Antes que nada quiero recalcar que este fic que publico no es de mi completa propiedad, sino que lo escribí junto con dos personas sumamente talentosas llamadas Satoshi y Pami Li. Realmente agradezco el esfuerzo que hicieron por lograr este proyecto que, aunque comenzó para ser presentado en un concurso, cuya fecha límite era ayer, siento que al escribirlo para conseguir este propósito, nosotros, junto con la historia, trascendimos a otro escalón. Un escalón en que la trama perdió completamente la simpleza y nos trasladamos a territorios más profundos, en los que tratamos de proyectar un suceso trascendente, que marcó la vida de millones de personas y que hoy en día se considera una de las peores tragedias de la humanidad.
Quiero reconocer por este medio, que fue un placer absoluto trabajar con Pami y Satoshi, y agradecerles por el tiempo y el esfuerzo con lo que hemos logrado traerles a ustedes, nuestros lectores, este trabajo, producto de desvelos y tensión, y sobre todo del amor a la escritura. Y también, ante todo, no dejo de mencionar a las personas que nos inspiraron. Aquellas que vivieron este Limbo, Cielo, Infierno y Purgatorio, pero que ahora deben estar disfrutando de la plena paz y serenidad, que algún día nosotros alcanzaremos.
En homenaje a todos los fallecidos en la Segunda Guerra Mundial, y las víctimas de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
Limbo,Cielo, Infierno y Purgatorio.
Por Satoshi, Pami, y Fann.
Limbo I
Despertó. Al abrir los ojos pensó por un momento que había perdido la visión. Un velo negro cubría su vista, lo que le impedía discernir cualquier cosa cercana a su persona. Sin embargo, no eran sus ojos los que fallaban. Su derredor era el que estaba oscuro.
Hizo conciencia de la presencia de sus manos y de sus piernas, que por un momento se había olvidado de poseer. Poco a poco, comenzó a sentir cómo el dolor iba invadiendo cada extremidad de su cuerpo, y que pronto lo poseyó completamente. Luego descubrió la posición en la que estaba. Se encontraba acostada sobre lo que parecía arena, arena negra. El dolor que recorría su cuerpo como una descarga eléctrica le desanimaba a mover cualquiera de sus miembros, sin embargo, sabía que no podía quedarse tendida por siempre.
Respiró hondo. Se armó de valor para luchar contra la fuerza de gravedad y, con sus brazos, alejar su torso del suelo. Lo había logrado. Ahora, le faltaba doblar sus piernas y dejar caer sobre sus rodillas aquel peso que no podían sostener sus brazos. Y así, se levantó.
Nunca, según podía recordar de las pocas décadas en las que consistía su vida, había experimentado tal dificultad en realizar aquella simple acción. Ni tanto arrepentimiento de haberlo hecho.
Miró a su alrededor y empezó a tratar de divisar algo entre aquella cortina, que distinguió como humo negro y cenizas, perteneciente a las flamas implacables que se esparcían por doquier. Movió su pie derecho hacia adelante, que siguió con el movimiento de su pie izquierdo. Gimió.
Había sentido que su espalda ardía de la misma forma que aquellas llamas que le rodeaban. Se contrajo involuntariamente, una reacción de su cuerpo para mitigar aunque fuera en mínima cantidad aquella sensación de escozor que le acometía. Descubrió de pronto sus mejillas humedecidas por un líquido que provenía de sus ojos, el cual descendía hasta llegar a sus labios y que al contacto, eran como tizones.
Fue entonces cuando se percató de lo secos que estaban sus labios y del sabor amargo y árido que estaba presente en su boca. Agua, fue su inmediato deseo. Buscó, girando su cabeza de un lado a otro, algún rastro de aquel añorado líquido. Sin embargo, lo que vio en aquel momento, le provocó el desesperado anhelo de perder en verdad la visión.
Miles de cuerpos, que había ocultado por un tiempo aquella cortina negra de humo, se descubrieron ante sus ojos. Era el panorama más horrible que había presenciado aquella mirada de jade.
