ACTO I

– ¿Desde cuándo cojones el abuelo tiene un rancho?

Su madre le suelta una colleja que le hace caer la cabeza hacia adelante.

Lovino se frota el golpe, con una lágrima resbalándose por el ojo. Qué fuerza tiene esa mujer para lo flaquito que se ven sus brazos, madre de Dios. Oye un suspiro y después, su madre, continúa con lo que estaba diciendo hace un momento antes de ser interrumpida.

–Pues eso, que este verano lo vais a pasar con el abuelo. En su rancho. Porque esa es su vida ahora, no hagáis muchas preguntas al respecto y todo irá bien –arquean, Lovino y su hermano, Feliciano, las cejas–. Le he dicho que no iréis de gratis, así que os pondrá a trabajar.

– ¿Eeeh? –dicen casi al unísono.

Su madre les frunce a ambos el ceño y se callan al mismo tiempo, poniendo un puchero casi idéntico.

Al parecer, cuando dice que irán este verano, realmente se refiere a una semana en el futuro para que se vayan adaptando mejor. A Lovino realmente le da un poco igual: al final se terminará escaqueando como siempre, porque de todos modos su abuelo favorece a Feliciano, así que ni le notara. Y a Feliciano le va ese rollo de agradar a los demás, así que lo que sea. Les explica la razón por la que va a hacer eso: se resume en que ha encontrado trabajo de vacaciones –estos que duran la temporada– y que prefería dejarlos al cargo de alguien responsable mientras se trasladaba kilómetros y kilómetros hacia el Mediterráneo.

Mientras ella se acuerde de ser responsable, se dice Lovino. Feliciano está tomando notas –tampoco es tan difícil de recordar.

Todos los veranos solían quedarse solos, pero su madre siempre regresaba para el fin de semana. Como esta vez no se va a dar la ocasión, les va a dejar en manos de su abuelo para que no se sientan tan solos. Aunque piensa algo como "entonces tú serás la que está sola", Lovino solo se queja que ese loco pervertido es menos responsable que ellos dos juntos.

Y se lleva otra colleja.

–Bueno, en fin –suspira, como si el golpe no se lo hubiera llevado él, ¿sabes? –. Me alegro de que estéis de acuerdo. Pensé que tendrías más quejas –mira a Lovino.

Este solo se encoge de hombros.

Después recogen la mesa de la cena y dejan a su madre irse a su cuarto a descansar.

Su hermano pequeño, Feliciano, con el que comparte la cara porque ese es lo que hacen los mellizos, parece realmente feliz. No sabe secar los platos que le da y le está poniendo algo nervioso, la forma que tiene su hermano de distraerse es digna de un premio.

–Hace mucho que no vemos al abuelo, ve~. Quizá deberíamos traerle algo para que se acuerde de Italia. ¡Y por fin tendré la oportunidad para practicar!

– ¿Para qué? Si quiere algo italiano que salga a comprarlo –obvia lo último porque no sabe a qué se refiere y prefiere no saberlo. Es Feliciano, a saber.

– ¿No le será eso difícil? Solo puedes comprar cosas italianas en Italia.

–Que es donde está. Feliciano, plato –le pasa un cuenco.

Feliciano se queda un momento pensativo, después tiene esa cara que pone cuando de manera súbita llega a una respuesta. Lovino ni le mira de reojo, no está molesto ni enfadado pero su paciencia tampoco es que sea la mejor.

–Por eso no has protestado todo lo que mamá creía que harías, ve. Fratello, para ver al abuelo hay que tomar un avión.

Lovino aprieta los ojos y levanta un poco el mentón como sin fiarse, mientras Feliciano termina diciendo:

–Está en Alemania, ve~

Y se queda blanco como el papel.

–QUE.

I

Lovino Vargas con dieciocho años, sin ningún plan sobre qué estudiar o si quiere hacerlo, sin ninguna motivación para trabajar o buscar algo con lo que tener capital propio, está en un avión rumbo a Alemania a las doce y media de la mañana. Sabiendo poco y nada de alemán, sin tener ni idea de dónde estará la cama sobre la que se quiere echar a llorar. Que puta mala suerte tiene, de verdad, que asco.

Una cosa sí que tiene clara: no quiere estar ahí. Puede que todo su futuro sea como una caja de costura y se fuerce a no pensar en ello, pero algo que de seguro sabe sin necesidad de ayuda, es que: si pudiera pagar para dar media vuelta, lo haría. Aunque eso significase quedarse más pobre de lo que era.

