigos en Japón, así que no entiende como han podido enterarse. Adentro encuentra una nota con la estilizada letra de su abuelo.
Supimos de tus problemas y quisimos ayudar. ¡Feliz cumpleaños!
Los abuelos.
Frunció el ceño. El regalo resultaba excesivo. Y su cumpleaños era hasta dentro de otras seis semanas. No le parecía justo que sus abuelos se gastarán lo que probablemente había sido un montón de dinero.
Su corazón saltó un poco al darse cuenta de que el nuevo teléfono le estaba abriendo un nuevo mundo de posibilidades. No solo por el hecho de que ahora sería más sencillo contactar a su madre o a Yamato, sino porque podría hablar de una forma mucho más sencilla con…
Se detuvo en seco, antes de que ese pensamiento, demasiado tentador, echara raíces en su cabeza. No. Tenía que devolverlo.
Volvió a cerrar la caja y se metió el paquete bajo el brazo, dispuesto a discutir con sus abuelos en caso de ser necesario.
.VII.
Discutir con Michel Takaishi no funcionó para nada.
Takeru ya sabía que su abuelo era tan obstinado como él. Se había dado cuenta cuando los digimons invadieron el Palacio de Versalles y su abuelo decidió meterse en él justificándolo como su deber como ciudadano parisino. Al final las cosas habían salido bien y habían conseguido salvar a Catherine y su Floramon, pero aquel incidente le había enseñado a Takeru que su abuelo y él se parecían más de lo que se había dado cuenta hasta el momento.
Sus personalidades similares resultaban muy funcionales cuando estaban de buenas, sin embargo, en un día como ese en que Takeru trataba de hacerlo entrar en razón, molestándose más y más por momentos, no le parecía algo tan bueno.
Al final, su abuelo había terminado diciéndole que ni soñara con que iba a recibir el regalo de vuelta y que si no lo quería, igual podía tirarlo a la basura, pues eso era justamente lo que haría él si lo encontraba en su buzón.
Takeru se sentía frustrado, pero al final le agradeció a sus abuelos por el regalo y decidió usar el teléfono, pues su abuelo era lo suficientemente irreflexivo como para, en caso de que Takeru lo devolviera, realmente tirarlo a la basura.
El celular venía cargado, así que lo único que tuvo que hacer Takeru fue sacar la tarjeta del viejo modelo en préstamo e introducirla en el nuevo.
La pantalla se iluminó con un millón de colores cuando Takeru encendió su nuevo y flamante celular.
En cuanto empezó a funcionar, lo primero que hizo fue descargar la aplicación que le permitiría comunicarse con sus amigos— con Hikari— utilizando la conexión a internet de su apartamento.
Con dedos algo torpes digitó un "HOLA", escrito todo en mayúsculas y pulsó enviar.
Su corazón se detuvo cuando, bajo el nombre de Hikari, apareció en cursivas la palabra "escribiendo".
.VIII.
Las cosas resultaron ciertamente más sencillas después de eso.
Hablaban durante todo el día. Al menos las horas del día en que ambos estaban despiertos.
A veces Takeru despertaba y tenía un mensaje de Hikari que ingresaba a la una de la madrugada, hora francesa, y que seguro ella le había mandado en cuanto se había despertado.
Esos días eran los mejores.
El poder compartir mensajes en forma de audio también era una maravilla. En ocasiones ella le enviaba audios que solo incluían el sonido de su risa ante algo que Takeru le había escrito. Takeru a veces grababa el sonido que emitía el tren, o la música del violinista del que le había hablado en sus primeros días en la ciudad.
Otras, pasaban horas conversando, mediante mensajes, sobre lo que se les pasara por la cabeza.
Una vez, Hikari lo despertó con un mensaje que solo contenía un número:
Hikari: 157.
Takeru: ¿qué es eso?
Hikari: descúbrelo.
Takeru tardó cuatro días en ver de qué iba aquello. Al final, ni siquiera fue él quien lo descubrió, al menos no por sí solo. Fue necesario un comentario de su madre para que le llegara la inspiración y pudiera desentrañar el misterio tras el extraño número que le había enviado Hikari.
—Faltan poco más de cinco meses para que vuelvas a casa — le dijo un día su madre por teléfono—. La verdad es que estoy aliviada, me haces mucha falta.
—¡Lo sé! ¿Cuántos días son? —replicó él con una sonrisa.
Antes de que su madre le respondiera, él lo entendió: 157 era la cantidad de días que faltaban, en ese momento, para que la beca terminara y él regresara a Japón.
Puso a su madre en altavoz y abrió la aplicación para escribirle rápidamente a Hikari:
Takeru: ¿la cantidad de días que faltan para que vuelva a casa?
La respuesta no se hizo esperar:
Hikari: ¿me lo estás preguntando?
Era casi una evasiva, pero le contestó de todas formas:
Takeru: no.
Ella empezó a escribir algo. Luego se detuvo y Takeru pudo imaginarla borrándolo todo, con la punta de la lengua asomándose por un extremo de su boca mientras ella fruncía el ceño, concentrada.