No se dio cuenta siquiera del momento en que despegó los pies del suelo, en una carrera convulsa que la guiaba a ninguna parte. Pero aquella pesadilla se repetía una vez y otra. Escapar era imposible. Cuerpos y más cuerpos, aquellos a los que no se atrevía a enfocar, aquellos de los que prefería huir, estaban allí, en todas partes, como el macabro sembradío del mismo demonio.
Sin embargo, las energías de su propio cuerpo la traicionaron y al poco rato, sus piernas le impidieron seguir con aquella huida y su exiguo cuerpo de mujer resbaló y cayó sobre la arena negra.
Respiró el nauseabundo olor que impregnaba aquel suelo, y lo exhaló con violencia en un alarido que provenía del fondo de su alma. Sentía su cabeza al punto de explotar gritando de aquella manera, pero era la única forma que se le ocurría en ese momento para no perder la razón, la cual amenazaba con desaparecer de su persona en cualquier instante.
Y lo sintió. En su vientre.
Se quedó allí unos segundos, inmóvil, asustada por aquel suave golpe que había sentido dentro de su ser. Un golpe que no era doloroso. Un golpe, consecuencia de la acción de un ser puro e inocente. Con sus manos rojas e hinchadas, llenas de ceniza, acarició aquel abultamiento en su abdomen.
Quizá había sido por el dolor, o por el tremendo escozor que le atenazaba la espalda; por la sensación de martilleo en su cabeza o por causa de aquella opresión en su pecho y garganta, que no había sido consciente de la presencia de aquel pequeño ente en su interior. De aquel que aguardaba, silencioso, el éxodo.
Sentirlo dentro de sí, le disminuyó un poco aquel miedo que parecía estrangular como un puño de hierro a su corazón. Cerró los ojos y se quedó quieta, dejando que la pureza de aquel ser al que le daba cobijo con su propio cuerpo, le invadiera completamente.
Sakura.
Sí, ese era su nombre, ahora lo recordaba. Presa del terror y la angustia, había olvidado quién era, como si su personalidad estuviera al borde de morir junto con todos esos cuerpos que le rodeaban hacía unos instantes.
Cuerpos. Terror. Fuego.
Abrió sus ojos de golpe y se incorporó, con un nuevo y aún más intenso ardor en su espalda, y que, esta vez, se obligó a ignorar.
Una explosión. Dos. Gente corriendo a su alrededor. Miedo. Llamas.
Había emprendido por segunda vez una carrera pero que esta vez no era para huir de la muerte de otros, sino de la suya propia. Y de la muerte que amenazaba al pequeño que moraba dentro de ella.
En cada jadeo, su boca estaba más seca que nunca, pero era la única manera que podía respirar, ya que sus orificios nasales no bastaban para llenar sus pulmones del aire que necesitaba. Si es que a aquello que respiraba se le podía llamar aire.
Y tropezaba con muchos cuerpos, semejantes a los que se negaba a enfocar minutos antes. De pronto, una mano le asió el tobillo y, presa del pánico, Sakura miró a quién le pertenecía. Un rostro desfigurado surgió del montón de cadáveres y suplicó con voz débil que le diera agua. Sakura comenzó a temblar febrilmente e intentó deshacerse de aquella mano que le aferraba y le impedía continuar su camino. Sin embargo, había una fuerza muy grande en aquélla que Sakura tuvo que usar sus propias manos para soltarse.
Al lograrlo, se giró y siguió corriendo. A lo lejos distinguió un río, que según podía remembrar, se llamaba Urakami, y distinguió también que hacia él se dirigía la mayoría de la gente para refugiarse de las llamas que provocaron aquellas explosiones. Sakura los imitó y convirtió en su meta el alcanzar aquel río y cruzarlo, sin embargo, en el trayecto no podía alejar de su mente la imagen de aquel rostro desfigurado.
Sabía que no debió dejar a esa persona sola, pero¿ella qué podía hacer? Según sabía, a cualquier persona que sufriera quemaduras de ese grado no podía darle agua porque moriría. Pero¿y si no?