Lo haría; vamos que si lo haría.

Cuando había accedido una semana atrás, sin hacer caso no había oído la parte de que, bueno, su abuelo, Rómulo, por alguna razón desconocida de la vida, había decidido abrir un rancho – ¿un puto rancho, en serio?– en Alemania porque ¿por qué no?

Se frota el puente de la nariz, mientras suelta insultos que pretenden ser para él mismo pero que se oyen bastante bien en la fila de delante y la de atrás. Hay un sujeto que se ha quejado de él en el peor italiano que ha oído y está a dos sitios de atizarlo con su botella de agua mineral.

– ¡Fratello, por favor!

Feliciano le quita la botella de su alcance y le da una revista.

–Ahora quédate tranquilo.

– ¿Qué me quede tranquilo? ¡Estoy en un jodido avión hacia ese trozo malnacido del continente donde creen que mezclar patatas con arroz es una buena idea!

Feliciano pone su cara de "tiene razón, pero no debería decirlo" mientras se imagina el plato.

Al final no le queda otra que refunfuñar, encogiéndose en su asiento porque hay un azafato que da cierto medio y lleva un rato mirándole fijamente. Se muerde la lengua, mirando por la ventana. No ha montando el pollo en el aeropuerto porque aún estaba su madre presente y ya tenía demasiado estrés dejándoles ir solos.

Pero ahora el que se encontraba estresado a más no poder, era él. Iba a tener que ir con Feliciano a todas partes solo para pedir un mísero vaso de agua porque en un momento de su vida olvidó todo lo que el instituto insistió en enseñarle de alemán. A ver, normal. Nunca quiso hacerlo, le obligaron.

Feliciano sin embargo esta todo lo feliz pensando que por fin va a poder ponerlo en práctica.

Nunca le ha oído. Espera que suene bien.

Son solo dos horas, a dormir se ha dicho.

De manera muy esperada aterrizan. Un avión solo puede hacer tres cosas y concluidas las dos primeras, aterrizar es la que queda. Maldita sea, se había quedado dormido. Frito completamente.

El azafato le despide y Lovino le hace el signo con las manos y los ojos de que ya se verán. Feliciano liga con la azafata. Este viaje empieza mal, solo le queda mejorar.

Cuando terminan en donde se supone que Rómulo les tiene que recoger, con sorpresa, Rómulo no está. Lovino se cruza de brazos y frunce el ceño. Esto es lo que le faltaba, sinceramente. Un viejo del demonio ya chocheando que se ha olvidado de ir a recogerlos. Fantástico.

Perfecto.

– ¡Pero se puede saber dónde está ese maldito anciano decrépito!

–Sinceramente me daña lo de anciano, muestra respeto a tus mayores.

– ¡Nonno~!

Un brazo le pasa por los hombros y le pega contra el cuerpo de Feliciano para después meterlos a ambos en un fuerte y asfixiante abrazo.

– ¿Cómo estáis, mis nietecitos queridos? ¡El abuelo os ha echado tanto de menos~! ¡Estáis tan mayores, ya no os reconocía!

–Aparta, que pinchas –Lovino le pone la palma en la cara y le quita de encima.

–Hueles a whisky, nonno~ –sonríe idiotamente Feliciano.

Rómulo termina con depresión, después de soltarles.

–En fin, supongo que los nietos ya no son tan afectivos con sus abuelos una vez que crecen –se encoge de hombros y mueve la cabeza de lado a lado, negando. Después les revuelve el pelo a ambos–. ¿Qué tal el viaje? Tendréis hambre, he dejado preparado algo en casa. ¿Cómo está vuestra madre? A parte de con un ataque.

–Ah, debería avisarla de que ya hemos llegado –dice Lovino, sacando su móvil mientras Feliciano empieza a contestar las preguntas de su abuelo.

–He aprendido que pueden parar el avión si es necesario para echar a viajeros molestos, ¿verdad, fratello?

– ¡Te he dicho que no dijeras nada, hermano idiota!

– ¡No me lances la maleta, ve!

Rómulo se ríe.

Ahora, ahora sí que sí el viaje tiene que mejorar porque si no esto no lo soporta durante tres meses. Una de las razones por las que ha decidido venir en parte se debe a la duración. Tres –bueno, cuatro meses– es poco tiempo. No se imagina volviendo ahora a Italia teniendo que decidir qué hacer con su vida. No se imagina haciendo nada con ella, lo cual es agobiante.