Hikari: ¿quién te ayudó?
Takeru pensó en decirle que había sido el comentario de su madre, pero le parecía la respuesta incorrecta.
Takeru: ¿por qué habría de haberme ayudado alguien?
Esta vez la respuesta de Hikari no se hizo de esperar. Incluso incluyó algunas abreviaturas gramaticalmente incorrectas que no eran nada propias de ella:
Hikari: xq stoy segura d q tú no tienes un calendario en q vas tachando los días.
Takeru no supo que responder a eso.
.IX.
Volvería a casa en los últimos días de agosto, justo a tiempo para iniciar el siguiente periodo en la facultad. Tendría exactamente nueve días de vacaciones y entonces tendría que empezar a ponerse al día con los cursos que había perdido. Se había atrasado un año en la carrera, porque los cursos que había recibido durante ese año no resultaban válidos en Japón, pero a Takeru no le importaba. Había aprendido mucho.
Conforme los días iban pasando y el viaje a Japón se encontraba más cerca, Takeru se iba sintiendo más y más ansioso.
No estaba seguro del qué, pero en su interior sentía que algo, una cosa completamente trascendental, había cambiado entre él y Hikari mientras habían estado separados.
La última vez que habían pasado tanto tiempo sin poder verse cara a cara había sido poco después de su primera aventura en el mundo digital, cuando él había vuelto a vivir con su madre. A veces apestaba muchísimo ser el único que no vivía en la misma ciudad que los demás.
Las cosas habían cambiado cuando, en el quinto curso, gracias al nuevo trabajo de su madre, se habían mudado a tan solo unos cuantos kilómetros del complejo de apartamentos en que vivían los Yagami.
Eso había supuesto ser, por primera vez, compañero de salón de Hikari — y también de Daisuke—. Y ese mismo día habían ido, los tres, al Digimundo por primera vez en años.
Takeru sintió un mordisco de pena en el estómago al pensar en Patamon. Ya casi ha pasado un año desde que tuvo que volver al Digimundo para ayudar en su reconstrucción después de un par de revueltas que hubo con un grupo de digimons malos.
Por fortuna, ninguno era tan fuerte ni tan atemorizante como MaloMyotismon, pero sí habían causado bastantes destrozos antes de que Takeru, junto con Daisuke y los demás, pudieran detenerlos. Patamon, Gatomon y todos los otros digimons habían tomado la decisión de quedarse en las zonas dañadas para ayudar a reconstruir el Digimundo, de manera similar a como lo habían hecho después de que derrotaran al Emperador Digimon. La mayor diferencia era que la mayor parte de los niños elegidos tenían un montón de responsabilidades en ese momento que hacían un poco difícil el colaborar en la reconstrucción sin por ello arriesgar el futuro que cada uno estaba creando.
Taichi ya había empezado a formarse en Relaciones Internacionales para lograr fungir como diplomático entre ambos mundos. Yamato estaba cosechando grandes éxitos con su banda, pero empezaba a plantearse otra carrera, esta vez mucho más seria, aunque no había soltado prenda sobre lo que se proponía. Sora había lanzado su primera colección en un famoso desfile de modas japonés, Mimi había firmado para un programa de cocina local, Jou estaba especializándose en tratamiento médico humano-digital, lo que básicamente era que, como doctor, no solo podía tratar personas sino también digimons y Koushiro era uno de los más importantes investigadores del mundo Digital.
Los chicos del grupo original ya se encontraban bastante encaminados con sus planes de vida.
Los más jóvenes, grupo en el que se encontraban incluídos él y Hikari, estaban rindiendo sus últimos exámenes de secundaria en esa época. De hecho la batalla final había tenido lugar una semana antes del examen de admisión que tenían que rendir Daisuke, Hikari y Takeru para entrar a la universidad. Por fortuna las cosas habían salido bien, al menos para la mayoría: Daisuke no había conseguido el puntaje requerido para entrar, pero en realidad no parecía importarle demasiado, pues estaba seguro de que no necesitaba un título universitario para poder ser el dueño de una exitosa cadena de restaurantes.
A Iori aún le faltaban un par de años para graduarse y Miyako ya había concluido el primer año de una prometedora carrera como Ingeniero Informático, aún y cuando ella solía bromear diciendo que tampoco le molestaría la posibilidad de dedicarse a criar hijos, si es que llegaba a tenerlos.
Al final, la responsabilidad de cuidar del Digimundo había recaído en los digimons, encabezados por Veemon y Agumon. Se suponía que serían solo unos pocos meses, pero al final el daño era más profundo de lo que se imaginaban y ahora, más de un año después, Patamon estaba por ahí, en algún lugar en lo profundo del Mundo Digital, tal vez pensando en él también.