Se detuvo. Estuvo a punto de retroceder, de volver, pero una patada en su vientre la hizo reaccionar. Había alguien más que esperaba vivir y que estaba dentro de ella. Ese pequeño tenía más esperanza de seguir viviendo que aquella persona desfigurada, incluso más que ella misma. Debía luchar. Por él.
Se lanzó en dirección de aquel río y, al llegar a la ribera, sintió desmayarse. Miles y miles de cadáveres flotaban en el agua, como muñecos arrojados con despiadada crueldad y abandonados allí, exánimes. Las rodillas de Sakura estaban por flaquear, pero se obligó a hundirse sobre el agua que era como un azote a sus quemaduras. Mientras cruzaba aquel río de muerte, esquivaba lo más que podía el contacto con aquellos cuerpos, y cuando llegó a la otra orilla tuvo que trepar por la senda empinada, a pesar de la poca fuerza que poseían sus miembros.
Más y más casas incendiándose, fue el único panorama que se encontró al subir aquella ribera. El aire se tornaba denso y lo único que Sakura hacía era correr. A su paso, escuchaba varios gritos de ayuda, hombres, mujeres y niños atrapados bajo los escombros de hogares destruidos. Miles de llamaradas, dispuestas a devorar cualquier ser vivo a su paso. Humo, cenizas, gritos, miedo...
Para Sakura cada vez le era más difícil respirar. No tenía idea exacta de la distancia que había recorrido, sin embargo, sí sabía que sus miembros estaban al límite de su posibilidad. Intentó seguir a un grupo de personas, pero después de unos minutos les perdió el rastro.
Inesperadamente, había llegado a las faldas de una colina y comenzó a subir como pudo. Los matorrales le arañaban su espalda, los brazos y las piernas, mientras ascendía casi a gatas por aquel montículo para encontrarse con nada. Nada le esperaba allí. ¿Por qué subía? ¿Por qué vivía?
Su rostro cayó sobre la maleza y su cuerpo renunció al esfuerzo. No había esperanza. Estaba perdida. Por más que corriera no podía escapar de aquel lugar lleno de muerte, la cual le consumiría al igual que a toda esa gente que había dejado atrás.
Aunque el ser que llevaba en su interior mereciera la vida, no podía dársela. Además¿cuál vida? Lo que ella observaba era sólo muerte, terror, fuego... no había vida allí para su hijo. Solo un mundo de pesadilla. Un mundo destruido por la luz.
La luz. Podía recordarla ahora.
Poco a poco su mente comenzaba a rememorar, mientras daba un descanso a su cuerpo, atenazado por el dolor y el cansancio.
La luz
En su mente se agolpaban las imágenes. Sí, se encontraba de pie entre una multitud que bromeaba y reía. Era el día de la limpieza en Hiroshima. La secretaría de educación había convocado a los estudiantes de secundaria, a profesores, y a otras personas voluntarias, a limpiar la ciudad. Sakura había llegado a una calle especialmente atestada y llevaba un paquete entre sus manos. Rememoraba haber salido de su casa, en plena prisa, dispuesta a entregar aquel paquete que había sido olvidado... por alguien.
Tosió. El aroma de la hierba chamuscada invadió su olfato.
¿Quién era esa persona a la que iba a entregar el paquete?
De pie estaba, entre tantas personas, mientras giraba la cabeza, de un lado a otro, buscando con ahínco a esa persona y que no conseguía divisar. Mucha gente. Gritos. Música. Risas. Y luego, la luz.
Un destello que le cegó la vista y que detuvo el tiempo, y que le hizo despertar en aquella horrible pesadilla.
Cerró los ojos. Debía descansar, era lo justo.
Quizá si dormía, podría despertar y hallarse de nuevo en aquella calle, entre aquel gentío, sosteniendo un paquete en la mano y buscando a la persona que debía tenerlo.
Syaoran.
El nombre surgió de las tinieblas que invadían su mente y que la sumían en un sueño profundo... lejano a todo... lejano al dolor.