Se monta en el asiento copiloto de un FIAT de dos puertas, amarillo que no resalta ni nada, eh. Le sorprende que su abuelo haya aprendido a conducir, le hace preguntarse cuando tiempo lleva viviendo por estos parajes sin ellos saberlo.

–Bueno, Lovino, ¿sabes que quieres estudiar?

–Tengo algunas ideas –miente de memoria.

–Ah, yo también estaba igual a tu edad. Con "algunas" ideas en mente –le guiña un ojo.

Lovino se pone rojo cuando le pillan.

– ¿Y tú, Feli?

–Bellas artes, ve~. Fratello, ¿por qué no te apuntas conmigo?

–Porque no me da la gana –le responde bruscamente–. Además, Bellas Artes es solo para quien vale.

–Yo recuerdo alguno de tus dibujos. Algún garabato guardado en mi cartera.

– ¡Tira eso! Quémalo con fuego, que horror–mira por la ventana.

–Me hubiera gustado estudiar algo relacionado con la geografía también, ve.

Deja a su abuelo y a su hermano fantasear sobre todo lo que puedes estudiar. La primera vez se agobió con esta conversación, llegado a ese punto en su vida se agobia con la tranquilidad que se toma el hecho de que no tiene ni puta idea de que es lo que quiere y el tiempo se aproxima. Está calmado pero su cerebro grita por dentro cuando tiene a un conocido cerca.

No sabía que hubiera tantas zonas verdes extensas en Alemania.

Después empiezan a aparecer las ciudades y de poco a poco desaparecen cuando toman el desvío y la carretera se vuelve más cruda. Atraviesan un pueblecito –una ciudad pequeña, cualquiera sirve. Tras entrar en el antiguo camino, bajando un poco, lo primero que ve Lovino son un grupo de jinetes montando en medio de un campo preparado para la práctica. Después el coche va parando y delante de él aparece una gran casa de madera y piedra.

Pone el freno de mano y le sonríe.

–Bien, ¡pues ya estamos! ¿Qué os parece?

– ¿Vamos a vivir aquí?

– ¡Claro! –dijo mientras quitaba el seguro y abría la puerta para salir–. Esta es la zona residencial, vuestros cuartos están arriba. Venga, salid.

Lovino sale antes que Feliciano, que se ha entretenido.

–Vale, pero si aquí es donde vamos a vivir, ¿qué son los demás sitios?

–Un granero y los establos. Más allá están las pistas, ¿queréis verlas? Seguramente haya alguien practicando.

– ¿Diriges un centro de equitación? –Pregunta Lovino y mira a los lados–. Mamá dijo que tenías un rancho, no un centro de equitación. ¡Pensé que esto sería una maldita granja!

–Si es por eso, hay una zona con cultivos –dice señalando detrás de él.

Lovino trata de mirar pero sinceramente no sabe qué está señalando. Rómulo abre el maletero y les ayuda a cargar sus maletas. El vestíbulo está abierto y tiene una zona de descanso llena de sofás y cojines y estanterías con libros y detrás de una especie de mostrador no hay nadie. Las escaleras están un poco más entradas y recorren dos tramos hasta un tercer piso donde están sus cuartos.

–Me pido el de la derecha –grita Feliciano, refugiándose en el cuarto que no está enfrente de las pistas.

– ¡Oye, no, espera! –pero cierra detrás de él–. ¡Abre!

–Tonto el último –le oye decir.

Al final se tiene que quedar con el cuarto que está delante de un circuito cerrado vacío. Las risas de Rómulo se escuchan de fondo mientras le oyen bajar las escaleras, diciendo que irá a preparar la comida. Lovino, mientras, se sienta en la cama y mira alrededor del cuarto.

Es simple.

Se acerca a la ventana, quitándole el cerrojo y abriendo. Para ser finales de primavera el aire sigue siendo fresco. Menudo fastidio. Ahora hay una mujer subida a una bestia marrón, dando vueltas. Hay otro jinete que está evaluándola o eso parece, por lo que ve no le gusta lo que está diciendo porque se están gritando. Lovino vuelve a cerrar la ventana y pasa de ellos mientras que salta para ir a comer cuando su abuelo le avisa.

Fratello, ¿a qué me acompañas a ver los caballos después?

– ¿Por qué quieres ver eso?