Otro factor a tomar en cuenta era el hecho de que las puertas del Digimundo eran mucho más inestables en este lado del planeta, de manera que Daisuke, Hikari y los demás sí podían viajar, cuando tenían tiempo, al Mundo Digital. Pero ahora que estaba en Francia, Takeru parecía no tener esa opción tampoco. Si bien la puerta podía abrirse desde su ordenador, nada le aseguraba que, cuando quisiera regresar al Mundo Real, el Digimundo lo dejara entrar directamente a Francia. Y Takeru simplemente no tenía el dinero para poder costear un viaje en avión desde Japón cada vez que eso sucediera.
Así que tenía que conformarse con ver a Patamon a través de su pantalla cada vez que Gennai habilitaba la comunicación.
Y era una lástima, porque Takeru sabía que ese año habría sido mucho más sencillo con su compañero a su lado.
.X.
En cuanto tuvo la información, Takeru le escribió un correo:
Martes 18/8
LH1087
10:40 MRS Marsella Salida 1 h 45 min
12:25 FRA Frankfurt Destino
Escala en aeropuerto
Conexión 1 h 15 min
Lufthansa
LH710
13:40 FRA Frankfurt Salida 11 h 05 min
7:45 (+1) NRT Tokio Narita
La respuesta no se hizo esperar:
¿Es eso lo que creo que es?
H.
Eso depende. Si crees que es la información de mi vuelo, entonces sí.
T.
¿Una semana antes?
H.
Resulta que ser un empollón tiene sus ventajas: me he librado del examen final.
T.
…
H.
¿Debería interpretar tu falta de palabras como algo positivo?
T.
…
H.
Takeru rio ante los dos mensajes consecutivos en los que ella solo había colocado puntos suspensivos. Él era bastante expresivo, pero Hikari no se quedaba atrás, así que probablemente estaba legítimamente sorprendida.
Un pitido lo sacó de sus pensamientos. El repiqueteo constante de su teléfono. Se trataba de una llamada mediante el sistema de mensajería que utilizaban, lo cual resultaba muchísimo más barato que una llamada de larga distancia.
—¿Hola? —respondió con una sonrisa.
Hikari no se molestó en saludarlo:
—¿Entonces te veré en unas cuantas horas?
—En poco más de un día en realidad— dijo él con una sonrisa—. Pero pasarás una buena parte de ese tiempo dormida.
Ella hizo un sonido ininteligible al otro lado de la línea.
—Supongo que esa es la versión telefónica de tus puntos suspensivos. ¿Lo interpreto como un sonido feliz?
En Japón, ella asintió, olvidándose, por un momento, de que él no era capaz de verla. Cuando se dio cuenta, se echó a reír.
—Sí. ¡Dios, sí! ¡No puedo creer que te veré en unas horas! ¿Quieres que te recoja en el aeropuerto?
—Hum… Me encantaría, pero estoy bastante seguro de que mi madre insistirá en cuanto le avise que mi vuelo sale una semana antes.
—¿No se lo has dicho?
Él parpadeó.
—Aún no. En realidad no se lo he dicho a nadie. Solo a ti.
Ella se mordió el labio para ahogar una exclamación sorprendida. Sus pestañas aletearon como pequeñas mariposas y tuvo dificultades para encontrar su voz.
—Vale— dijo al fin—. Entonces supongo que te veré después.
—Definitivamente.
—¿Cuándo? — preguntó ella.
Takeru sonrió:
—¿Cuándo te viene bien?
—Pues si por mí fuera, te iría a ver en cuanto llegues a tu casa. Pero supongo que un viaje de quince horas ha de ser agotador.
Takeru sonrió.
—Dormiré en el avión.
Hikari sonrió también.
—Lo que menos me apetece es que te quedes dormido la primera vez que nos veamos en un año.
Takeru sabía que no había forma de que eso pasara, pero asintió.
—¿Te recojo para desayunar, entonces?
—Desayuno suena bien— replicó ella alegremente—. Pero mejor te recojo yo a ti. Abrieron un lugar nuevo cerca de tu casa. Te encantará.
Takeru sabía que, lo llevara a donde lo llevara, él se sentiría bien. Así que fijaron una hora.
—Tengo que irme a dormir— dijo ella ahogando un bostezo.
Takeru revisó la hora y se dio cuenta de que en Japón eran las tres de la mañana.
—Es muy tarde— dijo él con un suspiro—. No me había dado cuenta.
—Yo tampoco— repuso Hikari pegándose el teléfono a la oreja y dejándose caer sobre su cama.
—Buenas noches, Kari— dijo él utilizando el apodo que a veces usaba Taichi para llamar a su hermana pequeña.
—Buenas noches, T.K —replicó ella con una risa—. Te quiero.
Y colgó.
Al otro lado de la línea, Takeru se quedó de piedra al darse cuenta de que era la primera vez que ella le decía esas dos palabras.
Tachaaaan! Primera parte de tu regalo de cumpleaños! Espero te haya gustado y que las personalidades le peguen bien a los personajes, que la experta en canon eres tú y no yo (¡definitivamente!). Por adelantado te deseo que tengas un cumpleaños muy, muy feliz.
Nos leemos mañana con la segunda parte, de un total de tres.
Un abrazo grande grande, E.
