-Damas y Caballeros con ustedes Félix Agreste-
El blanco impoluto gobernaba aquella noche, las luces del escenario hacia que el piano que se encontraba en la mitad de aquel escenario brillara de un blanco casi celestial, las personas que allí se encontraban estaban en silencio, esperando pacientemente al joven pianista que pronto estaría allí.
La espera y la expectativa se vieron cortadas al ver a un Joven de cabellos rubios y con un traje igual de blanco como el piano que lo esperaba, sus ojos grises azulado reflejaban el destello de aquel instrumento. Lo odiaba… odiaba aquel piano infernal, Siguió caminando casi por inercia, cada paso que daba hacia el escenario era como si estuviera siendo arrastrado, pero en vez de estar alejándose del instrumento, este lo arrastraba hacia él, con las cadenas que su padre sostenía con la mirada.
Se sentía como un títere de cuerdas, todos los días desde que su madre había desaparecido había intentado luchar incansablemente por arrancar aquellos hilos, cosa que no lo había notado hasta esa noche, no se había dado cuenta de cuanto se había retenido a si mismo, de cuanto estaba luchando para ser libre.
No quería sentarse, pero así lo hizo.
No quería poner los pies en los pedales del piano, pero eso hizo.
No quería extender sus manos hacia el piano, pero lo hizo.
No quería tocar las frías teclas del piano. Y sin querer notar el brillo casi apagado de los ojos del gato en su anillo, así lo hizo.
Cada nota que iba tocando en el piano lo hundía cada vez más, en la desesperación silenciosa y amarrada, en la desesperanza, cada vez se hundía más…
En la oscuridad.
Gabriel Agreste estaba satisfecho, desde la mitad del palco en el que se encontraba, quería sonreír, pero sabía que debía mantenerse sereno, gracias al prodigio de la mariposa, podía sentir como los sentimientos de Félix poco a poco se iban acercando a la oscuridad, su propio hijo sería el Akuma definitivo y el mismo sabía que combinar el poder de la destrucción y sus mariposas, daría como resultado la victoria sobre todo y sobre todos… Paris sería suya.
La mariposa había sido liberada, ahora solo restaba esperar y atacar con todo.
Félix oprimía cada tecla del piano con falsa soltura, a los ojos de los demás e incluyendo a los expertos que estaban allí observando, veían a un joven genio de la música, pero lo que el sentía que solo era un robot que oprimía botones en un proceso cíclico que nunca acabaría, se las sabia de memoria, sabia como posicionar de tal manera las manos y sus dedos para dar con la nota y la intensidad perfecta para la interpretación igual de vacía. Nada era de él, ni la música, ni el piano, ni siquiera sus propios dedos, sus ojos, su corazón.
Su alma… era de él… de su padre.
Sin dejar de tocar las notas, se permitió ver las sombras que conformaban el público, el millar de ojos le miraban fijamente, criticándolo, juzgándolo. Sintió que el aire salía de sus pulmones pero este no volvía a entrar, pero su cara no reflejaba nada del tormento que ahora sentía en el alma que no era suya, las sombras siguieron viéndolo, pero solo una sonrió, su blanca dentadura pareciera sobresalir de entre todos los demás, pero por lo retorcida que era. Su padre solo estaba orgulloso de si mismo y de la mariposa que se estaba acercando.
"Que acabe esto pronto." Félix cerró los ojos esperando a que la mariposa entrara en su pecho. "Padre, acaba con esto de una buena vez"
"Me rindo."