– ¡Quizá podemos montar alguno, ve! Parece divertido.

Lovino no lo ve divertido, le gustaría dormir después de comer.

–Está bien, te acompaño.

–Yahoo~

Durante la comida –wow, pasta, menos mal– su abuelo se dedica a preguntarles que ha sido de sus vidas estos últimos años. La última vez que se vieron, su abuelo aún vivía en Italia, en Milán exactamente. Y llevaba traje y parecía incluso respetable. Lo siguiente que saben es que se va de vacaciones y ahora al parecer tiene ese nuevo negocio que Lovino, aunque le insiste y amenaza que le cuente por qué decidió que era una buena idea, evade responder.

– ¡Qué me respondas de una vez!

– ¡Oh, ahora que lo pienso! ¿Sabéis hablar algo con lo que os podáis entender? Tanto mis alumnos como instructores saben inglés, así que no tendréis problema.

–Bueno –Feliciano mira de reojo a su hermano, que mastica de forma agresivo–, a fratello nunca le gusto pero debería acordarse de cómo hablarlo. Yo estoy deseando practicar mi alemán, aunque no tengo tan buen pronunciación.

– ¿Oh, en serio? – mira a Lovino, arqueando las cejas.

–No es nada –mira a otro lado avergonzado. Se le da bien hablar otros idiomas, qué pasa con eso.

–Ve, nonno, ¿después podemos ir a ver los establos?

–Mhm-mn. Supongo que no habrá problema –le pincha a Lovino las mejillas con el dedo que no para de protestar–. Ya mañana os contaré en qué me vais a ayudar, tranquilos no os arruinaré el verano –se ríe, aunque Feliciano tiene miedo–. El centro abre en una semana, así que podéis disfrutar e investigar por ahí.

– ¿Una semana? Pero sí ya había gente.

–Bueno, no solo vienen a entrenar, si no a cuidar de sus caballos. Las clases en sí, eso sí que empiezan la semana que viene. Espero que os gusten los niños –busca entre sus bolsillos el paquete de cigarrillos. Cubriéndose con la mano, se prende uno.

–Ya me jodería... –murmura Lovino.

–Yo me ocupo de fregar, Feli –para a su nieto que ya estaba recogiendo–. Ir a investigar un rato.

Sìi –dicen mientras se marchan.

Lovino sigue de mala gana a su hermano que balancea los brazos de arriba abajo. Cuando saltan la valla que rodea el saco de fondo al que dirige el camino, andan entre el césped largo hasta los establos. Feliciano asoma la cabeza y a Lovino no le podría importar menos así que asoma la mitad del cuerpo.

Hay una mujer dentro, la que estaba antes montando.

Ciao! –la saluda Feliciano, casi matándola del susto.

– ¡Uh, hola! –Tarda un momento en conectar los puntos–. Ah, vosotros debéis de ser los nietos del señor Vargas. ¡Pero qué monos! –se acerca, sonriendo–. Me llamó Elizaveta Herdervary, soy una de las instructoras, así que si tenéis alguna duda, aquí estoy.

– ¡Un placer, ve! Yo soy Feliciano y este es mi hermano Lovino.

Feliciano entra, mirando de reojo los caballos y Lovino, con cuidado, va detrás de él. Hasta ahora no lo había pensando mucho pero los caballos no son de sus animales favoritos. Que miedo dan, madre mía. Son enormes y parece que les están mirando intensamente. Elizaveta se ríe de su reacción cuando uno relincha y mueve la cabeza negativamente, como riéndose.

Lovino se ruboriza de la vergüenza.

–Vamos, vamos, no tengáis miedo –dice, acercándose y poniéndole la mano en el cuello a su yegua–. Mira, dame tu mano –le toma la mano a Feliciano, que suelta un chillido agudo y se la coloca en el cuello, indicándole cómo debe acariciarlo–. ¿Ves? ¿Quieres probar tú también? –se refiere a Lovino qué duda un momento.

Al final decide no hacerlo.

–Mi Terézia es muy tranquila –le asegura–, no te va a morder –le dice a Feliciano.

A pesar de eso, Lovino no se fía ni un pelo.

–Entonces ya ni te pregunto si queréis tratar de estar encima de uno– se sonríe un poco, mirando fijamente a Lovino, con estrellitas brillando alrededor de su cabeza.

– ¿Tú no querías, Feliciano? – escurre el bulto, apuntando a su hermano que empalidece más.

– ¿Eh? ¡N-no, no, no quiero! –Mueve sus manos delante de él, cuando Elizaveta le mira–. Con mi suerte me caigo y me mato.

–Bueno, ya verás, te puedo buscar algo para principiantes –dice evaluando.

Lovino empieza a mirar de nuevo.

Terézia tiene su cabeza encima del hombro de Feliciano, que ya está condenado a no moverse. Hay varias de esas bestias que parecen estar descansando: uno negro con una franja blanca y otros dos marrones con motas. Después hay uno muy pequeño de color crema que bien podría ser un perro por la forma que mueve la cola mientras les mira.

Todas las caballerizas excepto las del final están llenas. Supone que es por si compran nuevos, ¿eso tiene sentido, no? Pero la caballeriza sobre la que está apoyado, la del compañero de cuarto de Terézia, está vacía.

Se gira y mira dentro.

Hay juguetes. Es decir, falta un caballo. Feliciano suelta pequeños 've's que ignora.

–Vale, este debería servir –vuelve con uno pequeño, rubio que está igual de acojonado que Feliciano, la combinación es graciosa–. ¿Interesado en ese? Su jinete se lo ha llevado campo a través –suspira–. Espero que no os molesten un caballo yendo y viniendo a horas fuera de lugar.

Lovino aprieta los labios en una línea recta. No le gustaría despertar por el sonido de un jinete sin sentido del horario. En general, no le gusta despertar.

Elizaveta aparta la cabeza de Terézia y le da un par de órdenes sobre cómo subirse al pequeño caballo, cómo debe poner los pies y cómo debe apretar sus muslos, para no caerse ni hacer daño. Lovino no podría decir cuál de los dos está más nervioso: si su hermano que está pálido o el caballito que parece notarlo y tiene pinta de salir corriendo.

–Mantente recto –dice con un tono autoritario. Eli toma las riendas y empieza a andar de espaldas mientras mantiene sus ojos en Feliciano.

Vaya, lo consiguió.

Con la vaina loca e inquieta que es su hermano nunca pensó que lo vería tan recto.

–Espera que te voy a hacer una foto –se saca el móvil.

–Wow, Feli, no esperaba que fuerais a atreveros.

– ¡Nonno!

– ¡Ten cuidado! –le grita Elizaveta cuando le ve perder el punto de equilibrio. Gira sus ojos verdes a Rómulo, echando fuego–. ¡Señor Vargas, no me lo distraiga que se queda sin nieto!

–Una desgracia... –dice con cara de póquer Lovino.

Su abuelo le mete una colleja.

Esa es su vida ahora. A miles de kilómetros de su casa, con las collejas llegando no por decir palabras mal sonante pero por bromear sobre la suerte de suicida que tiene Feliciano. Su abuelo al menos controla su fuerza, su madre lo va a terminar desnucando un día de estos.

II

– ¡Buenas noches, hasta mañana!

Elizaveta se monta en su moto y desaparece carretera arriba a eso de las nueve y media o algo así. Se ha entretenido porque de pronto decidió darle un rodeo completo. Lovino sentado en la valla y Rómulo apoyado en la misma solo le dieron pulgares arriba como respuesta. Por ello cuando le dejan en su cama Feliciano se abraza a las sábanas y se queda dormido.

Rómulo le revuelve la cabeza, está soñando algo relacionado con la lasaña.

Lovino suspira.

–Supongo que ya llamaré a mamá mañana.

–Ha sido un día largo, tú también deberías irte a la cama –le revuelve el pelo a él también.

–Sí, sí – le quita la mano–. Hasta mañana.

Se marcha a su cuarto y cierra sin mirar atrás a su abuelo una segunda vez. Se tira sobre su cama, mientras desbloquea su móvil comprueba un par de veces sus redes sociales y decide que es hora de irse a dormir. Tal y como Eli le había advertido, aunque leve, oye llegar a galope a un caballo. Se acerca a la ventana para ver a su abuelo salir a regañarlo –o eso quiere creer– mientras vuelve a fumar.

Corre la cortina y se echa a dormir.


¡Primer capítulo!, de esta serie de ? La pareja principal es Prumano (obv), después hay otras desperdigadas por ahí como Gerita, Frain, Ameripan y Hunbel como decoración aunque no tienen mucho desarollo (excepto quizá Gerita)

¡Gracias por leer y se agradecen los reviews, que me dan de comer! x bye